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terminar sí mismo y en provecho suyo la

por

crisis Peninsular. Y ademas el nombre de sus jefes salidos casi todos de las últimas clases del pueblo y del clero, descubria en su seno la presencia de una fuerza demagójica, cuyas manifestaciones serian pronto temibles al poder que consintiese en utilizar tales elementos.

Solo pues del partido moderado podia es. perarse la futura felicidad de España, porque él solo no habia dado todavia el tipo. Dividido en asociaciones y en matices tan numerosos como sus adversarios, compuesto de una porcion notable de la grandeza, y de la majistratura, de oficiales superiores, de comerciantes, de propietarios, de dignatarios eclesiásticos, de lo mas selecto de los afrancesados, partido arrojado del gobierno despues de la crisis de julio, nada podia por el camino legal y menos aun por la fuerza. Esperar de circunstancias remotas que recobrasen eventualmente la influencia estos hombres numerosos pero aislados, era en. tregar al temible acaso la cuestion española, que todos los gobiernos de Francia debian pro. curar decidir en el sentido de su principio. La intervencion francesa podia sola volverá sus sillas á aquel partido á quien los acontecimientos habian precipitado, no obstante que era el

único capaz de empuñar con acierto las riendas del gobierno hispano.

Al presente que los entendimientos reflecsivos comienzan á apreciar en su valor el siste ma seguido por espacio de tres años en nuestras relaciones con el gabinete madrileño, nadie echa en cara al antiguo gobierno una espedicion, ante la cual vaciló largo tiempo, por que su error no fue emprenderla, sino no haber fijado antes su espíritu. En vez de ponerse humildemente al arbitrio de la voluntad real, que no estaba en estado, ni tenia el derecho de ser ecsijente, debian habérsele impuesto condiciones, y la perspectiva de la libertad hubiera parecido dulce á Fernando aun á este precio. En vez de presentarse como ejecutora de los decretos de la Europa continental, y como vanguardia de sus ejércitos, tocaba á la Francia, sin desechar el concurso moral que le habian ofrecido, obrar por sí misma, conforme á sus principios y á sus intereses, conforme á su derecho muy lejítimo de asegurar su influencia en la Península. A la caida de la insurreccion militar, debió seguir un gobierno constitucional, y el vencimiento de los principios demagójicos era tan precioso para las potencias, que se reunieron en Verona, que lo hubieran acep. tado como un don del cielo. En vano el parti

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do á cuyos ojos, una operacion combinada con el doble interes de la dinastia y de la Francia, era una mera cruzada de derecho divino, hubiera pretendido que al libertar á Fernando no se debia sustituir al yugo estranjero el de una faccion; la respuesta era muy fácil: no se trataba de ejercer coercion alguna sobre la volun tad presunta de un principe que lejitimaba la intervencion estranjera, sino sobre el carác ter de una revolucion incapaz de arreglarse por sí sola, y que amenazaba nuestras instituciones y nuestras fronteras. Desde aquel punto para pre venir en lo futuro los peligros análogos ó de naturaleza opuesta, pero igualmente peligrosos, la Francia tenia el derecho de consultar su politica. La intervencion verificada en este sentido, ejercia en el interior una poderosa influencia sobre la opinion; despojaba á Inglaterra del pa pel que su gabinete queria tomar en las reuniones de la santa alianza, y hubiera podido nacio nalizar el principio represetado por la casa de Borbon, siendo el instrumento de la rejene. racion pacifica de España, y tambien sin duda de Portugal, donde el bondadoso Juan VI hubiera abierto de antemano su corazon á las ideas rectas y jenerosas.

Hubiéranse encontrado tal vez algunas dificultades, menores sin embargo que el concur

so activo ofrecido por tantos hombres honrados á quienes iba á atacar una reaccion brutal. Hubiérase oido á los antiguos tragalistas proclamar la inquisicion y el rey absoluto; el Trapista y Merino hubiesen protestado; Bessieres se hubiera hecho fusilar algun tiempo antes, y la insurreccion de los agraviados en vez de estallar en 1827 hubiera comenzado á tiempo de que el ejército frances al salir pudiese acabar con ella. El gobierno de las Tullerias hubiera conocido, si los partidos no hubiesen fascinado sus ojos y violentado sus manos, que para él lo mismo que para España, una transaccion era mas apetecible que la victoria. Y el medio mas seguro de conseguirla era, á lo que parece, ocupada la capital de la monarquia y amenazados los liberales de un ataque inmediato, negociar en Sevilla con el rey, con la parte moderada de las cortes y con la mayoria del consejo de estado. Apoyábanse entonces en la grandeza (1) y en los jene. rales casi todos favorables á estas miras conciliadoras, que determinaron por sí solas su sumi

(1) Representacion á su alteza real el príncipe jeneralísimo á su entrada en Madrid.

sion (1). Pero retrocedióse ante las sordas resis tencias de Paris mucho mas que, delante de la resistencia de España, y actos parciales testifi caron al mundo que los franceses coniprendian todos sus deberes, pero que no se hallaban en el caso de llenarlos (2).

á

Instalóse una rejencia, cuyo primer acto fue llamar solemnemente al ministerio á los hombres mismos que ocupaban sus sillas en marzo de 1820, teniendo cuidado de poner la cabeza de esta lista, sin duda por etiqueta, el nombre del confesor del rey D. Victor Saez, ignorante mediania, cuya mision única era recordar los tiempos que le parecian modelos de la monarquia española, como los del padre Nithard y de Cárlos II. Las medidas adoptadas

(1) Carta del conde del Abisbal al conde de Montijo de 11 de mayo Proclama de Morillo de' 26 de junio. Capitulacion de Ballesteros 4 de agos

to etc.

(2) Carta del daque de Angulema al rey de España, 17 de agosto. Ordenanza de Andujar, que prohibe á las autoridades españolas hacer arrestos por causa de opiniones políticas sin la antorizacion anterior de los comandantes de las tropas francesas, y somete á la vijilancia de las mismas á los periódi cos y á los periodistas.

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