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dos años segun unos historiadores, de cuatro segun otros, y de más tiempo en opinion de algunos, desde la muerte de D. Rodrigo; el acomodo con los árabes del mismo D. Pelayo, tan apazguado que llegó á desempeñar el cargo público, la comision oficial de enviado del traidor Munuza al caudillo moro Tarif; y por último, la naturaleza privada de la ofensa que puso en manos de Pelayo la espada vengadora, no tanto de la patria como de la afrenta de su hermana y de la honra de su casa; compárese, repetimos, esto, con la resistencia constante y contínua de nuestros montañeses, nunca sometidos al imperio godo, y algunos ni al romano ni á otro extranjero dominio; con la ninguna falta que les hizo tener por bandera un príncipe de la raza de los antiguos dominadores, casi tan digna de aborrecimiento para aquellos naturales españoles legítimos como la de los nuevos (5); y sobre todo, los muchos años que llevaron peleando ventajosamente contra los moros, sin caudillo comun, ganando las tierras SINE REY, dando mientras tanto leyes á su república pirenaica y no erigiendo un je

fe con título de monarca hasta que las disputas sobre el repartimiento de las ganancias (6) aconsejaron este acuerdo; y dígase por un juez imparcial, quiénes tienen derecho á considerarse los primeros restauradores, es más, los conservadores de la nacionalidad y de la raza española; si aquellos que, despues de vacilar, siguieron el pendon vindicativo del Príncipe Don Pelayo en las montañas de Astúrias, ó los que siempre se mantuvieron abrazados á la santa bandera de la libertad é independencia de la patria en nuestro Pirineo galibérico.

No desconocemos la valía de los asturianos y de su caudillo godo, ni el gran mérito de sus esfuerzos para echar los fundamentos de los estados cristianos por aquellas regiogiones de la Península; pero hemos querido dejar consignado lo anterior, para reivindicar una gloria de nuestros antepasados que legítimamente les pertenece y trata de usurparse ó por lo menos de oscurecerse, por los que acaparan para Castilla, como hija y heredera de Astúrias, toda la representacion nacional, hasta el punto de hacer su nombre

sinónimo del de España y fundar en ello la pretension, en gran parte lograda, de sobreponer la absoluta y arbitraria voluntad de los reyes de Castilla posteriores á la Reconquista, á las antiguas leyes de los estados. españoles, en ódio de su liberal y democrático espíritu. De aquí tambien las historias de escritores milagreros, y las trufas consagradas por el fanatismo sobre la intervencion de seres sobrenaturales, tan pronto ángeles como endemoniados, con que se han tejido mil ridículas consejas. De aquí, en fin, la preferencia del principado de Astúrias sobre todos los territorios del resto de España, en eso de constituir el título de los herederos inmediatos á la corona, y condecorar á éste con la célebre cruz de la Victoria, como si los astures hubiesen sido los únicos, ó siquiera los primeros, en obtenerla contra los árabes.

No se crea, por lo que exponemos respecto á los reyes de Castilla, que guia nuestra pluma sentimiento alguno de hostilidad á las comarcas que tuvieron la desgracia, por su posicion geográfica central, de que se estableciese en ellas de una manera permanente,

desde la dinastía austriaca, la córte del absolutismo.

Las provincias de Castilla, como más inmediatas al trono de los Cárlos y Felipes, sufrieron más pronto que otras los funestos efectos de la pérdida de sus antiguas libertades y franquicias.

En este libro, aunque circunscrito á regiones determinadas por razones del momento, al exponer nuestras reflexiones hacemos la historia de Castilla sin pronunciar su nombre, á la par que defendemos la legítima gloria de nuestras provincias; porque en la causa de los pueblos existe tal solidaridad que no hay interes, acontecimiento, adelanto, atraso, prosperidad, ruina, ilustracion ó ignorancia de uno de ellos que no deje sentir su influencia en los demas y en el mismo sentido.

Acaso algun dia podamos dedicar tambien nuestras vigilias á evocar las antiguas libertades de Castilla, y entonces probarémos, con los datos fehacientes de que echemos mano, la verdad de nuestro aserto y patentizarémos los grandes perjuicios que á Castilla ha

originado la funesta y casual preferencia de establecer dentro de sus confines el núcleo de la centralizacion y del fanatismo.

Ademas, muchas de las comarcas que hoy se llaman castellanas, en las épocas de su perdida prosperidad y verdadera gloria histórica fueron parte de alguno de los antiguos estados pirenáicos cuyo derecho público vamos á reseñar; principalmente de Navarra.

Este reino comprendia, en tiempo de Don Sancho IV, las tres provincias Vascongadas y Nájera con toda la Rioja, hasta las faldas de los montes de Oca; por consiguiente, los habitantes de los indicados territorios, aunque hoy se llamen castellanos, son en realidad navarros; su carácter, costumbres y aspecto, su raza, en una palabra, es la misma. ¿Qué diferencia se encuentra entre los que pueblan una ú otra orilla del Ebro? Ni áun éste sirve completamente de límite entre navarros y riojanos, puesto que al Mediodía de su curso existe el territorio de Tudela, que describiendo una curva hácia el Oeste, por bajo de Cintruénigo y de Corella, rodea á Alfaro y tiende la mano

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