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que dió más tarde á la estampa, y en el cual los venerandos fueros no salen mejor librados que en la obra de Llorente y en el informe de la Junta de abusos.

La revolucion de 1830 en Francia asustó á la córte y dejó en suspenso estos planes, que ofrecen el singular fenómeno de haber sido Fernando VII, en medio de su debilidad y de las vicisitudes de su reinado, el más dispuesto á realizar la obra de unificacion legal, resultando de aquí que la única cosa buena y útil que le ocurrió en su vida, quedó sin realizar.

¿Quién no ve en estos planes descubiertos el principio de la desconfianza que Fernando el Deseado inspiró en los últimos años de su reinado al clero y á las Provincias Vascongadas, y explicadas las simpatías que su hermano Cárlos, bien pronto pretendiente á la corona, comenzó á conquistar desde esa época en el corazon de los vascongados? ¿Quién sabe si la Sociedad del «Ángel Exterminador,» aquel centro donde se elaboraba la guerra civil, eligió desde esa fecha el territorio vasco para preparar su tenaz resistencia á la reaparicion del régimen liberal, logrando presentar como una sola la causa de los fueros y la de la religion? Es de todos modos incontestable que apenas la muerte del rey marca la hora de la rebelion de la España oficial teocrática, intolerante, despótica, contra las reformas liberales, los rebeldes lo hallan todo dispuesto para la lucha en las Provincias Vascongadas, que se alzan en armas contra la heredera del trono y aclaman por su rey al siervo imbécil de la Iglesia, al elegido de Roma, á su Cárlos V.

El poder teocrático recogia en un dia el fruto de largos años de trabajo y preparacion. Él mantiene siglos y siglos el país vasco encerrado en la vida de exclusivismo foral y religioso. Sus naturales no experimentan las necesidades de la civilizacion que avanza, y limitan su vida al cultivo de sus campos y al servicio de la Iglesia. Indiferentes á las vicisitudes de la nacion, á sus grandes conmociones, á su próspera y adversa fortuna, solamente se curan á cada cambio de reinado de saber si serán respetados sus privilegios y exenciones.

La topografía y la lengua contribuyen grandemente á esta obra de incomunicacion. Para hacer más activo su aislamiento, Roma les autoriza á orar en vascuence. En esta lengua les dirigen la palabra desde el púlpito los pastores, y en vascuence escuchan en el confesonario sus culpas y pecados. En el idioma euskaro se imprimen los libros de devocion, la narracion de los milagros, las canciones y romances populares. Todo está allí bajo la advocacion y amparo de la Iglesia, la vida y la muerte, el comercio, la industria, el trabajo, la propiedad. Los actos públicos comienzan Ꭹ terminan orando, y con la señal de la cruz y la invocacion de los nombres santos se encabezan los escritos más insignificantes. La campana de la iglesia dirige la vida pública y privada del vascongado, que debe á sus prácticas religiosas todas las horas que le quedan libres para el trabajo, y que no tiene más existencia social, ni mueve su espiritu dentro de otra esfera que la marcada por su catecismo escrito en vascuence y comentado en este idioma por

su cura, vascuence como él, y como él fanático, intransigente, amante de la inmutabilidad del fuero y de la Iglesia.

No de otro modo se explica que confundidas en una sola la causa de los fueros y de la religion, apenas los defensores de la España oficial teocrática y absolutista, que se desplomaba á la muerte de Fernando VII, dieron el grito de resistencia, de guerra á las reformas liberales, hallasen en los vascongados un pueblo fanático, ciego, índico, dispuesto á pelear por el rey de la teocracia y de los privilegios. Allí acudieron á reclutar su ejército y crear su gran núcleo de resistencia los que vieron amenazados de muerte sus bienes, sus fundaciones eclesiásticas, los conventos, los privilegios, los mayorazgos, las encomiendas, las mitras opulentas, la riqueza territorial y la influencia política preponderante y directiva de la Iglesia. Las provincias ignorantes, atrasadas, incomunicadas con el espíritu de la época, refractarias á la idea liberal, dieron su sangre en siete años de lucha fratricida por una causa que no era la suya, y á la que sirvieron de dócil, de ciego y obediente instrumento.

Concluye al fin una guerra en que España consumió la flor de su juventud y sus más valiosos recursos, en que corrió á rios sangre española y se secaron para largo tiempo las fuentes del trabajo y de la prosperidad; y cuando todo el mundo creyó que los vencidos en Vergara no opondrian obstáculo de allí en adelante á la unidad constitucional de la monarquía, apenas llega la discusion de la ley de 25 de Octubre de 1839, aparecen los defensores de los fueros tan obcecados é intransigentes como sus antecesores.

La ley que imponia al Gobierno la obligacion de proponer á las Córtes la modificacion de los fueros fué votada, en efecto, despues de un debate ardiente en que los oradores liberales reclamaron enérgicamente que la reforma se ejecutase desde luego; pero una vez votada se convirtió en letra muerta, en documento de circunstancias que debia darse al olvido.

Error funesto, debilidad insigne, torpeza sin ejemplo que ha costado á España luégo mares de sangre y lágrimas, su prosperidad y su cultura, siendo causa de su atraso en la marcha del progreso, que no podrá reparar nunca.

Pasada aquella oportunidad sin reformar, ya que no abolir los fueros, sin aplicar la Constitucion á las provincias vencidas, debia suceder lo que ha acontecido, para desventura de la patria y vergüenza de los causantes de sus inmensas desgracias y calamidades. Repuestos los vencidos de su derrota, repuesta la política teocrática del tremendo golpe que habia experimentado en Vergara, convierte el convenio que lleva este nombre en un tratado de paz que debia cumplirse, dejando á los humillados por la victoria la integridad de sus fueros, privilegios y exenciones.

La política ultramontana vuelve á tomar bajo su patrocinio y proteccion á los vascongados, y la unidad católica, la preponderancia de la Iglesia torna á su vez á tener por reserva armada el territorio vasco-navarro. Los moderados, para conquistar el poder, para aumentar el número y tener influjo electoral se unen á los convenidos, piden se reanuden las relaciones con Roma, se compense á la Iglesia la pérdida

de sus bienes, emprenden su campaña de descrédito y de conspiraciones y sublevaciones militares contra el Gobierno liberal, y el pronunciamiento de 1843 triunfante, entrega el mando á los restauradores de la antigua España, á los revolucionarios arrepentidos, á los partidarios de la reaccion Ꭹ del bastardeamiento de las reformas políticas á costa de tantos sacrificios alcanzadas. Desde ese dia nada tuvieron que temer los amantes de los fueros ni los celosos defensores de la preponderancia teocrática. Los jefes y'oficiales del ejército carlista fueron colocados en el ejército, y los sacerdotes de los mismos antecedentes, los designados por Roma en las mitras vacantes. La restauracion de la política derrotada en los campos de Navarra, se verificó hasta donde fué po sible, sin perjuicio de continuar la obra con perseverancia.

Los jefes carlistas que no aceptaron este arreglo, este modus vivendi, que permanecieron fieles á su rey, levantaron de nuevo el pendon de la guerra civil en Cataluña; pero aquella insurreccion carlista debia sucumbir pronto, como sucumbió, porque no contaba con el apoyo de Roma ni de las Provincias Vascongadas. Unos y otros privilegiados estaban satisfechos con la política imperante, y habian dejado de ser carlistas mientras podian ser con gran provecho para su causa isabelinos.

Sin la insurreccion carlista de Cataluña, Bravo Murillo habria venido ántes al poder, y con él su política aniquiladora del régimen liberal y ultramontana. Aquella rebelion fué un contratiempo que obligó á los vencidos de Vergara á aguardar hasta 1851.

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