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una obra meritoria. Esta fue una de las causas que facilitaron á los guerreros cristianos la conquista de muchos pueblos en los primeros siglos de la restauracion.

El pueblo fanático musulman siempre miraba con repugnancia á los cristianos; escandalizándose cuando estos egecutaban en público ceremonias ó actos religiosos. Tapábanse los oidos al toque de las campanas; y los cristianos por su parte cuando el muezin llamaba á los infieles á la oracion desde la torre de la mezquita, maldecian á Mahoma clamando «guardadnos, Señor, de malas voces.» (1) Enconados asi los ánimos era fácil que estallase una persecucion, y esto se verificó en tiempo de Abderrahman II. Los musulmanes empezaron á provocar á los cristianos, y estos se desquitaban, ensalzando su creencia y tachando de errónea la contraria. El monarca que estaba ya resentido de los muzárabes por las sublevaciones de Mérida y Toledo, en que algunos de ellos habian tomado parte, lejos de acudir á medios prudentes para templar aquella irritacion, se ensaño con los fieles, y muchos padecieron el martirio, como refiere el historiador Morales (2). Sin em

(1) Salva nos Domine, ab auditu malo, et nunc et in æternum. S. Eulogio en su Apologia de los mártires. (2) Crónica general de España, lib. 14, cap. 16. ..

bargo esta intolerancia musulmana fue desapareciendo con los progresos de la civilizacion. En el siglo X eran ya frecuentes las comunicaciones entre los árabes y las monarquías cristianas con motivo de las treguas y tratados de paz que solian celebrarse. Algunos cristianos pasaron á Córdoba á instruirse en las ciencias: el rey de Leon Don Sancho el Craso, fue á curarse allá de su hidropesia o de otro mal que le habia puesto casi monstruoso por su obesidad; lo cual prueba que habia pasado aquel antiguo encono de los infieles.

Los judios maltratados bajo la dominacion de los godos, fueron ausiliares de los árabes en su conquista de España para vengarse de sus opresores, y por consiguiente les cupo mejor suerte que á los muzárabes. Dedicábanse por lo comun al comercio, y en este concepto contribuian á aumentar la riqueza pública y á multiplicar las relaciones mercantiles; pero sobrecargados á veces con tributos se mostraron rebeldes, y entonces fueron tratados con todo rigor, porque en punto á creencia los miraban con aversion los sectarios de Mahomet. Tambien habian quedado judios en las monarquías cristianas, ó bien por salvar sus riquezas de la rapacidad de los conquistadores, ó por relaciones de familia, ó porque les disonase menos el cristianismo que la doctrina del Coran.

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Parece que en los primeros siglos de la restauracion vivian pacíficamente los judios en las

monarquias cristianas, y aun en la de Castilla gozaban de cierta consideracion social, si hemos de atenernos al fuero antiguo de Leon. En el título 25 tratándose del que tuviere casa en solar ageno, y de lo que deberá pagar por via de contribucion al dueño de este, añade, que si el propietario de la casa quisiere enagenarla, espontá→ mente aprecien el valor de ella dos cristianos y dos judios &c. Por esta disposicion legal se ve que á principios del siglo XI vivian en buena armonia los judios y los cristianos, y que el testimonio de aquellos no era menos considerado que el de estos. Sin embargo á principios del siglo XIII se descubre ya la ojcriza del populacho contra ellos, pues en Toledo quiso matarlos, como se verá en el capítulo 1.o del tomo II. Esta persecucion de los judios se hizo general desde las primeras Cruzadas, segun consta en la Historia de ellas escrita por Mr. Michaud; y en España hubo de renovarse por entonces la antipatía que habia reinado en la monarquía goda. Y no era solo el fanatismo religioso la causa de tan irracional persecucion: las riquezas adquiridas por los hebreos en el comercio, y la recaudacion ó arriendo de las rentas públicas, escitaban la envidia y el deseo de despojarlos, con el piadoso pretesto de costear las guerras contra los infieles.

No obstante, en la monarquía castellana seguian gozando de sus derechos antiguos, uno de

Tom. I.

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los cuales era nombrar jueces de entre los suyos para sus pleitos civiles y criminales; hasta que esto se modificó por el artículo 2.o del ordenamiento hecho en las córtes de Soria el año de 1380, que dice: «Otrosí, por razon que los judios de nuestros reinos usaban á sacar rabis entre sí é otros jueces, les daban poder para que pudiesen librar todos los pleitos que entre ellos acaesciesen, asi civiles como criminales.... ordenamos é mandamos que de aqui adelante non sea osado ningunt judio de nuestros regnos, asi rabis como viejos adelantados, nin otra persona alguna de los que agora son ó serán de aqui adelante, de se entremeter de judgar de ningun pleito que sea criminal.... pero que puedan librar todos los pleitos civiles que fueren entre ellos segunt su ley, é los pleitos criminales que los libre uno de los alcalles de las villas é lugares, cada uno en su jurisdicion, cual escogieren los judios. Pero por cuanto los dichos judios son nuestros, nuestra mercet es que las alzadas de los dichos pleitos criminales, asi de los sennorios como de los otros lugares cualesquier, que vengan ante la nuestra corte.» (1)

Al paso que se les ponian estas y otras corta

(1) Coleccion de los cuadernos de córtes que da á luz y sigue publicando la Academia de la Historia.

pisas, les daba el rey en el mismo ordenamiento la seguridad de ampararlos y defenderlos, como lo habian hecho sus predecesores. A pesar de esta promesa crecia el encono del pueblo contra los mismos, como era preciso que sucediese por la intolerancia de los unos y de los otros (1).

(1) Los judios maldecian á los cristianos en sus oraciones, segun se ve por las siguientes palabras del ordenamiento en que se les prohibe este bárbaro uso. «Por cuanto nos ficieron entender que en sus libros e en otras escripturas de su Talmut les mandan que digan de cada dia la oracion de los hereges, que se dice en pie, en que maldicen á los cristianos, e á las iglesias e á los finados; mandamos e defendemos firmemente que ninguno de ellos non las diga de aqui adelante... e el que las dijiere ó respondiere á ellas... que le den cien azotes.»

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