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CAPÍTULO XII.

De cómo yendo el capitan Osorio al Nuevo Reino, fue muerto con algunos cristianos, y de cómo el capitan Pedro de Añasco fué asimismo por los indios muerto.

Ya terná el lector noticia, como en el primero libro de la Guerra de las Salinas hicimos mencion, de cómo fué descubierta la provincia de Bogotá por los españoles que salieron de Santa Marta, y de lo que pasó entre ellos y el capitan Belalcazar, y tambien de como el capitan Añasco fundó la villa de Timaná, adonde despues de venido de Cali, siendo Lorenzo de Aldana General de aquellas ciudades por el marqués Pizarro, le confirmó el cargo y volvió por Teniente á la dicha villa de Timaná; y en la ciudad de Popayan era Teniente el capitan Juan de Ampudia, y en la de Cali habia quedado por teniente Miguel Muñoz, y Lorenzo de Aldana se habia partido para Quito, como ya hemos referido en lo de atras. Y estando lo de aquella comarca en este estado, como habia gran fama de la riqueza del Nuevo Reino, é de la mucha cantidad que habia de esmeraldas é oro, é del gran valor que tenian las cosas, deseaban llevar á vender las mercaderías é ganados que pudiesen; y así, estando en Popayan un mercader que habia por nombre Pero Lopez del Infierno (sic), y el capitan Osorio, deudo de Juan de Ampudia, é otros, acuerdan de salir de Popayan para el Nuevo Reino con muchas mercaderías y caballos y yeguas y esclavos, y mucha plata labrada; y con esto, que montaba mucho dinero, se partieron camino de Bogotá, sin recelo de los indios porque por estar de paz no temian tener guerra con ellos, y así anduvieron hasta llegar á la provincia de los Yalcones, que confina con la de Paez. En este tiempo, el capitan Pedro de Añasco habíase salido de Timaná por ve

nir á Popayan y mercar caballos y otras cosas de que tenia necesidad, y anduvo hasta llegar á los Yalcones, que es la provincia á que dije haber llegado Osorio; y como los naturales de aquellas regiones son muchos y determinados, y que pelean con lanzas de á treinta palmos y otras armas muy malas, juntáronse los más principales de ellos, y trataron de rebelarse contra los españoles, y no solamente negarles la obediencia, mas procurar de matar al Capitan y á los otros que venian de Popayan. É como ya toviesen noticia de los muchos caballos é yeguas que traian, y otras cosas, deseaban poner en efecto su pensamiento por hartar sus malditos vientres de la carne humana y robar lo que decimos; y ansí determinadamente se pusieron en arma, y pensaron de dar en el capitan Pedro de Añasco unos, y otros acometer á los cristianos que venian de Popayan, porque temian, si se juntaban unos y otros, no poder salir con su propósito. Y por todos los altos andaban indios, y á la quebrada de Apirimá, que es en aquella provincia adonde estaba Osorio, iban con fingida paz para descuidarlos.

En este tiempo, el capitan Pedro de Añasco habia llegado á un valle que há por nombre Ayunga, y como los indios tuviesen la intencion ya dicha, alcanzólo á saber un principal que venia con el Capitan, y éste le avisó de la liga que habian hecho los Yalcones y los de Paez, y otros sus comarcanos, y que pues no llevaba más de dos caballos que se volviese. El Capitan respondió despreciando lo que le habia dicho, mostrando tenerlo en poco, y caminaron más adelante hasta llegar á un aposento, ya siendo tarde, adonde vinieron dos indios, el uno traia un leoncillo muerto y hediendo, para que comiese el Capitan, y el otro unas mazorcas de maíz tierno; y el Capitan, viendo el preseute, conoció en lo que andaban, y los indios, con disimulacion, le decian que luego, el dia siguiente, le traerian que comiesen él y sus cristianos. El principal que estaba allí hablaba á Pedro de Añasco para que se volviese á la montaña, que no estaba léjos de allí, é que estaria seguro de los indios; mas jamás lo quiso hacer porque no creyó que

llegaria á tanto la desvergüenza de los bárbaros, y mandó que todos estuviesen aparejados con sus armas, y que fuesen algunos dellos á velar dos caminos que venian á salir al aposento, lo cual fué hecho. Los indios ya se habian juntado gran golpe de ellos, y ántes que hubiese la claridad del dia, con muy grandísimo ruido, dieron en los españoles que estaban velando, y, aunque ellos hicieron lo que siempre suelen hacer, cargaron tantos enemigos sobre ellos que fueron muertos, y, hechos pedazos, los llevaron para comer. El capitan Pedro de Añasco, oyendo el ruido, se encomendó á Dios y cabalgó en su caballo, y, juntos los que estaban con él, aguardaron el indico furor, animándose unos á otros. Añasco era de crecido cuerpo é bien entendido y de los caballeros principales de Sevilla, y por sus pecados, ó permitiéndolo Dios, vino á morir muerte cruelísima y muy indigna á tal varon.

Los indios con gran tropel habian ya dado en los cristianos, y el Capitan é Baltasar del Rio arremetieron con sus caballos para ellos, y, aunque iban con grande determinacion, no pudieron mostrar su virtud en tanta lancería como á los rostros de los caballos pusieron; todavía rompió por ellos Pedro de Añasco, y el otro de á caballo quedó muerto. El Capitan, que salió herido y desenfrenado el caballo, con su ensangrentada lanza tornó á arremeter, y cargaron tantos sobre él, que despues de haberle muerto el caballo le tomaron vivo. Los demas españoles fueron todos muertos de heridas espantosas, porque algunos tenian los cuerpos tan llenos de lanzadas que no se podia ver sino la madera dellas, y otros que cayeron heridos, de presto los desollaban vivos, y á otros sacaban los ojos y las lenguas y los empalaban por las partes inferiores. Dos españoles, el uno se decia Cornejo y el otro Mideros, lo hicieron tan valerosamente, que despues de haber peleado contra la multitud de los bárbaros, á pesar de todos ellos salieron de aquel lugar y con sus ligeros piés fueron caminando hacia la villa de Timaná, y anduvieron cuatro dias sin comer si no era algunas yerbas, y los siguieron los indios é pasaron otros trabajos grandes, y los cercaron muchas veces; y, siendo Dios

servido, los libró y fueron á aportar á Timaná, adonde se habia ya entreoido la muerte de Pedro de Añasco, y habia salido Pedro de Guzman de Herrera con otros tres españoles de á caballo á saber si era cierto. Y, estando una noche durmiendo, dieron los indios en ellos y cabalgaron á mucha priesa en los caballos; Pedro de Guzman habia maneatado el suyo, y como no le dieron tiempo para quitar la manea, ni el caballo pudiese caminar por tenerla, fue muerto de muchas lanzadas que le dieron, y los otros españoles, aunque con harto riesgo, allegaron á la villa.

El capitan Osorio estaba, como digimos, en la quebrada de Apirimá con los que con él estaban, que eran diez y seis españoles, y de allí adonde mataron á los de Añasco no habia más de dos leguas; é queriendo caminar adelante, vino el golpe de los indios á dar en ellos, los cuales habian comido los cuerpos de todos los españoles que habian muerto, é robado todo el bagaje que tenian. Al capitan Pedro de Añasco, que tenian vivo, le enviaron por la provincia para que en todas las plazas, y mercados de ellas fuese visto, diciéndole mil denuestos, y, haciendo en la persona del esforzado Capitan mil martirios, le mataron con muerte larga é cruel; porque un dia le cortaban un brazo y otro le sacaban un ojo, y en otro le cortaban los lábios, y así se fué consumiendo el ser que tenia de hombre, hasta que se le acabó la vida y fué sepultado en los vientres de los que le mataron. Allegados pues ya los bárbaros á Apirimá, donde estaban los cristianos que habian ido á Popayan, cercáron los á todos, y de súpito, con gran ruido, dieron en ellos y comenzaron de herirlos; y aunque se pusieron en defensa no pudieron librarse de las manos de ellos, solamente escapó un español que habia por nombre Serrano, los demas todos fueron muertos y comidos por los indios, los cuales gozaron de las mercadurías é más cosas que llevaban á vender á Bogotá, que eran muchas. Y despues de muertos los españoles y robádoles todo lo que tenian, los indios, muy alegres, se fueron á sus pueblos.

CAPÍTULO XIII.

De cómo sabido en la ciudad de Popayan la muerte de los españoles salió de ella el capitan Juan de Ampudia, y de cómo fué muerto por los mismos indios él y otros cristianos.

Luégo que los indios se hobieron ido á sus pueblos, ó derramádose, como digimos en el capítulo pasado, hicieron en ellos grandes banquetes bebiendo de su vino, é así acordaron, que si de Popayan ó de Timaná viniesen contra ellos algunos españoles, de morir todos ó hacer lo que habian hecho de Pedro de Añasco; y luego que esto determinaron hicieron grandes albarradas y fuerzas para defenderse, y cortaron las sierras por donde venian á salir los caminos, y dábanse priesa á hacer armas. Pues como Serrano llegase á Popayan, é contase al capitan Juan de Ampudia la muerte de los españoles, muy triste por ello, determinó de ir á dar guerra á los que los habian muerto, y así sacó de Popayan sesenta españoles de á pié é de á caballo, lo mejor armados que pudo ser, é, con perros bien fieros y ballestas las que habia, salió de Popayan é anduvo hasta llegar á la provincia de Guanaca, y de allí fué á la de los Yalcones y allegó cerca de Apirimá, adonde habia sido la muerte de Osorio. Los indios, como sabian su venida, andaban por los altos é puestos en celada, aguardando tiempo para los matar; y pareciéndose dos de ellos. mandó el Capitan á un Antonio Redondo, vecino de la ciudad de Cali, que con diez españoles fuese é procurase de los prender, y como Antonio Redondo se partiese é llegase adonde los indios habian sido vistos, descobriéronse gran número de ellos y comenzaron de hacer rostro contra los doce españoles, de tal manera que les convino volver las espaldas, é con la

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