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CAPÍTULO LXXIII.

De como llegó al campo de Vaca de Castro Idiaquez á tratar la paz, al tiempo que el Gobernador queria hacer mensajeros á Vilcas.

Asentado el campo del arte que habemos escrito en el capítulo pasado, Vaca de Castro é sus capitanes entraron en consulta para tratar lo que habian de hacer, pues estaban tan cerca los enemigos, é pareció á todos que se debian hacer mensajeros á D. Diego para que, dejada su injusta demanda, viniese al servicio de S. M. y le entregase las banderas é gente, y asimesmo el mensajero llevase cartas é despachos para algunos de los principales que estaban con él; é, ya que se habia mandado al Secretario que se escribiesen las cartas, allegaron Lope de Idiaquez y el factor Mercado é fuéronse para Vaca de Castro. Dadas las cartas de Almagro é sus capitanes, é los capítulos que traian, los cuales eran que Vaca de Castro derramase la gente que tenia hecha, é que lo mesmo haria D. Diego, que se retirase á la ciudad de Los Reyes, y se estoviese en ella como principal de la Nueva Castilla, é que Don Diego volveria al Cuzco é provincia del Nuevo Toledo, hasta tanto que S. M. mandase lo que fuese servido, é otras cosas que no hacen al caso poner; el gobernador Vaca de Castro, con las cartas que le escribieron mostró tener punta de enojo é desabrimiento, mas dudando la guerra seguir é deseando la paz, conociendo que habria gran mortandad, pues de una parte y de otra habia hombres tan animosos y en quien cabia todo acto de fortaleza, y que la batalla seria en su mano dalla y en la de Dios, nuestro Señor, dar la vitoria á quien fuese servido, queriendo rehuir de sí dia de tan gran juicio como seria

cuando la batalla se representase, mandó llamar á consulta á los más principales de su campo, é á los capitanes, delante de los cuales se altercó lo que debian de hacer, é determinaron que el gobernador Vaca de Castro escribiese á D. Diego é á todos sus capitanes con toda benivolencia é humildad, para los atraer al servicio de S. M., é amonestalle que envie de su campo al capitan Juan Balsa para confirmar por entero la paz; é para que estoviese seguro é no se temiese de nenguna cautela iria de su campo el capitan Alonso de Alvarado.

É asi el Gobernador mandó luégo escribir á su secretario Pero Lopez las cartas, persuadiendo por ellas á D. Diego se viniese para el servicio de S. M., y se acordase cuántos trabajos su padre pasó por alcanzar honra é conseguir fama, que no perdiese por su parte lo que el viejo Adelantado por la suya habia ganado, é que no se habia alterado cosa alguna con su muerte, porque entendia carecia de tener hombres reposados é maduros que con prudencia le aconsejasen lo que habia de hacer, é que no tuviese sola su esperanza en las armas é artillería, porque, teniendo la conciencia dañada, poco aprovecha el esfuerzo, pues de arriba, por mandado del alto Dios nuestro, se ordena que la justicia permanezca. É sin esto le escribió otras cosas amonestándole lo que le convenia, é que tambien diese crédito á Lope de Idiaquez é al factor Mercado para lo que de su parte allá le dijesen; á los capitanes tambien escribió lo mismo persuadiéndoles el servicio del Rey, é diéronles cartas particulares para muchos.

CAPÍTULO LXXIV.

De cómo Vaca de Castro, no embargante andar en aquellos conciertos, envió á Alonso Çamarrilla por espía al campo de Don Diego, é con cartas para muchos de los que con él estaban, é de como saliendo corredores de Vilcas fué preso por Juan

Diente, é confesando á lo que iba le mataron.

Pasadas las cosas que vamos contando, é habiendo dado los despachos que habian de llevar los mensajeros, el gobernador Vaca de Castro usó de cautela, porque quiso con industria, sin que los mensajeros que andaban en los tratos lo supiesen, enviar por espía á un grandísimo andador, llamado Alonso García Çamarrilla, que es el que hicimos mencion en los libros de atras, cuando el cerco del Cuzco, Hernando Pizarro le mandó fuese á Yucay con Mango Inga, é, queriéndole matar, con sus ligeros piés se escapó de aquel lugar porque su sepultura habia de ser en Vilcas; y en todo este reino no habia hombre aparejado é dispuesto para espía, si no era éste y Juan Diente, que fué el que lo prendió, como diremos. É rapada la barba, é dejado el hábito español, puso en su persona el traje índico, acompañados sus muelas é labios de la yerba tan preciada que á las haldas de los Andes se cria; dejando la espada de que él no era merecedor, puso en sus manos un baston, y en chupa ó pequeña mochila puso cartas que Vaca de Castro le dió para el Real de D. Diego, é que, mirado del arte que estaba asentado su campo é la órden que tenia, volviese con toda diligencia á le avisar dello. É así fué despachado Alonso García, que quien del Real lo vió salir, cierto, creyó ser algun indio; tambien se despidieron del Gobernador Lope de Idiaquez y el factor Mercado.

En este tiempo los de Chile, despues de haber despachado á los que iban á tratar de la paz, en su campo gran cuidado tenian, enviando corredores por todas partes, porque sus enemigos no los tomasen descuidados; é un dia que cupo correr á Juan Diente, excelente soldado é gran peon, hácia la mano diestra del asiento de Vilcas, junto á unas sierras de nieve, se subió por lo alto de un collado por ver si por ventura algun español viniese hácia Guamanga; é como Alonso García viniese caminando é trujese voluntad de salir por aquel lugar, fué visto por Juan Diente, mas creyó que era indio como el traje lo daba á entender, é con mucha diligencia abajó hácia aquella parte que lo vido. Alonso García, que no iba descuidado, llevando los ojos en los altos cerros é nevados campos, reconoció el español que por allí andaba, é, viendo que era de los enemigos, revuelve por otro camino que á unas grandes rocas é hondas cuevas iba á salir. El adaliz Juan Diente, que en ligereza le escedia, con no poco trabajo abajó á aquel lugar, é, siguiendo el rastro, por su mucha experiencia conoció no ser indio, é andando más adelante le alcanzó adonde ya estaba en una cueva metido; é aunque Alonso García era grandísimo andador é singular espía, vino á ser preso por Juan Diente, que le pasaba, aunque otro en el reino no se le igualaba. É preso lo llevó al campo de Vilcas, donde no embargante que habia sido soldado del viejo Adelantado, por lo que al oficio militar convenia, se le dió tormento, é confesó venir por espía é con cartas de Vaca de Castro é otras cosas; D. Diego mandó que en pago de su buena diligencia, é por el daño que por ella les viniera si la de Juan Diente no fuera tanta que bastara como bastó á le prender, que fuese ahorcado, é al tiempo que le querian echar la soga á la garganta dijo estas palabras: «Por el paso en que estoy os digo que hay contra vosotros mil é cien hombres de guerra, muy bien aderezados, con gran deseo de destruiros; y esto digo porque, no embargante que me quitais la vida, me pesa que os perdais. E luégo dado vuelta al garrote dió el ánima.

Las palabras que Juan Diente dijo á aquellos indomables

capitanes é soldados de tanto esfuerzo, nengun temor causó en los ánimos de aquellos que no eran más de quinientos é cincuenta, en ver que tenian mil é cien enemigos; é con gran tumulto, echándose mano de las barbas, decian que no viniesen en concierto de paz, ántes diesen la batalla, sin se espantar de la potencia que contra ellos venia. No sé yo qué causa seria para haber de concebir tan poco temor los pocos á los muchos, pues todos habian nacido en aquella provincia que al cuero del buey se compara; y, en la verdad, como ya por sus pecados á muchos, ó todos, les estaba prohibido no tornar á ver las patrias donde nacieron, é ya la fortuna cruel queria concluir con las banderas de Maule, é de un golpe derribar el bando de Chile, muy encendidos todos, con grande agonía, pedian la batalla. Aunque yo no sé si la pedian con estímulos de esfuerzo ó demasiada ira, que algunos hay que el temor del mal que esperan les hacen arriscar á todo peligro; é aguardaban con gran deseo á ver qué conclusion habia dado el negocio á que iba Lope de Idiaquez. É yendo á correr el campo un Francisco Gallego, se pasó á los enemigos, é ántes de esto habian hecho lo mismo Juan García, Pero Lopez de Ayala é Diego Lopez Becerra, é otros amigos que habian sido de García de Alvarado; pero aunque estos eran huidos, é claramente se entendió que otros algunos tenian el mismo deseo, no bastó á domar ni poner miedo á los diamantinos corazones de los Almagros, porque ya habian tomado á pechos aquella opinion.

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