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INTRODUCCION

I

Señor Director:

Señores Académicos:

Nunca fueron tan proporcionadas la gratitud y la benevolencia ni marcharon tan de mutuo acuerdo la generosidad y los escasos merecimientos, como en este caso presente, en que, para llenar el sitial vacío de vuestro augusto senado, pusisteis los ojos en mi, modesto obrero de taller editorial y de claustros universitarios (si apenas devoto de libros, bibliotecas y archivos, estudiante, en cambio, de todo cuanto diga educación seria y maciza, ajena a improvisaciones y oropeles), distinguido hoy, por merced de vuestra gentileza, con una dignidad, corona de profesores y espejo de erudición y de sabiduría, destinada de suyo a varones insignes, ilustres veteranos de las letras patrias.

Vuestra obra es, pues, que alterne dentro de mi vida con la ruidosa actividad de máquinas y obreros, amables compañeros de trabajo físico, la actividad callada y fecunda de este ambiente apacible, donde todo respira recogimiento: desde las hermosísimas ojivas claustrales hasta la tupida y blanda hierba que decora el patio, y enmarca, como si fuera una esmeralda fantástica, el agua clara del estanque. Vuestra obra es, pues, que se apacienten en el silencio elocuente y en la sonora soledad de vuestro recinto mis oídos y mis ojos, acostumbrados desde largos años atrás al consorcio de la alegre algarada estudiantil, primero en los amados claustros lejanos de San Buenaventura de los Caballeros de Mérida, y luego bajo los anchos arcos hospitalarios de Santa

Rosa de Santa María de Caracas. Vuestra obra es, pues, que venga yo, mozo de hasta treinta años, hijo desconocido de la grandiosa montaña coronada de nieve, a sentarme a vuestro lado y a participar en vuestro diario banquete intelectual: muchos de vosotros habéis encanecido en el manejo de las ciencias y las letras, y muchos de vosotros paseáis en alas de vuestro nombre por todo el ámbito de la República y aun vais en bocas de la Fama por toda la extensión del Continente: en verdad puede decirse que sólo vuestra generosidad vence mis pocos merecimientos, y que en ningún caso como en el presente marcharon tan proporcionadas mi gratitud y vuestra benevolencia.

Habéis obligado aún más, si cabe, mi ya rendido agradecimiento, haciéndome sucesor de persona tan docta y de tan altos y callados méritos como el Dr. Angel César Rivas. Varón verdaderamente distinguido y de amplio horizonte intelectual, no disfruta todavía del lustre y de la fama con que habrán de honrar su talento las patrias generaciones futuras: su nombre no es vasallo del bombo mutuo, ni de las circunstancias sociales, ni de las camaraderías periodísticas: escribió, por el contrario, para exponer con sinceridad su propio criterio, sin que lo halagara el rodado aplauso con que las parleras mayorías intelectuales reciben siempre, servil la decantada libertad a quienes saben y quieren acomodárseles. Fue jurista sobresaliente, dedicado antes que todo a la difícil carrera internacional; y con tan buena suerte, que del profesorado de la Universidad de Caracas pasó a mayores cargos, y aun fue Ministro interino en el Despacho de Relaciones Exteriores. Colaboró con varios ensayos jurídicos y literarios, ya en la prensa del país, ora principalmente en la extranjera, y publicó una autorizada "Introducción al Derecho Comercial y al Procedimiento

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