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dinarios hicieron en defensa y sostenimiento de estas asociaciones los. diputados de la fraccion exaltada, distinguiéndose entre ellos Moreno Guerra, Solanot, Flórez Estrada y Romero Alpuente. Discursos elocuentes y brillantes pronunciaron los enemigos de aquellas reuniones, presentándolas como contrarias al orden, derogatorias de la dignidad de las autoridades, y manantiales de perturbaciones y de escándalos, señalándose entre ellos, Garelly, presidente de la comisión, el conde de Toreno, y el ministro de la Gobernación Argüelles, cuyas peroraciones pueden presentarse como modelos de nerviosa elocuencia y de buenas máximas de gobierno (1). El gobierno y la mayoría lograron un gran triunfo en estos importantísimos debates, aprobándose el dictamen en votación nominal por 100 votos contra 43 (2), y dando por resultado el siguiente decreto:

Las cortes, después de haber observado todas las formalidades prescritas por la Constitución, han decretado lo siguiente:

>1.° No siendo necesarias para el ejercicio de la libertad de hablar de los asuntos políticos las reuniones de individuos constituídas y reglamentadas por ellos mismos, bajo los nombres de sociedades patrióticas, confederaciones, juntas patrióticas, ó cualquier otro, sin autoridad pública, cesarán desde luego con arreglo á las leyes que prohiben estas corporaciones. >2. Los individuos que en adelante quieran reunirse periódicamente en algún sitio público para discutir asuntos políticos y cooperar á su recí proca ilustración, podrán hacerlo con previo conocimiento de la autoridad superior local, la cual será responsable de los abusos, tomando al efecto las medidas que juzgue oportunas, sin excluir la suspensión de las reuniones.

>3. Los individuos así reunidos no podrán jamás considerarse corporación, ni representar como tal, ni tomar la voz del pueblo, ni tener correspondencia con otras reuniones de igual clase.-Lo cual presentan las cortes á S. M. para que tenga á bien dar su sanción. — Madrid, 21 de octubre de 1820.-José María Calatrava, Presidente. - Marcial Antonio López, Diputado Secretario.-Miguel Cortés, Diputado Secretario >>

Faltó, sin embargo, resolución á los mismos que la habían tenido para dar este golpe, pues consintieron ó toleraron que siguiese abierto el café de la Cruz de Malta, donde se reunía la sociedad de este nombre, una de las más demagógicas y revolucionarias que se conocían.

(1) El marqués de Miraflores los copió y publicó entre los documentos para sus Apuntes históricos sobre la revolución de España.

(2) He aquí los diputados de más nombre que votaron por la supresión de las sociedades patrióticas: Señores Couto, Traver, Ramonet, Muñoz Torrero, Vargas Ponce, Sierra Pambley, Crespo, Bernabeu, Garelly, Álvarez Guerra, Huerta, Giraldo, Toreno, Salvador, García Page, Clemencín, Tapia, Azaola, Martel, Espiga, Martínez de la Rosa, Álvarez Sotomayor, Fraile (obispo de Sigüenza), Vallejo (ídem de Mallorca), Victorica, Rodríguez Ledesma, Govantes, Quiroga, Golfín, Moscoso, Oliver, Senellach, Calatrava (presidente).

Votaron en contra: Señores Díaz del Moral, Sancho, Vadillo, Lastarria, Solanot, Cepero, Navas, Pandiola, Flórez Estrada, Romero Alpuente, Rivera, Villanueva, Puigblanch, O'Daly, Palarea, Navarro, Istúriz, Lasanta, Díaz Morales, Jutiérrez Acuña, Ciscar, Ramos Arispe, Gasco, Desprats, Solana, Moreno Guerra Ꭹ Solano.

Томо ХѴІІІ

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Tras estas medidas políticas, ocupáronse las cortes en otras de orden administrativo y económico. A pesar del estado deplorable de la hacien da, se adoptaron disposiciones que exigían fuertes dispendios y sacrificios, tales como la construcción de veinte buques de guerra, á lo cual se desti naban quince millones de reales (1), la designación de la fuerza del ejército permanente, que consistía en 66,828 hombres, y se había de aumentar para el caso de guerra hasta 124,879 (2), y esto al tiempo que se mandaba cesar los apremios á los pueblos por contribuciones.

Mas luego se presentó el presupuesto, ó como entonces se decía, plan de gastos y contribuciones para el año corriente, que se contaba de julio á julio, y se vió que resultaba un déficit de 172 millones de reales. En el mismo día que este presupuesto se aprobaba (6 de noviembre), se acor daba un descuento gradual á los sueldos de los empleados activos para parte de pago de los cesantes (3); se impuso un reparto de 125 millones de contribución entre las provincias, y otro de 27 millones á las capitales y puertos habilitados, y en los siguientes se dictaron otras medidas. sobre contribución del clero, sobre establecimiento de aduanas y contrarregistros, inclusas las Provincias Vascongadas, y se acordó el desestanco del tabaco y de la sal.

Exhibióse luego el cuadro de la deuda pública, que ciertamente no era risueño, Ascendía á un total de 14,219 millones; de ella 7,405 millones sin interés; con interés los restantes 6,814, montando sus réditos 235 millones. Destinábanse al pago de los intereses los maestrazgos de las órdenes militares, y todas las rentas, derechos y acciones de las encomiendas vacantes y que vacaren; los productos de las fincas, derechos y rentas de la Inquisición; el sobrante de las rentas de los conventos y monasterios; las vacantes de los beneficios y prebendas eclesiásticas en toda la monarquía; los beneficios simples, y el producto de las fincas de obras pías y bienes secularizados; las minas de Almadén y de Río-Tinto; el patrimonio real de Valencia, y varios otros arbitrios. A la amortización de la deuda se aplicaban, las temporalidades de los jesuítas; las alhajas y fincas llamadas de la corona; los predios rústicos y urbanos de las encomiendas y de los maestrazgos de las órdenes militares; la mitad de los baldíos y realengos; los estados de la última duquesa de Alba, y demás que se incorporaran á

(1) Decreto de 27 de octubre.

(2) Decreto de 1.o de noviembre.—Por este decreto se extinguían los tres regimientos de suizos que había al servicio de España; se licenciaba á todos los cumplidos hasta 1.o de enero último, y se organizaba bajo otro pie la guardia real de caballería. (3) La escala era la siguiente:

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la nación; el valle de la Alcudia; los bienes estables pertenecientes á la Inquisición; los de los monacales suprimidos; el valor de las fábricas nacionales de Guadalajara, Brihuega, Talavera y San Ildefonso, y los edificios nacionales no necesarios en Madrid.

Importantes y vitales como eran estos asuntos, perdían su interés y se miraban con cierta indiferencia, al lado de los peligros que en aquellos momentos se veían ya venir, de la tempestad que se sentía ya cernerse y rugir sobre el edificio constitucional. Aquella aparente y fingida armonía entre el rey y las cortes había ido desapareciendo; los ministros y el mo narca se mostraban recíprocamente cada vez más recelosos y más abiertamente desconfiados; aquéllos sabían que los planes de la reacción se desarrollaban rápidamente, y que el palacio no era extraño á las conspiraciones absolutistas que en varios puntos asomaban. Y mientras por un lado trabajaba la revolución en las sociedades secretas, en la prensa y en la milicia, por otro la aristocracia, ofendida por la ley sobre vinculaciones, y el clero, tomando pie de la supresión de monacales, se concertaban con el rey para ver de destruir el sistema vigente. Este último decreto de las cortes fué el terreno que escogió el nuncio de Su Santidad para aconsejar al rey que le negase su sanción, usando del veto suspensivo que por la Constitución le correspondía. Negó en efecto el rey su sanción al decreto sobre monacales, fundándose en motivos de conciencia.

Por más que para los ministros fuese evidente que lo que en realidad se buscaba era un pretexto para chocar con el partido reformador, al fin el monarca usaba de un derecho consignado en el código fundamental. En este desacuerdo, en vez de respetar el escrúpulo del rey, si escrúpulo era, ó de retirarse si no podían vencerle, ni hicieron lo primero, por suponer en Fernando otros móviles y fines, ni lo segundo, por lo peligroso que podía ser un cambio en tales circunstancias, y optaron por insistir, buscando todos los medios de vencer, si no la conciencia, por lo menos la voluntad del monarca. Como ellos no se mostraban muy respetuosos á la prerrogativa constitucional de la corona, se les atribuyó por muchos, entonces y después, lo que acaso fué pensamiento de amigos imprudentes, á saber, el amedrentar al rey con la idea y el amago de un tumulto. No hay duda que se intentó este medio, y que se acudió á la sociedad de la Fontana, cerrada entonces, para que de allí saliese la manifestación, mas no se pres taron los miembros más influyentes de ella. Hízose no obstante creer al rey que el alboroto había empezado, cuando no pasaba de un intento y de una ficción. Por lo mismo fué mayor el enojo del rey cuando supo el engaño, y como no faltó quien atribuyera toda la trama á los ministros, creció el odio de Fernando á sus consejeros y juróles venganza.

Para ello le pareció poder contar con los hombres de la oposición, resentidos de los ministros, que era la parcialidad exaltada, y quiso que se entendiese con ellos la gente palaciega. Al efecto entabló tratos con los de aquella bandería el P. Fr. Cirilo Alameda, general ya de la orden de San Francisco, que tenía privanza en la corte, diestro para el caso, y que no tuvo reparo en entrar en una de las sociedades secretas para espiarla y sacar mejor partido. El cuerpo supremo de la sociedad masónica comisionó á Galiano, el más enconado contra el ministerio, para que se enten

diera con el padre Cirilo. Estos dos personajes de tan distinta procedencia, profesión é historia, llegaron ya á convenir en la formación de un minis terio, que uno de los mismos negociadores ha calificado de monstruoso. Pero sobre no agradarle á la sociedad, ellos mismos no estaban satisfechos de su obra, y como la avenencia sincera era difícil, si no imposible, las relaciones se entibiaron, y la negociación no se llevó á término, mostrando de ello desabrimiento el padre Cirilo (1).

En tal estado y hallándose próxima á concluir la legislatura, mal hu morado el rey, partió con la reina y los infantes para el Escorial, monasterio que á petición suya había sido exceptuado de la supresión. Fué, por lo tanto, recibido por los monjes y por el pueblo con demostraciones del más vivo regocijo, y festejado en los días siguientes con luminarias y con cuantos obsequios era posible allí hacer, y que tanto contrastaban con el receloso desvío que había experimentado en la corte. Hallábase, pues, muy contenta en aquel real sitio toda la real familia; pero al mismo tiempo nadie dudaba, ó era por lo menos general creencia (que después los hechos confirmaron), que en aquella mansión se fraguaban planes muy serios y formales para acabar con las instituciones. Tomó cuerpo esta idea al ver que el día designado para cerrarse la primera legislatura con arreglo á la Constitución (9 de noviembre), el rey, alegando hallarse indispuesto, no asistió en persona á tan solemne acto, encargando á los ministros la lectura del discurso que habría de pronunciar. Nadie creyó en la indisposi ción del monarca, y de no creerla no se hacía misterio: lo que hizo fué producir una grande exaltación en los ánimos, recordándose con tal motivo todos los antecedentes que habían mediado.

Leyóse, pues, el discurso, en que se vertían las ideas más constitucionales, y en que el rey mostraba la mayor adhesión al sistema representa tivo. Y concluída su lectura, el presidente (señor Calatrava), pronunció estas palabras: «En cumplimiento de lo que manda la Constitución, las cortes cierran sus sesiones hoy 9 de noviembre de 1820. »

(1) Se dijo, y se ha repetido después, que entre los medios de coacción empleados por los ministros para intimidar y obligar al monarca, fué uno el de promover manifestaciones violentas y amenazadoras en la imprenta, representaciones subversivas por parte de la milicia voluntaria, discursos provocativos y sediciosos en las sociedades, y hasta fingir y hacer creer que había estallado ya el tumulto. No diremos que los ministros fueran tan respetuosos como debieran á la prerrogativa constitucional de la corona, ni que acaso no llevaran su insistencia hasta la terquedad; pero en cuanto á acalorar ellos los ánimos para promover agitaciones y disturbios que les dieran pretexto para acobardar y forzar al rey, en verdad, era intento, sobre impropio de su carácter, excusado y superfluo, porque la opinión entonces en las sociedades, en la imprenta y en la milicia más necesitaba de freno que de espuela, y no había para qué concitarla; el trabajo estaba en reprimirla.

CAPÍTULO VI

EL REY Y LOS PARTIDOS. — De 1820 á 1821

Intenta el rey un golpe de Estado.-Frústrase el proyecto.-Divúlgase por Madrid.— Agitación: tumulto.-Mensaje de la diputación permanente al rey.-Respuesta de Fernando.- Viene á la corte.- Demostraciones insultantes de la plebe.- Enojo y des echo del monarca.—Tregua entre el gobierno y los exaltados.-Formación de la Sociedad de los Comuneros.-Su carácter y organización.- Movimiento y trabajos de otras sociedades.-El Grande Oriente.-La Cruz de Malta.-Grave compromiso en que pone al gobierno. - Conspiraciones absolutistas.- El clero.-Partidas realistas.-Exaltación y conspiraciones del partido liberal.—Conjuración de Vinuesa, el cura de Tamajón.-Irritación y desórdenes de la plebe.-Desacatos al rey.—Quéjase al ayuntamiento. - Suceso de los guardias de Corps.-Desarme y disolución del cuerpo.-Antipatía entre el rey y sus ministros.-Quéjase de ellos ante el Consejo de Estado. Respuesta que recibe.-Sesiones preparatorias de las cortes.-Síntom: s y anuncios de rompimiento entre el monarca y el gobierno.

Parecióles á los consejeros de Fernando que era buena ocasión la de haberse cerrado las cortes para intentar un golpe de Estado contra unas instituciones que siempre habían repugnado y que ahora aborrecían. Mas no debieron hacerlo con demasiada precaución ni disimulo, puesto que no era un secreto ni un misterio para nadie que en el real sitio de San Lorenzo se formaba la nube que brevemente había de lanzar sus rayos sobre el edificio constitucional, y lo que antes era sólo recelo ó presentimiento se convirtió en convicción, y casi en evidencia de la conspiración. que existía. Con este motivo había exaltación en el partido liberal, prevención en los ministros contra el rey y la corte, irritación y odio en el monarca y sus consejeros secretos contra el gobierno y los constituciona les; y como la irritación es siempre mala consejera, la precipitación y la imprudencia estuvieron esta vez de parte del rey y de los cortesanos.

Una semana hacía solamente que se habían cerrado las cortes, cuando se presentó al capitán general de Castilla la Nueva don Gaspar Vigodet el general don José Carvajal (16 de noviembre, 1820) con una carta autógrafa del rey, en que S. M. ordenaba al primero entregase á Carvajal el mando de Castilla la Nueva, para el que había sido nombrado. Como la orden no iba refrendada por ningún ministro, circunstancia indispensable para ser obedecido según el artículo 225 de la Constitución, rehusó Vigodet cumplimentarla; porfiaba Carvajal por que lo fuese, y después de una viva polémica resolvieron pasar los dos al ministerio de la Guerra. Era entonces ministro de este ramo el célebre marino don Cayetano Valdés, muy reputado por su probidad y por su sincera adhesión á los principios. constitucionales. Sorprendió al ministro el nombramiento, y sobre todo la forma; convencióse de su ilegalidad, y puesto en conocimiento de los demás secretarios del Despacho un suceso que descorría ya el velo á anteriores sospechas, acordaron no dar cumplimiento al mandato inconstitucional.

Pudo el gobierno haber procurado ocultar el hecho, y aun pasar al Es

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