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la deseaba y la procuraba ardientemente; el mismo don Pedro Laso de la Vega obraba como hombre resentido, mas no como traidor, y procuraba sacar partido en favor de la causa popular. Entabláronse formales y reservadas negociaciones de paz entre la Junta de Tordesillas y la de Valladolid. Mediaban en ellas, además de don Pedro Laso, el bachiller de Guadalajara, procurador de Segovia, fray Francisco de los Ángeles y el caballero don Pedro Ayala. Las conferencias se celebraban secretamente en dos conventos que había extramuros de las poblaciones; corriendo á veces los negociadores no poco peligro, especialmente por parte del pueblo y gente menuda de Valladolid, que era el partido intolerante y exaltado.

A pesar de todo, se trabajaba por algunos con ahinco y resolución en favor de la paz, los tratos iban marchando, y las condiciones que servían de base á la concordia en las conferencias de los dos conventos no dejaban de ser razonables (1).

(1) En el archivo de Simancas, entre los muchos documentos de las comunidades, hemos visto también gran parte de la correspondencia que medió en estos tratos. De ella hemos escogido y copiamos (por ser una de las que dan más clara idea de todo) la siguiente carta de don Pedro Ayala, escrita desde Valladolid á don Juan su hijo, fecha 21 de febrero de 1521.

<< Don Juan: oy me truxo una carta de la cibdad un correo, y el traslado de la carta del condestable y la respuesta que la cibdad enbia: yo enbié allá la respuesta á la cibdad á otras ciertas escrituras que se han hecho en lo que agora te contaré. Aqui vino Fray Francisco de los Angeles habrá cinco ó seys dias y truxo una creencia del almirante, la cual llevó primero á esta villa, y ella deputó ciertos deputados para que viniesen con el dicho frayle á nosotros, para que tuviésemos por bien la conferencia; é como nosotros no queremos otra cosa sino paz, acordamos que fuese con tal medio que eligiésemos nosotros á dos que fuesen á conferir á un monesterio que está un tiro de ballesta de Tordesillas, é otros dos de Tordesillas que viniesen á Prado, un monesterio que está dos tiros de ballesta de aquy, á conferir con nosotros; é hizímoslo entonces saber á la villa, y á ellos les paresció muy bien; é despachamos al frayle con una carta al almirante, é enbiámosle seguro para los que de allá habian de venir, é que enbiasen seguro de allá para los que de acá hubiesen de ir. Elegimos para que fuesen el señor don Pedro Laso, é el bachiller de Guadalajara, procurador de Segovia, y ellos mismos fueron á decirlo á la junta de la villa como estaban elegidos, y la villa olgó mucho dello. Estando en esto, anoche que se contaron 20 de este mes vino el frayle, é truxo el despacho del traslado que allá enbiamos, é á la puerta fué muy mal tratado, é tomáronle las cartas, é hubimonos de juntar á las diez de la noche en nuestra junta, é enbiamos por ellas é truxeronnoslas, é despachamos á los dichos que habian de ir; y estando el procurador de Valladolid delante, determinamos que porque otro dia de mañana no hubiese alguna falta, porque los menudos no muestran buena voluntad al señor don Pedro Laso ni al bachiller de Guadalajara, que fuesen otro dia de mañana su camino, é amostrariamos el despacho á la villa, é ge los embiariamos con sus criados é azémilas. Oy jueves fueron á mostrar el despacho á la villa, é tuvieron por muy grande desaire porque se avia ydo el señor don Pedro Laso sin hazerlo saber á toda la villa, no obstant quél avia demandado licencia, é dicholo en la villa. Mas dixeron que á todas las quadrillas se habia de decir, é fué tanto el alboroto que le saquearon todos sus caballos y azémilas, é quanto tenia, é dieron de palos á sus criados, é los maltrataron, diziéndoles asy mismo de muchas palabras feas é injuriosas, en lo cual trabajó su parte Moyano, ensuciando muchas veces su lengua en palabras perjudiciales; y la misma junta de la villa a sentido, á lo que ha parecido, lo que a acaecido oy. Estamos muy peligrosos aquy y pasamos mucho trabajo, é no sabemos qué hacernos. Por una parte estamos apremiados que no nos

Convenían ya todos en que el emperador nombraría los gobernadores á gusto del reino; en que éstos jurarían en cortes guardar las leyes de Castilla; en que no se darían empleos ni oficios á extranjeros; en que cesaría la extracción de moneda; en que se reunirían las cortes por propia autoridad al menos cada cuatro años, aunque no fueran convocadas; en que se obligaría á la corte y comitiva del rey á pagar los alojamientos; en que se indemnizaría á Medina del Campo de los daños ocasionados por Fonseca; en que se obtendría el perdón del levantamiento bajo la fe y palabra real, y en otros varios capítulos sobre consejo, chancillería, alcabalas y otros asuntos. Mas cuando á tal altura y tan en buen camino se hallaban las negociaciones, la desconfianza inspiró á los comuneros exigir á los nobles la condición de que si el rey no accedía á las capitulaciones, se comprometerían á ayudar con las armas y á hacer causa común

dejan salir del lugar, é por otra querriamonos yr cada uno á su tierra, sino que se acabe de perder todo el negocio del reino. Mirese todo allá, é tórnenme á despachar un correo, porque me parece que debe descrebir largo esa cibdad á Valladolid el mal tratamiento que pasamos, é como no castigan ningun escándalo destos, y como delante dellos nos dicen cada dia que nos han de matar. Yo te juro á Dios que querria mas ser uno de los procuradores questan presos en Tordesillas questar en Valladolid, porque no ternya tan grandes sobresaltos como tengo: como aquel señor que de allá vino con la gente nos mete todo el trabajo que puede por deshacer la junta: y no sé qué ganancia le verná á él, que á mi paréceme quél queda perdido si nos vamos. Y tengo tanta pasion que se me ha olvidado todo lo que te habia descrebir. Plega á Dios que lo remedie todo con paz, aunque á mi no me quede qué comer. Amuestra esta carta al señor Anton Alvarez, porque vea su md. qué cosa es gobernar, y que le beso las manos myl veces. Fecha oy jueves XXI de hebrero en la noche á las diez.

>>Agora vienen los criados de don Pedro Laso con todo lo que yo é trabajado oy por la villa y predicado, á dezirme como poco á poco an cobrado todo lo de don Pedro Laso. Plaziendo á Dios, si tenemos mejor dicha, mañana gelo enbiaremos; y enbiame á decir la junta de la villa que querrian escribille demandándole perdon de lo pasado, é asy mismo lo hará nuestra junta: no dexe de entender en los negocios por lo acontecido, aunquél ternya mas razon de tornarse Moria (asi) que entender en ellos, pues tan buena paga le dan que yo creo que en Castilla no hay cosa mas ingrata que la que con él se ha hecho, no mereciendo mas que un ángel; porque asy viva yo que despues que naci nunca yo tal hombre conoci de tener tal ynclinacion, é tan reta é entera al bien comun, sino que los zapateros le hazen perder cuanta devocion tiene hombre á ello. Y en lo de las pazes torno á dezir que ay tanta voluntad en los buenos de la una parte é de la otra, é veen tan conocido el destruyamiento del reino como los menores se van soliviando, é como están pobres, é como no pueden desear otra cosa sino robar, habemos de trabajar con todas nuestras fuerzas de dar un corte para que aya pazes, porquesto cumple á todos los buenos é zelosos de nuestro Señor: por esto por amor de mí que agora mas que nunca se hagan plegarias en todos los monesterios de esta cibdad, para que Nuestro Señor no mire á nuestros pecados, sino que nos dé paz verdadera.— Don Pedro de Ayala.

>>En todo caso despache luego la cibdad un correo para ver lo que me manda, que aunque sepa que me han de cortar la cabeza en este lugar yo esperaré el correo. Mas bien seria que me diesen ó nos diesen libertad para quando nos viesemos, ó me viese en peligro, que mas no pudiesemos y en todo provea brevemente. E de una cosa me place, que si en la villa me dejan, ya que me saqueen no me saquearán mucho que me duela. Estéban y Ribadeneyra están buenos y te besan las manos.» Archivo de Simancas, Comunidades de Castilla, Legajo núm. 3.

con las comunidades. Los próceres, recelosos, y no sin razón, de las tendencias de los populares, y no olvidando la idea y el designio que la Junta había ya indicado de devolver á la corona las tierras y rentas que le tenían usurpadas, esquivaban entregarse en brazos de los comuneros, y dieron una respuesta dilatoria y ambigua hasta consultar con el condestable.

No hubo necesidad de esperar la respuesta de don Íñigo de Velasco, porque harto significativa la dió por él un edicto que amaneció un día en Valladolid, puesto de noche en sitio público por oculta mano, y era copia de una provisión imperial espedida en Worms, que el condestable había hecho pregonar á son de trompeta en la plaza de Burgos, por la cual el emperador Carlos declaraba rebeldes, traidores y desleales á los que sostenían la revolución popular, y señaladamente á doscientas cuarenta y nueve personas principales que en ella nombraba, condenando desde luego á los seglares á la última pena, y á los eclesiásticos y obispos á la ocupación de sus temporalidades y demás penas establecidas para semejantes delitos (1). A este acto de duro rigor, y bajo la impresión del fatal cartel, contestó la Junta de Valladolid con otro no menos fuerte y enérgico, haciendo levantar en la plaza mayor un estrado, que se cubrió con telas de seda y oro, y pregonando con solemne acompañamiento y á son de timbales y clarines como traidores y quebrantadores de la tregua al condestable, al almirante, á los condes de Haro, de Benavente, de Alba de Liste y de Salinas, al obispo y al marqués de Astorga, á los consejeros y á sus dependientes, á los mercaderes y otros vecinos de Burgos, de Tordesillas y de Simancas (2). Con esto se hizo ya imposible todo proyecto de concordia, y á las negociaciones de paz sucedieron los preparativos de guerra.

Pero mucho había dañado á la comunidad, y aun fué, como veremos, causa de su perdición, el tiempo invertido en infructuosos tratos, cuando urgía emplearle en activas y provechosas operaciones. Dormido y como encantado Padilla en Torrelobaton, esperando que viniese por negociaciones de otros una paz que podía haber sido glorioso fruto de sus victorias, dió lugar á que muchos soldados abandonaran sus banderas, los unos por acogerse al indulto que les ofrecía el emperador, los otros por llevar á sus casas el botín que habían podido recoger, y á que se rehicieran los magnates y señores, y manteniendo viva y libre la comunicación entre Tordesillas y Burgos, pudiera el condestable dar la mano al de Haro su hijo, y reunirse con los otros dos regentes para caer de concierto y de improviso sobre el descuidado Padilla, como veremos que se ejecutó.

Diremos antes lo que hizo el obispo Acuña en tierra de Madrid y de Toledo, punto que anteriormente se le había designado para combatir al prior de San Juan don Antonio de Zúñiga que andaba revolviendo el país en favor de los imperiales, y donde el obispo de Zamora acudió tan pronto

(1) Alcocer pone los nombres de todos los exceptuados.—Sandoval inserta la real provisión en el libro IX, párr. 2.o, copiada, dice, del registro del canciller y secretario del Consejo real. Su provisión estaba fechada en Worms á 17 de diciembre de 1520, y el edicto del condestable en Burgos á 16 de febrero de 1521.

(2) «La paz es buena, decía este cartel, pero no la de Judas, como esta que te dan. La cual paz mora en el rencor de sus pensamientos, porque no tratan sino de quien más parte ha de llevar de la copa.»

como se vió restablecido de la enfermedad que le había tenido postrado en Valladolid. La aparición del belicoso prelado en las comarcas de Madrid. Ocaña y Guadalajara, fué acompañada de aclamaciones, aplausos y festejos; su presencia excitó el entusiasmo en unas poblaciones, y reani mó en otras el espíritu de la causa popular, inclusa Alcalá, donde los estudiantes, dividiéndose en los dos opuestos bandos que traían revuelta la Castilla, habían tenido entre sí una reñidísima batalla, prevaleciendo al fin el partido de los realistas ó imperiales, que allí llamaban el de los an daluces, porque en Andalucía se acababan de confederar varias ciudades y villas contra los comuneros castellanos, si bien ofreciéndoles ser sus buenos intercesores con el emperador para alcanzar su indulgencia si dejaban la voz de comunidad y deponían las armas (1).

Fogoso y ardiente partidario de las comunidades el obispo Acuña, tan mal prelado como buen comunero, sin que su investidura episcopal le sirviera de embarazo, ni los sesenta inviernos que ya contaba hubieran enfriado, ni templado siquiera sus bríos, se vió un día asaltado de repente cerca del Romeral y atacado por la espalda por las tropas del prior, que al pronto desordenaron á los populares. Revolvió el obispo velozmente su caballo, arengó á su gente, la hizo volver cara al enemigo, restableció el orden de las filas, enardeció los corazones de los soldados, y en lo más recio de la pelea saltó ligeramente del caballo, embrazó el escudo, blandió la pica, é infundiendo con el ejemplo vigor en los suyos, arrojó y dispersó á los de Zúñiga, que con su vergonzosa fuga perdió en aquella ocasión la reputación de caballero y de esforzado que hasta entonces hubiera podido ganar, viéndose obligado á pedir tregua por unos días (2).

O por sobra de confianza, ó por un resto de miramiento hacia sus deberes sacerdotales y su carácter episcopal, licenció el prelado la mayor parte de sus tropas durante la Semana Santa, y dirigiéndose á Toledo, entró en la ciudad acompañado de un solo guía. Nadie hubiera podido sospechar que aquel hombre era don Antonio de Acuña, porque nadie por el traje podía deducir que era un obispo; pero el guía lo reveló á algunos, é instantáneamente y como chispa eléctrica cundió la voz por la ciudad, y llenóse la plaza de Zocodover de un gentío inmenso que circundó al prelado, aclamándole con loca alegría padre de la patria. Extremadas siempre las masas populares en las demostraciones de odio ó de amor, en uno de esos arranques de frenético entusiasmo que suelen tener las turbas, se vió el obispo de Zamora desmontado de su caballo, cogido en hombros y llevado en medio de la muchedumbre hasta las naves de la catedral, en oca

(1) Las poblaciones andaluzas confederadas eran: Sevilla, Córdoba, Écija, Jerez, Antequera, Cádiz, Ronda, Andújar, Martos, Arjona, Porcuna, Carmona y Torre Don Jimeno. Estos pueblos enviaron un mensaje al emperador suplicándole regresase pronto á España y entrase por algún puerto de Andalucía. Juramentáronse para impedir los alborotos, auxiliar las justicias del rey y no obedecer ninguna orden que emanara de la Junta de Castilla.

(2) El presbítero Maldonado, en su libro VI del Movimiento de España, es el que da más extensas y minuciosas noticias sobre la expedición y campaña del obispo Acuña en tierra de Toledo. De ella no hablan nada ni Robertson en su Historia del emperador Carlos V, ni Lista en sus adiciones á la universal del conde de Segur.

***

sión que resonaban en sus bóvedas las sublimes lamentaciones del Profeta que la Iglesia repite anualmente en la grave y poética ceremonia de las tinieblas del Viernes Santo. En vano pugnaba el obispo para desprenderse de los brazos de los que así profanaban el augusto santuario en momentos tan solemnes: que aunque nada escrupuloso en el cumplimiento de sus obligaciones apostólicas, comprendía toda la trascendencia de aquel desacato, y le repugnaba; pero el pueblo, llevando adelante la sacrílega profanación, le metió en el coro, le sentó en la silla pontifical y le proclamó arzobispo de Toledo. Por más que Acuña ambicionara la silla primada del reino, era imposible que entrara en su pensamiento obtenerla por un medio tan tumultuario, ilegítimo é irreverente; sin embargo, fundándose sus enemigos en los antecedentes de su vida profana, y haciendo servir á su inculpación la memoria de lo ocurrido en Zamora y en Palencia, le supusieron ó promovedor, ó por lo menos, cómplice en el escándalo de la catedral de Toledo, y la locura del pueblo toledano dañó á la causa de las comunidades más que la pérdida de algunas batallas (1).

A la escena lamentable de Toledo siguió otra á las cinco leguas de la población, de naturaleza bien diferente, pero no menos lastimosa y mucho más horrible. El competidor de Acuña en la guerra, el prior de San Juan don Antonio de Zúñiga, el vencido por el prelado de Zamora junto al Romeral, envalentonado con la ausencia del obispo, en una de sus atrevidas correrías por la comarca cayó con todas sus fuerzas sobre la rica villa de Mora, adicta á la causa de los comuneros. Atacada la población, y resueltos á defenderla hasta perder sus vidas los habitantes, á fin de quedar más desembarazados para la pelea, condujeron á la iglesia, que era fuerte, todos los ancianos, mujeres y niños. Embestida la villa por la gente del prior, forzados unos en pos de otros los parapetos en que los moradores se atrincheraban, perseguidos éstos de barrera en barrera y de calle en calle con furor insano y con mortandad terrible de acometidos y acometedores, refugiáronse al fin á la iglesia, donde tenían los objetos queridos de sus entrañas. Sordos á toda intimación los de Mora, rabiosos y frenéticos los realistas de Zúñiga, acudieron para rendirlos al bárbaro recurso del incendio. A las puertas, y sobre la techumbre y en derredor del templo hacinaron combustibles y les pusieron fuego. Apoderáronse pronto de todo el edificio las voraces llamas; á unos aplastaban los trozos de bóveda que se hundían; muchos perecieron al derrumbarse el pavimento del coro; el humo ahogaba á los que acaso perdonaba el fuego; prolongaron un poco. su existencia los que se colocaban en los huecos de los altares ó en los arcos de las capillas, hasta que los alcanzaban las llamas devoradoras. Sobre tres ó cuatro mil desgraciados sucumbieron entre tormentos horribles; Mora quedó despoblada, y el terrible perseguidor de los comuneros plantó el pendón imperial sobre montones de escombros, de cenizas y de cadáveres.

Con la noticia de tan horrorosa catástrofe, salió Acuña de Toledo ar

(1) Pero Mejía, Hist. de las Comunidades, lib. II, cap. xv.-Maldonado, Movimiento de España, lib. VI.—Sandoval. Hist. del Emperador, lib. IX.—Pisa, Descripción de Toledo, lib. V

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