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volvió la barca al galeon, adonde los que en él venian padecian gran necesidad de hambre, é no se pudieran sustentar si no fuera por el navío de Nicaragua, que del mantenimiento que habia traido les proveia, é por haber sido el viaje largo unos ni otros no tenian que comer.

CAPÍTULO XXVII.

De cómo el presidente Vaca de Castro se vió en gran necesidad y peligro por no saber el puerto de la Buenaventura dónde era,

y

de como, al cabo de algunos dias que andaban buscando el puerto, vieron un navío, en el cual venia D. Juan de Andagoya que les dijo el puerto dónde estaba.

Vuelto el batel que habia ido con los marineros á saber del puerto y buscar la carta que creyeron hallar al pié de la cruz, grande fué la pena que recibieron en ver el mal recaudo que traian; Vaca de Castro estaba muy fatigado é pensativo, é tornó á mandar volviese en el batel otro piloto con algunos marineros, á ver si por ventura toparian con el puerto, pues ya la necesidad que tenian de bastimentos era tanta, que por poco tiempo que se dilatase de lo hallar corrian peligro grande. É, metidos en el batel, fueron segunda vez á buscar el puerto, llevando ocho dias de término para poder ir é volver; y aunque anduvieron costeando la costa, y entraron en algunos rios que de aquellas montañas salian á la mar, no hallaron señal ni rastro del puerto ni otra cosa que á él les pudiese guiar. Y estando en determinacion de volverse á la isla de Palmas, para que Vaca de Castro, por la necesidad que tenia de bastimento, se pudiese volver á Panamá, vieron venir por la costa dos navíos que á la vela venian arribando adonde estaba el batel; é viéronlos surgir é coger las velas, y con los bateles venian para ellos, y traian la mesma necesidad, porque venian de Nicaragua é los pilotos no sabian el puerto ni habian estado en él, é creyeron que los que venian en el batel, los pudieran avisar adonde estaba. Y, como los unos supieron de los otros en lo que andaban, recibieron pena é acordaron con todas tres barcas de ir por aquel ancon, á ver si podrian topar

con el puerto; é aquella noche hizo muy gran tormenta, é pensaron de perecer.

Vaca de Castro y los que estaban en los navíos padecian mucha necesidad de comida; y, estando los bateles para volverse á los navíos, vieron venir un navío, el cual salia del puerto de la Buenaventura, y en él venia D. Juan de Andagoya, hijo del adelantado D. Pascual de Andagoya, que iba á buscar al capitan Cristóbal de Peñas, y á que le diese el Audiencia Real de Panamá provision para que el adelantado Sebastian de Belalcazar dejase ir libremente al Adelantado su padre, que le tenia preso, adonde él quisiese. Y como Don Juan salió por la boca del rio é vido los navíos, metiéndose en la barca del navío, salió por ver lo que era é lo que buscaban; y la tormenta era mucha, é perdió el gobernalle del barco, y si no fueran á le socorrer se perdiera. Pues como supieron de D. Juan que el puerto estaba allí cerca, muy alegres acordaron de volver adonde estaba el Presidente, diciendo á D. Juan que no tenia á qué ir á Panamá, que alli venia el licenciado Vaca de Castro, que era presidente de la Audiencia de Panamá, y podria poner á su padre en libertad y desagravialle del daño que le hobiesen hecho; y, como aquello oyó D. Juan, recibió mucha alegría, creyendo que, pues el presidente Vaca de Castro traia poderes tan amplísimos é bastantes de S. M., como decia, que podria mucho aprovechar al Adelantado, su padre, é sacarlo de las manos é poder de Belalcazar; y diciendo á los que estaban en los bateles que fuesen por el rio que él habia salido, é derechos irian á dar en el puerto que buscaban, D. Juan con su navio fué á la isla de Palmas, adonde estaba Vaca de Castro, el cual le dió un mandamiento firmado de su nombre para que el adelantado Belalcazar soltase de la prision que tenia á D. Pascual de Andagoya. Y llegó en el galeon Vaca de Castro al puerto de Buenaventura, desde donde mandó á Merlo, su escribano, que fuese á notificar el mandamiento á Belalcazar, y á que supiese como por mandado de S. M. iba á los reinos del Perú; donde le dejaremos y diremos lo que sucedió en la ciudad de Los Reyes. TOMO LXXVI.

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CAPÍTULO XXVIII.

De cómo se supo en la ciudad de Los Reyes la arribada de Vaca de Castro al rio de San Juan, y de lo mucho que lo sintieron los de Chile, y de lo que más pasó en aquel tiempo en Los Reyes.

Al tiempo que salió el presidente Vaca de Castro de Panamá, salieron con él ciertos navíos, como ya contamos, y en Ancon de Sardinas, con el temporal que allí tovieron, se perdieron unos de otros, y el galeon arribó al puerto de la Buenaventura, como está dicho, y los otros, como eran navíos más pequeños y mejores de la vela, pudieron subir arriba y llegar al puerto de Lima, adonde dieron nueva de como viniendo Vaca de Castro por la mar habia tenido tan récios tiempos que habia arribado, y que no sabian si era perdido ó si se volvió á Panamá, ó aportó al puerto de la Buenaventura; y con aquellas nuevas no se holgó poco el Marqués y los de su bando. Los de Chile, como lo oyeron, quejábanse de su corta ventura, pues estábanlo aguardando y con esperanza de lo ver con brevedad, para que los desagraviara en la sinjusticia que les habia hecho en matar al adelantado D. Diego, y á ellos no haberles dado en repartimiento ninguna cosa de lo mucho que habian descubierto é merecido en aquel reino; é andaban muy tristes é pensativos. É pasaban muy grandes necesidades, pues entre diez ó doce de ellos no se hallaba más de una sola capa, con que todos salian; é los vecinos hacíanlo tan secamente con ellos, que, aunque los veian morir de hambre, no les ayudaban con cosa ninguna, ni querian en sus casas darles de comer.

Y acercándose el dia de San Juan salieron á caballo

y

á regocijarse los vecinos, é acaeció un pronóstico muy malo, fué: que Antonio Picado tomó á las ancas de su caba-、 llo á un loco que en aquel tiempo estaba en Los Reyes, llamado Juan de Lepe, é no hobo cabalgado en el caballo, cuando entonando la voz comenzó á decir: «Esta es la justicia que mandan hacer á este hombre»; y como los de Chile le oyeron aquel pregon, holgáronse, y decian que ellos tenian esperanza que el dicho del loco era profecía, y que habian de ser de sus enemigos vengados con semejantes palabras que aquellas.

Quieren decir que en este tiempo los de Chile, viéndose tan desfavorecidos é que no les venia justicia ante quien pudiesen pedir sus agravios, que trataban entre ellos de matar al Marqués, y que el mesmo dia de San Juan pensaron efectuarlo, é que el buen caballero Cristóbal de Sotelo estorbó que no lo hiciesen, diciendo que no convenia hacer tal cosa por entónces; tambien dicen que el Marqués tenia determinado de desterrar á D. Diego é á Juan de Herrada, é hacer justicia de los que viese que andaban soleventados. Mas lo uno ni lo otro no es verdad, porque bien es público á los que en aquel tiempo vivian, como muchas veces el Marqués se iba á un molino, que entónces mandaba hacer á las riberas del rio que por aquella ciudad corre, solo, sin llevar más que un paje sin armas, é yendo tan desacompañado pocos eran menester para le matar si quisieran; mas aunque se trataba entre algunos de vengar la muerte del Adelantado, no se determinaban de matar al Marqués. Ni tampoco podemos creer, ni es cosa decente afirmar, que el Marqués pensase de los desterrar ni matar, pues sabemos que muchos de sus amigos le aconsejaron que los echase de la tierra, y él les respondia que nunca tal cosa por él seria hecha, porque luégo dirian que lo hacia porque no hobiese quien le pidiese en la residencia. Por la ciudad anduvo un tumulto, acompañado con un silencio profundo entre los indios, diciendo que ya se acercaba el dia final del Marqués, en el cual habia de ser por los de Chile muerto; y en los mercados ó tiangues lo hablaban ellos mesmos, y algunas indias lo decian á los españoles que tenian por amos; é decian que el

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