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lo habia de ser. En estos dias Cristóbal de Sotelo se sintió con mala disposicion de unas calenturas, y de que echó por la parte inferior una culebra ó lombríz de más de una braza, y áun creyóse que eran yerbas que le habian dado; D. Diego é todos los Capitanes é vecinos de la ciudad le iban á visitar, haciendo lo mesmo muchos soldados de sus amigos, y sobre algunas práticas, delante de algunos, dijo que no tenia en nada á cuantos Alvarados habia habido ni habia, lo cual, oido por los que estaban presentes, no tardó mucho que García de Alvarado lo supiese, é de ello se mostró sentir, y tenia intencion dañada contra Sotelo, y determinó de le matar. Andando un dia por la ciudad á caballo, con algunos de sus amigos, se encontró con el capitan Juan Balsa, que tambien andaba cabalgando, é le dijo que fuesen á ver al capitan Cristóbal de Sotelo pues estaba malo, Juan Balsa respondió que era contento, y, despidiendo á los que más con Alvarado venian, se fueron, yendo con ellos un Juan García, de Guadalcanal, é Diego Perez Becerra, muy amigos de García de Alvarado; y, allegados á la posada de Sotelo, entraron dentro donde tenia su lecho, y, despues de haber pasado pocas palabras, dijo García de Alvarado que por qué habia dicho que no tenia en nada á los Alvarados y otras cosas que le habian informado, lo cual era en su perjuicio ó contra su honra, que le diese la satisfaccion de ello. Cuando esto pasaba, demás de estar el Sotelo enfermo, no habia allí nengun amigo ni criado suyo, aunque no dejaba en su casa de haber muchos, y como el mal no le hobiese dejado, ántes le agraviaba más, le respondió que no estaba para le responder ni dar satisfaccion, porque casi estaba fuera de juicio, é tan malo que echaba diablos é culebras del cuerpo. Juan Balsa, mostrándose en sus palabras favorable al Sotelo, decia al García de Alvarado. que no era tiempo de entender en cosas semejantes, é se levantó haciendo muestra de se querer ir; García de Alvarado, viéndole levantar hizo lo mesmo, despidiéndose de Sotelo, é ya que se iban, como el capitan Cristóbal de Sotelo era hombre tan animoso é que en tanto tenia la honra, pensando un

poco consigo propio sobre lo que habia pasado con García de Alvarado, con voces altas le tornó á llamar y dijo: «Yo no me acuerdo que haya dicho de vos ni de los Alvarados lo que decís; pero si algo he dicho hasta agora, lo mismo torno á decir, que siendo quien soy se me da poco por Alvarados.» É como aquello oyó García de Alvarado, con grande ira dijo: «Juro á Dios que os tengo de matar don traidor.» Sotelo, saltando de la cama, dijo: Yo os mataré á vos.»

García de Alvarado, echando mano á su espada, se iba para el enfermo Sotelo, para le herir con ella, Juan Balsa arremetió con mucha ligereza y se abrazó con él; Sotelo entró dentro de una recámara adonde estaba un criado suyo, llamado Lizcano, é mirando si veria algunas armas, no vido más que una espada é una capa, é con ella salió, y en el ínter estuvieron hablando García de Alvarado é Juan Balsa. Ya habian acudido algunos amigos de Garcia de Alvarado, é tenian la casa cercada, el cual, con el espada alta, entró buscando á Sotelo, habiéndolo dejado Juan Balsa; y como el criado de Sotelo lo viese entrar, arremetió para él por detras, é abrazóse con él fuertemente. Pues como Sotelo vió que su enemigo estaba tan cerca de él arremetió á le matar; Juan Balsa le echó mano diciéndole que no hiciese tal cosa, y en el ínter García de Alvarado, aunque al mozo Lizcano le pesó, salió de sus manos é le hirió en la cabeza, é se fué bácia Sotelo para le matar, é le tiró algunas cuchilladas y estocadas. É al ruido que traian entró Juan García, el que nombramos arriba, é le dió tales heridas que dende á un poco quedó muerto en el suelo, teniéndole asido Juan Balsa, ó por le defender que no muriese ó por gana de velle muerto; lo cual creo yo é tengo por más cierto lo que dicen. De esta manera murió el principal y mas acabado varon que habia entre los de Chile, que con su muerte se vió claramente su caida é destruccion de todos, pues si fuera vivo pudiera con su prudencia guiar las cosas de otra manera que se guiaron.

CAPÍTULO LXV.

Del sentimiento que mostró D. Diego y muchos de los de Chile en saber la muerte del capitan Cristóbal de Sotelo, y de cómo García de Alvarado é los otros con muchos se encastillaron en su posada, y D. Diego los quiso combatir.

Muerto, como hemos contado, el capitan Cristóbal de Sotelo, luego se extendió la nueva por la ciudad, é fué el alboroto que hobo grande, porque por su mucho valor era querido de muchos soldados, de los viejos que se habian hallado con el Adelantado, é de otros que nuevamente habian querido seguir las banderas de D. Diego; é recibieron tanta pena, que no pudieron dejar de darla á entender por las señales de sus rostros é lágrimas que de sus ojos salian. É con gemidos lastimosos, tomando sus armas, se fueron á la posada de Don Diego, dejando á García de Alvarado, llamándole vil é cobarde, pues, estando Sotelo tan agraviado de enfermedad, le habia muerto; é deseaban haber á las manos al traidor de García de Alvarado para le dar la muerte, pues tuvo atrevimiento de quitar la vida al Capitan que ellos tanto querian. Juan Balsa luégo fué á la posada del mozo D. Diego, y le dió cuenta de lo que habia pasado, aunque á la sazon estaba fuera, é recibió muy gran turbacion porque algunos le dijeron que García de Alvarado queria hacer lo mesmo de él, é alzarse con el campo; é aunque D. Diego no mostró flaqueza nenguna, ni queria dejar de luégo le ir á prender ó matar, amonestáronle se entrase en las casas de Pedro de Oñate, que despues fué Maese de campo, desde donde mandó dar alarma por la ciudad, y salió, con los que le acudieron, á la plaza,

para desde allí ir á combatir las casas donde estaba García de Alvarado. El capitan Felipe Gutierrez y otros caballeros prudentes le dijeron que no lo debia de hacer, porque no era tiempo de dar lugar á muertes de hombres, ni á que se recre ciese algun motin ó levantamiento contra él, porque conocian de algunos Capitanes é muchos soldados tener amistad verdadera con García de Alvarado, é que, si viniesen á las manos, todo el furor seria contra él; y por estos dichos D. Diego determinó de no combatir la casa donde estaba encastillado García de Alvarado y los demas que con él se habian acogido. Martin Carrillo, aunque ya no usaba el cargo de Maese de campo, é fuése persona privada, salió, sin autoridad nenguna que toviese, por la ciudad, mandando, so pena de muerte, que nenguno saliese de su posada. D. Diego, vista la tibieza de los suyos é la poca voluntad que en ellos hallaba para conseguir su deseo, muy triste se volvió á su posada.

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Pues, como el belicoso capitan García de Alvarado viese cuán prósperamente y á su voluntad le habia sucedido el negocio de la muerte de Sotelo, envió algunos amigos suyos para que atrajesen á su voluntad los que más pudiesen, como la gente del Perú sea tan mudable é variable, é no tengan más fe que su particular interes, viendo que García de Alvarado tenia más potencia que aquel que ellos habian elegido é nombrado por Gobernador, acudiéronle más de los que se pensó, con sus armas, ofreciéndole sus personas para lo que de ellas quisiese aprovecharse. D. Diego ya estaba en su posada, como decimos, con mucha pasion por la muerte que se le habia dado á Cristóbal de Sotelo, é por no verse tan poderoso que pudiera castigar al autor de tan mala hazaña, y entrando en consulta con sus Capitanes é personas más principales, sobre lo que debian de hacer, acordaron de que no les convenia ni era tiempo de mudarse en bandos ni parcialidades, pues tenian los enemigos á la puerta, é tratando entre D. Diego é García de Alvarado pusieron treguas. Don Diego, con industria, le envió á decir se estoviese en su posada y de ella no saliese, porque no convenia hacer otra cosa;

García de Alvarado era tan vano é presuntuoso, que muy poco caudal hacia de las palabras de D. Diego ni de sus mandamientos, y con disfraz respondió que él haria lo que le mandaba, é no saldria de su posada hasta que fuese su voluntad.

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