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é que entrase por aquella parte que los indios decian, é podria ser que diesen en breve tiempo en tierra que todos fuesen ricos. Diego de Rojas, cudicioso de descubrir, oyó alegremente á aquellos que le decian que fuese á entrar por aquel lugar, é determinó de lo hacer así.

CAPÍTULO XC.

De cómo el general Felipe Gutierrez y el Maese de campo salieron del Cuzco, é de cómo Diego de Rojas fué á descubrir por aquella parte que los indios decian.

El general Felipe Gutierrez y el Maese de campo Nicolás de Heredia habian quedado en la ciudad del Cuzco, é luégo que Diego de Rojas de ella salió, echaban los españoles fuera, porque yendo en cuadrillas serian mejor proveidos é lon indios no lo ternian por gran trabajo; é luégo que todos hobieron salido hicieron lo mesmo los capitanes. É como ya sea cosa muy usada, los hombres que en esta tierra andan ser mal inclinados é amigos de bullicios, y enemigos de quietud, sin haber causa por donde formasen tan gran maldad, algunos que habian llegado á aquella parte donde estaba el capitan Diego de Rojas, haciánle entender que Felipe Gutierrez venia acompañado de algunos de sus amigos con intencion de, en juntándose con él, quitalle la vida, por ser absoluto en el mandar; Diego de Rojas no dejó de alterarse con oir lo que decimos, mas como era hombre prudente no creyó por entero que seria verdad, ni tampoco dejó de tener sospecha é aviso para mirar por sí. É, como los que habian venido con él deseasen que entrase á descubrir, mandó apercibir cuarenta españoles para que fuesen con él, escribiendo primero á Felipe Gutierrez que se diese toda priesa á andar; é dejó por guarda del Real á Diego Perez Becerra, hablando en secreto á Pero Lopez de Ayala, que fuese á encontrarse con Felipe Gutierrez, y entendiese su voluntad y de la manera que venia, é que le avisase dello: con Pero Lopez de Ayala fueron otros tres de á caballo. Y luego que se partieron

estos mensajeros, por la noticia que tenia de lo que le habian dicho los indios, se partió de Chiquana, é anduvo por caminos harto dificultosos hasta allegar á una provincia que ha por nombre Tucuma, la cual está pasada la cordillera de los Andes á la decaida de una no poco fragosa sierra, pero no tiene más de cuatro leguas de travesía; é para allegar á esta provincia fueron abajando por un arroyo abajo. Habia desde allí á Chiquana, donde dejaron el Real, cincuenta leguas.

Hay en algunas partes de esta provincia montañas espesas, lo demas es campo raso; en él tienen los indios hechas sus casas redondas, de gran en maderamiento, é la cobija de ellas de paja. É como los naturales supieron la venida de los españoles, como su fama estoviese tan extendida por todas partes, no tuvieron ánimo para los aguardar de guerra, ántes, con gran cobardía, desamparando sus poblaciones, se ausentaban de temor de ellos; é llegado Diego de Rojas á Tucuma, viendo que los indios no salian á ellos, é que adelante habia noticia de más poblado, derminó de pasar de allí á otro pueblo que ha por nombre Capayan. El señor de él, sabiendo que los cristianos venian, mandó juntar mil é quinientos de sus vasallos, é que todos fuesen cargados de paja, llevando algunas armas con las que ellos suelen pelear; é, como llegasen junto adonde venian Diego de Rojas é sus compañeros, mandó el señor de aquel valle, que con la paja hiciesen una señal para que los cristianos no pasasen adelante de ella, avisándoles que si pasasen, que serian todos muertos, que no tenian á qué entrar en la tierra que ellos poseian é tenian libremente habia muchos siglos. El capitan Diego de Rojas, viendo lo que los indios hacian é decian, dijo á sus compañeros que estoviesen apercibidos en sus caballos para lo que sucediese, é que él queria hablalles y hacelles entender á qué era su venida. Despues de que el señor hobo dicho aquellas práticas, todos tomaron en sus manos los arcos é flechas que tenian, é, llegado al caciqne, Diego de Rojas le dijo como aquellos cristianos y él eran vasallos del Emperador D. Cárlos, é venian de otras partes, donde asimesmo era Se

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ñor, é que si ellos querian creer en nuestro Dios, é á él tenello por Señor é Rey natural, que habria entre todos paz amistad verdadera, donde no', que la guerra no se excusaba, hasta que, constreñidos de necesidad, ellos mismos la pidiesen; y esto con los intérpretes que habia lo hacia entender á los indios Diego de Rojas.

El cacique é los demas que con él venian respondieron lo que primero habian dicho, espantándose de ver los caballos é su mucha ligereza, y el aspecto de los españoles, é como eran tan callados, é, despues que un poco de rato estovieron contemplando en ello, acuerdan de cercar á Diego de Rojas, é así, luégo, allegándose cerca de él, lo querian tomar en medio; él, que no era nada descuidado, entendiendo la malicia de los indios, los reprendió lo que vió que hacian, diciéndolo á la lengua para que se lo dijese al señor de ellos, el cual respondió, que sus indios eran tan mal criados, que, aunque él se lo mandase, no le querrian obedecer ni dejar de hacer lo que hacian. Diego de Rojas, como aquello oyó, poniendo las piernas al caballo, comenzó de escaramuzar á todas partes; los indios en gran manera se espantaban de ver la velocidad del caballo é con la furia que andaba. Los españoles que vieron que el Capitan no estaba ya en pláticas con los indios, empuñando las lanzas, arremetieron para ellos, é comenzaron de alancear en aquellos desnudos cuerpos; é, como vieron la burla no ser buena, comenzaron con gran miedo á huir. Diego de Rojas mandó á los españoles que cesasen de matar, porque al cacique le habia pesado de la desvergüenza de sus indios; é como lo oyeron, pusieron fin á no herir más de los que habia en el campo caidos, é los bárbaros tambien se repararon por mandado del señor suyo.

CAPÍTULO XCI.

De las cosas que más pasaron y sucedieron al capitan Diego de Rojas.

Grande espanto habian concebido todos los indios naturales de las regiones que confinaban por aquella parte que los españoles andaban, é creian que habia en ellos alguna deidad, pues, siendo áun no cuarenta, temblaban de ellos todos los que oian su nombre; decian los unos indios á los otros que los caballos que traian entendian á los cristianos, y que eran unas bestias tan grandes é fieras, que á todos cuantos encontraban mataban. É como el señor de aquellos indios que habian salido de guerra estoviese más temeroso que decir se puede, procuró con toda voluntad de la paz con Diego de Rojas, el cual la otorgó, diciendo que él no venia á dar guerra si no fuese constreñido de necesidad, é, tomando consejo con los demas españoles que con él estaban, determinó de se volver á Tucuma, pues no era cordura, siendo tan pocos, pasar más adelante, pues habia tantos indios. É hablando á los que allí estaban, el capitan Diego de Rojas les dijo que queria volver adonde habia dejado muchos cristianos y muchos caballos, para que viniesen todos, que, venidos, luégo habia de conquistar todas las regiones é ponerlas debajo del servicio del rey D. Cárlos; é dichas estas cosas, se partió luégo para Tucuma, adonde hallaron gran cantidad de bastimentos. É porque los indios naturales no pensasen que se volvia huyendo de miedo dellos, determinó Diego de Rojas de mandar á Francisco de Mendoza, que con seis de á caballo volviese á Chiquana á hacer venir todos los que habian quedado; é, partido Francisco de Mendoza, quedó en mucho

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