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CAPÍTULO XXXI.

En que se concluye el pasado hasta que el marqués D. Francisco Pizarro fué muerto por los de Chile.

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Juntados los que tengo dicho, en la posada de D. Diego, sin mandárselo él ni tampoco estorbarlo, Juan de Herrada dijo: Señores, mirá que si nos mostramos con ánimo é nos damos maña á matar al Marqués, que vengamos la muerte del Adelantado y ternemos en la tierra el premio que merecen los servicios que le hemos hecho al Rey en ella, y si no salimos con nuestra intencion, nuestras cabezas serán puestas en el rollo que está en la plaza; pero cada uno mire lo que le va en este negocio.» Todos le respondieron conforme á lo que él deseaba, é así salieron de donde estaban, armados con cotas é coracinas y alabardas, y dos ballestas, é un arcabuz, y á grandes voces iban diciendo: «¡Viva el Rey, mueran tiranos!» García de Alvarado, con los que hemos nombrado, salió por otra calle á caballo á les dar favor. Prosiguiendo su camino los de Chile hácia las casas del Marqués, iban atravesando hacia la plaza por las calles de la ciudad, adonde habia más de mil hombres, solos diez é nueve, é aunque oian el apellido, por algun secreto juicio de Dios, no lo estorbaban, ántes decian: «Ó van á matar al Marqués ó á Picado.» Los conjurados fueron todavía la plaza adelante diciendo: «¡Viva el Rey, mueran tiranos!» é algunas veces nombraban á Almagro; y ansí allegaron sin contraste á las casas del Marqués, las cuales son fuertes, y que para llegar adonde él estaba hay dos patios, y en el uno unas portadas estrechas, en las cuales estaban unas puertas tan fuertes, que si un hombre solo cerrara el cerrojo, no eran parte doscientos que vinieran á le enojar; sin esto, adonde él

estaba habia otra puerta que, á ponerse en ella todos los que con él se hallaron, no eran parte los que venian á le enojar; mas no hobo atencion á nada de esto. Estaban en el patio Lozano, su Maestre-sala, é un Antonio Navarro, é Hurtado, su criado, y con él estaban en la sala, con solamente capas y espadas, Francisco Martin de Alcántara, y el capitan Francisco de Chaves, D. Garci Diez, obispo del Quito, su Teniente, el doctor Juan Blazquez, el veedor García de Salcedo, Luis de Rivera, Juan Ortíz de Zárate, Alonso de Manjarres, D. Gomez de Luna, el secretario Pedro Lopez de Cáceres, Francisco de Ampuero, Rodrigo Pantoja, Diego Ortíz de Guzman, el capitan Juan Perez, Alonso Perez de Esquivel, Hernan Nuñez de Segura, Juan Enriquez, el viejo, Gonzalo Hernandez de la Torre, Juan Bautista Mallero, Hernan Gonzalez, y otros algunos criados del Marqués é de los que con él estaban. Y estando hablando el Marqués con el electo obispo del Quito, Diego de Vargas, su paje, hijo de Gomez de Tordoya, estaba á la puerta de la calle, y como viese por la plaza venir á los de Chile y conociese á Juan de Herrada é á Martin de Bilbao, con gran turbacion entró por las casas dando voces, diciendo: «¡Arma, arma, que todos los de Chile vienen á matar al Marqués, mi señor! A estas voces el Marqués é los que con él estaban se alteraron é bajaron hasta ponerse en el descanso que hacia la escalera, para ver lo que era, y en esto los de Chile entraban ya por el segundo patio diciendo: «¡Viva el Rey, mueran tiranos!» y Jerónimo de Almagro hirió malamente á Hurtado, criado del Marqués; Lozano, su Maestre-sala, animosamente se mostró contra ellos, mas siendo él solo poco aprovechaba su ánimo, y por intercesion de Diego Mendez no lo mataron. Los que estaban con el Marqués se retiraron dentro á la sala, y con mucha cobardía todos los más de ellos huyeron feamente: el Doctor, con su vara, se arrojó por una ventana que salia á la huerta, é lo mesmo hizo el veedor García de Salcedo, é otros con tanto miedo é temor iban, que les parecia que los de Chile descargaban sus espadas en ellos. Algunos se metieron entre las camas y debajo de los aparadores.

El Marqués y Francisco Martin, su hermano, y D. Gomez de Luna, é Vargas y Cardona, sus pajes, se metieron en la cámara que estaba más adentro para armarse. Francisco de Chaves y Diego Ortíz de Guzman, y Juan Ortíz é Pedro Lopez de Cazalla, é Bartolomé de Vergara, con algunos que no huyeron, estaban en la sala turbados y no sabian qué se hacer. El Marqués, con ánimo valeroso, echando de sí una ropa larga de grana que tenia vestida, se entró en su recámara á armarse, é se vistió unas corazas, é tomando una espada ancha que le sirvió en el descubrimiento, la sacó de la vaina, diciendo: Vení acá vos, mi buena espada, compañera de mis trabajos.>> La puerta de la sala habíanla cerrado, y los de Chile subian por la escalera, é Juan de Herrada delante diciendo: «¡Oh, dia dichoso y de grande felicidad, y cómo todos han de conocer que Almagro fué digno de tener tales amigos, pues tan bien supieron vengar su muerte en el cruel tirano que fué causa de ello! El capitan Francisco de Chaves salió de donde se habia metido con el Obispo, é mandó que abriesen la puerta, y aunque le dijeron que mejor estaba cerrada, pues con defenderla algun rato estaban ciertos que les vendria socorro, no bastó, porque vino á mandar que la abriesen; é abierta que fué, encontró con Juan de Herrada é con los otros, á los cuales, con mucha humildad é sin semblante de resistencia, pues áun no echó mano á la espada, les dijo: «Señores, ¿qué es esto? no se entienda conmigo el enojo que traeis con el Marqués, pues yo siempre fuí amigo.» No le respondieron palabra los delanteros, y volviendo Juan de Herrada la cabeza á los que venian atras, Arbolancha le dió una estocada mortal, de que luégo el capitan Francisco Chaves cayó dando arcadas con la muerte, y fué rodando hasta el patio; los de Chile subieron á la sala diciendo: ¿Qué es del tirano? ¿Dónde está?» Martin de Bilbao allegó á la cámara donde estaba el Marqués, y Juan Ortíz de Zárate con una alabarda le dió una herida ó dos, y el Juan Ortíz fué tambien herido malamente. Algunos quisieron decir que este Juan Ortíz de Zárate avisó á los de Chile que el Doctor los queria prender por mandado del Marqués, y otras

cosas que hallo ser dichos de pueblo y no se puede averiguar nada, y por lo que hizo se colije ser mentira. Francisco Martin de Alcántara estaba á la puerta de la cámara con su espada en la mano, y como viese que los de Chile habian ganado la segunda puerta, se retrajo á la recámara donde estaba el Marqués, su hermano, para le ayudar y morir con él. Los de Chile daban grandes voces diciendo: «Muera el tirano, que se nos pasa el tiempo y podria ser que le viniese favor.» El Marqués decia: «¿Qué desvergüenza tan grande ha sido ésta? ¿por qué me quereis matar?» y ellos, llamándole traidor, pugnaban por entrar para matarle.

El anciano Gobernador no dejaba con su denuedo de querer que la fama, que nunca muere, tuviese un punto de menoscabar el gran valor con que su persona se adornaba; tan animoso y de fuerte corazon se mostraba, que yo creyera, si estoviera en un campo espacioso, ántes que por sus enemigos muriera tomara por sí propio la venganza. Los de Chile que vieron que no le podian entrar, pidieron á grandes voces lanzas cumplidas con que desde afuera le pudiesen matar; dos pajes, mancebos, estaban con el Marqués, el uno llamado Vargas y el otro Cardona, é con sus espadas en las manos se pusieron al lado del Marqués, su señor. Pues viendo los de Chile que no le podian entrar, y que habia ya gran rato que estaban allí, usaron de un ardid mañoso, y fué de echarle do estaba el Marqués uno de ellos por fuerza, para que, embarazándose con él, ellos toviesen lugar de entrarle; y así á un Narvaez, con grandes empujones que le dieron, le hicieron entrar dentro, y el Marqués le dió tales golpes que murió de ellos, y los de Chile entraron dentro de rondon, y Martin de Bilbao y otros descargaron sus golpes en el Capitan, que de descubrir reinos é conquistar provincias nunca se cansó, que estaba envejecido en el servicio Real. Francisco Martin, si aprovechara su deseo conforme á lo que de sí mostró, nunca triunfaran del Marqués ni de él. El Marqués, despues de haber recibido muchas heridas, sin mostrar flaqueza ni falta de ánimo, cayó muerto en tierra; nombrando á Cristo, nuestro TOMO LXXVI.

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Dios, espiró, quedando el cuerpo del generoso Capitan adornado del ser que requeria un tan famoso español como él fué, tendido en el suelo. Fué su muerte á hora de las once del dia, á veinte é seis dias del mes de Junio, año de nuestra reparacion de mil é quinientos é cuarenta y un años; gobernó por él é por sus Tenientes, desde la villa de Plata hasta la ciudad de Cartago, que hay nuevecientas leguas y más; no fué casado, tuvo, en señoras de este reino, tres hijos y una hija; cuando murió habia sesenta é tres años é dos meses. Vidose en el cielo una señal ántes que él muriese, que claramente demos traba que habia de suceder en el reino alguna cosa notable, y fué que vieron la luna estando llena, clara, é dende á un poco se encendió y declinó su color, á rubia sangre la mitad de ella, y la otra mitad negra, y mostraba lanzar de sí unas esponjas, todo de color de sangre; muchos hobo que lo vieron así como yo lo cuento. Fué muerto asimesmo su hermano Francisco Martin de Alcántara, y los dos pajes Cardona y Vargas, y fueron heridos malamente D. Gomez de Luna, é Gonzalo Hernandez de la Torre, é Francisco de Vergara, y Hurtado.

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