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dar la batalla luégo hasta entender la voluntad de los contrarios; otros decian que dejasen aquel sitio é marchasen hasta ponerse más cerca, y que seria en su mano escoger el sitio; otros tambien decian que no dilatasen el negocio á más tiempo de cuanto, la noche siendo pasada, el dia viniese, en el cual se diese la batalla, pues en tiempos semejantes, perdida una coyuntura, se cobra tarde, é la celeridad y presteza aprovecha mucho, y la dilacion acarrea daño. Alonso de Alvarado era de esta opinion, é decia á Vaca de Castro, que, sin mirar ni pensar nada, el dia venidero se diese la batalla, porque la gente estaba pronta y con gran gana, y el ímpetu primero es constante é acompañado de gran esfuerzo, porque la sangre caliente hierve por todo el cuerpo, y da esfuerzo á los hombres, y, si se pasa aquel furor vigoroso y si se enfria, siempre los ánimos se encojen é muestran más temerosos que valientes, é no se acuerdan de la constancia pasada. Y, dichas estas y otras cosas, Vaca de Castro le respondió: «¿Y vuestro buen seso?» 1 á lo cual tornó á replicar las razones dichas; y, en fin, se determinó por todos de dar la batalla, é de nuevo tornó á animar su gente, diciéndoles que se doliesen de la honra del Rey, y que diesen sus personas muestra del valor que en ellas habia, y otras exhortaciones.

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D. Diego y sus capitanes en este tiempo no dormian, ántes habian tenido de nuevo otras consideraciones sobre lo que se haria; é viendo que ya no podian sin dificultad irse á meter en Guamanga, pues tenian por delante los rostros de los enemigos, y paresciéndoles más facil dar la batalla y echar á una parte aquel hecho, despues de se haber encomendado á Dios, determinaron de pelear; D. Diego, pues, viendo que la batalla no se podia excusar, encima de su caballo, con su lanza en la mano, dió vuelta á sus banderas diciendo: «¡Oh, capitanes á quien yo tanto debo, y soldados tan esforzados! la batalla no se excusa, pues lo enemigos están tan cerca; mirá que hoy es el dia por el cual la fortuna nos promete el go

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Así en el original.

TOMO LXXVI.

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bierno de la provincia, é la venganza entera de nuestros enemigos, y el ser aposentados en los mejores repartimientos, por tanto, no dejeis de herir en los que contra vosotros se han mostrado enemigos, pues sabeis que mi deseo ni el vuestro jamás fué de deservir al Rey, é que al fin vuestras armas han de condenar por tirano al vencido, y el vencedor será tenido por leal. Diciendo estas palabras y otras, exhortaba á los amigos para la batalla que se habia de dar.

CAPÍTULO LXXVIII.

De la cruel batalla que se dió entre Vaca de Castro é D. Diego de Almagro, y como los de Chile fueron rotos é vencidos con muerte de muchos de ellos, é su bando para siempre deshecho.

Pasada la noche con grandes temores y esperanzas, é no con ménos justificaciones que cada parte pensaba tener, los capitanes mandaron á los alférez, que, sacadas las banderas, los atambores diesen señal para que, entendida por los soldados, supiesen que ya estaba tan á punto de dar la batalla, que no faltaba más de arremeter unos con otros; é así los de Chile salieron con grande ardimiento, é, levantando sus clamores al cielo, movieron con sus animosos corazones contra sus enemigos, con ánimo pronto y deseo de vengar el enojo que tenian de ellos; y ansi situaron en buena parte el artillería, que eran diez y seis tiros, y en tal, que, si por cualquiera de aquellas partes los enemigos subieran, creyeran que la mesma artillería hiciera la guerra é los venciera á todos. De la gente de á caballo hicieron dos escuadrones; en el uno iba Don Diego é su general Juan Balsa, y en el otro el capitan Saucedo é Diego Mendez, y el uno de estos escuadrones era mayor que el otro. É tenian los lados ó cuernos dél los capitanes Diego de Hoces y el mesmo Diego Mendez, Martin de Bilbao. con la infantería estaba detras del artilleria, é Martincote, valentísimo capitan, iba por sobresaliente con los arcabuceros, habiendo sacado los necesarios para frente del escuadron é para los lados. El estandarte pusieron junto al escuadron donde iba D. Diego, y el capitan Pedro de Candia estaba con los artilleros aparejado para disparar los tiros cuando le

mandasen. Suarez, el Sargento mayor, andaba de una parte á otra entendiendo en lo que convenia, al cual alababan de entender la malicia de la guerra, por haberse ejercitado en algunas partes é tener gran uso de ella. En la delantera de los escuadrones habian de llevar hombres de armas, é todos, unos é otros, serian hasta quinientos é cincuenta españoles, adornados de gran ser, porque, á la verdad, habia entre ellos caballeros hijos-dalgo, segun que en algunas partes hemos referido.

En el ínter que D. Diego y su gente se ponia en órden, mandó Vaca de Castro á Lope Martin, hombre valiente, que encima de su caballo fuese á descubrir el sitio donde estaba; el cual lo hizo así, y volvió despues de lo haber visto, é avisó al Maese de campo Francisco de Caravajal donde tenia situado el artillería, el cual, como lo supo, mandó que la gente marchase más hácia la mano diestra, yendo delante de todos diciendo donaires. É desque vieron ser tiempo ordenaron sus escuadrones, poniéndose con sus banderas en el sitio que habian de estar; los capitanes Peralvarez Holguin, é Gomez de Alvarado, é Garcilaso de la Vega, é Peranzures; con sus compañías de á caballo, habian de estar en el un escuadron, y en el otro el estandarte Real, y el capitan Alonso de Alvarado con su compañía. Y el escuadron de infantería se formó, y se pusieron en la delantera los capitanes Pedro de Vergara é Juan Velez de Guevara, yendo con los sobresalientes el capitan Castro; tendrian ciento é sesenta arcabuceros, y entre todos habria pasado de setecientos españoles. El gobernador Vaca de Castro no entró en la batalla, ántes se desvió é apartó algo de donde se dió, dando á entender primero, con las palabras que dijo, que queria pelear; mas, como los capitanes le dijesen que no convenia y que no lo hiciese, se apartó, y envió al escuadron donde estaba el capitan Alonso de Alvarado con el estandarte Real, que entonces lo tenia Cristóbal de Barrientos, diciendo que le diese hasta veinte é siete de á caballo de los más principales, para que estoviesen en su acompañamiento é guarda; como el capitan

Alonso de Alvarado lo oyó, le envió á decir que no permitiese tal cosa, que en un campo de veinte mil hombres veinte de á caballo eran parte para ganar la victoria ó perderla, faltando. Mas, aunque Vaca de Castro entendió que tenia razon, tornó á replicar sobre ello mandando á su capitan de la guarda, Rodrigo de Ocampo, que fuese á ello, é señaló á Lorenzo de Aldana, é á Diego de Agüero, é Francisco de Godoy, é Diego Maldonado, el licenciado Leon, Antonio Navarro, Sebastian de Merlo, Cristóbal de Búrgos, Nicolás de Ribera, é otros hasta veinte é siete; los cuales, queriéndose afrontar con los enemigos, salieron á hacer lo que Vaca de Castro mandaba. En esto ya los unos y los otros disparaban los arcabuces, y Francisco de Caravajal decia: «Buenos caballeros, adelante, adelante, andad sin pavor y no tengais en nada los arcabuces, é miradme á mí cuán grueso soy y voy delante sin tenerles nengun miedo.» É, como estuviesen cerca, la grita y el ruido fué muy grande, é unos á otros con gran brío se iban á afrontar, diciendo los de D. Diego «¡Viva el Rey é Almagro!» é los otros decian: «¡Viva el Rey é Vaca de Castro!» y todos apellidaban en su favor el nombre del apóstol Santiago; é las pelotas de los arcabuces salian muy á menudo.

El Maestre de campo Peralvarez Holguin, arremetiendo su caballo contra los enemigos, despues de haber pasado é mostrado alguna turbacion en aquel dia, queriendo dar á entender tenerlos en poco, aunque en la nube de la batalla muchas veces no son conocidos los hombres de gran valor, como por la divisa que llevaba fuese conocido, apuntándole los arcabuceros le acertaron dos pelotas, de manera que, sin poder romper su lanza, cayó en el suelo acompañado de la basca de la muerte, y no habló palabra más de hacer señal á los suyos que arremetiesen á los enemigos. Tambien fué herido Gomez de Tordoya, é tan mal que dende á pocos dias murió. É ya la escaramuza andaba trabada, é los unos y los otros encendidos en grande ira; é sucedió un gran desman para los de Chile, é fué que, como el Capitan Saucedo viese que ya los sobresalientes jugaban con el arcabucería, é se

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