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de su abuelo Ramiro, parecióse al de su padre Ordoño en haber tenido que hacer el primer ensayo de sus armas en reprimir una insurreccion de los alaveses, siempre inquietos y mal avenidos con la dominacion de los reyes de Asturias. La presencia y resolucion del jóven monarca, que voló á apagar aquel incendio, desconcertó á los sublevados, que asustados ó arrepentidos, le prometieron obediencia y fidelidad, y el autor de la sedicion, el conde Eilon, prisionero y cargado de cadenas fué llevado por Alfonso á Oviedo y encerrado alli en un calabozo, donde acabó sus dias (). El gobierno de Alava fué confiado al conde Vigila ó Vela Jimenez (867).

(1) Sampiro, Chron. p. 838.La tradicion vascongada supone que apenas regresó Alfonso á Óviedo los habitantes de Vizcaya, provincia entonces comprendida en Alava, se rebelaron coutra Alfonso, y congregados so el árbol de Guernica nombraron por su señor ó jaona á uno de sus compatriotas llamado Zuria: que Alfonso despachó á Odoario á sofocar esta nueva insurreccion, y que habiendo encontrado á los sediciosos en la aldea de Padura, no muy lejos del sitio donde mas adelante se edificó Bilbao, so empeñó un sangriento combate, en que las tropas reales quedaron completamente derrotadas y muerto su gefe: que en memoria de tan señalado suceso el lugar de Padura tomó el nombre de Arrigorriaga, que en la lengua del pais significa piedras bermejas, aludiendo á la mucha sangre de que quedó teñido: que Alfonso

ocupado en otras guerras no pudo ó no cuidó de vengar esta derrota, y que de aqui data la independencia del señorío de Vizcaya, suponiendo á los señores de la tierra descendientes y sucesores de Zuria. Mas como todas estas relaciones no se apoyan en documento alguno histórico de que tengamos noticia, nos contentamos con indicarlas sin admitirlas.-Sobre esto y sobre los demas precedentes en que pretenden los vizcainos apoyar la antigüedad de su señorío, trató de propósito el erudito Llorento, Noticia de las Provincias Vascongadas, tom. I. cap. 9.Todo esto acogió con su acostumbrada sinceridad el P. Mariana, y ademas supone un señor de Vizcaya nombrado Zenon, descendiente de Eudon, duque de Aquitania, de que no nos habla escritor alguno de aquellos tiempos.

Aunque de pocos años Alfonso, y teniendo, por rival á un príncipe tan avezado á los combates, tan valeroso y resuelto como Mohammed de Córdoba, estaba destinado á dar un gran impulso á la restauracion española y á merecer el renombre de Magno que se le aplicó y con que le conoce la posteridad. Una escuadra musulmana á las órdenes de Walid ben Abdelhamid se habia dirigido á Galicia. Al abordar á la desembocadura del Miño desencadenóse una borrasca de cuyas resultas se perdieron ó estrellaron casi todos los buques, pudiendo apenas el almirante Walid regresar por tierra á Córdoba, no sin riesgo de caer en manos de los cristianos. Alentado el rey de Oviedo con este desastre, atrevióse á pasar el Duero y tomó á Salamanca y Coria. Verdad es que no pudo conservarlas, porque los walies de la frontera se entraron á su vez por el territorio cristiano; pero en cambio, habiéndose internado mas de lo que la prudencia aconsejára, se vieron de improviso acometidos y envueltos en terreno donde no podia maniobrar la caballería, y una horrible matanza fué el castigo de su temeridad. Los árabes no disimularon su consternacion (868), y Alfonso se retiró tranquilo y triunfante á su capital.

Fueron los árabes, capitaneados por el príncipe Almondhir, á probar mejor fortuna por la parte de Afranc y montes Albaskenses. Tampoco fueron felices en esta expedicion. Almondhir intentó, pero no pudo 21

TOMO III.

tomar á Pamplona, defendida por García, hijo del otro García el yerno de Muza. Levantó, pues, el sitio, y dirigió sus huestes sobre Zaragoza, resuelto á castigar al viejo Muza que aun se mantenia alli. Prolongóse el sitio por todo el año, hasta que habiendo ocurrido la muerte de Muza, no sin sospechas de haber sido ahogado en su misma cama, se rindió la ciudad (870). Pero el espíritu de rebelion estaba como encarnado ya en el corazon de los musulmanes españoles, y á pesar de la muerte trágica de Muza, y de la rendicion de Zaragoza, otra sublevacion estalló en la siempre inquieta Toledo. Dirigíala Abdallah, nieto del mismo Muza, é hijo de aquel Lupo que habia vivido en Asturias en compañía del rey Ordoño. Era hombre de ánimo y de experiencia, y los cristianos fomentaban aquella rebelion. Acudió Mohammed en persona como en tiempo de Lupo, y limitóse como entonces á sitiar la ciudad. Cuando Abdallah conoció que no podia resistir á los numerosas tropas del emir, salió con pretesto de reconocer el campo enemigo, y despachó luego comisionados aoonsejando á los toledanos que se sometiesen á Mohammed. Poco faltó para que la plebe indignada despedazase á los enviad os de Abdallah; con dificultad pudieron contenerla los hombres mas prudentes y de mas influjo; al fin, aunque de mala gana, vinieron á capitulacion y se estipuló la entrega de la ciudad á condicion de que se echaria un velo sobre lo pasado. Muchos generales aconsejaban al emir que

hiciese demoler las murallas y torres de un pueblo en que se abrigaba gente tan indómita y díscola, y que seria un perpétuo foco de revolucion; pero los hijos de Mohammed fueron de contrario parecer y prevaleció su dictámen (1).

Realizóse en este tiempo un suceso que habia de ejercer grande influjo en la posicion respectiva de los cristianos entre sí y en sus relaciones con los musulmanes. Los vascones navarros que desde la derrota del ejército de Luis el Benigno en 824 en Roncesvalles habian sacudido la tutela forzosa en que querian tenerlos los monarcas francos, se habian sostenido en una situacion no bien definible, ni enteramente sujetos á los reyes de Asturias, ni del todo independientes, aliándose á las veces con los sarracenos para libertarse del dominio, ya de los cristianos de Aquitania, ya de los de Asturias, y gobernábanse por caudillos propios, condes ó príncipes, que ejercian entre ellos una especie de autoridad real. Los monarcas asturianos solian domeñarlos de tiempo en tiempo, pero manteníase siempre viva una rivalidad furesta para los dos pueblos, y funesta tambien para la causa del cristianismo. Ejercia esta especie de soberanía en aquel tiempo aquel García gobernador de Pamplona y de Navarra, hijo del otro García Iñigo, acaso el conocido con el sobrenombre de Arista. Viendo Alfonso III. la

(1) Conde, cap. 54.

dificultad de someter á García, y deseoso de robustecer el poderío de los cristianos, hizo con él una alianza política, que quiso afianzar con los lazos de familia, y pidió y obtuvo como prenda de seguridad la mano de su hija Jimena. De este modo esperaba reunir todas las fuerzas cristianas de España contra e comun enemigo. De cuyo principio nace que los caudillos, condes ó soberanos del Pirineo, comenzáran á obrar como reyes, considerando como separados de la corona de Asturias los territorios de Pamplona y Navarra, que hasta entonces se habian mirado como anexos, agregados ó dependientes (").

Hácia esta época se refiere la conjuracion que al decir del cronista Sampiro tramaron contra el trono y la vida de Alfonso sus cuatro hermanos ó parientes, Fruela, Nuño, Veremundo y Odoario; conjuracion que castigó el monarca haciendo sacar á todos cuatro los ojos, horrible pena que las bárbaras leyes de aquel tiempo autorizaban; añadiendo el obispo cronista la circunstancia difícilmente creible, de que Veremundo ó Bermudo, ciego como estaba, logró fugarse de la prision de Oviedo, y refugiándose en Astorga se mantuvo independiente en esta ciudad por espacio de siete años, aliado con los sarracenos (2).

Si fueron estas disensiones domésticas las que

(4) Sampiro, Chron. c. I.-Ro- de que volveremo á hablar luego. zase esto con el oscuro y cuestio- (2) Id. 1. c. nado origen del reino de Navarra,

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