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broso, cuando la gente expedicionaria, sobrecogida del pavor de lo incomensurable, se subleva; el combate del Enviado de la salvación con un mónstruo horrible, que resulta ser lagarto inofensivo; el palacio encantado de Anacaona, templo del buen gusto, museo de curiosidades y obras maestras del arte de Quisqueya; recinto de la poesía y de la música, donde la bella reina, flor de oro, inspirada creadora de baladas y areitos, aunque nueva Cleópatra en los encantos, sufre desdén y muerte del feroz Comendador de Lares, con colorido deslumbrador muy semejante al que, para la última escena, ha inspirado la musa criolla; que no en vano mereció el autor del Cardenal Donnet el concepto envidiable de literato entre los más ilustres de Francia, cuando apareció este libro de agradable pasatiempo.

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La Historia póstuma, de índole distinta, mereciera buscando título adecuado al objetivo, el de Refutación universal á los que han escrito de Colón, con el cual desde luego se daría á entender que el texto sustituye con el enojo ordinario de los libros de polémica al más libre vagar de la pluma en los puramente imaginativos. Sin embargo, ni el títu

lo modificado, ni la persuasión de que una cosa es tratar de celajes purpurinos, de aves canoras y árboles seculares, y otra exponer con claridad y raciocinio seguro por qué cuantos osaron tomar en mientes el nombre del Demostrador de la creación, ciegos esclavos del error, no han vislumbrado lo evidente á los ojos del Conde de Roselly, prevendrían el ánimo á la sorpresa, al asombro más bien que con la lectura de obra tan original recibe.

El calor de la argumentación, la pasión que guiada por el despecho campea incisiva. sin disfraz ni miramiento, la genialidad intolerante, la frase que, si de algún tiempo á esta parte se ha visto estampada en cierto género de literatura, no había sido admitida todavía por escritores cultos; el método confuso, irregular y fatigoso, dando al libro singularidad extraña, determinan por paralelo con el otro un abismo de infranqueable profundidad.

LL

Verdad es que entre las dos obras discurridas por el admirador de Colón media intervalo de tiempo cercano á medio siglo, intervalo capaz de minar las facultades más felices, no estando reparadas al abrigo de la

razón y la prudencia. Verdad asimismo que el prejuicio es á la inteligencia lo que los vidrios de color á los ojos, y que no se persigue por vida una idea sin que á cualquier otra se sobreponga. Por ello acaso tenga explicación el arrojo con que penetra el Conde en asuntos delicadísimos de suyo, sin conocer los anales, las costumbres ni el país á que afectan, como el empeño de comentar documentos redactados en idioma que no entiende.

Más raros efectos de alucinación se han visto que el de estigmatizar á una nación por el pecado de acoger benévolamente al desconocido que venía cansado de ofrecer de corte en corte el mundo que nadie quería, y de poner á su disposición naves, hombres, dinero, autoridad, prestigio para el comienzo de empresa temeraria, con el resultado doblemente pecaminoso de asentar en el nuevo continente, á la par del habla y las costumbres, la civilización.

Ello es que el autor de la Historia de Colón, al pretender mostrar el héroe apostólico como instrumento de la Providencia, señalando los misteriosos indicios del augusto mandato que nadie había observado en me

dio de las agitaciones del mundo; queriendo hacer la historia verdadera y definitiva, por tanto, de su trabajosa vida, no ha empleado la fatiga del registro de archivos y protocolos en busca de documentos desconocidos, ni con acudir á las fuentes de cronistas contemporáneos españoles como más puras, se ha satisfecho; antes estimó que, desautorizándolos á todos, había de prevalecer su criterio inspirado, sin necesidad de prueba ó fundamento. Sacó de cualquiera de ellos la parte que convenía al plan madurado; tergiversó las contrarias; truncó, adulteró ó compuso á su antojo los textos; guardó estudiado silencio respecto de los que no admitían retoque, cortando, cual otro Alejandro, nudos dificultosos que no era capaz de desatar, y por incidente tomó de autores extraños-sin perjuicio de recargar con la condenación por herejes el injurioso desdén á todos aplicado, -especies utilizables, no de otro modo que la abeja industriosa pasa por ventura sobre la rosa y el clavel, posándose en las rústicas flores del cardo y el brezo.

Un compatriota del señor Conde notó ya hace tiempo que así se escribe la historia... á las veces; sírvale de juez, juntamente con

nuestro P. Mariana, más antiguo en expresar por aforismo semejante que en las cuentas de la historia no ha de asentarse partida sin quitanza.

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Presentada España en las páginas de la Historia póstuma, á manera de escenario de cuadros vivos, para que el fondo oscuro no distraiga la vista y destaque sutilmente el contorno de las figuras expuestas, la de la reina Doña Isabel la Católica, como secundaria, queda por favor en la penumbra, y dominada por D. Fernando que, en atención á la penuria del Erario castellano, consiente en adelantar los fondos necesarios á la expedición, á reserva de exigir el reembolso, reina y no gobierna, como sumisa esposa, no siendo de utilidad por tanto la simpatía que ha sabido inspirarle el Mensajero de la Cruz. Es el rey de Aragón el que elige y presenta á cuantos funcionarios han de entender en los negocios de Indias; en su presencia se postra la nobleza; ni existe más ley que su voluntad, ni otra regla que su capricho; el fruncir del entrecejo basta para que sean adivinados y cumplidos sus deseos por la turba de ministros, prelados y caballeros de la corte.

En este marco de las prendas que adorna

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