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berle reclamado en nombre del catolicismo para restituirle á la Iglesia, hemos de parecerle audaz en extremo. Más de veinte años há que el bibliografo americano quiere monopolizar la grande imagen, y aunque proyecta esculpirla algún día á su modo, en tanto la va demoliendo por partes. >>

Hasta aquí la dureza de la forma no excluye la elección de la palabra; de ésta prescinde, asombrado ante la increible evidencia de ser Génova la ciudad que dió cuna á Colón, la que instigada por el clero se ha opuesto á su glorificación religiosa. Por jefe del complot señala á un curilla de SaonaAngelo Sanguineti, canónigo y académico, autor de una extensa biografía de Colón, que el Conde reprueba por plagio protestante de la de Washington Irving, propio de un abogado del diablo; así le dedica el libro que ha titulado Satanás contra Cristóbal Colón.

«El insípido Cornelio Desimoni, añade, no contento con admirar á su colega de Academia (Sanguineti), por complacerle ha osado atacarnos en francés. El buen hombre esperaba el honor de una respuesta; puede esperarla sentado. Su francés funambulescó

nos ha divertido mucho; le agradeceremos que repita.»>

Es de observar que en la crítica de los historiadores que tan largamente hace el Conde de Roselly, no aparece el P. Fr. Bartolomé de las Casas, y aunque más de una vez lo cita, puede presumirse que lo hace de referencia no habiendo leído el texto, á menos que el dilema de censurar acerbamente al Prelado que todo el mundo apellida Apóstol de los indios, por la ardiente caridad con que los defendía, ser el menor miramiento por el crédito de sus compatriotas, ó de dejar sin protesta las acusaciones de codicioso y cruel, á el Embajador de Dios, 187 entre tantas otras, explique el silencio.

De su propia persona no deja, en cambio, de hablar el Postulador, y porque sean también conocidos antecedentes, oportunos en la historia de el Adorador del Verbo, noticia al lector que hubo en Italia en tiempos del Rey Renato un Conde César Roselly y otro Antonio Roselly, á quien el Emperador Segismundo confirió el poder de armar caballeros, instituir notarios, legitimar hijos naturales y emancipar mineros.

Poder mucho mayor ha conseguido él con

la pluma, pues dice que la lectura de su Historia de Colón decidió al Rey Carlos Alberto á erigir el monumento que Génova dedicó á la memoria de el Revelador del Universo, y causó igual efecto en el Perú, dando origen al pensamiento de una estatua magnífica, efecto natural, toda vez que sus obras exhalan necesariamente aroma de santidad; se modifican y afirman las convicciones con su lectura, y el nimbo celeste con que ha ceñido la frente del Adorador del Verbo lo hace visible en todo el mundo.

XII.

Descubrimiento de los verdaderos restos de Colón en Santo Domingo.-Lección de historia patria á la Real Academia de la Historia.-Un libro de Mons. Roque Cocchia.-Ingratitud de España.

Llega en la revista de los sucesos el momento solemne en que la ciudad del Ozama saludó regocijada, con el estampido de los cañones y el clamor de las campanas, el hallazgo tan feliz como inesperado de los restos verdaderos del insigne Descubridor. Es acaecimiento que recuerdan todos por reciente y discutido, pero que el Postulador narra con la novedad de su fecundo ingenio, dentro de la preocupación de su objetivo, empezando por tanto el capítulo con advertencia de haber acudido España á procrear el error, queriendo persuadir al mundo entero que las cenizas de Colón estaban realmente en la isla de Cuba protegidas por su gloriosa bandera.

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