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INTRODUCCIÓN

Coincidió la fundación del reino de Granada con las grandes conquistas de Fernando III y Jaime I. El instinto de conservación agrupó á los musulmanes españoles alrededor del caudillo de más alientos y este caudillo pasó por todo, incluso el declararse vasallo de sus enemigos los cristianos y el ayudarles con sus propias fuerzas á conquistar ciudades musulmanas, no sujetas á su señorío, á fin de conservar su poder y no privarse de la sombra de independencia de que gozaban él y sus vasallos.

Entonces fué cuando más comprometida se vió la existencia del nuevo reino y moros y cristianos creían facilísimo acabar con él; el progreso de las armas cristianas, merced al empuje de solos dos hombres, había sido enorme y nada hacía temer que el empuje cesara y nadie creía á los moros capaces de resistirlo; los que habían bajado por levante, desde las escabrosidades del Maestrazgo á las sonrientes vegas del Júcar y placenteras huertas de Játiva y se habían extendido por las fértiles comarcas de Andalucía, no deberían detenerse ante el rincón en que se habían rufugiado los restos del imperio almohade; al aumento de fuerzas y recursos de los cristianos correspondía una disminución de igual importancia en las fuerzas y recursos de los musulmanes; con cuanta fuerza menos contaban éstos, con tanta más contaban aquéllos.

Sentían, además, castellanos y aragoneses la confianza que da el triunfo y el entusiasmo que inspira un monarca triunfador; estaban prontos para el ataque y avezados á la victoria, mientras los granadinos ni podían sentir entusiasmo, ni su nuevo rey Benalhamar inspirarles la confianza que Fernando y Jaime inspiraban á los suyos, ni formaban una verdadera nación, ni siquiera Estado, porque los unos, los que vivían allí de antiguo, presa de las rivalidades de los aspirantes á reyes, no sabían quien sería mañana su rey ó cual su capital, y los otros, los que en ese país habían buscado un asilo al echarlos de

sus domicilios ó abandonarlos ellos voluntariamente para no caer en manos cristianas, eran advenedizos y gente desmoralizada por los reveses, aventureros ó fanáticos, y todos ellos impotentes, por esto mismo, para detener los ejércitos cristianos, si los inmediatos sucesores de San Fernando y el Conquistador los hubieran echado con el mismo brío y dirigido con el mismo talento sobre aquel pedazo de tierra española, todavía musulmana.

Por sentir así se mostró tan sumiso con San Fernando Mohamed el Viejo y por lo mismo obraron como obraron los contemporáneos de aquel rey; tal era también la creencia de los de Fernando IV y Jaime II, si bien éstos con menos fundamento; ellos precisamente contribuyeron más que nadie a dar estabilidad al nuevo reino, porque aunque apenas había transcurrido medio siglo desde sus antecesores de los mismos nombres, en ese medio siglo había tenido tiempo de afianzarse la dinastía nasarí, el reino para constituirse y el pueblo para disipar sus temores de una próxima absorción y adquirir confianza en sí mismo.

Que ese concepto de la debilidad de Granada era un tanto equivocado lo demuestra su historia, su conquista principalmente y las dos sublevaciones de moriscos que la siguieron; pero los hombres del siglo XIII no aleccionados por esos sucesos, juzgando por lo que veían, esto es, por la relativa facilidad con que se habían enseñoreado de tantos y tan renombrados territorios y ciudades, ni escarmentados por reveses de monta, juzgaban así, al paso que nosotros miramos más á lo mucho que costó acabar con aquel reino y pacificar su territorio que á sus principios y modo de formarse.

Tres causas coadyuvaron á sostener el reino de Granada y á prolongar su existencia: la constante tutela de los marroquíes, la participación que los cristianos le dieron en sus asuntos interiores y el haberle declarado de la conquista exclusiva de Castilla.

Los alahmares siguieron con los benimerines una política muy diferente de la seguida con almoravides y almohades por los príncipes andaluces de aquellos tiempos; el recuerdo de Almotamid de Sevilla no se apartó nunca de su memoria y si procuraron tener propicios á los sultanes, quisiéronlos siempre á respetable distancia y si echaron mano de ellos contra los cristianos, también de éstos se valieron contra ellos cuando demostraron demasiado apego á la tierra de España. Querían de África favor y ayuda, mas no dominio, y solventaron la dificultad creando aquellos cuerpos de zenetes, base y nervio de sus ejércitos, que llama Benjaldún voluntarios de la fe, los cuales supieron sin embargo manejar tan diestramente que no degeneraron en pretorianos ni nunca su jefe suplantó en sus funciones al verdadero rey.

La intervención que se dió á los moros en las discordias internas de los cristianos de la península fué fatal para la Reconquista: y precisamente apenas nacido el reino de Granada sobrevino uno de los pe

ríodos más calamitosos, durante el cual sus fuerzas se vieron solicitadas grandemente con ofertas, como es de suponer, de concesiones de todos los órdenes, lo que por de pronto contribuyó á darle importancia y á que se creyera fuerte, y como en aquellas circunstancias lograron los granadinos algunos triunfos, el Estado fué ganando cohesión y con ella pujanza, al mismo tiempo que conciencia de su propio valer y respeto de sus enemigos.

Pero el hecho más decisivo en contra de la reconstitución de España, ideal político de la Edad Media, fué sin disputa el haber declarado & Granada conquista de Castilla, por efecto de aquella creencia de no ser difícil realizarla; con ello se apartó de aquel fin nacional un poder no despreciable, que había coadyuvado briosamente y con éxito á la restauración del poder cristiano en la península; segregóse del capital nacional una importante partida, cuya falta se dejó sentir en lo sucesi. vo; el gravamen de acabar lo comenzado en Covadonga debió pesar en adelante sobre una de las tres regiones, en que se dividía la España restaurada, y esa región sólo con mucha pena pudo soportarlo en circunstancias normales y en las arómalas debió reconocer su impotencia, llamando en su socorro á sus hermanas. Las fuerzas se equilibraron y este equilibrio prolongó la lucha de tal modo que no se tiene noticia por ninguna historia de tan continuada guerra de naciones tan vecinas y contrarias» é hizo que los moros anduvieran «siempre iguales con el poder cristiano haziendo que la Corona de Castilla (en su mayor prosperidad) se contentasse con pequeños parias» (1); no fueron exclusivamente las guerras civiles de los castellanos ó la poca afición que los grandes de este reino tuvieron de que el de los moros se acabasse ó el mismo tiempo que tiene su curso», como dice el propio autor, las causas de aquella secular lucha, sino aquel hecho de apartar la Corona de Aragón de la Reconquista, causa á su vez de las guerras civiles de los castellanos y de la poca afición mostrada per los grandes de Castilla á terminar en España la dominación mahometana.

Segura desde entonces Castilla, por el apartamiento de la reconquista que impuso á la Corona de Aragón, de que nadie se le adelantaría en ganar aquellos territorios, olvidó la obligación de ganarlos; tranquila también, sobre todo después de la victoria del Salado, respecto á las consecuencias que pudiera traer á su vida la existencia de un Estado musulmán vecino y persuadida de que no se renovarían antiguos desastres, no se mantuvo siempre alerta y siempre apercibida y esto produjo dos efectos contrarios entre sí pero igualmente perniciosos.

Cesó el temor á los moros y desapareció el estímulo: precisamente los celos de los Reyes cristianos anteriores al siglo XIII por poner sus

(1) ARGOTE DE MOLINA. Nobleza de Andalucia, pág. 100.

fronteras más aquí ó más allá fueron causa de algunos avances de las armas cristianas: las correrías de Fernando I y Alfonso VI hacia levante no tenían otro objeto que el de cerrar á navarros, aragoneses y catalanes toda salida hacia el S.; Ramón Berenguer III y Alfonso I de Aragón encaminaba cada uno sus operaciones en la comarca de Lérida á que no fuera el otro el que se apoderara de esta ciudad; la conquista de Cuenca por Alfonso VIII fué consecuencia de la de Teruel por el segundo de los Alfonsos de Aragón, á quien se le echó así hacia el mar, imposibilitándole todo acrecentamiento en el interior; Alfonso el Sabio, todavía infante, se metió por tierras de Murcia y fué cercenando cuanto pudo las adquisiciones de Jaime I hasta lograr detener definitivamente sus pasos y dejar para Castilla sola la reconquista de todo el país musulmán de este lado del Estrecho. Al cesar el estímulo vino la inercia y cesaron las operaciones militares contra Granada, que se redujeron á rápidas correrías ó al sitio de alguna fortaleza, todo ello más aparatoso y brillante que de verdadera finalidad en la obra de expulsión de los musulmanes.

En las regiones central y extremas se olvidó del todo aquel deber nacional y las consecuencias de la lucha permanente entre cristianos y musulmanes hubieron de pesar sobre solos los andaluces, porque la vecindad les imponía aquel deber como una necesidad de su existencia; el particularismo y la falta de cohesión de la España medioeval, aun dentro de Castilla, hacía que no se considerase como desgracia propia la que pesaba sobre una sola comarca, y el poder real, único común y único lazo entre éstas, se satisfacía al organizar un ejército con que le siguieran los nobles y los pueblos dieran dinero para levantar tropas; de este modo, los que por vivir lejos de la frontera no padecían los males de los fronterizos, se fueron acostumbrando á ver en las empresas contra Granada una calamidad para ellos, un gravamen y un impuesto extraordinario, y las empresas, naciendo muertas por no vivificarlas el espíritu popular, se redujeron cuando más á la toma de Antequera ó á la batalla de Higueruela, todo de muchísima menos importancia que cualquiera de aquellas correrías de los reyes del siglo XII, que asolaban el país y ponían á sus habitantes en el trance de rendirse ó emigrar, enriqueciendo al propio tiempo á los invasores, de donde el adagio «á más moros más ganancia».

Contribuyó no poco también á ese enmohecimiento de las armas castellanas la situación de África: si los moros granadinos no daban miedo y casi inspiraban desprecio á los cristianos, los africanos en cambio causaban verdadero pavor y espanto por el número de soldados de á pie y de á caballo que podían poner en el campo de batalla, entonces que un ejército de diez mil combatientes era casi un ejército imaginario y fantástico. Este pavor mantuvo el espíritu militar en los reinados de Sancho el Bravo y de su hijo y nieto, pero rechazada por éste la última invasión africana, ese temor desapareció y

quedaron las acometidas contra los moros como un recurso, utilizado por casi todos los reyes al principio de su reinado, para ganarse popularidad ó sacar dinero, que luego consumían atenciones muy diferentes.

Pero Castilla, nacida en la guerra y organizada para la guerra, lo mismo que Aragón, no podían vivir en paz y sobrevinieron en la primera las luchas entre el rey y los nobles, que agitaron el reino desde mediados del siglo XIII á las postrimerías del xv, el tiempo en que estuvo abandonada la Reconquista, y Aragón se salió de su cauce natural y luchó en lejanas tierras en empresas heroicas pero estériles ó por ganar territorios nunca bien asimilados y cuyo sostenimiento en la obediencia costó ríos de sangre y oro.

Y es que los monarcas de Castilla, por creerse los legítimos y únicos sucesores de los reyes visigodos, mostraron aficiones al imperio de toda España y consideraron su derecho á ocupar el país dominado por los musulmanes preferente al de los monarcas de Aragón; la idea era sin embargo popular: Castilla quería para sí sola el reino entero de Granada y la rectificación de aquella política que intentó imponer Fernando IV á sus súbditos, fué mal vista y hubo de fracasar.

Pero la eliminación no podía ser total y absoluta; es verdad que la situación de derecho creada privaba á la Corona de Aragón de toda comunicación directa con Granada, pero ni los moros se avenían á ello, ni á tratar á los aragoneses sino de igual á igual y no por mediación de Castilla, ni á considerarlos como neutrales cuando luchaban con los castellanos. ni éstos disponían de fuerzas suficientes para imponerse y obligar á sus vasallos nominales á serlo de hecho, respetando las personas y bienes de sus amigos.

La vecindad entre los tres los ponía en íntimo y constante contacto y en una época en que el estado normal entre cristianos y musulmanes era la guerra de exterminio, mientras no se pactara lo contrario, era imposible evitar que de ese contacto surgieran complicaciones que los mezclaran en contiendas de mayor ó menor importancia, ni solucionar siempre esas contiendas por los rodeos que imponía la situación de vasallaje de Granada respecto de Castilla.

Alguna vez fueron los moros, cuya diplomacia siempre ha sido igual, los que se sintieron ofendidos de que los aragoneses se les vinieran encima, considerando que su pleito debía tener por parte contraria Castilla únicamente; los reyes castellanos en tiempos normales, en los cuales su supremacia sobre los granadinos era indiscutible, mantuvieron con altivez sus derechos y quisieron ser solos, pero en los de peligro, cuando no era sólo el poder granadino el que debía combatirse sino el africano también, solicitaron el concurso de sus compatriotas, que nunca les fué negado, porque nunca olvidaron que tanto les iba á ellos como á Castilla en la gran obra nacional, y que no por haber ésta tomado para sí lo que debía ser obra común, se vería

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