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En esto llegan otros caballeros partidarios del Cid, cuyo número pasa de ciento; y estando ya para espirar el plazo señalado por el rey para la espatriacion, determina el Cid ponerse en marcha despues de entregar al abad el dinero necesario para atender al decoroso mantenimiento de su familia. A media noche tras una fervorosa oracion en la iglesia de S. Pedro, se despide el Cid de su esposa é hijas con la mayor ternura, y acaudillando sus gentes marcha á Spinar de Can, á donde acuden de varias partes otros guerreros á incorporársele. Desde alli se encamina á la sierra de Miedes, y en un pueblo llamado Figueruela se le presenta en sueños el arcangel Gabriel, exortándole á continuar su marcha y prometiéndole buena ventura.

En la sierra de Miedes hizo el Cid un alarde de su hueste, en la cual se contaban 300 lanzas, ademas de los peones, cuyo número no se designa. Pasada la sierra se hallaron fuera de los dominios del rey D. Alfonso, y desde entonces empiezan las ⚫ hazañas del Cid. Este puso sus tropas en celada para sorprender al pueblo de Castejon, dominado por los moros, y al romper el dia, cuando estos abrieron las puertas embiste repentinamente el Campeador, y se apodera de Castejon, Repartidas entre los guerreros las riquezas que en él se encontraron, el Cid determina dejar á Castejon por no dar lugar á que el rey Alfonso le moviese guerra, y se encamina á Alcocer, de cuyo castiTomo I.

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llo se apodera despues de un reñido combate. Los moros de Teca, Teruel y Calatayud, vasallos del rey de Valencia, informados de la pérdida de Alcocer, le envian mensageros noticiándole que si no los socorre se verán en la precision de rendirse. Enviáles el rey de Valencia 30 hombres, y unidas estas fuerzas á otras que se juntaron en Aragon, van á cercar al Cid en Alcocer. Tenia á la sazon el ilustre caudillo sobre 600 hombres de pelea, toda gente escogida, y á pesar de tan desiguales fuerzas sale del castillo á hacer frente á los moros: trábase un reñido combate, que el autor describe con ardimiento, y la victoria se declara por los cristianos. El rey de Valencia, acaudillaba á los moros, se salva con los restos huyendo á Calatayud, hasta cuyas inmediaciones le fueron dando alcance los cristianos.

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Ganado este célebre triunfo elige el Cid al valiente Minaya y Alvar Fañez, uno de sus mejores capitanes, para que lleve al rey Alfonso treinta caballos árabes bien ensillados, con sendas espadas pendientes de los arzones en señal de homena pesar del agravio que habia recibido, como tambien parte de las riquezas adquiridas á su esposa Doña Jimena. Recibe el rey con agrado el presente, y permite á Minaya que vaya libremente por Castilla á cumplir los encargos del Campeador. Hallándose este en el pinar de Tebar despues de haber obligado al rey de Zaragoza á rendirle

parias, llega Minaya de Castilla con 200 caballos y gran número de peones, que atraidos por las hazañas del Cid querian alistarse bajo sus banderas. El caudillo los recibe con el mayor agradecimiento, é informado de la favorable acogida de Alfonso y del buen estado de sus hijos y esposa, muestra un júbilo estraordinario.

En seguida marcha con su gente para Huesca, y sabedor de ello el conde de Barcelona D. Ramon (que estaba enojado con el Campeador, por haber herido este á un sobrino suyo en la corte de Alfonso), determina confederarse con los moros que estaban en buena relacion con él para hostilizar al Cid y atajar sus pasos. Verificase el terrible encuentro, en el cual gana el Cid la célebre espada que llamaron Colada, y el conde D. Ramon queda prisionero. Usando el Cid de la generosidad caballeresca con que siempre le retrata el autor, da libertad al conde sin interés alguno, y reuniendo su gente se encamina á Valencia.

Despues de varios combates en que siempre queda vencedor, se presenta á vista de los muros de aquella capital, la asedia, y los moros no osando entrar en batalla campal pactan con él que si no fueren socorridos dentro de nueve meses cumplidos, se le entregarian. Asi se verifica, y el Cid entra triunfante en Valencia, reconociendo como señor de ella al rey Alfonso, á quien envia un mensage con cien caballos de regalo.

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El monarca agradecido à la bondad del Campeador, le autoriza para quedar mandando en Valencia y dispone que pase allá Doña Jimena con sus hijas, recibiendo en su viage los debidos obsequios, y que se le restituyan los bienes secuestrados á cuantos sin licencia suya habian seguido los pendones de Cid. Este sale á recibir á su muger é hijas á las puertas de Valencia acompañado del obispo y de sus valientes capitanes, y alli se renuevan los tiernos afectos de unos y de otros despues de tan larga y sentida ausencia.

Viene luego á sitiar á Valencia Jusef, rey de los almoravides, y queda derrotado en las inmediaciones de la ciudad despues de una sangrienta batalla; con lo cual deberia haber concluido el poema, si como parece se habia propuesto el autor por principal objeto la conquista de tan importante capital. La parte restante del poema es puramente episódica, pues contiene otra accion que no está enlazada con la principal, y forma por sí otro poema, como se verá por el siguiente estracto.

Las hijas del Cid se casan con los infantes de Carrion, y estos jóvenes desalmados llevándolas desde Valencia á Castilla las desnudan en un monte, las azotan con la mayor crueldad, y alli las dejan abandonadas hasta que vienen á recogerlas los criados. Esta afrenta, dimanada de un in

justo resentimiento que tenian del Cid los agresores, es tan repugnante al buen gusto como im

propia de las costumbres caballerescas de aquella edad. Sin embargo, da ocasion á una grande escena dramática, porque habiéndose quejado amargamente el Cid al rey Alfonso, convoca este las cortes en Toledo. Preséntase en ellas el Cid ricamente vestido, segun le pinta el autor, y acompañado de cien caballeros engalanados con pieles de armiño y ricos mantos, bajo cuyas galas esconden las resplandecientes lorigas y las cortadoras armas.

Al presentarse el Cid se levanta para acatarle el rey D. Alfonso, los condes D. Enrique y D. Ramon de Borgoña y los demas circunstantes. El monarca le hace sentar en un escaño separado para distinguirle como á un príncipe, y le rodean sus caballeros. El rey se levanta y dice que ha convocado estas cortes para hacer justicia al Cid: nombra por jueces á los condes D. Enrique y Don Ramon, y volviéndose al Campeador le dice que hable. El héroe espone con dignidad su queja y pide que le devuelvan sus yernos las dos espadas les habia entregado, Colada y Tizon. Los jueces asi lo otorgan, y los infantes de Carrion persuadidos de que el Cid se daria con esto por satisfecho, ponen las espadas en manos del rey: este las desenvaina, relumbrando toda la corte, segun la espresion pintoresca del poeta ; las entrega al Cid, y este mirándolas con gozo da la una á su sobrino Minaya y la otra á Martin Antolinez el burgalés de pro. Hecho esto pide que los

que

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