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se irá subiendo hasta las leyes supremas: las que presiden la evolución universal; las que no tienen valla ni limite en las fronteras de los Estados ni sufren la acción demoledora de los siglos, porque trascienden al tiempo y al espacio; las que, hablando en rigor, constituyen el substrato de la filosofia de la historia. Medio, costumbre y necesidad, había dicho Lamarck al distinguir los tres hechos determinantes del desenvolvimiento animal; raza, medio y momento, explica Taine (variando apenas la concepción spenceriana) al señalar los tres factores sustanciales del desarrollo de los pueblos; y asi como el medio, la necesidad y la costumbre, ayudados de las leyes de localización y selección, separaron y adecuaron los órganos y constituyeron las especies, mecánica y necesariamente, por el solo ministerio de la Naturaleza: así también, por el mismo ministerio de la Naturaleza, fatal y matemáticamente, la raza, el medio y el momento, asistidos de la ley de adaptación, determinan la marcha de los pueblos y de las naciones. La ciencia histórica no debe, pues, acusar ni defender, censurar ni aplaudir: pone "al lector avisado (ya lo ha dicho el Dr. Rivas) no en condiciones de servir de juez, sino en las de procurarse una convicción saludable a sus deberes"; fija empiricamente los estados sociales, y mediante ellos conoce con plena certeza matemática los hechos y civilizaciones que vendrán; piensa con Taine que "los problemas históricos no son sino problemas de mecánica", que "la virtud y el vicio son productos como el vitriolo y el azúcar", y que el hombre es tan sólo "un teorema que anda", una simple pieza de la admirable máquina del universo 5 ;

(4) "El objeto final de la ciencia es la ley suprema (escribe Taine), y el que pudiera penetrar en su seno vería correr, como de un manantial perenne, por canales distintos y ramificados, el torrente eterno de los acontecimientos y el mar infinito de las cosas". (V. Menéndez y Pelayo: "Hist. de las ideas estéticas en España", VIII, Madrid, 1927.)

(5) Nótese con Menéndez y Pelayo que este determinismo positivista de Taine, influencia palpable de la doctrina de Condillac,

los factores físicos, los factores fisiológicos, el comercio, la imitación, el medio, la raza, la época, en una palabra, la naturaleza exterior: he ahí la causa suprema de la evolución humana.

La escuela histórico-determinista constituye, según esto, violenta reacción contra la aplicación al estudio de los hechos del pasado de la doctrina del libre albedrío, romantizado y erigido en único criterio por la filosofía enciclopédico-sentimental del siglo XVIII. Después de

no se mantuvo tan decidido durante toda su vida. Con el andar del tiempo se modificó de tal manera que ya en el Ensayo sobre el Positivismo inglés y en el Libro sobre la Inteligencia, el ilustre psicólogo casi se convierte en filósofo especulativo "mediante su ingeniosa teoría de la abstracción", que es, según él mismo declara, "facultad magnífica, fuente del lenguaje, intérprete de la naturaleza, madre de las religiones y de la filosofía, y única distinción verdadera que separa al hombre del bruto, y a los grandes hombres de los pequeños". Ni podía ser de otra manera: "era absolutamente imposible que Taine, nutrido con la médula de león de los fuertes estudios metafísicos, conocedor de Espinosa y de Kant y de Hegel, y conocedor además de todo el proceso moderno de las ciencias de observación, pudiera reducirse, a pesar de sus terminantes declaraciones, a ser analista al modo de Condillac o Destutt-Tracy, ni psicólogo al modo de Stendhal".-Nótese, además, con el mismo Menéndez y Pelayo: "en Taine ha habido siempre dos personalidades distintas que rara vez han vivido en corcordia": una, "el lógico intratable, apasionado de la línea recta, erizado de fórmulas y de abstracciones, en las cuales pretende encajar violentamente los hechos, deformándolos a veces mediante cierto mecanismo de artificiosa y aparente rigidez"; otra, "el Taine que todos conocemos y admiramos.. el artista que con sus descripciones vuelve a crear las obras de arte, y les da en ocasiones vida más intensa y duradera que la que lograron de su primer artífice... el espíritu agudo y flexible que por raro privilegio ha logrado hacerse contemporáneo de los más diversos estados del alma humana... el que ha convertido los libros de historia y de crítica en verdaderos poemas dramáticos o novelescos, donde la vida hierve más densa y palpitante que en la mayor parte de las novelas y de los dramas modernos... el que en los grandes cuadros de la época y en los retratos de escritores y de políticos ha sostenido y ganado mil veces la batalla de la pluma contra el pincel... el prosista de más nervio y más espléndida brillantez de color que actualmente (fines del siglo XIX) posee la lengua francesa”. (“Reseña histórica del desarrollo de las doctrinas estéticas en Francia durante el siglo XIX", "Hist. de las ideas estéticas en España", VIII, Madrid, 1927).

los altos aspectos retórico-dramáticos que alcanzó el cultivo de la historia entre griegos y romanos; a pesar de la vasta concepción histórico-filosófica del Universo, desde antaño ofrecida por Agustin, Orosio y Salviano de Masella 7, "la Edad Media apenas conoció más formas de narración que el seco epitome de los escribas monacales, o, al contrario, la pintoresca crónica, que con arte no aprendido y observación fresca y espontánea, sin profundidades de filósofos ni de repúblicos, toda exterior y objetiva, sin ir tras de otra cosa que tras el hilo de la narración misma, nos cuenta lo que pasó, en una prosa desatada, gárrula y encantadora, que parece gorgeo de pájaros o balbucir de niños"; y aunque la historia clásica, "madurada la primera vez bajo el sol del Atica y dilatada luego por los romanos con majestad consular e imperatoria", renació "gracias al maravilloso ingenio de algunos escritores florentinos" y españoles, y hasta halló nuevo adorno y precioso complemento en Fr. Jerónimo de San José, reducida a obra didáctica, mo

(6) Aunque fue general entre griegos y romanos la concepcin artística de la historia condensada en aquellas palabras de Cicerón: "Nihil est magis oratorium quam historia", hubo entre ellos algunos que la miraron como arte exclusivamente moralizador, al paso que otros la tuvieron por arte exclusivamente descriptivo: los primeros siguieron la conocida concepción de Tácito: "conciencia del género humano"; los otros adoptaron la fórmula de Quintiliano: "Scribitur ad narrandum, non ad probandum".

(7) S. Agustín, "De Civitate Dei"; Orosio, "Moesta Mundi”; Salviano de Masella: "De Gubernatione Dei".

(8) Para esta y las demás citas de que no se hace especial determinación en el presente párrafo, v. Menéndez y Pelayo, "La Historia considerada como obra artística", "Estudios de Crítica Literaria", T. I, Madrid, 1884.

(9) "Yacen como en sepulcros, gastados ya y deshechos (dice Fr. Jerónimo en su "Genio de la Historia"), en los monumentos de la venerable antigüedad, vestigios de sus cosas. Consérvanse allí polvo y cenizas, o, cuando mucho, huesos secos de cuerpos enterrados, esto es, indicios de acaecimientos, cuya memoria casi del todo pereció; a los cuales, para restituirles vida, el historiador ha menester, como otro Ezequiel, vaticinando sobre ellos, juntarlos, unirlos, engarzarlos, dándoles a cada uno su encaje, lugar y propio asiento en la disposición y cuerpo de la historia; añadirles, para su enlaza

ral y dialéctica, dio las últimas gloriosas muestras de si "en la austera y férrea elocuencia del P. Mariana, especie de estoico bautizado, inexorable censor de príncipes y de pueblos". A más de que viciado el renacimiento florentino por la falta de criterio universal, en manos de "un empirismo ciego, que tiene para cada caso su receta", sufrió la reacción del pensamiento histórico-filosófico de Agustín, Salviano y Orosio, el cual formuló "por boca de Fr. José de Sigüenza, en el prólogo de su Vida de San Jerónimo, la admirable teoria de los hombres providenciales”, precursora del Discurso de Bossuet, “donde sc ve caminar a los pueblos como un solo hombre, bajo el imperio y blando freno del Señor". Mas, cambiado el rumbo de la nueva corriente en manos de Herder y de Vico, asomó por primera vez la historia genuinamente cientifica, que multiplicó a principios del siglo XVIII el número de fuentes, libertándose de la esfera exclusiva de la política y la guerra.

El terreno estaba, pues, bien dispuesto para el desarrollo de la filosofía de la historia. Pero "el siglo XVIII (como dice Menéndez y Pelayo) no acertó a coger los frutos, cegado como estaba por el criterio más parcial, más estrecho, más sañudo y más desconocedor y despreciador del espíritu de otras edades que pueda imaginarse". Al aplicar a la historia aquel sentimentalismo dogmático que le es característico, miró solamente el aspecto libre y racional del hombre, con mengua manifiesta de las influencias físicas y fisiológicas, del ambiente, de la época, en una palabra, de la naturaleza exterior; e

miento y fortaleza, nervios de bien trabadas conjeturas; vestirlos de carne, con raros y notables apoyos; extender sobre todo este cuerpo, así dispuesto, hermosa piel de varia y bien seguida narración, y, últimamente, infundirle un soplo de vida, con la energía de un tan vivo decir, que parezcan bullir y menearse las cosas de que trata, en medio de la pluma y el papel". Con cuánta razón llama a estas palabras "hermosas y galanas" el Sr. Menéndez y Pelayo; y sobre todo, con cuánta razón dice de su sentido "profundo sentido. de lo que pudiéramos llamar la belleza estatuaria de la historia"!

imaginó un método de construcción, artistico, romántico, intransigente, en que todo fue función de los conceptos, y todo (hombres, instituciones y países) debía comparecer ante el autor, como ante severo tribunal, para recibir el fallo condenatorio o laudatorio de su ideologia. Fuera de que, poniendo una nota tan ingenua como anticientifica, advirtió en todos los sucesos y circunstancias la acción directa y simplista de la Naturaleza, sustituida en labios ortodoxos contaminados de semejante método de estudio, con la Divina Providencia, quien, dicho sea de paso, con la misma mano soberana pero de muy otra manera viste los lirios de los campos y dirige al través de los siglos la infatigable marcha de los pueblos.

Las ideas, pues, y solamente las ideas, gobiernan y señalan según esta teoría fantástica y sentimental los destinos del mundo. Su bondad, su belleza, su justicia, deslumbran el entendimiento y mueven la voluntad soberana, que enamorada se les aficiona y deseosa se les rinde. Según ellas, altruistas o egoístas, debe juzgarse en definitiva a hombres y naciones. Avasalladoras, absolutas, inmutables, resisten al tiempo y al espacio, y ganando el libre concurso de la voluntades, pues gozan la virtud exclusiva de someterlas, avanzan majestuosamente, llevadas de su intrínseca eficacia. Nada las detiene ni las modifica: el medio, la época, la raza, se hacen ante ellas dúctiles como la cera o el mármol en manos del artífice. Son como ríos o corrientes de ancho caudal que todo lo aniegan y remueven, y así fecundizan y cubren de frutos las tierras aledañas como arrastran y destruyen cuanto intenta detenerlas. Los grandes hombres hacen la renovación de las ideas con su excelsa visión intelectual (dijérase profética), o las llevan a la práctica mediante el libre ejercicio de su voluntad superior. Los genios conciben y ejecutan: pudiera afirmarse que crean. Por eso la historia debe ceñirse a los hombres renovadores, a los hechos de armas, a los gran

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