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trovertible de las proposiciones que hemos mencionado, y sobre todo, que las Provincias Vascongadas no han disfrutado en ningun tiempo su pretendida autonomía, ni formado reino aparte, unido por pacto federal á España; porque áun admitiendo por un momento tan lisonjera como gratuita hipótesis, á quién no le ocurre preguntar: ¿qué valor tendria ese título de independencia, que jamás ha existido, despues de haber sido subyugados por el ejército de la República francesa á últimos del siglo pasado, quien las incorporó en cierto modo á esta nacion, que las consideró como suyas hasta que las devolvió á España por virtud de lo paċtado en la paz de Basilea? ¿Cómo readquirió entonces España sus provincias perdidas? A título oneroso, á título de rescate. Cuando se arregló la paz, la República francesa sostuvo tenazmente que no volveria las provincias conquistadas mientras no le diéramos la isla de Santo Domingo en compensacion, sin contar otros sacrificios.

La nacion se desprendió de aquella isla, que fué el precio puesto á la recuperacion de un territorio que no supo defender su independencia y en el cual debióse establecer entónces el imperio definitivo de la ley de Castilla.

Pero el fenómeno histórico que más llama la atencion es que, siendo el pensamiento de los monarcas de Castilla tan constante hacia la unidad nacional, tan progresiva y absorbente la fuerza que fué adquiriendo el poder real, que no paró hasta concluir con las franquicias, libertades y fueros en Castilla, Aragon, Valencia y Cataluña, se hayan podido salvar de este plan político, de esta obra perseverante de

unificacion á través de los tiempos, las Provincias Vascongadas.

Los fueros mueren en todos los antiguos reinos, como no podian ménos de morir; ora, como dice el Sr. Calatrava y Ogayar, por la fuerza destructora de los siglos, que modela las instituciones con las épocas y sus necesidades; ora por la potente voluntad de los reyes absolutos, que regulan la suya con la máxima de que no se divide el poder soberano; y los fueros en sus dominios eran una desmembracion de su poder; ora porque el desarrollo de la autoridad real á expensas del feudalismo, era general en Europa; y sin embargo, los fueros de las Provincias Vascongadas sobreviven al poder absoluto, son respetados por el régimen constitucional y subsisten aún, siquiera deban considerarse ya deshechos por el peso material de la victoria.

¿ Cómo se explica, pues, que dentro de un Estado, y seguimos al autor en sus reflexiones, que forman con su valor, perseverancia y heroismo los reinos de Leon, Aragon y Castilla, que en la España reconquistada á la ocupacion extranjera de ocho siglos, se ensanche el poder real, se extienda único y poderoso de mar á mar, graviten los tributos y gabelas de todo género, se impongan las contribuciones de dinero y de sangre sin excepcion, y esto no obstante, á ciencia y paciencia de reyes, de las antiguas Córtes y de los modernos Parlamentos, de estadistas, de Gobiernos y pueblo, haya dentro de la misma España esquilmada, desangrada, extenuada, otro pequeño Estado venturoso, feliz, sagrado, inviolable, que se ampara en todo lo beneficioso

bajo los anchos pliegues de la bandera nacional, y contra lo que no cuadra y conviene á su oscurantismo, á su fanática. ceguedad religiosa, á sus supersticiones, á sus usos y costumbres... se rebela, se alza en armas, enciende la guerra civil, y á pesar de sus repetidas sublevaciones, de sus alzamientos y de sus guerras, más afortunado que Cataluña, más temido que Aragon, más fuerte que Castilla, se le mantiene en sus odiosos privilegios, en sus fueros, á cuya sombra, como dice Calatrava y Ogayar, los ingratos, los desleales, los parricidas, han estado á punto de precipitar la patria en el abismo, á causa de funestas y terribles complicaciones, y han atraido sobre ella en estos últimos años la desolacion, la ruina, el escándalo y la ignominia?

Y cuenta que esas provincias ingratas, no contentas con resistir dura y tenazmente la unificacion legal establecida en todas; con defender á sangre y fuego sus privilegios y exenciones, no hay sacrificio que no nos hayan impuesto, no ya para mantener sus fronteras como fronteras de España; no ya para rescatarlas luégo de conquistadas, como en el tratado de Basilea; no ya para proteger su comercio en Europa, para alumbrar sus costas, construir sus puertos, administrarles justicia, conservar la salud pública, mantener el órden en su territorio, sino lo que es más irritante é inexplicable, para defender con la sangre de los españoles, no vascongados, sus intereses comerciales en América, su riqueza y prosperidad. Por ellos, por una colonia de vascon gados, como la llamaba el presidente de la república peruana, declaramos la guerra á aquel país y obligamos á nues

tra escuadra á sostener un largo y costosísimo bloqueo primero, y á librar luégo combates gloriosos, como el del Callao; pero en los que corrió preciosa y abundante sangre de nuestros soldados, no vascongados, y se experimentaron pérdidas inmensas y se consumieron sumas cuantiosas no indemnizadas. Por ellos, por sus intereses, nos vimos obligados á tomar parte en la expedicion de Méjico, que si no fué funesta á nuestras armas, por la hábil y prudente retirada del experto general, profundo hombre de Estado y mártir de la libertad, marqués de los Castillejos, nos acarreó la enemistad de la Francia, de la nacion con quien, como vecina, nos conviene, nos importa vivir en buenas y cordiales relaciones.

Por ellos cedimos la isla de Santo Domingo, para cometer luégo el error de admitir su anexion, viéndonos bien pronto obligados á mantenerla en nuestra obediencia por el rigor de las armas, sin que los extraordinarios sacrificios de sangre y dinero hechos con este objeto, nos librasen de la des* ventura militar y política de tener que abandonarla por último, con grave detrimento de nuestro prestigio y de nuestros intereses en América.

La insurreccion de Yara en Cuba reveló bien pronto que el funesto ejemplo debia ser imitado.

¿Cómo se explica, repetimos, el fenómeno constante en nuestra historia de que, cuantas veces las Provincias Vascongadas han dado justificado motivo para perder sus fueros, y sobre todo sus exenciones irritantes, se han librado del castigo merecido, han eludido las consecuencias de su

conducta? ¿Quién las protegió con mano poderosa á principios del siglo pasado, cuando, despues de la batalla de Almansa, Felipe V emprende con resolucion, al parecer inquebrantable, la unificacion legal de la monarquía, y al extinguir los fueros de Aragon y Valencia dice que extingue «sus privilegios, exenciones y libertades, por la rebelion que cometieron, así como por el deseo de reducir todos los reinos de España á la uniformidad de unas mismas leyes, usos, costumbres y tribunales, gobernándose todos por las leyes de Castilla, tan loables y plausibles en todo el universo?» ¿Quién se opone en la crísis más terrible para las libertades provinciales de los antiguos reinos, á que desaparezcan las de Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra, y las protege contra el poder absorbente de los reyes absolutos, y las defiende contra el espíritu unificador de la revolucion contemporánea? Necesario es decirlo: la Iglesia; ó por mejor decir, la teocracia española, que desde muy temprano conoce y calcula que el exaltado espíritu religioso de los vascongados, que su ciega sumisión á los preceptos de sus pastores espirituales, que su fanatismo católico, habia de convertirles en un reino más obediente á Roma que al rey de España; más temeroso de las penas del infierno que de las leyes de Castilla; en un verdadero feudo pontificio.

La Iglesia, ó por mejor decir, la política teocrática, toma bajo su proteccion y amparo á la patria de San Ignacio de Loyola, que encuentra fácilmente, en los prelados que asisten más de cerca á la Corte, quien defienda sus franquicias y libertades, en gracia de su acendrado y fervoroso catoli

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