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III.

Concepto del Rey D. Fernando.-Persecución del Descubridor hasta su muerte.-Preeminencias del Almirante y del Virrey.-Lo que dicen respetables autoridades del proceder de Colón.—Por qué fué desposeído del gobierno de la Española.-Pobreza exagerada.

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Las vicisitudes póstumas de Cristóbal Colón habían sido referidas por el Barón Van Brocken, antes que ocurriera al Conde de Roselly darles tamaña importancia, sin duda por no haber entendido aquel escritor que los modernos hubieran desfigurado al héroe del Nuevo Mundo, midiendo su grandeza por la propia pequeñez. Para el Conde es cosa averiguada haberse preparado sistemáticamente con rara sagacidad durante la vida del Almirante, el inicuo silencio que había de enterrar su fama con su cuerpo, y empieza por la demostración la última de sus historias, intentándola á favor del juicio del Rey de Aragón D. Fernando, harto más se

vero que en la historia primitiva, con no ser allí blando.

Sabiendo poco del carácter altivo de aquella Reina y Señora que mandó arrancar las armas de Aragón puestas en la fábrica de la Cartuja de Miraflores, al lado de las de Castilla, supone el Conde haber sugerido á su marido el recelo envidioso de la ovación hecha por la ciudad de Barcelona al que traía las primicias del Mundo Occidental, el plan de anularlo por medio de una administración marítima, en que se estrellaran todos sus propósitos. Si en cabeza de cada oficina había un insubordinado ó un denunciador que sembrara obstáculos y dilaciones, de nada servirían los elementos de colonización que con admirable profundidad preparaba el Virrey de las Indias, y así lo hizo D. Fernando, buscando por director é instrumento principal á D. Juan de Fonseca, arcediano de Sevilla, hombre de habilidad satánica, tan á propósito para adivinar la animosidad oculta de su amo, que antes de emprender Colón el segundo viaje, teníale preparado un semillero de calumniadores para que en todas gerarquías y clases encontrara insolencia, desprestigio y ofensa personal. Nada se

omitió en el cuidado de elección de agentes; por Comandante militar se puso á sus órdenes á Pedro Margarit, que había de dar á los soldados el ejemplo de la indisciplina y la deserción; por Vicario apostólico al benedictino Bernardo Buil, sin empacho en alcanzar el cargo, por sustitución que hizo sacrílegamente el Rey en el nombre del celoso Franciscano que había designado Su Santidad, y esto para que el P. Buil impulsara á los descontentos y los rebeldes, y se uniera á los fugitivos; por Delegado de Hacienda iba Bernal Díaz, llevando fraguada la conspiración antes de embarcarse, y al mismo tenor los subalternos, cuya audacia activaría la certeza de la impunidad, acrecentando su rencor la rectitud del Virrey, incapaz de tolerar fraudes, simulaciones y enjuagues.

A vuelta de este viaje se multiplicó la tropa de los detractores con el contingente dado por las familias de los hidalgos, cuya pereza, desvergüenza y rapiña había refrenado el Almirante. Lejos de conmover la opinión la gloria de los nuevos descubrimientos, no se oían más que imprecaciones contra la dilapidación de las rentas del reino en empre

sa tan poco provechosa, y aún fué mayor el descontento con las disposiciones de la tercera expedición, por resultado de la cual pasó á la Española el Comendador Bobadilla, ganso jubilado, 10 corto de vista y largo de manos, inmejorable agente del Rey Fernando, en prevención de cualquier acto brutal en que fundar la autoridad de los hechos consumados.

El disgusto de la Reina revocó la designación, desaprobando el indigno tratamiento del Almirante, mas no por ello cejó en su empeño D. Fernando; con ayuda de Fonseca, no tardó en hallar personaje roñoso y santurrón, de exterior grave y política melosa, llamado Nicolás de Ovando,11 contra el que nada había que objetar en público, ocultas las condiciones de execrable sicofanta, propias á la relegación de las instrucciones ostensibles, y cumplimiento de las reservadas, no á otro fin dispuestas que privar á Colón de lo que produjeran sus derechos; de negarle todo recurso, obligándole por hambre á rescindir las capitulaciones mediante indemnización.

Como la firmeza del Almirante, inquebrantable en el infortunio, tanto como modesto

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