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gobierno de Carlos IV en estas materias, y era ya primer ministro Godoy, fué la legitimación por la real autoridad de los desgraciados niños expósitos, prohibiendo los despreciativos apodos con que por mofa apellidaba el vulgo á aquellos seres inocentes, y declarando que quedaban en la clase de hombres buenos del estado llano general, gozando los propios honores y llevando las cargas de los demás vasallos honrados de la misma clase. Medida que en su espíritu, en su novedad y su trascendencia, puede compararse, y no es menos digna de elogio, que aquella en que Carlos III declaró oficios honestos y honrados los que antes se tenían por infamantes y viles.

Dictáronse también ordenamientos, bandos y edictos, así para corregir los escándalos públicos y hasta las palabras obscenas, ofensivas al decoro social, como para la cultura, reforma y moralidad de las costumbres, ya con aplicación á los espectáculos, establecimientos y otros puntos de concurrencia, ya también hasta para las reuniones de carácter privado. Laudable era el propósito, y sonaban bien los preceptos escritos. Mas como la mejor y más eficaz lección de moralidad para los pueblos sea el ejemplo de los que le gobiernan y dirigen; como los que ocupan las alturas del poder, á semejanza de los astros, no pueden ocultar á las miradas del pueblo, siempre fijas en ellos, ni las buenas prendas y virtudes que los adornen, ni las flaquezas ó vicios que los empañen; como el pueblo español acababa de ser testigo de la moral austera de la persona, del palacio y de la corte de Carlos III, y la comparaba con la falta de circunspección, de recato ó de honestidad, que dentro y en torno á la regia morada de Carlos IV ú observaba por sus ojos, ó de oídas conocía; como de las causas de la intimidad entre la reina y el favorito se hablaba sin rebozo y sin misterio, porque ni siquiera la cautela las encubría, ni el disimulo las disfrazaba, ¡última fatalidad la de apoderarse el vulgo de los extravíos de los príncipes y de sus gobernantes! como aparte de aquellas intimidades que mancillaban el trono, sabíase de otras que el valido mantenía, no menos ofensivas á la moral, ó auténticas, ó verosímiles, ó tal vez nacidas sólo de presunciones á que desgraciadamente daban sobrado pie y ocasión; como el pueblo veía que los hombres del poder, del influjo y de la riqueza ni habían conquistado aquellos puestos ni los honraban después de conquis tados, ni con la continencia, ni con el recato, ni con la moralidad y las virtudes que á otros recomendaban ó prescribían, pagábase poco de edictos, de bandos y de ordenamientos, heríale más vivamente el ejemplo de lo que presenciaba, que los mandamientos que se le imponían.

Y siendo la desmoralización una epidemia que cunde y se propaga, y corre con la rapidez de un torrente cuando el manantial brota de la cumbre y se desliza al fondo de la sociedad, y siendo lamentable tendencia y condición de la humanidad ser más imitadora de ejemplos dañosos que cumplidora de consejos sanos, la conducta de la reina, del valido y de la corte de Carlos IV causaron á la sociedad española en la parte moral heridas que habían de tardar mucho en cicatrizarse, y males de que le había de costar gran trabajo reponerse.

VII

nuchos casos exacta aquella máxima de Jovellanos: ma, es una verdad reconocida que la instrucción es la la prosperidad de las naciones, y que así son ellas poelices ó desgraciadas, según son ilustradas ó ignoranni siempre marchan paralelas la ilustración y la prosy en toda época la instrucción y el progreso intelectual riterio seguro de la grandeza y del poder de un pueblo. n en el reinado que describimos, puesto que en medio os é infortunios exteriores y de la debilidad y abatihemos lamentado, la instrucción pública se fomentaba a manera que en nuestra historia hemos visto. or ó la debilidad de un pueblo, su flaqueza ó su poder veces de uno ó de muy pocos acontecimientos próspeque bastan á cambiar súbitamente sus condiciones de genio guerrero ó una especialidad económica robustece nación abatida; á veces una sola campaña desgraciada ta por mucho tiempo un pueblo vigoroso y robusto. milla de la ilustración, base cierta y segura de futuro a en germinar y en fructificar, puede comenzar á floren períodos de material enflaquecimiento. En las naciodividuos no existen siempre á un tiempo la madurez y la virilidad de la juventud: por desgracia en las naindividuos el saber suele venir cuando ha pasado la

ron los estudios y se protegieron y se cultivaron las s con laudable solicitud en el reinado de Carlos IV, lo estra historia, y en la parte consagrada á la narración cos datos y pruebas de ello. Entonces dijimos que nos n otro lugar más extensión á aquel examen; y casi nos recimiento, toda vez que, no siendo nuestra misión, ni o propósito hacer una historia literaria, no nos cumple agrupar y reunir las noticias que sobre esta materia pradas, y hacer sobre el origen, la índole, la tendencia, sión y las consecuencias precisas ó probables de aquel etual las consideraciones que se nos alcancen y sean ero de reseñas.

critor dijo con razón: «Las reformas literarias empezae Felipe V, continuaron en el de Fernando VI, y proe época literaria del reinado de Carlos III,» nosotros s añadir: «Y recibieron grande impulso y mejora en el

el progresivo desarrollo del movimiento intelectual en venido advirtiendo en los reinados de los cuatro pritimbre glorioso que no puede negarse ni disputarse esta dinastía, y un honroso blasón para ellos, y una nosotros de los errores políticos que, especialmente en

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algunos de ellos, hemos tenido que deplorar, y hasta que censurar amar. gamente. Acaso no se ha reparado todavía la diferencia en punto á instrucción y cultura entre los reinados de los cuatro últimos soberanos de la casa de Austria y la de los cuatro primeros monarcas de la estirpe Borbónica, ni su diversa índole, ni la marcha gradual que aquéllas llevaron desde Felipe II hasta Carlos IV. Y sin embargo, esta observación nos su ministrará una nueva prueba de la verdad y exactitud de uno de nuestros principios históricos, y aun el más fundamental de ellos, á saber, la marcha progresiva de las sociedades, aun al través de aquellos períodos de abatimiento que parece hacerlas retrogradar.

Felipe II, el monarca español en cuyos dominios, según el dicho céle bre, no se ponía nunca el sol, tuvo la pretensión peregrina de que el sol de la ilustración no penetrara en la Península española, que á tal equiva lía la famosa pragmática de 1559, incomunicando intelectualmente á España del resto del mundo, prohibiendo que de aquí saliera nadie á aprender en el extranjero, ni del extranjero viniera nadie á enseñar aquí; especie de bloqueo peninsular para las ideas, aun más extravagante que el blo queo continental para las mercancías que otro genio inventó siglos después. El rey cenobita, que tan á gusto se hallaba en una celda del Escorial, quiso hacer de España un inmenso monasterio, sujeto á clausura para las ideas. Dejaba, sí, á los ingenios españoles, que los hubo muchos y muy fecundos en su reinado, campear libremente en las creaciones de la imaginación, y en las obras de bella y amena literatura, hasta merecer con razón aquella época el nombre de siglo de oro de la literatura española, y permitíales esparcirse con la misma libertad por el campo neutral é inofensivo de aquellos ramos del saber humano, que no daban ocasión, ni de recelo al suspicaz y adusto monarca, ni de sospecha á los ceñudos y torvos inquisidores. Pero ¡ay de aquel que en materias teológicas, filosófi cas ó políticas se atreviera á emitir un pensamiento nuevo que excitara la sombría cavilosidad de los supremos jueces del Santo Oficio!

Seguro podía estar de no librarse de las mortificaciones de un proceso de las prisiones ó las penitenciarías del severo tribunal, por sospechoso de herejía ó por alumbrado, sin que le valiera ser teólogo doctísimo como Fr. Melchor Cano y Fr. Domingo de Soto, ni ilustradísimo religioso como Fr. Luis de León y el P. Juan de Mariana, ni esclarecido y virtuoso pre lado como Fr. Bartolomé de Carranza, ni apóstol fervoroso de la fe com el venerable Juan de Ávila, ni siquiera tener fama y olor de santidad como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

Con Felipe III se levantaban muchos conventos, y se los dotaba pin güemente; pero ni se erigían colegios, ni cuidaba nadie de los estudios. N le importaba que en España no hubiese ni letras ni artes, y que desapare ciesen las artes y las letras, con tal que hubiese muchos frailes y desapa reciesen los moriscos.- Poco le importaba todo á Felipe IV, siempre qu hubiese juegos, espectáculos y festines, y que no faltaran lujosas cuadrilla de justadores, músicos y escuderos. Aficionado sobre todo á comedias, co ínfulas él mismo de autor dramático, dado, más de lo que la dignidad el decoro consentían, al trato íntimo con comediantas y comediantes, € genio y el arte escénico eran los que progresaban á impulsos de la prote

ción y del ejemplo del rey. Brillaban y brotaban ingenios como Lope de Vega, Calderón, Tirso, Rojas y Moreto, y actores y actrices, como Morales, Figueroa, Castro y Juan Rana, y como la Calderona, María Riquelme y Bárbara Coronel. El pueblo se desahogaba contra el rey, los favoritos y el mal gobierno, con satiras, pasquines y comedias burlescas y desvergonzadas. La poesía lírica tuvo también su período de brillo en este reinado, pero abandonada á sí misma y sin el auxilio de otros ramos del saber, extinguióse pronto, y cayó en el gongorismo y en la corrupción. Por raro caso se veía salir á luz tal cual producción de otro género y de algún fondo, como las Empresas políticas de Saavedra, y como la Conservación de Monarquías de Navarrete.

¿Qué ciencias ni qué letras podían florecer con Carlos II, guiado por confesores fanáticos, por privados disolutos y por camareras intrigantes? ¿Qué estudios habían de promover aquellos personajes influyentes de la corte que el vulgo conocía con los apodos de la Perdiz, el Cojo y el Mulo? ¿Qué literatura había de cultivarse, como no fuese la sátira envenenada, sangrienta y grosera, con el monarca de los hechizos, de los duendes de palacio, de los familiares del Santo Oficio, de las monjas energúmenas, de las revelaciones de fingidos endemoniados, y de los conjuros de embaucadores exorcistas?

Pero viene el primer soberano de la casa de Borbón, y á su vigoroso impulso sacude su marasmo la monarquía, y salen de su lamentable abyección las letras. Trae la influencia política de la Francia, pero trae tainbién la ilustración de la corte de Versalles. Nacen y se levantan en España las Academias de la Lengua y de la Historia, se funda la universidad de Cervera, se crea la Real Librería, la Tertulia Literaria Médica se convierte en Academia de Medicina y Cirugía, se publica el Diario de los Literatos, y se escriben el Teatro Crítico y las Cartas Eruditas. Se empiezan á dar á la estampa obras de filosofía y de jurisprudencia; la historia encuentra cultivadores; la poesía se avergüenza del estragado y corrompido gusto en que había caído, y no falta quien para volverle sus bellas formas la sujete á reglas de arte, fundando así una nueva escuela poética.

Continúa con el segundo Borbón el movimiento literario y académico. Bajo la protección regia se erigen en Madrid las Academias de Nobles Artes, de Historia Eclesiástica y de Lengua Latina. El impulso se comunica y extiende del centro á los extremos, y en Barcelona, y en Sevilla, y en Granada se crean Academias de Buenas Letras, alguna de ellas con aspiraciones á formar una Enciclopedia universal de todos los géneros de literatura. Hombres de ilustre cuna y de elevado ingenio alentaban esta regeneración literaria con su influjo y con su ejemplo; y al modo que en el reinado de Felipe V el ínclito marqués de Villena don Juan Manuel Fernández Pacheco franqueaba su casa á los literatos para celebrar en ella sus reuniones, y proponía después la fundación de la Academia española, y era luego director de ella, así en el reinado de Fernando VI el esclarecido marqués de Valdeflores don Luis José Velázquez viajaba por España en busca á investigación de antigüedades y documentos históricos con arreglo á instrucción del marqués de la Ensenada, para hacer una colección general que sirviera para escribir la historia patria. Movíanse á su

imitación los hombres eruditos de la clase media; y hasta las damas de la primera jerarquía social abrían sus tertulias y salones á los aficionados, convirtiéndose en instructivas reuniones literarias y en focos de ilustración y de cultura, las que comúnmente no suelen serlo sino de pasatiempo estéril y de frívolo recreo.

Reflexionando en estos dos reinados, considerando que el uno fué de agitación y de guerras intestinas y extrañas, el otro por el contrario, un período de paz y quietud, y que ambos lo fueron de regeneración para las ciencias y las letras, y que en ambos tuvieran éstas desenvolvimiento, casi estamos tentados á creer, que ni el reposo es condición precisa ó indeclinable, ni la agitación impedimento y estorbo invencible para el progreso científico; y sin negar ni desconocer cuánto la una y la otra tengan de favorables y adversas, acaso no es aventurado decir que más que otra causa alguna influye en provecho ó en daño de la cultura intelectual, y más que otra alguna la vivifica ó destruye, la alienta ó amortigua, la voluntad enérgica ó la inercia indolente, la afición ó el desapego, la ilustración ó la ignorancia de los príncipes y de las personas que dirigen y gobiernan los Estados.

Habiendo sido el sistema del tercer soberano de la casa de Borbón encomendar las riendas del gobierno á los hombres que más se distinguían por su ilustración y su saber, y dado, como hemos visto, en los dos reinados anteriores el impulso al movimiento científico y literario, ya no sorprende, aunque no deje de causar agradable admiración, verle desenvol verse con rapidez, á pesar de las guerras que agitaron aquel reinado. Con la feliz preparación que de atrás venía hecha, con la disposición propicia que mostró al llegar de Nápoles Carlos III, honrando y distinguiendo á las dos lumbreras de los reinados anteriores, Macanaz y Feijóo, con ministros y consejeros como Roda, Aranda, Floridablanca, Campomanes y otros que con admirable tacto supo escoger, ya no debe maravillar que el gobierno de Carlos III, el creador de las sociedades económicas, fuese el multiplicador de las escuelas de párvulos, el dotador de casas de educación de jóvenes, el fundador de los seminarios conciliares, el reformador de los colegios mayores, el reorganizador de las universidades, el promovedor de un plan general de enseñanza, el fomentador de la ciencia de la legislación, el protector de los estudios de jurisprudencia, de medicina, de botánica, de náutica y de astronomía, de los gabinetes de física y de historia natural, de las cátedras y de las obras de matemáticas, de los viajes científicos, de los estudios históricos, de la literatura crítica, de la oratoria sagrada y profana, de las producciones dramáticas, de la poesía épica y lírica, de las publicaciones periódicas variadas y eruditas, de las nobles artes, y de los que en ellas sobresalían ó las cultivaban con provecho.

Si este movimiento intelectual se paralizó ó continuó, si retrocedió ó progresó en el reinado de Carlos IV, y cuál fuese su índole y su carácter, es lo que al presente nos cumple juzgar, ó más bien tócanos sólo determinar lo segundo; que en cuanto á lo primero, demostrado queda extensamente en varios lugares de nuestra historia, que lejos de suspenderse ni retrogradar en el reinado del cuarto Borbón aquel impulso literario, ensanchóse el círculo y se dilató la esfera de los humanos conocimientos, y

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