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electo Garcí Diaz lo oyó á una india, é que avisó al Marqués de ello, el cual lo echó en risa, diciendo que no se habia de mirar en aquellos abusos, que eran dichos de indios. Pasadas algunas pláticas sobre estos dichos, el Marqués mandó al Obispo que fuese á llamar á Juan de Herrada é lo trajese ante él; y esto era el mesmo dia de San Juan en la tarde. Cuatro ó cinco dias antes de esto, Juan de Herrada habia sabido como el Marqués recogia armas para prender á los de Chile, ó desterrarlos, ó matar á los que le pareciese, é recatóse en lo oir; é juntándose Cristóbal de Sotelo é Francisco de Chaves y otros de los de su bando, determinaron de mercar armas, y, si el Marqués los quisiese prender ó matar, juntarse é matarle á él primero, si pudiesen. É luégo Juan de Herrada mercó una cota con que andaba siempre armado, é asimesmo mercaron lanzas é otras armas, las cuales tenian escondidas consigo. Don Diego andaba más acompañado que el Marqués; Juan de Herrada ansimesmo, cuando salia, llevaba consigo veinte ó treinta hombres determinados á lo que viniere. Al Marqués tambiem le avisaron como los de Chile traian armas é andaban en cuadrillas é trataban de matarlo, é por saber aquello envió con el Obispo electo del Quito á llamar á Juan de Herrada; é viendo que el Marqués le enviaba á llamar, algo se turbó, é los de Chile le quisieron ir acompañando, mas él no dió lugar que ninguno fuese. Lo cual, visto por ellos, quedaron todos puestos en confusion hasta ver volver á su presencia á Juan de Herrada; y estovieron con sus armas apercibidas para ver en qué paraba la ida de Juan de Herrada, porque creyeron algunos de ellos que el Marqués le prendiera, pues que así á solas lo mandaba llamar.

Allegado Juan de Herrada adonde estaba el Marqués, hallólo en una huerta mirando unos naranjos que en ella tenia sembrados; llamando á la puerta le abrieron, é como entró dentro, el Marqués miró para él é dijo: «¿Quien sois?»> Respondióle Juan de Herrada que tal le veia que no le conocia, que él era Juan de Herrada. El Marqués le dijo: «¿Qué es esto, Juan de Herrada, que me dicen que andais comprando armas,

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aderezando cotas, todo para efecto de darme la muerte?, Juan de Herrada le respondió: «Verdad es, señor, que yo he comprado dos pares de coracinas é una cota, para defender con ello mi persona.» El Marqués dijo: «¿Qué causa os mueve agora á buscar armas más que otro tiempo?» Juan de Herrada tornó á responder é dijo: «Porque nos dicen y es público que vuestra Señoría recoge lanzas para matarnos á todos, y diciendo esto dijo más: «Ea, pues, acabemos ya, y vuestra Señoría haga de nosotros lo que fuere servido, pues que habiendo empezado por la cabeza, no se yo por qué se tiene respeto á los piés; y asimesmo dicen que vuestra Señoría ha mandado matar al Juez, y si piensa matar á los de Chile no lo haga; destierre en un navío á D. Diego, pues es inocente y no tiene culpa, que yo me iré con él adonde la ventura nos quisiere echar.» El Marqués, con rostro airado, dijo: «¿Quién os ha hecho entender tan gran maldad ó traicion como es esa? porque nunca yo lo pensé; y el Juez más deseo yo de verlo acá que no vos, y Diego de Mora me ha escrito como arribó al rio de San Juan, é así me lo han dicho los maestres que han venido, por no querer él embarcarse en mi galeon, no está aquí; é en lo de las armas que decís que aderezo, el otro dia salí á caza é no vide en cuantos íbamos una lanza, é mandé á mis criados que mercasen una y ellos mercaron cuatro. Plega á Dios, Juan de Herrada, que venga el Juez, é Dios ayude á la verdad y estas cosas hayan fin..

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Juan de Herrada, en alguna manera se habia ablandado su corazon en oir lo que el Marqués le habia dicho, é le respondió: «< Por Dios, señor, que me han hecho empeñarme en quinientos pesos y más, que por mercar armas he gastado, y ansí ando armado con una cota, porque si alguno viniese á matarme me pueda defender.» El Marqués, mostrándole más. amor, le dijo: «No plega á Dios que yo haga tan gran crueldad. Juan de Herrada se quitó le gorra é se quiso ir, é ya que se iba, estaba allí un loco que se llamaba Valdesillo, y díjole al Marqués: «¿Cómo no le das de esas naranjas á Juan de Herrada?» Y el Marqués le respondió: «Por Dios que dices

bien, é yo no miraba en tanto.» Y entonces el mesmo Marqués cortó con su mano media docena de naranjas del árbol, que eran las primeras que se daban en aquella tierra, é dióselas á Juan de Herrada; el cual luégo se fué á su posada, y en el camino encontró más de treinta de los de Chile que salian á le buscar, y muy alegres como le vieron se volvieron con él preguntándole lo que le habia sucedido con el Marqués, y él les dió cuenta de todo ello. D. Diego estaba muy congojado por la tardanza de Juan de Herrada, y, como lo vido, muy alegre se fué para él á le abrazar, é Juan de Herrada le contó á él é á todos lo que le habia pasado con el Marqués.

CAPÍTULO XXIX.

De cómo los de Chile trataban de dar la muerte al Marqués, y de cómo Francisco de Herencia, que era uno de ellos, dió aviso en confesion, y de la remision grande del. Marqués

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y de lo que más pasó hasta que los de Chile

salieron á le matar.

Contento estaba en ver que se pasaba alguna parte de mi escritura sin contar cosas tristes é muertes crueles, mas no podemos huir la pluma ni arredralla de la materia que tenemos comenzada, pues mi escritura no es para satisfacer á los vivos, sino para dar fe al tiempo futuro y ser testigo manifiesto de lo que pasó. Y agora ha de contar la historia la muerte del marqués D. Francisco Pizarro, en nada allegada su especie á lo que merecia un varon como él fué, y que tan antiguo era en estas Indias en el servicio Real, é que por su persona habia descubierto tan grande é rico reino é tan próspero como es el del Perú, é adonde se han visto las mayores riquezas de plata y oro que hemos oido que en ninguna parte del mundo se hayan visto; mas consuélese con el adelantado D. Diego de Almagro, á quien él pudiera mandar no matar si quisiera, y con ello se estorbara no morir tan desastrada muerte como el otro. Pues, pasado el dia de San Juan, Juan de Herrada habló con D. Diego é le dijo en secreto como ya habia oido decir la arribada de Vaca de Castro, y áun tambien lo que se publicaba, de que venia sobornado de España con los dineros que el Marqués habia enviado, y áun que, sin esto, sospechaba que el Marqués los queria matar, é que, para librarse de lo uno y de lo otro, determinaba de anticiparse primero é matar al Marqués, é vengar la muerte del adelan

tado D. Diego de Almagro. D. Diego era muy mozo, é virtuoso, é de gran presuncion, para descender de padres tan humildes tenia grandes pensamientos, y no le faltaba corazon para cometer cualquiera hazaña, mas era tan muchacho que no tenia edad para gobernar por su persona gente ni capitanía, y respondió á Juan de Herrada, que antes que se determinase á nada, que pensase bien lo que habia de hacer. Aquel mesmo. dia entraron en consulta muchos de los que seguian su bando, y despues de haber altercado lo que harian, se resumieron en matar al Marqués de la manera que pudiesen; lo cual estorbó el capitan Cristóbal de Sotelo, diciendo que no lo hiciesen hasta que viniese el Juez, porque, aunque se publicaba venir por no más de comision, podria tener en secreto otros poderes mayores, é, si venido que viniese no hiciese justicia recta y se acostase al bando del Marqués, que los matarian á entrambos. Y por estas causas que Sotelo dijo, por entonces se dejó de hacer lo que ya tenian determinado.

Y salidos de la consulta, uno de los que en ella se hallaron, llamado Francisco de Herencia, lo contó en confesion á un clérigo que ha por nombre Henao, el cual, oyéndolo é viendo el gran mal que vendria al reino é á los naturales de él si el Marqués muriese de aquella manera, é que Dios, nuestro Señor, y S. M. serian deservidos, y los daños que se podrian recrecer entre los españoles, é que las guerras civiles, que habian respirado, se levantarian con mayor incendio, determinó, por excusar estos daños, de avisar al Marqués, el cual aquella noche se queria ir á cenar á las casas de Francisco Martin de Alcántara, su hermano, con sus hijos; y, antes que fuese, él mesmo, con Antonio Picado, su Secretario, fué á la posada del doctor Juan Blazquez, su Teniente, y le dijo que mirase que le habian dicho que los de Chile andaban levan tados, é áun que platicaban de lo querer matar, que remediase con tiempo aquellos dichos y tirase las ocasiones con hacer justicia. El Doctor le respondió que mientras estoviese en sus manos la vara de justicia, que durmiese descuidadamente, y sin pensar que nenguno se moveria á hacer cosa que sea en

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