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CAPÍTULO C.

De como luego que se hobieron hecho las Ordenanzas se enviaron á las más partes de las Indias, é de como en algunas de ellas mostraron gran sentimiento y en otras no poco alboroto, y de como de la ciudad de Los Reyes fué por mandado del Cabildo á dar aviso de ello á

Vaca de Castro el alcalde Palomino

y D. Antonio de Rivera.

Pues, como se hobiesen ordenado por S. M. el Emperador, con acuerdo de los Grandes é Perlados, religiosos y varones de los de su Consejo Real, las Ordenanzas ó leyes que hemos puesto, para el gobierno de las Indias, fueron luégo á las ejecutar á la Nueva España, y á la Española, y á Popayan, é á Cartagena. A las provincias que están en lo interior de las regiones, vino el licenciado Hernando Diaz de Armendariz, é, como llegase el sonido de las Ordenanzas, causó gran turbacion, é muchos que habian gastado su vida en las conquistas, y estaban envejecidos en los descubrimientos, mostraban gran tristeza, de manera que la similitud de sus rostros decia la congoja que tenian en sus ánimos; y en muchas partes habia juntas é congregaciones é tratar sobre las Ordenanzas, y en que convenia informar á S. M. y que mandase otorgarles suplicacion dellas, hasta ser bien informado, pues lo hecho habia sido por dichos de frailes apasionados. Mas como estuviese en la Nueva España aquel varon tan abastado de virtudes, é tan pronto en mirar lo que convenia, así al servicio de su Rey como á la pacificacion de la tierra, D. Antonio de Mendoza, con gran benevolencia é templanza disimuló el primero impetu del pueblo, dando lugar á que se pasase aquel furor general, é luégo, con amorosas palabras, aunque

gravísimas, no sólamente dió lugar á la suplicacion dellas, mas luégo las suspendió, avisando al Emperador de lo que convenia á su Real servicio. Y en otras provincias asimesmo se hubieron cuerdamente los que gobernaban, é hicieron lo mesmo, y en otras partes se guardaron como hoy dia se guardan todas las más, porque conviene así para la utilidad é tranquilidad de estos reynos, y más para los naturales, como lo entenderá el que fuere allegado á la razon.

á

Pues como fué á Panamá el treslado de las leyes que trajo Diego de Aller, se hallaba en aquel reino el capitan Alonso de Alvarado, el cual, dejando de oir dichos vanos, despues de haber dado el parecer que ya tengo escrito, se partió para España, y el contador Juan de Cáceres y otros que tambien se hallaron allí enviaron el trasunto de las Ordenanzas al Perú; é como las viesen en aquel reino, fué grande el alboroto que se recreció, publicando que era mucha la aspereza dellas. É luégo mandaron á Antonio Palomino, Alcalde que la sazon era de la ciudad de Los Reyes, é á D. Antonio de Rivera, que á toda furia partiesen á la ciudad del Cuzco, donde estaba el gobernador Vaca de Castro, é le diesen cuenta dello, para que con su parecer se entendiese en lo que al bien comun convenia é salud del Reino; y estos se partieron para la ciudad del Cuzco. Vaca de Castro estaba en ella, y grándemente indignado contra los del Cabildo de la ciudad de Los Reyes, porque no habian querido recibir por su Teniente al bachiller Juan Velez de Guevara, envió con un alguacil suyo á aquella ciudad, para que pareciesen en el Cuzco los oficiales de la Nueva Castilla, é que asimesmo fuese enviado á España cierto oro de los quintos Reales, que serian cien mil pesos; é porque los Oficiales reales del Nuevo Toledo se agraviaban que el Cuzco cabia en los límites de aquella provincia, despues de bien mirados los grados en que estaba é otras cosas, dió por sentencia estar en la gobernacion de la Nueva Castilla, con otras quince leguas más adelante la provincia del Nuevo Toledo, y que entrase en ella Arequipa, é las riquísimas provincias de las Charcas é Collao.

En España, despues de promulgadas las nuevas leyes, trataban en quién vernia por Visorey al Perú, é vino nueva que venia D. Antonio de Leiva, y otras veces el Mariscal de Navarra; é así quieren decir que S. M. se lo mandó, y que él respondió que no vendria él á quitar á los que estaban en las Indias sus haciendas, pues tan justamente las merecian. Tambien se decia acá que en España muchos trataban que los hombres de Indias eran de baja suerte, é gente suez, é que fácilmente los atraerian á que toviesen por bien de venir en que las Ordenanzas se cumpliesen, é que les bastaba muy poco para que pudiesen vivir como sus padres. Estas cosas eran oidas por los de acá con gran dificultad, y, echándose mano de sus barbas, decian que no parecia sino que la antigüedad de España no procedia de otra cosa que de hombres magníficos, cuanto más que todos los que residian en los reinos del Perú é Nueva España eran hombres de casta, é que sus abuelos se señalaron en las guerras que los reyes de España tovieron con los moros. En conclusion, habia un alboroto desatinado, é con furia iban las nuevas de una parte á otra, y adivinábanse grandes males que habian de recrecer.

CAPÍTULO CI.

De las cosas que más pasaron entre los capitanes Felipe Gutierrez é Francisco de Mendoza, é de cómo, despues de haber descubierto aquel rio abajo algunas provincias, Felipe

Gutierrez fué preso por Francisco de Mendoza.

En los capítulos precedentes se acordará el lector, como digimos, que el general Felipe Gutierrez andaba descubriendo por el rio de Soconcho, llevando consigo á Francisco de Mendoza; é, teniendo asentado su Real en unas poblaciones que allí habia, bien proveidas de bastimentos, Felipe Gutierrez tornó á querer intentar de quitar el mando que tenia Francisco de Mendoza, enviándole á pedir las provisiones, forjando que lo hacia de industria é por le querer bien, porque los soldados no le moviesen á que se recreciesen algunos daños por donde todos se hobiesen de perder, porque en nenguna manera podian gobernar bien dos capitanes nengun Real. Francisco de Mendoza no estaba en desistir de sí el cargo que le habian dado, respondiendo á Felipe Gutierrez que no tratase de aquel negocio, porque él ántes dejaria la vida que el cargo; é, pasadas estas práticas, los amigos de Francisco de Mendoza le decian que mirase por sí, porque le queria matar Felipe Gutierrez, é andaba como asombrado de oir aquellas cosas, y en su tienda tenia siempre gente para que, si en algun aprieto le viesen, le ayudasen. El general Felipe Gutierrez se mudó de allí á otra provincia grande; é, dejando por guarda del Real á Sotomayor, se partió á descubrir con la gente que le pareció, llevando consigo á Francisco de Mendoza, é fué descubriendo por aquel rio hácia el Poniente: é hallaron la tierra llana y llena de árboles, é descubrió cincuenta leguas,

adonde halló muy gran poblado, é tuvo con los bárbaros grandes batallas, y adonde, aunque algunos cristianos y caballos fueron heridos, quedaban en los campos muchos de los naturales muertos. Despues que hobieron andado la cantidad que decimos, no hallaban poblado, é Felipe Gutierrez queria, á una parte ó á otra, illo á buscar; los soldados murmuraban dél, diciendo que si hobieran ido á descubrir bácia la parte del nacimiento del Sol que hobieran hallado poblaciones ricas, é adonde todos pudieran ser aprovechados, é que no se daba maña ni tenia prudencia para entender en la conquista.

Francisco de Mendoza, alegre de oir aquellas cosas, de industria, comenzó á decir que Felipe Gutierrez no tenia la culpa, sino ellos por le tener por General, pues no tenia habilidad para el mando que sobre todos tenia; y, en fin, tantas cosas les dijo, que les movió los ánimos á hacer una cosa muy fea, y que era digna de gran castigo, é fué que, mostrándose autor de aquella hazaña¦ el liviano mozo de Francisco de Mendoza, acompañado de aquellos que le eran cómplices, fué á la tienda del virtuoso, aunque descuidado General, Felipe Gutierrez, é alzando la antepuerta de la tienda, á grandes voces le dijo: «¿Por qué, Felipe Gutierrez, me quereis matar?, A las voces que daba recordó de un sueño profundo, y le dijo: ¿Yo mataros, señor capitan Francisco de Mendoza? nunca jamás pensé.» É, sin más hablar, arremetieron todos á él, é le prendieron y le echaron una cadena, y le robaron todo lo que tenia, que no era poco, y no contentos con su prision daban voces que le matasen. Francisco de Mendoza les respondió que no habia para qué matarle, que bastaba echarle de la tierra; Felipe Gutierrez, viéndose de aquella manera, é mirando la gran desvergüenza de la gente, é temiendo que le matasen, rogaba á Francisco de Mendoza que le diese la vida y él se lo prometió. Desde allí volvió Francisco de Mendoza á acercarse adonde habia quedado Sotomayor con el Real, llevando presos á Felipe Gutierrez é á otros cuatro que tovieron por sospechosos, que eran Diego Alvarez, Juan

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