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repugnantes sensaciones. Y pedimos á Dios, ya que cerca del término natural de la empresa que hemos acometido se interpone un período tan funesto, y de cuya narración no nos ha de ser posible emplear el lenguaje agradable de la alabanza y del aplauso, y sí con frecuencia el de la censura y el vituperio, nos conceda al menos los días y la tranquilidad de ánimo que hemos menester para transmitir también á la posteridad, en alivio y compensación de aquellas ingratas impresiones, siquiera los he chos principales y los rasgos característicos de este reinado en que vivimos tan grandioso como mísero fué aquél, tan brillante como aquél fué tenebroso y sombrío, tan fecundo en glorias como aquél fué abundante en indignas ruindades.

Que parece haberse propuesto la Providencia mostrar al mundo cuánto puede cambiar en una sola generación, en un solo grado de sucesión, el carácter natural de un individuo y la condición social de un pueblo. Quiso que á un príncipe vulgar y mezquino en sus ideas, miserable en sus aspi raciones, y falaz en sus promesas, sucediera en el trono de España una princesa magnánima y generosa en sus sentimientos, grande y noble en sus miras, elevada y digna en su proceder; que á un rey fanáticamente reaccionario, duro opresor de su pueblo, perseguidor sistemático de los hombres eminentes en civismo y en saber, sucediera una reina protectora de la expansión del pensamiento y de la libertad razonable en la emisión de las ideas, madre cariñosa de sus súbditos, y cuidadosa de ensalzar y de agrupar en derredor de su trono á los más ilustres y esclarecidos ciuda danos; que á un padre desnaturalizado y desagradecido sucediera una hija bondadosa y benéfica; que á un monarca dado á los rigores del absolutismo sucediera una reina decidida á guardar las templadas leyes de un régimen constitucional.

Y que á la sombra y bajo la tutela maternal de la que por derecho hereditario y por la voluntad de la nación sucedió á su padre en el trono, resucitara una libertad dirigida y moderada por leyes sabias y justas; renaciera la ilustración y brillaran las luces, disipando las negras nubes que las impedían mostrarse y resplandecer; se abrieran las obstruídas fuentes de la prosperidad pública; se gozara de seguridad y de sosiego en el hogar doméstico; se levantara sobre cimientos sólidos la tribuna de la discusión; se diera expansión y desahogo á las ideas y al pensamiento por medio de la imprenta; sacudiera la nación su letargo, y fuera recobrando aquella grandeza, aquella importancia y aquella consideración que en otro tiempo había tenido entre las grandes y más cultas naciones del mundo.

Anticipamos estas breves reflexiones, para que sirvan de prólogo á lo que para el complemento de esta historia nos resta hacer; y también para que, si nos tomamos algún respiro antes de dar á la estampa y á la luz pública su continuación, entiendan nuestros lectores que llevamos el propósito de no poner fin y remate á nuestra empresa con el desdichado pe ríodo del reinado que sigue y dejamos iniciado, sin que podamos al mismo tiempo neutralizar la desagradable sensación que causaría en nuestro ánimo, con los sucesos más halagueños y consoladores del que por fortuna le reemplazó, por lo menos hasta la época que baste á nuestro propósito, y hasta donde la prudencia nos permita llegar.

ADVERTENCIA

Mucho hemos vacilado antes de resolvernos á dar á la estampa en nuestros días la historia de este reinado; mucho también, más todavía, antes de decidirnos á entregar á la censura pública el humilde juicio crítico que acostumbramos á hacer sobre cada uno de los períodos que, modificando las condiciones de la vida social del pueblo, forman época en los fastos históricos de nuestra patria.

Confesamos que nuestro primer impulso, nuestro primer pensamiento, la tendencia primera y á que propendía más nuestro ánimo era que el manuscrito quedara guardado, no como tesoro ni como alhaja de precio, que fuera imperdonable presunción tenerla por tal, sino como aquello que por desconfianza ó por timidez se esconde, y dejar que el molde transmitiera lo hecho con la pluma allá para cuando el hielo de la tumba que cubre á los que actuaron en un drama y á los que pintaron las escenas y describieron su ejecución, entibia las pasiones y deja sólo el temple suave de la imparcialidad á los que han de juzgar á unos y á otros. Y decimos á los que han de juzgar á unos y á otros, porque es común error pensar que la dificultad de escribir la historia contemporánea esté solamente en no poder confiar en la imparcialidad y desapasionamiento del que haya de escri birla; comprendiendo en la denominación de contemporánea, no solamente aquella en que se ha tomado ó podido ser parte activa ó pasiva, sino también aquella que sólo se ha alcanzado en años juveniles, como nos acontece á nosotros con la que da materia á estas observaciones, pero de la cual existen muchos que fueron en ella actores, y muchos más que son inmediatos deudos y allegados de ellos.

No; la dificultad puede no estar, de cierto no está muchas veces en el historiador, á quien la santidad de su magisterio, la importancia y elevación de su alto sacerdocio imponen el deber de ser justo; en quien aventura y compromete en no serlo su reputación y buen nombre, y que, habiendo alcanzado fama de imparcial en una larga serie de producciones ó probado la severidad de sus juicios en una obra de grande aliento y de dimensiones colosales, su interés, su amor propio le aconsejan, empeñan y obligan á no perder en el remate de ella, que por un orden natural es también el de su vida, y sin sacar de ello provecho, la parte de gloria que pueda á fuerza de vigilias haber ganado, que es el patrimonio del que cultiva las letras y la herencia de más precio que puede legar á sus hijos. El historiador es uno, y la imparcialidad en uno, que cifra todo su pasado, su presente y su porvenir en ella, si no es segura, es por lo menos asequible, y puede abonarle para lo presente y para lo porvenir el concepto de lo pasado. No; la dificultad no suele estar en el historiador, sino en los lectores mismos, que son muchos, y que sin aquellos deberes, sin aquellos compromisos de interés y de honra, sin aquel estudio, sin aquel trabajo de investigación, sin aquel cotejo de datos, sin aquella frialdad que sólo se siente en las alturas desde las cuales hay que abarcarlo y dominarlo todo, propenden á atribuir al historiador la pasión de que ellos mismos

sin apercibirse de ello estén poseídos. El que desea y espera elogios propios ó de sus mayores y no los encuentra, culpa al historiador de injusto. El que lee alabanzas de quien fué su rival en los campos de batalla, en el parlamento, ó en la dirección de la política, moteja de parcial al historiador. El que ve juzgar un acontecimiento por otro prisma que el de una opinión de que hizo siempre alarde, siquiera sea de las que han caído en general descrédito, no vacila en atribuir al historiador el error que es suyo, ó que por lo menos puede serlo. El que hizo un servicio local á un municipio, laudable pero pequeño, y no le halla consignado en la historia, censura como un vacío indisculpable la omisión de los grandes servicios hechos á la patria. ¡Y cuántos así! De forma que sin negar la contingencial de que al historiador contemporáneo puedan preocuparle pasiones de que no tiene privilegio de exención, es mil veces mayor el peligro de que haya lectores que al verse retratados en el espejo de la historia sucédales lo que á aquellos que achacan á defectos del azogado cristal los que son del original fielmente reproducidos.

Agregábase á esta consideración la de que el reinado es odioso hasta la repugnancia. Sufre de continuo el espíritu del escritor, que por inclina. ción propia, y por amor á su patria, querría encontrar mucho que aplau dir, y halla por el contrario mucho que vituperar. Confesamos no ser de los que gozan con espectáculos de dramas lúgubres, de cuadros sombríos y galerías de sombras ensangrentadas. Padecemos leyendo los Misterios de la Inquisición, las Prisiones de Europa y las Causas criminales célebres. Apartamos la vista de los cadalsos, y no asistimos jamás á las ejecu ciones, por justas que sean y provechosas á la sociedad. Con gusto fabricaríamos letras de oro y las colocaríamos en los lienzos del santuario de las leyes para perpetuar la memoria de los mártires de la independencia y de la libertad de nuestra patria, pero aflígenos haber de describir sus martirios. Nos deleitaría poner coronas de laurel en las sienes de los sabios y de los héroes, pero nos mortifica y atormenta referir los padecimien tos de los insignes patricios, y las negras ingratitudes y abominaciones de los tiranos. Hemos sentido verdadero placer en bosquejar las épocas de engrandecimiento y de gloria de nuestra patria; con violencia y con disgusto hemos trazado el cuadro de la decadencia, de los infortunios, de las ruindades y miserias, y hasta de las iniquidades de este reinado.

Por otra parte, hombres eminentes, varones insignes en política y en letras, ilustres repúblicos, distinguidos oradores, algunos de ellos de los que ejercieron influencia grande en los acontecimientos de aquella época, y les dieron impulso, y dirección á veces, y á quienes Dios ha otorgado, con un entendimiento clarísimo, memoria prodigiosa y erudición vasta, una longevidad que sale algo de lo común, han descrito con elegante pluma, riqueza de dicción y elocuente frase varios episodios de este reinado. Tenemos entendido, y creemos saber que alguno de ellos ha escrito, y tiene ya, si acaso no terminada del todo, en vías por lo menos de conclusión, una historia lata y completa de este mismo reinado, obra de largos años, y suponemos que de maduro estudio y detenida meditación, lo cual unido á las dotes de ingenio y de crítica que le reconocemos, hace esperar que será un trabajo acabado y digno del siglo y del nombre y reputación

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a índole y las condiciones de una y otra obra tienen es, porque la suya, como especial y monográfica, puede uda toda la latitud que consienten y aun exigen las orma y dimensiones de la nuestra han de acomodarse ue corresponden á una historia general, y á las que mos cuidado de dar á cada época ó período, sentimos. élla no haya salido antes á luz, porque nos vemos o que en ella habríamos podido aprender.

raciones, y otras más que exponer podríamos, si huo solamente nuestro interés propio, y obrado á imlado egoísmo, habríamos suspendido la publicación sta parte de nuestro trabajo. De aquí aquella propennos referíamos al principio de esta Advertencia, y de ndefinida y el descanso y respiro que nos propusimos al final del libro postrero de lo ya publicado.

que ha podido movernos á cambiar la inclinación prición contraria? Debemos gratitud inmensa á nuestros an honrado y favorecido muy sobre nuestros escasos manifestaciones ó indicaciones que muchos se han n forma de ruego unas, de cortés impaciencia otras, eo de que completáramos con esta parte nuestra obra, otros poderosos y agradables estímulos, capaces de s más razonables temores y perplejidades. Nada conoligar tanto como la gratitud. Al público que nos ha sido blico á quien somos deudores de todo, debemos sacrialen al lado de tan sagrados deberes cualesquiera conlos de amor propio? Si en el transcurso de una obra, la larga que en la clase de las originales creemos se haya en el presente siglo, hemos entregado al juicio público, esía, con resolución, con energía, con valor, con la enerdan las convicciones y la buena fe, nuestros humildes le entregábamos nuestra reputación literaria y nuestra io del hombre probo, ¿qué puede detenernos para hacer e resta de nuestros trabajos? Debemos nuestros juicios i fuesen errados, ¿y quien tan insensato que abrigara la pia presunción de que no pudieran serlo? la sinceridad dulgencia; y aun así podrían no ser inútiles y prestar opiniones que con ingenuidad se arrojan á la arena de si no son prenda ni llevan patente de verdad, dan ocadescubra y depure. Sin los ensayos no podrían perfectiles inventos. Si no se diera el metal, en vano sería el arle y sacarle fulgente y limpio de las sustancias que le en deforme.

las bondades de nuestros numerosos suscritores, hemos beneficio suyo un trabajo, que irá al final de la historia l reinado de Fernando VII; trabajo lento, pesado, minuemos decir impertinente y molesto sobremanera, pero habrán de agradecer nuestros lectores, á saber: un Indice

ó Repertorio alfabético de materias, de nombres, de lugares, de g de batallas, de sucesos notables de toda especie, de administraci legislación, de artes, etc., etc. De modo que con suma facilidad po lector hallar el volumen y páginas de nuestra historia que conten que en ella se dice acerca del asunto que se proponga buscar, exam recordar. En este Índice se harán las referencias exactas al libro ó y página ó páginas en que del asunto se hable, á fin de que pueda virse de él los que posean la obra.

Concluiremos esta Advertencia repitiendo aquellas palabras qu último capítulo estampamos. «Confesamos que miraríamos como un gracia, si tuviéramos la fatalidad de terminar nuestra historia con un reinado, que no podría dejar al autor y al lector sino impre amargas y repugnantes sensaciones Y pedimos á Dios. ya que cer término natural de la empresa que hemos acometido se interpone ríodo tan funesto... nos conceda al menos los días y la tranquilid ánimo que hemos menester para transmitir también á la posterio alivio y compensación de aquellas ingratas impresiones, siquiera chos principales y los rasgos característicos de este reinado en qu mos, tan grandioso como mísero fué aquél, tan brillante como tenebroso y sombrío.»

Cuándo este trabajo podrá ver la luz, y hasta dónde podremos 11 no nos es posible afirmarlo, ni contraer sobre ello compromiso. Nin vida, ni nuestra salud, ni siquiera la ocasión y la oportunidad es nuestra mano. Llevaremos nuestra empresa con perseverancia y hasta donde, con la ayuda de Dios, podamos.

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