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OBSERVACIONES

sobre

EL ESTADO DE ESPAÑA

La revolucion de España no se terminó con la salida del rey del puerto de Cádiz, ni con su llegada á Madrid. Tan solo un gobierno esperimentado, prudente y vigorosó podia ahogar los numerosos jérmenes de descontento que habian sembrado los partidos á manos llenas; y desgraciadamente los que dirijian los negocios pú

blicos no poseian tales cualidades, ó veían contrariadas sus miras por los mismos que debian haberlas sostenido. Réstame todavia añadir un capítulo á mi ecsámen, y para que dé fruto debo imponerme la penosa tarea de recorrer rápidamente los principales actos del gobierno español posteriores á la entrada del monarca en la capital de la monarquía.

La caida del canónigo D. Victor Damian Saez y de sus compañeros, y su reemplazo por individuos que no pertenecian al realismo ecsal tado (1) ecsasperaron á los realistas mas furibun¬~ dos que se dieron prisa à suscitar ostáculos al nuevo ministerio, y á estorbar por todos los ca

(1) El jefe del nuevo ministerio que reemplazó al de D. Victor Saez, fué el marqués de Casa. Irujo, caya sensible muerte causó males sin término á la desventurada España. No porque la historia deba colocarle por sus cualidades en el rango de los hombres eminentes, sino porque en circunstancias dadas ninguno era mas á propósito para imprimir á los negocios esteriores é interiores la marcha de modera➡ cion y de tolerancia que convenian al interes del monarca y de la nacion. Sin duda ninguna, si el marqués hubiera vivido, no hubiese prevalecido el estúpido sistema de Calomarde, a cuya ignominiosa direccion deben atribuirse casi todos los infortunios de la patria.

minos lícitos ó vedados el que Fernando se enr tregase confiadamente en sus manos. Los minis tros debian haber encontrado el apoyo de las personas del mas alto rango, que por el contrario declararon la guerra á los proyectos de los ministros, y emplearon su influencia en conseguir que el monarca adoptase las medidas de mayor importancia sin consultar á sus secreta rios del despacho. El príncipe se negaba al prin cipio á sentar en el poder á otras personas por que sin duda las córtes del Norte y principal mente el gabinete de las Tullerias, le recomendaban en estremo á los que empuñaban actualmente las riendas; mas aunque los sostuviese el cuerpo diplomático, como carecian de la confianza del rey, saltábales á cada paso un tropiezo y renovaban sin cesar la oferta de su dimision que no era admitida. No es difícil adivinar á que estremo llegaria el desórden en niedio de una situacion tan estraordinaria.

El ministerio en jeneral no es responsable ni de los males que produjeron los decretos promulgados, ni del bien que pudiera haber manado del trono en aquella época, porque se desechaban cuantas medidas de conciliacion y de firmeza proponia, al propio tiempo que sin noticia suya se decretaban otras que tendian á eternizar el desórden y á dar pábulo á las pasio

nes de los realistas ecsaltados; sin embargo no todos los ministros se hallaban en el mismo caso, puesto que vimos á algunos conservarse siempre en la gracia de Fernando sin soltar el gubernalle del estado, aun cuando cayeron los princi pales individuos.

El primer cuidado de los gobernantes fué licenciar los restos del ejército constitucional, es decir los cuerpos que habian militade bajo las órdenes del conde de Cartajena y del jene. ral Ballesteros, y los que habian capitulado en las plazas fuertes. Mas esta operacion se ejecutó precipitadamente descubriendo los mas vivos recelos de las tropas, tratándolas en jeneral con la mas insultante altaneria cuando estuvieron desarmadas, y perdiendo la mayor parte de las armas, caballos у uniformes. Dábanse tanta prisa á disolver los batallones, que no tomaban ninguna precaucion para conservar los efectos pertenecientes al estado, y que sin embargo seriau muy pronto necesarios para organizar un nuevo ejército. Hasta los mismos reclutas arrancados pocos meses antes de sus hogares esperimentaron malos tratos en el modo como

fueron despedidos del servicio: y así es que

le

jos de agradecer los mancebos la licencia que se les daba, murmaron contra un gobierno que los trataba como criminales, y no solamente no

les suministraba ausilio alguno para reunirse á sus familias, sino que tambien los esponia á los insultos del populacho.

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No obstante que se debia á los jefes y á los oficiales un atraso considerable, únicamen. te se les facilitó un mes de paga, espidiéndoles sus retiros sin darles esperanza alguna para lo futuro. El decreto que señala á los jefes y capitanes la mitad de su sueldo, y las dos terceras partes á los oficiales subalternos, no se pro mulgó hasta el 8 de marzo de 1824, sien. do así que el licenciamiento habia comenzado en el mes de noviembre de 1823. Parecia que se hubiese preferido el partido de ecsasperar á la mayoria de los españoles y precipitar el pais en los males de una reaccion; porque si tal no hubiera sido la intencion de los que gobernaban la nave pública, ¿por que retardar un decreto que dado en el momento en que se disolvia el ejército, hubiera ahorrado mucha parte del descontento que esperimentaba? pero realmente los que se opusieron en 1823 á que se señalase sueldo alguno á los licenciados, se opusieron del mismo modo en todas las épocas, porque su divisa es llevarlo todo al estremo y no admitir transaccion alguna con los que no pertenecen á su bando. Y como no estaba en su mano ahorcar ó desterrar del reino á los once ó

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