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españoles, despues de haber hecho grandes plegarias y sacrificios á sus dioses, y habiendo hablado con el demonio como lo tienen de costumbre, se juntaron en la cumbre é loma más de seis mil de ellos, con sus armas, para defender el paso. En esto partimos, como digo, de Picara, viniendo con nosotros. más de cinco mil indios de aquella provincia, y lo mesmo los principales señores, todos con gran voluntad de asolar la provincia de Pozo é matar á los naturales della.

CAPÍTULO VIII.

De cómo el capitan Jorge Robledo allegó á la provincia de Pozo, adonde fue herido malamente, y del cruelisimo castigo que se hizo, y de la mucha cantidad de carne humana que alli fué comida.

Para ir de la provincia de Picara á la de Pozo se va por un rio abajo, el cual á una parte y á otra va poblado de muchas arboledas y frutales, y, cierto, si los Ingas reyes del Perú llegaran á conquistar aquella parte, é unos á otros no se comieran, fuera la mejor cosa y la más rica de todas las Indias, porque los rios é sierras están tan abastados de metal de oro, como lo dirán los que han andado por aquellas partes; nosotros íbamos descuidados de pensar que nos habian de salir de guerra, y ansí íbamos sin órden, holgándonos de ver que hallábamos tan buena tierra para descubrir. Yendo el Capitan delante y, con el Capitan, Alvaro de Mendoza y Antonio Pimentel y el alfézez Suer de Nava y Giraldo Gil Estopiñan y Francisco de Cuéllar, trompeta, y el padre Francisco de Frias, clérigo, y otros algunos escuderos de á caballo é caballeros de á pié, oyó el ruido que tenian los bárbaros, é á gran priesa mandó que le llamasen al comendador Hernan Rodriguez de Sosa, que iba por Cabo de escuadra ó Maese de campo de la gente de á caballo y habíase quedado atras, y á gran priesa fué á hallarse con el Capitan, é lo mismo fuimos Pedro de Velasco é yo é otros, que veníamos bien descuidados de pensar que estaban los indios tan á punto de guerra. El Capitan, con su alférez Suer de Nava, subió con gran denuedo la cuesta arriba, é lo mesmo hicieron los españoles; los bárbaros hacian grandísimo ruido y llamábannos umes, que quieren decir mujeres, y otras palabras más feas.

Los indios de Carrapa y Picara, aunque pasaban de ocho mil, iban tan medrosos y con tanto miedo de los Pozos, que casi no osaban hablar; y en esto los nuestros llegaron á un paso bien dificultoso de la sierra, y el Capitan, con mucho esfuerzo y con ánimo de varon, hirió de las espuelas al caballo, é á pesar de todos los enemigos llegó casi á la cumbre, y los españoles le fueron siguiendo, y, llamando al apóstol Santiago, comenzaron á herir en los enemigos, y ellos tiraban muchos dardos y tiraderas. Y el Capitan dió una adarga que llevaba al trompeta porque le vido ir sin rodela, y tomando una ballesta. mató tres ó cuatro indios, y, dejándola, con la lanza iba para ellos á los alancear, habiéndoles primero que todo esto pasase, requerido en presencia de Pedro Sarmiento, notario, que viniesen á dar la obediencia. Y como los indios vieron el daño que les habia hecho, uno de ellos le apuntó un dardo é le acertó en la mano diestra é se la pasó de una parte á otra, é abajándose por no perder la lanza le arrojaron otro dardo é le acertaron con él por las espaldas, por las cuales le entró más de un palmo; y los españoles dieron tal priesa á los indios que los hicieron huir é ganaron lo alto, y el Capitan estaba en el suelo muy congojado de las heridas, tanto, que todos creimos que muriera. Y, cierto, para lo que él vivió, habiendo de venir á morir en ese mesmo lugar, le fuera mejor, porque á lo ménos no careciera su cuerpo de sepultura ni fuera comido por los indios, como fué, por la gran crueldad de los que le mataron. No hobo español muerto nenguno ni otro herido que el Capitan.

Los indios amigos mataron algunos de los enemigos, á los cuales comieron aquella noche, y nosotros nos aposentamos en las casas que estaban en la loma; eran grandes y estaban en ellas gran cantidad de ídolos de madera, tan grandes como hombres, en lugar de cabezas tenian calaveras de muerto y las caras de cera; sirvieron de leña. El Capitan estaba tan congojado, que verdaderamente creimos que se muriera, de lo cual todos mostrábamos notable sentimiento, porque verda deramente en aquellos tiempos Robledo era tan bien quisto

por su bondad, que le tenian respeto como á padre; é ansí, de noche, el alférez Melchor Suer de Nava y el padre Francisco de Frias, natural de Castro Nuño, y Alvaro de Mendoza, y Antonio Pimentel, y Pedro de Velasco, y Estopiñan y otros de los principales que allí estaban, dormian con él sin salir de la casa donde estaba. Y tanto ódio se tomó á los indios de Pozo, por lo haber hecho, que luego el comendador Hernan Rodriguez de Sosa, con sesenta españoles y pasados de cuatro mil indios de nuestros amigos, salió á buscar á los enemigos que decian haberse hecho fuertes en un peñol que estaba puesto encima de unas rocas, y procurar de matar á todos los más que pudiesen. Los de Carrapa é Picara estaban alegres en ver que sus temidos enemigos estoviesen en tanta calamidad, que los valientes españoles se aderezasen con tanta voluntad para los matar; todos ellos llevaban cordeles recios para atar á los que prendiesen. El Comendador salió con los españoles á hacer lo que digo, y el Capitan fué Dios servido que fuese mejorando de la herida, de que no poco contento todos teníamos.

CAPÍTULO IX.

De como el comendador Hernan Rodriguez de Sosa dió en el peñol, y de la mucha gente que prendió y mató, y de la crueldad grandisima que se usó con aquellos naturales.

Costumbre mia es y muy usada procurar de loar los buenos hechos de los capitanes y gente de mi nacion, y tambien de no perdonar las cosas mal hechas, para que por afeccion de alguno de ellos se crea que no tengo de referir sus yerros; y esta conquista é guerra yo la ví y me hallé en ella y tuve á Robledo el amor que todos le tenian, y más porque en aquel tiempo yo iba á su casa, é cuento la verdad purísima, porque muchas cosas pasaron que áun dejo de decir, por hallarme tan cansado é fatigado de tratar las cosas de las provincias más allegadas al Poniente; y aunque, como digo, desease tanto el honor de Robledo, no dejaré de decir que se hizo en esta provincia de Pozo una de las mayores crueldades que se han hecho en la mayor parte de estas Indias, y fué que, por haber los malaventurados de aquellos naturales herido á Robledo, les cobraron tanto ódio, que llevaban los que iban á hacer el castigo voluntad de no perdonar la vida á ninguno.

Al tiempo que fueron desbaratados en la loma primera, el principal Señor de ellos, muy turbado de tal acaecimiento, se fué á las orillas del rio grande con sus mujeres é principales, é otros de sus capitanes se fueron á guarecer en lo alto de un peñol fortisimo, que estaba puesto en lo superior de uno de aquellos collados, y allí se recogieron hasta mil personas, hombres y mujeres, y muchachos y niños, llevando algun bastimento; y los cristianos que iban con el Comendador le dieron aviso de

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