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bunal supremo de justicia, comandantes jenerales, jefes políticos, empleados de los minis terios y los jefes y oficiales de la estinguida milicia nacional voluntaria, prohibiéndies para siempre la entrada en la capital y en los sitios reales, á los que no podrán acercarse á quince leguas en contorno. S. M. quiere que esta sobe. rana resolucion no comprenda á los individuos que despues de la entrada del ejército aliado han obtenido de la junta provisional ó de la rejencia, el nombramiento de un nuevo empleo ó su reintegro en el que habian recibido de S. M.. antes del 7 de marzo de 1820, pero con la rigu rosa condicion de que unos y otros hayan sido purificados (1)."

Tal es el lenguaje de la ecsaltacion que no

(1) Debemos advertir que hasta entonces solo se habian purificado un corto número de empleados civiles de los que residian en Madrid; que aun no se habia establecido el modo de purificarse los mili tares, y que en cuanto á los diputados á córtes, á los consejeros de estado, y á las demas clases desig nadas en el decreto, no se les admitia á purificacion, sino habian sido empleados antes del 7 de marzo de 1820, es decir que de los individuos que gozaban fa vor y á quienes esceptuaba el real decreto, apenas habia media docena que estuviesen purificados.

respira sino venganza, que no se para delante de las mas graves dificultades, de las mas palpables. Claro está que mientras no se revocase el decreto, ninguno de los que se hallaban en él comprendidos debia quebrantarlo, basta ba por consiguiente desterrarlos sin añadir el bárbaro para siempre. Mas era necesario que brillase en la órden real el furor del partido que la dictaba y que queria privar al rey de la facultad de ser clemente haciendo el decreto irrevoca

ble por las palabras para siempre. Este es sin contradiccion el camino mas corto para locar el blanco que se desea.

En todas las clases desterradas por el decreto contábanse personas que se habian distinguido por su amor al monarca, y que lejos de merecer castigo merecian recompensa. Saltaban á los ojos la injusticia y la imprudencia de proscribir por clases, y en él supuesto de que hubiese habido fundados recelos de que algunos malvados pudiesen atentar á la vida del príncipe cuando acababa de salir sano y salvo de la isla gaditana, ó que se quisiese alejar del rey á los ό que mas hubiesen descollado en los desórdenes, el número de los desterrados debia ser muy reducido; pero así no conseguian su objeto los realistas furibundos, porque no llegando sus rayos á las clases enteras no estorbaban que

el monarca escuchase la voz de los que á toda costa deseaban separar de su lado. Conseguido el fin que se habian propuesto, poco importaba que el número de los proscritos ascendiese á muchos miles, y que la injusticia y la impolitica sorprendiesen á todos los españoles.

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Lo que principalmente demostraba lo absurdo del decreto, era comprender en él los jefes y los oficiales de la milicia nacional voluntaria, porque remontábase la suma á un nú• mero infinito de individuos, habiéndose reno. vado los oficiales dos o tres veces. Debemos recordar que muchos individuos se habian declarado voluntarios, aunque no lo fuesen, en un principio, cuando las facciones aun no ha bian tomado todo su vuelo, y entonces habian sido elejidos oficiales de la milicia nacional hombres de la opinion mas recomendable, sobre todo de la clase de propietarios. Muchos renunciaron su destino cuando vieron los grados. que subia el termómetro de la democracia; á otros se les habia destituido del empleo por sospechosos, y tampoco faltaban algunos que habiau continuado en el desempeño de sus funciones para no esponerse á ser perseguidos. Tampoco debe pasarse en silencio que en muchos puntos de la Península los voluntaries na. cionales habian sido constantemente los defen

sores del órden público, y sin embargo el decreto á ninguno esceptuaba, hallándose comprendido en él los oficiales y los jefes de la milicia nacional voluntaria de Pamplona, que fueron desarmados por órden de las córtes, del mismo modo que los batallones que desde Madrid escoltaron el rey á Cádiz.

Por este decreto imponíase á los que habian sido jefes y oficiales de voluntarios nacio nales, y que residian en el camino de santa Maria á la córte, ó á cinco leguas de distancia una pena de que quedaban libres los demas del reino, á no ser los de Madrid y de quince le. guas del rádio de la villa, y de los demas sitios. reales, á quienes se espulsaba para siempre de sus hogares. El número de los postreros pasaba de ochocientos, y casi todos vivian del comercio y de la industria que habian establecido en los pueblos de donde eran arrojados, ó tenian en ellos propiedades que requerian su presencia para alimentar las familias. De suerte que á los otros oficiales de voluntarios nacionales de Es. paña se les imponia la pena de no poder acer. carse á Madrid ó á los sitios reales: algunos se veian obligados ademas á abandonar su domici lio hasta que el rey hubiese pasado por su pue blo, si este sc hallaba á cinco leguas del camino; mas los últimos se veian castigados con la

terrible pena de destierro para siempre del se no de su familia, sin que entre unos y otros hubiese mas diferencia de culpa que el haber residido en puntos diversos. ¡O sabiduria de las pasiones! ¡O prudencia del espíritu de partido!

Por otra parte, si los mismos ajitadores

hubiesen trabajado para convertir en dias de llanto y de luto los dias que, segun los realistas, debian consagrarse á la alegria y á la felicidad, hubiesen podido escojer un medio mas eficaz que el de sembrar el descontento por el tránsito del monarca entre un gran número de familias, la mayor parte distinguidas, que al ver á S. M. no podian menos de llorar la ausencia de un padre, de un esposo, de un hijo, de un amigo, de un pariente, ausencia causada por la presencia del príncipe? Quizás recibió el rey la hospitalidad en casas de donde habia tenido que alejarse un hijo ó un amigo íntimo, en virtud del decreto que antecede. ¿Podria ser sincera la alegria manifestada por semejante familia? ¡Quizás en diciendo Yo lo quiero se ahogarán los sentimientos que despiertan la sangre y la ternura, y se obligará tambien á los hombres al amor y al odio! ¡Asi aseguraron al rey el afecto de los pueblos los absoluListas que le rodeaban: tales eran los caminos

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