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CAPÍTULO XVI.

De cómo el capitan Jorge Robledo se partió de la ciudad de Cartago y anduvo hasta Cali, adonde fué bien recibido, y volvió por Capitan y Teniente general de las ciudades que habia poblado.

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Determinado por el Capitan de volver á Ancerma é ir á verse con Andagoya, despues de haber encomendado algunas cosas al capitan Suer de Nava, se partió de Cartago, y anduvo hasta que llegó á Ancerma, adonde supo lo que allí habia pasado y de como algunos vecinos habian tratado mal de él, y, disimulando por entonces el ódio que les cobró, se partió para Cali, adonde estaba el Adelantado, con hasta doce españoles que iríamos con el; é ya que llegaba cerca de la ciudad, envió delante uno que llevase la nueva. Lo cual oido por el Adelantado mostró holgarse mucho é se le hizo por todas tes gran recibimiento; y Robledo, teniendo tan poca experiencia como los otros, no solamente ofreció al Adelantado de le recibir por Gobernador en las ciudades que habia poblado, mas le envió cuatro mil pesos de oro de aquellas joyas ricas que le habian dado en la conquista, y por otras personas repartió más cantidad; y Andagoya por tenerlo más fijo en su amistad, procuró de lo casar con una parienta de su mujer. Y despues de haber estado algunos dias Robledo en Cali se partió con los que habiamos venido con él, y con nosotros, y anduvo hasta la ciudad de Santa Ana, ó de San Juan como entonces se llamaba; y asentadas algunas cosas en ella, dejando por Teniente al capitan Rui Vanegas, se partió para la ciudad de Cartago á hacer el repartimiento, y supo como habia habido algunas pasiones entre los Alcaldes y el Teniente

que él habia dejado, por causas muy livianas, y tomando el caso por suyo mandó prender á los Alcaldes. É llegado á la ciudad se hizo el recibimiento de Andagoya, y se entendia en apaciguar los naturales.

Y para saber lo que habia de la otra parte de la cordillera nevada ó Sierra de los Andes, envió á Alvaro de Mendoza con algunos españoles de á pié, para que lo pudiesen ver. Allegados á la cumbre de la Sierra vieron caminos que atravesaban al otro valle ó rio, y, pareciéndoles que sin caballos no era cordura pasar adelante, se volvieron; y el capitan Robledo entendia en hacer el repartimiento entre los españoles que allí estaban. Y agora volveremos á hablar del Marqués, y dejaremos esto hasta la venida del gobernador Belalcazar.

CAPÍTULO XVII.

De las cosas que pasaron en la ciudad de Los Reyes, y de cómo el marqués D. Francisco Pizarro, con parecer del obispo D. Fray Vicente de Valverde, hizo el repartimiento general, y de la ida de Gomez de Alvarado á poblar á Guanuco.

Durante el tiempo que el marqués D. Francisco Pizarro estuvo ausente de la ciudad de Los Reyes, como áun no estoviesen enteramente asentados los naturales, ni dejasen de desear su antigua libertad con la muerte de los españoles, salieron dos vecinos principales de ella, que el uno habia por nombre Francisco de Vargas, natural de Campos, y el otro se llamaba Sebastian de Torres, que tenian encomienda en la provincia de Guaraz, y estando en la de Guaylas fueron muertos por los indios ellos y otros algunos; lo cual sabido en Los Reyes, con parecer del cabildo é justicia, salió á castigarlos el capitan Francisco de Chaves, con copia de españoles de á pié y de á caballo, é hicieron en los campos é pueblos de los indios mucho daño, porque los hallaron alzados, y la guerra se les hizo tan cruel, que, temerosos de ser todos muertos en ella, pidieron la paz, la cual les fué otorgada por el capitan Francisco de Chaves, pareciéndole que bastaba el daño que se les había hecho y acabada aquella guerra, Francisco de Chaves se volvió á Los Reyes. Y como en este tiempo el Marqués hobiese hecho las fundaciones é poblaciones de Guamanga y Arequipa, y hobiese visitado toda la provincia del Collao, muy cansado y con deseo de holgar se vino á la ciudad de Los Reyes, adonde despues de pasados algunos dias determinó de hacer el repartimiento general, con acuerdo é parecer del Obispo, porque así lo mandaba S. M.; y entrambos, el Obispo y el Marqués, juraron solemnemente de hacer el repartimiento

con toda fidelidad, sin tener respeto á otra cosa que á los servicios que cada uno hobiese hecho; mas aunque esto juraron, dicen algunos que lo guardaron mal, porque á muchos conquistadores y descubridores dejaron pobres y con necesidad, y á muchos de sus criados dieron de los mejores y más ricos repartimientos.

Y como el Marqués hobiese poblado la ciudad que hemos dicho, pareciéndole que era cosa muy acertada fundar una ciudad en las provincias de Guanuco, determinó de mandar luégo á hacer aquella poblacion; é mirando á quien enviaria por Capitan para que lo hiciese, parecióle que Gomez de Alvarado, hermano del adelantado D. Pedro, lo haria bien, y que seria ganar por allí su amistad, y áun que seria parte para que muchos de los de Chile perdiesen el ódio que contra él tenian por causa de las diferencias pasadas, é luégo le mandó llamar y le dijo que él determinaba de le enviar á poblar una ciudad en las provincias de Guanuco, é que en ella tuviese en repartimiento los indios que á él le pareciese, y que le rogaba que lo quisiese hacer. Gomez de Alvarado, viendo la tardanza que habia en España en proveer justicia, é que él no podia sustentarse, é que ya pasaba necesidad, respondió al Marqués que haria lo que le mandaba. Y como en la ciudad de Los Reyes se entendió que el Marqués queria enviar á poblar en Guanuco, los regidores é vecinos de ella reclamaron, diciendo que no era justicia lo que mandaba en acortarles tanto los términos de su ciudad, pues les habia tomado é quitado lo de Guamanga; é decian más al Marqués, que no mandase hacer tal poblacion en aquellas provincias, pues eran sujetas á su ciudad. Mas no se dejó por sus dichos de partir el capitan Gomez de Alvarado con la gente que con él quiso ir, entre los que se fueron algunos de los de Chile, amigos suyos é que habian sido soldados viejos en el reino; y con ellos se partió á las provincias de Guanuco, y, en la parte que le pareció tener más aparejo para sustentarse la nueva poblacion que habia de hacer, la fundó, nombrando por alcaldes á Diego de Caravajal é á Rodrigo Nuñez, maestre de campo que

fué de Almagro el viejo. Los de Lima no dejaron todavía de reclamar y decir que no les quitasen sus términos, é vino la cosa á ser que el Marqués mandó que le fuese quitado el nombre que tenia de ciudad, é puesto villa, é que fuese sufragana á la ciudad de Los Reyes; lo cual, sabido por Gomez de Alvarado, vino de la nueva ciudad ó villa de Guanuco á Los Reyes, con determinacion de si no mandaban que fuese ciudad no volver á ella.

Adelante diremos los demas acontecimientos de Guanuco, porque todo lo que hizo Gomez de Alvarado se dió por nenguno, y el Marqués mandó á un Pedro Barroso que fuese á entender en las cosas de aquella provincia. Y en este tiempo los de Chile pasaban muy grandísima necesidad, y andaban por los pueblos de los indios porque les diesen de comer, desnudos y con mucha miseria; y como todos sabian que D. Diego estaba en Los Reyes, abajaban de los Charcas é Arequipa é del Cuzco para venirlo á buscar, diciendo que S. M. lo hacia mal con ellos en no proveer de juez contra el Marqués; y los que estaban en Los Reyes no pasaban ménos necesidad que los que estaban arriba, porque ya el Marqués habia muchos dias que habia mandado salir fuera de su casa á D. Diego, y aunque despues estaba en las casas de Francisco de Chaves, le echaron tambien de ellas; y Juan de Herrada y Juan Balsa, criados viejos de su padre, le buscaron adonde estoviese. É allegáronse á él treinta ó cuarenta de los que habian seguido al Adelantado, y padecian gran necesidad, y el Gobernador de nenguna cosa les mandaba proveer ni se acordaba que sin Almagro él no fuera lo que era, ni llegara á tener el mando y ser que tenia; y los de Chile pasaron su miseria como ellos podian.

Estaba en esta ciudad de Los Reyes en aquel tiempo el capitan Juan de Sayavedra, é Francisco de Chaves, é Cristóbal de Sotelo, é Saucedo, é Juan de Herrada y D. Alonso de Montemayor, y el contador Juan de Guzman, y otros amigos viejos del Adelantado; y Juan de Herrada entendia en buscar cómo ellos y D. Diego se pudiesen sustentar, y acaecia, entre

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