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como se habia encastillado aquella gente en aquella fuerza, é movieron para allá; é ya que estaban cerca, los de Pozo se quisieron defender, mas espantados de ver tantos enemigos como contra ellos venian, desmayaron en verlos. Los indios, nuestros amigos, por la parte de abajo cercaron el peñol, y los cristianos por lo alto echaron delante los perros, los cuales eran tan fieros que á dos bocados que daban con sus crueles dientes abrian á los pobres hasta las entrañas; que no era pequeño dolor ver, que, por haberse puesto en armas por defender su tierra á los que venian á se la quitar, los tratasen de aquella manera. Y los muchachos, muy tiernos, espantados de ver el estruendo, andando de una parte para otra huyendo, eran hechos pedazos por los perros, que no era pequeño espectáculo para los tristes; tambien hacian con las ballestas camino en sus cuerpos para que las ánimas saliesen, y viéndose de esta manera gemian é llamaban el ayuda de sus padres ó de sus dioses, é huyendo de los españoles se despeñaban por aquellos riscos. Y escapando de aquel peligro se veian en otro mayor, que era en poder de sus vecinos, los de Carrapa y Picara, los cuales los trataban con más crueldad, porque ni dejaban mujer fea ni hermosa, moza ni vieja, que no matasen, y á los niños los tomaban por los piés y daban con las cabezas por las peñas, y de pronto, como dragones, se los comian á bocados, crudos; y á los más de los hombres que tomaron mataron, y á otros, atándoles las manos fuertemente, los llevaban. Baltasar de Ledesma y el Comendador lo hicieron aquí de tal manera, que es de creer que por este pecado, el tiempo andando, hobieron de ser muertos en este mismo pueblo, y estos y el Capitan ser comidos por estos mismos indios. Ya no habia en el peñol ninguna gente, y fueron muertos, de los que estaban, más de trescientos, y el Comendador con los cristianos se volvió al Real. Nuestros amigos, teniendo por buena pascua aquella, hicieron más de doscientas cargas de aquella carne humana, y con ello y con los indios que llevaban vivos se volvieron al Real, yendo comiendo los livianos y corazones crudos, y las tripas; y así

como llegaron al aposento, enviaron grandes presentes de aquella carne á sus pueblos y muchos de los indios que tenian vivos, y á los que les quedaban, haciéndoles bajar la cabeza, les daban con porras en los colodrillos y así los mataban; y la reprension que tenian de nosotros, era reirnos de ver lo que hacian y preguntarles si les sabia bien aquella carne. Yo ví que trajeron más de veinte ollas tan grandes como pequeñas tinajas, y las hincheron todas de aquella carne, y entre todos la comieron, enviando las cabezas á sus pueblos. Tiempo vino que, permitiéndolo Dios, hicieron más daño que éste los Pozos en ellos, como diremos adelante.

Pues como por todas partes de la provincia de Pozo se divulgase el mucho daño que habian hecho los cristianos, temerosos y muy espantados, y por no oir ni ver otro dia tan triste como aquel, determinaron los principales de enviar á pedir la paz al Capitan, y así lo hicieron llevándole algunas joyas de oro; y, llegados al Real, fueron bien recibidos y el Capitan les otorgó la paz, con tanto que los principales viniesen á dar la obediencia á S. M. Y pasadas algunas embajadas vinieron, y despues de haber pedido perdon porque se pusieron en armas, rogaron al Capitan que no consintiese que les fuese hecho más daño de lo pasado. El Capitan fué contento; los indios de Carrapa se volvieron á sus tierras, y lo mismo hicieron todos los más de Picara. Y como ya estubiese el Capitan sano, acordó de partir de Pozo, y trajeronle para llevar el carruaje y fardaje de los españoles muchos indios; y así, despues de quedar todo de paz, salimos de Pozo.

CAPÍTULO X.

De cómo el capitan Robledo descubrió las provincias de Paucura, cómo volvió á Pozo el alférez Suer de Nava, y cómo se hizo otra crueldad mayor que la pasada, y cómo salió de Paucura para

y

descubrir la grande é muy rica provincia de Arma.

Pasado lo que habemos contado en el capítulo de atras, despues de haber estado el Capitan convalecido de las heridas, nos partimos á la provincia de Paucura, de la cual era señor principal uno llamado Pimaná, y era tambien enemigo de los de Pozo, y del linage é habla é costumbres de los de Picara, y provincia muy fértil y muy poblada; y como tuviesen noticia de lo que habian hecho los cristianos en Pozo, y como eran amigos de los de Picara, sus parientes, acordaron de los aguardar de paz y tenerles mucho mantenimiento aparejado, y ansí fué hecho. Llegamos á Paucura un miércoles, ya tarde, y mostraron mucha alegría con nuestra venida, y ansí como en pueblo de amigos nos aposentamos; y despues de haber allegado toda la gente, un soldado que se decia Miranda dijo que los indios de Pozo le habian hurtado ciertos puercos, los cuales habian perdido los que los traian; y agora se hubiesen perdido, ó los indios los hubiesen hurtado, no era pecado grande ni para que se castigase con la crueldad que agora diremos. Porque oido por Robledo la falta de los puercos, mostró muy grande enojo, diciendo que los indios de Pozo no guardaban la paz con él asentada, y que eran cautelosos; por lo cual, como amigos fingidos queria castigarlos, y luego mandó á su alférez Suer de Nava que, con cincuenta españoles de pié y de caballo, se partiese á Pozo é castigase el hurto que habian hecho de los puercos; y como se supiese por los naturales de

Paucura la vuelta que hacian los cristianos á Pozo, muy alegres porque les pareció coyuntura grande para hacer en ellos el daño que pudiesen, por la enemistad, que, como he dicho, los unos á los otros se tenian, ansi, al salir que salió del Real, el alférez Suer de Nava, se juntaron con él más de tres mil paucurenos, y todos juntos se dieron priesa á andar, y llegados á Pozo, sin haber otra cosa sino la que por mí es recitada, comenzaron á hacer gran daño en los pobres naturales, quemándoles sus casas, arruinándoles sus pueblos, y robando lo que en ellos tenian. É porque el pecado fuese mayor, fueron muertas más de doscientas ánimas por los de Paucura, y en pedazos, como si fueran cuartos de carnero ó piernas de vaca, lo llevaron á su provincia; que, cierto, era extraña cosa ver que en hombres racionales hobiese tan gran gusto para comer la humana carne, que por haberla no habia paz entre los padres con los hijos ni los hermanos. Y despues que Suer de Nava hobo hallado los puercos é platicado ciertas cosas tocantes á la paz con los de Pozo, se volvió á la provincia de Paucura adonde habia quedado el Capitan, el cual habia sido informado como cerca de allí, á la parte occidental, estaba asentada la grande y muy riquísima provincia de Arma, que es la mayor y más poblada que hay en todo el Perú, y adonde, si los indios fuesen domésticos, se sacaría tanto metal de oro que serian los españoles á ella comarcanos los más ricos de todas estas partes. Y deseando Robledo acabar de descubrir las provincias para hacer otra nueva poblacion, se aparejó y salió de Paucura, yendo con él algunos principales de ella y muchos indios, y anduvimos hasta llegar á lo alto de unas sierras.

Ya se sabia por todos los pueblos de aquella gran provincia la venida de los españoles, y engrandecian nuestros hechos diciendo que de un golpe de espada hendíamos un indio, y de una lanzada le pasábamos de parte á parte, y lo que más les espantaba era oir de la manera que la saeta salia de la ballesta, y la furia tan veloz que llevaba, y de los caballos se admiraban tambien en ver su lijereza; en fin, habia habido acuerdo entre ellos si nos aguardarian de paz ó si saldrian á TOMO LXXVI.

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darnos guerra, lo cual consultaron con los demonios, y es de creer que seria la respuesta y el consejo como quien lo daba, y todos aguardaban á ver por la parte que entraban los cristianos para determinarse á lo que harian. Nosotros salimos de donde digo que habíamos dormido la noche pasada, y caminamos acercándonos á la provincia; é ya que llegamos á la vista de una cumbre, oimos grande ruido é tocar muchos atambores é bocinas, como era la verdad, porque como los comarca nos á aquella sierra viesen que su camino era por allí, miéntras escondian sus haciendas é ponian en cobro sus mujeres é hijos, acordaron de salir á hacer muestra de guerra. El Capitan que oyó el ruido mandó que todos con sus armas se pusiesen en órden, y con ella caminasen hácia lo alto, é así se hizo; y la grita de los indios crecia, y nosotros, sin nos dar mucha prisa, caminábamos hácia ellos, y aunque procuraron de espantarnos con su estruendo, y con crecidas piedras que echaban rodando por la sierra abajo, no bastó, porque la virtud de los españoles es tan grande, que no teme á nenguna de las del mundo, y así, á su pesar, se vieron en lo alto é hicieron huir á los indios.

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