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crécse que hay gran riqueza en aquellas comarcas, porque hasta agora no se han descubierto; y Gomez Hernandez, como no llevase los caballos, estuvo en poco de quedar él y todos los cristianos en poder de los indios, los cuales, como viesen que venian sin caballos, que es lo que ellos tanto temen, tuviéronlos en poco y apellidáronse, y con sus armas salieron á defenderles la entrada en su tierra. Los cristianos habian llegado á una de aquellas fuerzas y dentro hallaron mucho bastimento, y querian tomar alguno; los indios venian á ellos creyendo tomarlos á manos, y los cristianos, como los vieron venir, encomendándose á Dios se aparejaron para la batalla. É sucedió un gran desman, que fué quebrarse las cuerdas de ciertas ballestas. É los indios ya comenzaban á tirar muchas flechas y dardos, y la batalla se trabó y los cristianos lo hicieron bien, aunque unos se señalaron más que otros, y fueron heridos por los indios muchos de ellos; la cosa llegó á tanto, que los indios, despues de haber herido á un francés, que allí iba, mortalmente, estando junto de un Antonio Pimentel, antiguo en estas Indias, lo tomaron á manos y dieron muy grandisima grita, y á un Santiago le pasaron el cuerpo con un dardo. Este y otro, llamado Vera, vivieron milagrosamente, porque estando heridos de muerte se encomendaron á Nuestra Señora, y pasando muchos indios fué servida que no los viesen, y así, esforzados con su ayuda, fueron á parar adonde estaban los cristianos, los cuales, como se viesen sin caballos y que el número de los indios crecia, é los más de ellos estaban heridos, como mejor pudieron se retiraron haciendo cara á los indios, que un dia entero los fueron siguiendo, y, contentándose con los haber echado de su tierra y herido los más de ellos, se volvieron, y al francés que habian tomado le dieron muerte terrible é de grandes tormentos. Y dándose priesa á andar los españoles, volvieron á Ancerma y dieron cuenta al Capitan de lo que pasaba, el cual mandó al capitan Rui Vanegas que fuese al pueblo de Pirsa y procurase atraer de paz á los señores de él.

Rui Vanegas se partió con la gente que fué necesaria é caballos, é yo fui con él, y cuando allegamos al pueblo que

digo hallamos á los indios puestos en armas, y tenian por los caminos puestos unos hoyos hondos é muy grandes, y en lo interior de ellos muchas é muy grandes estacas, atapadas las bocas con yerbas para que cayesen los caballos y cristianos; y como entramos en el pueblo constreñimos á los indios á huir á las quebradas é á peñoles fuertes que tenian. Y porque cayó un caballo en aquellos hoyos é fué muerto en las estacadas, se echaron en dos de ellos más de cincuenta indios é indias, é fueron muertos, y escarmentaron para no hacer otro engaño como aquel, pues al fin el daño era para ellos. Y despues de haber estado algunos dias en aquellos pueblos, y haber enviado mensajeros Rui Vanegas á los caciques que vinieron de paz y la han sustentado hasta agora, nos fuimos de allí á la provincia de Sopia, y aunque los bárbaros estaban soberbios, conociendo el esfuerzo de los españoles, vinieron en su amistad y dieron la obediencia á S. M. Y despues que Rui Vanegas hubo asentado aquellas provincias se volvió á Ancerma, y dió cuenta al Capitan de lo que habia hecho.

CAPÍTULO VII.

De cómo el capitan Jorge Robledo repartió los caciques entre los vecinos que habian de quedar en la ciudad de Santa Ana, é de cómo se partió é descubrió por la otra parte del rio grande de Santa Marta.

Pasadas las cosas que habemos contado, deseando el capitan Jorge Robledo pasar el rio grande de Santa Marta y descubrir las provincias que de la otra parte de él están, acordó de repartir los caciques y depositarlos entre los que habian de quedar por vecinos; y ansí, señalándolos, se los entregó; y dejando en su lugar al capitan Rui Vanegas se partió de Ancerma, por principio del año de cuarenta, llevando por su alférez á Suer de Nava, natural de Toro. Iríamos con él poco más de cien españoles de pié é de á caballo; por Maese de campo iba el comendador Hernan Rodriguez de Sosa. Llegados al pueblo de Irra, que está á las riberas del gran rio de Santa Marta, y por donde corre con mucha velocidad, hicieron balsas los naturales dél, y pasaron los caballos y carruaje, é á los españoles metian entre medias de dos cañas, tan gruesas como la pierna, y en las cabezas de ellas ataban un palo, iba uno con un bejuco delante tirando de las cañas, y otros dos las iban por detras encaminando. Y ansí, con harto riesgo é trabajo, pasaron los españoles aquel rio tan grande, que ciertamente, los Romanos, en tiempo que su imperio florecia y mandaban el mundo, yo creyera que si intentaran la conquista de estas partes no fueran poderosos para hacer lo que los quitos españoles han hecho: y ansí los trabajos y hambres que ellos han pasado, no hubiera nacion en el mundo que los pudiera tolerar, y por eso son dignos de ser contada su nacion por

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la más excelente del mundo y la que en todo él es para más. Pasados de la otra parte del rio fuimos á dormir á lo alto de unas lomas, desde donde el Capitan envió mensajeros á la provincia de Carrapa, que es grande é muy rica y abundante de mantenimientos, para que quisiesen tenerle por amigo y dar la obediencia á S. M.; y como en todas aquellas comarcas se hobiese ya dicho del valor de los españoles y de su mucho esfuerzo, y de la fortaleza de sus caballos, acordaron, por no verse heridos con sus espadas y despedazados con los perros, de acogerlos en su provincia y proveerles de bastimento, y ansí se lo enviaron á decir, y otro dia entramos en Carrapa. Los señores vinieron á ver al Capitan y le dieron muchas joyas de oro, y muchos vasos, y entre ellos una bandeja que pesaba más de dos mil pesos. Aqui estovimos más de un mes, y decian. los indios que pasada la cordillera de los Andes estaba una tierra llana muy poblada, y adonde habia grandes señores riquísimos, y que se llamaba aquella tierra Arbi; y asimismo dieron noticia estar cerca de allí las provincias de Picara, Paucura y Pozo, todas grandes y potentes, y enemigos los unos de los otros, y en aquel tiempo lo estaban los de Carrapa con los de Picara. Y despues de haber estado el tiempo que hemos dicho, el Capitan les pidió guías para pasar adelante, y asimismo que fuesen algunos principales con el número de gente que ellos quisiesen, para hacer la guerra á los que no quisiesen ser sus amigos. Los de Carrapa fueron contentos y dieron seiscientos indios para llevar el carruaje en sus hombros, y cuatro mil con sus armas para que les ayudasen en la guerra, y ansi salimos de Carrapa y fuimos á la provincia de Picara, que mayor es y más poblada; y como toviesen noticia de como íbamos, se pusieron en arma para aguardarnos de guerra, y despues de haber hecho gran ruido y estruendo, dejando las armas en el suelo comenzaron de huir, y los de Carrapa los fueron siguiendo y mataron muchos de ellos por las quebradas, y á otros trajeron cautivos, y á los unos é á los otros comieron sin dar la vida á nenguno. ¡Tanta es la crueldad é bestialidad de aquellas gentes!

Nuestro Real se asentó en un llano, y el capitan Robledo, primero descubridor de aquellas regiones, envió á todos los pueblos de aquella provincia mensajeros, amonestándoles que viniesen á dar la obediencia á S. M., porque de otra manera les haria la guerra con toda crueldad, y todos los más de ellos, temiendo á sus crueles enemigos, los de Carrapa, determinaron de venir á ofrecer la paz á los españoles, y en pocos dias que estovimos en aquel llano vinieron á nuestro Real los principales señores, que habian por nombre Picara y Chanvericua y Chuscuruca y Ancora, el cual, con otros principales, se me dieron á mí en encomienda cuando se hizo el repartimiento, como á Conquistador que soy de aquellas partes. Estos señores traian todos muchas joyas de oro, ricas y de mucho valor y lo daban al Capitan, el cual tomó posesion en ello por S. M. y por la corona Real de Castilla; y asentado con ellos algunas cosas convenientes á nosotros é á ellos, mandó á los de Carrapa que no matasen ni hiciesen más daño del que habian hecho. Y despues de haber estado en aquella provincia veinticinco dias, partimos para la de Pozo, la cual está situada en unas quebradas que hace una sierra, en la loma y cumbre de la cual los señores tienen sus aposentos y casas, á las puertas dellas grandes fortalezas de las cañas gordas, en lo superior de las cuales tenian unas barbacoas ó tablados para hacer sus sacrificios y para atalayar.

Son estos indios los más valientes y esforzados que hay en todas las Indias del Perú; nenguno estará en su sementera, sembrando ó cogiendo el fruto de ella, que no tenga sus armas en la mano; eran de todos sus comarcanos temidos, y ellos con nenguno querian tener paz. Andan desnudos, y lo mesmo sus mujeres; poseen mucho oro; allega su poblacion hasta el rio grande de Santa Marta; vienen del origen de los de Arma. Tienen por sus armas lanzas y dardos y tiraderas; lo que más conviene decir, lo trato en mi libro de Fundaciones. Pues como toviesen noticia de nuestra estada en Picara, é de lo que habíamos hecho en Carrapa, confiados de la virtud de sus brazos é de la fortaleza de sus pueblos, teniendo en poco á los

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