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jando con otra los monstruos de la ignorancia y de la tiranía. La socie dad de la Fontana anunció la noche del 17 de setiembre que la procesión se verificaría al día siguiente entre tres y cuatro de la tarde. El vulgo acogió este anuncio con estrepitosos aplausos.

Era á la sazón capitán general de Castilla la Nueva don Pablo Morillo, el vencedor de Cartagena de Indias, que enterado del cambio político ocurrido en su patria, celebrado un armisticio con Bolívar, había regresado á la metrópoli, donde se alistó en las filas de los constitucionales moderados. Nombrado capitán general de Madrid, hombre de tesón y de firmeza, habíase hecho ya respetar y temer de los alborotadores, á quienes en más de una ocasión había contenido y escarmentado con su arrojo, y desbaratado sus anárquicas tentativas. Aborrecido y acusado de infractor de las leyes por la gente de la Fontana, pidió que le juzgase un consejo de guerra, y absuelto de todo cargo volvió á encomendársele la capitanía general.-Y era jefe político de Madrid el general don José Martínez de San Martín, que había reemplazado al de igual clase don Francisco Copóns y Navia; cambio en que no ganaron los exaltados, por que era también el San Martín enemigo de asonadas, y de carácter resuelto y entero.

Parecía que la oposición de autoridades tan enérgicas á la proyectada procesión debería haber bastado para que desistiesen los autores de ella Pero no fué así. En vano envió el jefe político algunos regidores á la Fon. tana para que mediasen con este objeto con los oradores más ardientes. El mismo día designado para la función publicó San Martín un bando prohibiéndola, y suspendiendo hasta nueva orden la reunión de la Fontana. Comisionó también al alcalde para que arrestase al dueño de aquel café, y á los oradores Mejía, Núñez y Mac-Crohon: mas tropezando el alcalde con los grupos, vióse él mismo atropellado y en peligro, después de sufrir toda clase de denuestos é insultos. La procesión salió á la hora señalada (18 de setiembre), no obstante el aparato de tropas que Morillo y San Martín hicieron desplegar en calles y plazas. Contaban los procesionistas con la adhesión del regimiento de Sagunto, y animáronse grandemente y prorrumpieron en alegres gritos y vivas á Riego, objeto de su culto, y á la Constitución, al ver que á su paso por la Puerta del Sol la guardia no los había hostilizado ni puesto obstáculo alguno. Atravesaron la plaza Mayor con objeto de depositar el retrato en las casas consistoriales; mas al desembocar en la calle de las Platerías, halláronla cuajada de tropas y de milicia nacional, con Morillo y San Martín á la cabeza. Adelantóse este último con intrepidez al frente de un batallón de la milicia, que mandaba el comerciante catalán don Pedro Surrá y Rull (1), intimó á la muchedumbre que se disolviese, so pena de ser cargada á la bayoneta, arrebató el retrato de Riego, y la multitud se dispersó tranqui lamente, quedando la población silenciosa y sosegada á las primeras horas de la noche (2).

(1) Hombre poco conocido entonces, de cierta reputación después, y en nuestros días diputado á cortes y ministro de Hacienda.

(2) Hiciéronse de resultas varias prisiones, y entre ellas la del coronel y varios

Los escritores del partido exaltado dieron á este suceso, como por sarcasmo, el nombre de Batalla de las Platerías. Pero es lo cierto que la decisión de las autoridades y el arrojo de una de ellas bastaron á disipar las masas, y á evitar los efectos de una demostración, que si no se proponía producir un trastorno, y no era tal vez sino un desahogo y un signo de desaprobación de los actos del gobierno, era ocasionada, como todos los actos de esta índole, á conflictos y disgustos, que redundan casi siempre en desprestigio del gobierno. San Martín fué nombrado jefe político en propiedad: hízose salir de la corte al regimiento de Sagunto, y cuando el rey regresó de San Ildefonso, encontró tranquila y sosegada la capital. Excelente ocasión, observa un escritor contemporáneo, para haber cimentado sobre bases duraderas la paz pública, si el monarca se hubiera unido de buena fe y de corazón á los liberales; y no que, amigo sólo de los absolutistas, á ellos solos daba protección y aliento, y aquéllos se veían forzados á marchar embarazosamente y con mil trabajos por entre las contrariedades y los ataques de los partidos extremos.

Así era que las facciones realistas crecían y se derramaban por todas partes: Merino cometía mil actos de ferocidad y de venganza: apareciéronse en Cataluña Francisco Montaner, y el célebre Juan Costa, conocido por el apodo de Misas, encendiendo la guerra civil, que pronto había de hacer necesarios ejércitos formales para atajarla, ya que no bastasen á extinguirla. Las tropas, que se conservaban fieles, las derrotaban fácil. mente, pero las derrotas eran más bien por lo general dispersiones del momento, para volver á presentarse en otra parte, acaso aumentadas, por la protección que encontraban en el país, cuyo espíritu anticonstitucional se mantenía y fomentaban con sermones, pastorales, proclamas secretas, y periódicos y otras publicaciones absolutistas que se daban á luz al abrigo de la libertad legal de que se aprovechaban, y que por otra parte se proponían destruir.

Entre los escritores que usando de esta libertad atacaban la Constitución y la organización política por ella establecida, pero de un modo nuevo, diestro y solapado, y por lo mismo más temible, se distinguían los afrancesados, venidos á España por el decreto de amnistía del año anterior. Hombres ilustrados y de saber muchos de ellos, pero poco agradecidos á los que tuvieron la generosidad de abrirles las puertas de la patria, porque los lastimaba y ofendía y condenaba á cierta nulidad el que ni se les devolviesen sus bienes, condecoraciones ni destinos, ni se los habilitase para obtener otros nuevos; sentidos de ver dominar una constitución que ellos no habían formado; émulos de los que, sin la cooperación suya, habían dado pruebas de tanta ilustración; por necesidad unos, por resentimiento otros, diéronse á escribir empleando la sátira y la censura contra una Constitución y unas leyes orgánicas, que como muchas veces hemos observado, ni eran ni podían ser perfectas, y no era tampoco tarea

oficiales de Sagunto, individuo de la sociedad masónica el uno, de la de Comuneros los otros. Los vencidos aquella tarde en Madrid se dirigieron á las provincias, excitándolas á sublevarse en venganza de una causa que ellos no habían sabido defender. Pero todo contribuyó á tener soliviantada la gente bulliciosa.

difícil ni de gran mérito encontrarles defectos y hacer de ellos censura. Fundada y justa podía ser ésta en muchas partes; pero achacar á ellos todos los males políticos que se sentían, cuando no era fácil remediarlos, sobre envolver intención nada benévola y generosa, era aumentar la discordia entre los liberales, cuando más falta les hacía marchar unidos, creaban nuevas parcialidades, cayendo en su lazo muchos incautos, y aumentaban la confusión, ya harto lastimosa, en el bando liberal.

Nada benévolo ya el gobierno francés con la revolución española, y menos todavía desde que aquél pasó á manos de hombres de ideas más pronunciadamente realistas, aprovechó la circunstancia de la mortífera enfermedad que se desarrolló en Barcelona para establecer en la frontera del Pirineo un cuerpo de ejército con el nombre de cordón sanitario, y con el objeto ostensible de preservar del contagio la Francia estorbando la comunicación entre los pueblos. Harto se comprendió, y pronto se vie ron pruebas de ello, que no eran las precauciones ni el solo ni el principal fin de la aproximación de aquellas fuerzas, sino que tenía todo el carác ter, aunque simulado, de una medida de observación y hasta de amenaza, y que por lo menos serviría, como sirvió, de protección y apoyo á las fac ciones del Principado. Débil entonces nuestro gobierno para reclamar enérgicamente del francés la retirada de aquellas tropas, hízolo también con tibieza nuestro embajador. Y si bien Luis XVIII declaró más adelan te en las cámaras que no tenían otro objeto que impedir la propagación de la epidemia, ni fueron creídas sus palabras, ni los hechos las acreditaron de ajustadas á la verdad.

Llegó en tal estado la época de la reunión de las cortes extraordina rias, convocadas para el 24 de setiembre.

CAPÍTULO IX

CORTES EXTRAORDINARIAS.-GRAVES DISTURBIOS POPULARES-De 1821 á 1822 Asuntos en que iban á ocuparse las cortes, señalados en la convocatoria.---Frases notables del presidente.-Contestación al discurso de la Corona.-Celo y laboriosidad de estas cortes: marcha majestuosa y digna-Hacen la división del territorio español.—Organización de los cuerpos de Milicia nacional.—Arreglo y resello de moneda francesa.-Redención de censos.-Junta de partícipes legos de diezmos.—Aduanas y aranceles.- Ley orgánica de la armada.-Reglamento de beneficencia pública.— Notable discusión sobre código penal.-Situación del reino y de los partidos políticos.-Censuras que se hacían del ministerio.-Su impopularidad -Sociedad de los Anilleros. Idem del Angel exterminador.-Representación de Riego.-Paseos procesionales de su retrato.-Procesión del día de San Rafael.-La batalla de las Platerías.- Conmoción en Zaragoza.-Graves sucesos en Sevilla y Cádiz. - Desobediencia de las autoridades de ambas provincias al gobierno. -Mensaje del rey á las cortes con motivo de estos sucesos.-Respuesta provisional de la asamblea.—Comisión para la contestación definitiva.-Singular y misterioso dictamen.-Frases notables de él.—Ábrese el pliego cerrado que contenía la segunda parte.-Importante y acalorada discusión.—Indiscreción de algunos ministros.—Votación definitiva.— Censura ministerial.-Nuevo incidente en las cortes sobre los mismos sucesos.— Vehementes discursos.-Otro incidente.-Representación de Jáuregui.—Resolución y votación.-Representación de la Coruña contra el ministerio-Separación de Mina.-Disturbios que produce.-Entusiasmo de la población por Mina. —Pasa éste de cuartel á León.-Cómo es recibido.-Graves alborotos en Cartagena, Murcia y Valencia. Sus resultados. -Cuestión de la independencia de la América española en las cortes.—Medidas que se acordaron para mantenerla en la obediencia.—Proyecto de ley adicional á la de libertad de imprenta para reprimir sus abusos.-Discursos de Toreno y de Martínez de la Rosa.-Son acometidos por las turbas estos dos diputados al salir de la sesión.-Allanan la casa de Toreno.-Intentan lo mismo con la de Martínez de la Rosa.-Vivísima discusión sobre este atentado.-Discursos de los señores Cepero, Sancho y Calatrava. -Resolución.-Proyecto, discusión y ley para reducir á justos límites el derecho de petición.-Cierran las cortes extraordinarias sus sesiones. -Discurso del rey y contestación del presidente.— Juicio de aquellas cortes.

Con arreglo á la convocatoria instaláronse las cortes extraordinarias de 1821 el 24 de setiembre, día memorable, como aniversario y solemne recuerdo de la instalación de las primeras cortes extraordinarias de España el año de 1810 en la Isla de León, y como tal se celebró también con festejos patrióticos. Nombróse aquel día presidente al obispo de Mallorca don Pedro González Vallejo. El 28 se verificó la sesión regia con todas las ceremonias de costumbre. En el discurso de S. M., como en la convocatoria, se determinaban, con arreglo á un artículo constitucional, los asuntos en que habían de ocuparse las cortes, que fueron los siguientes: división del territorio español; los códigos; las órdenes militares; organización de la armada naval y de la milicia activa; restablecimiento de la paz y tranquilidad en las Américas; reforma de aranceles; liquidaciones de suministros; moneda; créditos de reemplazos, y establecimientos de beneficencia. Asuntos, como se ve, ni pocos en número ni de escasa importancia.

TOMO XVIII

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La contestación del presidente contenía estas notables frases: «Nunca, señor, apareció V. M. más glorioso en el augusto templo de las leyes que en este día memorable. Las cortes ordinarias han sido obra de la ley; mas en las actuales ha cabido la principal parte á V. M., que no satisfecho aun con haber juzgado conveniente su convocación, tuvo la fina delicadeza de indicar su generoso deseo de que se instalasen en el día 24 de setiembre: ¡conformidad admirable de esta instalación con la de las cortes generales extraordinarias en igual día del año 1810, y oportuno recuerdo, que no será estéril en los actuales representantes de la nación...! ¿Y cuáles serán los obstáculos que pueda en adelante oponer la malignidad, que no sean vencidos ni deshechos por el concierto del poder real de V. M. con el de las cortes? ¡Oh dichosa nación!¡ Manantial inagotable de inmensos bienes para la nación española, y admirable lección para las extranjeras, que podrán aprender en ella la compatibilidad y armonía del sistema constitu cional y de una verdadera libertad con la monarquía y el orden! Plegue al cielo, señor, perpetuar esta alianza tan venturosa, y derramar copiosas bendiciones sobre los generosos esfuerzos de V. M. y de los representantes de la nación, para que precaviéndose todo motivo de inquietudes y agita ciones, y reunidos los españoles todos á un centro común, cual es la Constitución y el Trono constitucional, se consoliden éste y aquélla de una vez para siempre por la más feliz concordia, y con ella la felicidad de nuestra adorada patria y la de V. M. que son una misma.»

Redactóse en el propio sentido, y se aprobó (obra todo de un solo día) la contestación al discurso de la Corona, la cual se confió á la fácil y elegante pluma de Martínez de la Rosa. Por mucha parte que quiera darse en estos documentos á la fórmula y cortesía, por muy poco que quiera concederse al sentimiento, se ve el empeño y estudio de las cortes, estu dio y empeño laudables, de persuadir al rey de la necesidad de la armonía y concordia entre el trono y el poder legislativo, entre el monarca y el pueblo, para prevenir conflictos, disturbios é inquietudes; y la intención, también recomendable, de procurar que apareciese á los ojos del público y de las naciones extranjeras que existían aquella armonía y concordia. Pues por más que fuese conocida la aversión del rey á las formas y prácticas constitucionales, convenía á las cortes mostrarse desentendidas, como él lo disimulaba; única manera de poder ir marchando en medio del íntimo desacuerdo de que unos y otros estaban convencidos. Al día siguiente se nombraron las comisiones, cuyos títulos, á saber, de división del territorio español, de establecimientos de beneficencia, de código penal, de código de procedimientos, de hacienda, de comercio, de monedas, de guerra, de milicias nacionales, de armada naval, indican bien los asuntos que debían ser objetos preferentes de sus tareas.

Ocupáronse con efecto las cortes detenida y concienzudamente en la discusión de estas importantísimas materias, con un afán digno de elogio, y sin aquel prurito de promover cuestiones políticas en que se señalaron otras de las que las habían precedido: por el contrario, al verlas concretar sus debates á los objetos de la convocatoria y del programa del trono, hu biérase dicho, ó que la política y la lucha de los partidos estaba apagada ó muerta, ó que las cortes se mostraban extrañas é indiferentes á las agi

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