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Animada de los mejores deseos la Santa Junta, y celosa de las libertades y franquicias del reino, obró con debilidad, puesto que pudiendo haber planteado las reformas que reclamaba, y remediado los abusos que constituían su memorial de quejas y agravios, no acertó á elevarse á la altura de su misión, y habiendo podido ser ejecutora se limitó á ser suplicante. para sufrir una brusca repulsa del rey, y un altivo desaire en las personas de sus emisarios, hasta con peligro de la vida de éstos. En lugar de atraerse con maña la grandeza, de cuyo apoyo necesitaba, se enajenó la clase aristocrática, revelando imprudentes proyectos y designios sobre una parte de sus bienes; y en vez de hacer de los próceres amigos provechosos los convirtió en terribles adversarios. De este mal paso de los procuradores supo aprovecharse el emperador, y el nombramiento de corregentes, hecho en dos magnates castellanos de los de más poder é influjo, quebrantó moralmente á los populares, y lo que antes era causa nacional se trocó en contienda entre dos grandes partidos, en que estaba de una parte el trono y la nobleza, de otra solamente el pueblo.

Era, sin embargo, tan fuerte este último por sí solo, que sin la traición hecha á los comuneros en Villabráxima hubieran de seguro sucumbido los nobles en Rioseco. Aun después de apoderados éstos de Tordesillas, dueños de la reina los regentes y de Burgos el condestable, dispersa la Junta, la revolución sin cabeza, infiltrada la discordia y la rivalidad entre los procuradores y los caudillos de los comuneros, entre Acuña y Girón, entre Padilla y Laso de la Vega, todavía era tal su pujanza, que bastó la reelección de Padilla, aunque hecha en tumulto, por capitán general de las tropas de la comunidad, para que aterrados los nobles y desconfiando de vencer por armas, recurrieran á tratos y negociaciones de concordia. De error en error se había ido bastardeando y debilitando el gran movimiento de las comunidades, y desde que las cosas llegaron á este punto se notó más la falta de dirección y de cabeza. Ni Padilla y Acuña, jefes de las armas, aprovecharon las ventajas que iban obteniendo en la guerra, ni Laso y Ortiz, negociadores de la paz, ni los procuradores de la Junta aceptaron condiciones harto razonables que los próceres les ofrecían y de que hubieran podido salir harto aventajados. Y en estas perplegidades y vacilaciones, y en un estado que no era de paz ni de guerra, el más perjudicial á las revoluciones, para las cuales el no marchar es retroceder, y es perder el no ganar, malgastaron un tiempo precioso, sin acertar á salir ni vencedores ni amigos de los magnates.

Cuando una provisión imperial y un pregón del condestable llamando á los comuneros traidores vino á encender de nuevo la ira popular, el capitán toledano desenvaina de nuevo el acero que nunca debió estar ocioso, y al frente de los soldados de la patria, siempre valerosos para la pelea, se apodera de Torrelobaton, la villa más murada y fuerte de los imperiales. Un paso más y tal vez el pendón de las comunidades hubiera tremolado definitivamente victorioso. Pero Padilla se durmió sobre su postrer triunfo: los procuradores volvieron á escuchar proposiciones de avenencia; adormecidos éstos, y como encantado aquél, los unos gastaron el tiempo en inútiles tratos de concordia, el otro perdió cerca de dos meses en for

tificar una villa donde no debió pernoctar sino una sola noche, sin adver. tir que mientras él reparaba los muros, los soldados le abandonaban, y los imperiales se rehacían y se preparaban á tomar la iniciativa. Y mientras la Junta se dejaba arrullar al son de buenas palabras de paz, el sagaz almirante la desmembraba y enflaquecía, llevando á sus filas á don Pedro Laso, á los procuradores de Segovia y de Murcia, al bachiller de Guadalajara, y á otros miembros importantes de la Junta y capitanes del ejército, y por su parte el condestable desde Burgos congregaba fuerzas y se disponía á unirse á los corregentes y al conde de Haro, su hijo y general de los imperiales, para caer todos juntos sobre el jefe de los comuneros, que yacía como inmóvil en Torrelobaton.

Gracias á que el pueblo de Zaragoza, noticioso de que los caballeros de Aragón enviaban al condestable más de dos mil hombres de guerra contra las comunidades de Castilla, se tumultuó, les quitó las armas, y deshizo aquella gente diciendo: Aragón no debe ayudar á quitar las libertades á Castilla (1). Gracias también á que el conde de Salvatierra se apoderó de más de mil veteranos que el duque de Nájera, virrey de Navarra, enviaba al gobernador de Burgos, si bien no pudo interceptar siete piezas de artillería gruesa con que también le auxilió. Gracias, decimos, á todo esto, cuando el condestable don Iñigo de Velasco se determinó á salir de Burgos, cuyo gobierno dejó á cargo del conde de Nieva, y se puso en marcha para Tordesillas, sólo llevaba tres mil infantes, quinientos hombres de armas y alguna caballería ligera. Al ruido de este movimiento, despertó Padilla de su letargo, trasladóse en una noche á Valladolid, púsose de acuerdo con la Junta, quedó determinado que se corriese á Toro, llevóse de allí unos dos mil peones con doscientas lanzas, y con la gente que tenía en Torrelobaton y la que instantáneamente pudo reunir en Tierra de Campos, se halló al frente de unos ocho mil hombres escasos de á pie, quinientas lanzas y la artillería de Medina. Los de Palencia y Dueñas no se pudieron incorporar, pero en Toro esperaba que se le allegasen refuerzos de León, Zamora y Salamanca. Mas cuando así pudo prepararse, ya el condestable, que había partido de Burgos, y su hijo el conde de Haro y el almirante Enríquez, que habían salido también de Tordesillas, dejando la reina doña Juana y la guarda de la villa encomendadas al cardenal Adriano y al conde de Denia, se hallaban todos reunidos en Peñaflor, á corta distancia de Torrelobaton, cada cual con su hueste, y con la guarnición de Portillo y otras que pudieron recoger, formando entre todos un cuerpo de unos seis mil infantes y sobre dos mil cuatrocientos caballos (2).

En la mañana del 23 de abril (1521) se oyeron sonar trompetas en los campos de Torrelobaton. Era la gente de Padilla, que con las banderas de la comunidad desplegadas al viento tomaba la vía de Toro. El último marchaba el capitán toledano con la caballería, protegiendo la artillería que iba en el centro. El cielo estaba encapotado y sombrío, llovía con fre

(1) Sandoval, Hist. de Carlos V. lib. IX.

(2) Maldonado, Movimiento de España, lib. VI.- Mejía, Comunidades, lib. II, capítulo XVII.-Sandoval, lib. IX, párr. 17.

cuencia, y aunque escampaba á ratos, el camino estaba lodoso y pesado, y la marcha no podía ser ligera. Noticiosos del movimiento los dos mil cuatrocientos jinetes imperiales, entre los cuales iba la flor de la nobleza castellana, emprendieron á todo andar su persecución, dejando atrás la infantería. Fácil les era no perder la pista de los comuneros, por las rodadas de los cañones y por las huellas de los caballos. Divisáronse unos á otros ya cerca de Villalar, pueblo situado sobre la meseta de una colina lindante con el camino de Toro á las tres leguas de Torrelobaton. La gente de Padilla iba un poco suelta y desbandada, acaso por la lluvia que á la sazón se desgajaba copiosa. En vano trabajaba por ordenar su hueste el capitán de Toledo para dar la batalla: so pretexto de ganar el pueblo de Villalar, donde mejor podrían defenderse, y de que volviendo caras los azotaba en ellas el viento y el agua, perdieron formación los que iban más delanteros. Entonces los próceres soltaron algunos corredores, é hicieron algunos disparos de artillería con algunas piezas de fácil trasporte que llevaban, lo cual bastó para que los comuneros, otras veces tan valerosos y ahora extrañamente azorados, huyeran en desorden, atropellándose unos á otros, aunque más despacio de lo que quisieran, á causa del lodo en que se metían hasta la rodilla: advertido lo cual por los imperiales, cargaron sobre ellos acometiéndolos en dos mitades por los flancos. La artillería pesada de los comuneros se quedaba atascada en los lodazales, y no parece que los artilleros hicieron los mayores esfuerzos para sacarla. Los soldados se arrancaban las cruces rojas de la comunidad, y se ponían las blancas de los imperiales para confundirse con ellos.

Desesperado Padilla de verse desobedecido de los suyos, y de no poderlos detener ni ordenar, «No permita Dios, exclamó, que digan en Toledo ni en Valladolid las mujeres que traje sus hijos y esposos á la matanza, y que después me salvé huyendo.» Y poniendo espuelas á su caballo, y seguido de solos cinco escuderos de su casa, al grito de Santiago y Libertad! arremetió y se abrió paso por medio de un escuadrón de lanceros imperiales, que á la voz de Santa María y Carlos! cargaron sobre aquellos valientes y los hirieron á todos. Todavía Padilla acometió otra vez al escuadrón, haciendo pedazos su terrible lanza á fuerza de dar botes, de uno de los cuales derribó del caballo al señor de Valduerna don Pedro Bazán, hasta que él mismo cayó al suelo herido en una corva por don Alonso de la Cueva, entregándole su espada y su manopla. Llegóse entonces un caballero de Toro llamado don Juan de Ulloa, y al saber que el rendido era don Juan de Padilla, le hirió y ensangrentó el rostro de una cuchillada; acción villana é infame que los mismos del bando del cobarde agresor no pudieron menos de reprobar.

A este tiempo habían sido ya hechos también prisioneros los capitanes Juan Bravo de Segovia y los Maldonado de Salamanca, que intentaron defenderse abandonados de los suyos. Los imperiales seguían dando caza á los fugitivos por más de dos leguas, matando y degollando impunemente, pisoteando sus caballos las desparramadas banderas de la libertad, y sin dolerse de los ayes de los moribundos, haciéndose notar el fraile dominico fray Juan Hurtado, que corriendo desaforadamente por el campo en una pequeña cabalgadura, enronqueció á fuerza de exhortar á los im

periales á que no aflojaran en la matanza (1). «Matad, matad, les decía, á esos malvados; destrozad á esos impíos y disolutos: no haya perdón; eterno descanso gozará en el cielo el que destruya esa raza maldita: no reparéis en herir de frente ó por la espalda á los perturbadores del sosiego.>> «Pedían confesión algunos, dice el mismo obispo cronista, y no se la daban, ni aun había quien de ellos se doliese; que era una gran compasión verlos padecer así, siendo todos cristianos, amigos y parientes.» A todos los iban desnudando y dejando en carnes, y hasta al mismo Padilla le despojaron de la bordada y relumbrante ropilla de brocado que encima del arnés llevaba puesta. De los así desnudos se contaron más de cien muertos, sobre cuatrocientos heridos, y prisioneros más de mil. De los imperiales no se cuenta que muriese ninguno, lo cual no es de maravillar, pues aunque la derrota de los comuneros fué completa, no hubo batalla, y puede decirse que sólo Padilla y sus cinco escuderos pelearon (2).

Llevaron aquella noche los cuatro capitanes prisioneros al castillo de Villalva, propiedad de don Juan de Ulloa, el que tan alevemente después de rendido hirió á Padilla, y á la mañana siguiente (24 de abril) los trasladaron á Villalar para juzgarlos y sentenciarlos. Bien quisieron algunos hombres de sentimientos generosos, como el almirante, que no enrojeciera el cadalso la sangre de tan valerosos capitanes, pero prevaleció el dictamen de los más rencorosos y la dureza de la ley, que en los procesos políticos condena á los vencidos como traidores (3). Tomáronles, pues, declaración jurada, y confesado por ellos haber sido capitanes de las comunidades, se condenó á los tres á ser degollados, y confiscados sus bienes y oficios como traidores al rey (4). Don Pedro Maldonado Pimentel se libró de morir entonces, pero no más adelante, como luego veremos.

(1) Ratifica este hecho nuestra observación de que los eclesiásticos eran los más exaltados y furiosos de los dos bandos.

(2) Para la narración de esta triste jornada hemos tenido presentes y cotejado las relaciones que de ella hacen Alcocer, el presbítero Maldonado, Ayora, Pero Mejía, Sepúlveda y Sandoval en sus respectivas historias, Angleria en su epist. 720, López de Gomara en sus Anales de Carlos V, las Cartas y Advertencias al mismo por el almirante de Castilla, un MS. anónimo contemporáneo de la Biblioteca del Escorial, los documentos insertos en los tomos I y II de la Colección de Navarrete, Salvá y Baranda, y otros que nosotros hemos copiado del archivo de Simancas, Legajos de Comunidades.

que

(3) El mismo Sandoval lo reconoce así, diciendo en una parte: «Porque, según vemos, todas las acciones ó hechos de esta vida se regulan más por los fines y sucesos tienen que por otra causa. Si á Cortés le sucediera mal en Méjico cuando prendió á Motezuma, dijéramos que había sido loco y temerario. Tuvo dichoso fin su valerosa empresa, y celébranle las gentes por animoso y prudente.» Y en otra parte: «De haber vencido, Padilla figurara entre los hombres de más renombre >>

(4) Sentencia contra Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. «En Villalar á veinte é cuatro dias del mes de abril de mil é quinientos é veinte é un años, el señor alcalde Cornejo por ante mí Luis Madera, escribano, recibió juramento en forma debida de derecho de Juan de Padilla, el cual fué preguntado si ha seido capitan de las Comunidades, é si ha estado en Torre de Lobaton peleando con los gobernadores de estos reinos contra el servicio de SS. MM.: dijo que es verdad que ha seido capi

Juan Bravo y Francisco Maldonado bramaron de coraje al notificárseles la sentencia. Padilla la recibió con la inalterable dignidad de un jefe que va á morir por una causa grande y noble. Pidió un confesor letrado para cumplir el último deber religioso, y un escribano para hacer testamento, y ni uno ni otro le fué otorgado. Confesáronse todos con el primer fraile franciscano que al acaso se encontró, y después de llenar esta sagrada obligación de cristianos, Padilla pidió recado de escribir, é inflamado de patriotismo y de amor conyugal, escribió las dos siguientes cartas, que con razón han alcanzado una celebridad histórica.

CARTA DE JUAN DE PADILLA Á LA CIUDAD DE TOLEDO

«A tí, corona de España y luz de todo el mundo, desde los altos godos muy libertada. A tí, que por derramamientos de sangres extrañas como de las tuyas cobraste libertad para tí é para tus vecinas ciudades. Tu legítimo hijo Juan de Padilla, te hago saber como con la sangre de mi cuerpo se refrescan tus victorias antepasadas. Si mi ventura no me dejó poner mis hechos entre tus nombradas hazañas, la culpa fué en mi mala dicha y no en mi buena voluntad. La cual como á madre te requiero me recibas, pues Dios no me dió mas que perder por tí, de lo que aventuré. Mas me pesa de tu sentimiento que de mi vida. Pero mira que son veces de la fortuna que jamás tienen sosiego. Solo voy con un consuelo muy alegre, que yo el menor de los tuyos morí por tí; é que tú has criado á tus pechos á quien podrá tomar enmienda de mi agravio. Muchas lenguas habrá que mi muerte contarán, que aun yo no la se, aunque la tengo bien cerca: mi fin te dará testimonio de mi deseo. Mi ánima te encomiendo, como patrona de la cristiandad: del cuerpo no hago nada, pues ya no es mio, ni puedo mas escribir, porque al punto que esta acabo, tengo á la garganta el cuchillo, con mas pasion de tu enojo que temor de mi pena.»>

tan de la gente de Toledo é que ha estado en Torre de Lobaton con las gentes de las Comunidades, é que ha peleado contra el condestable é almirante de Castilla gobernadores de estos reinos, é que fué á prender á los del consejo é alcaldes de Sus Majestades. >> Lo mismo confesaron Juan Bravo é Francisco Maldonado haber seido capitanes de la gente de Segovia é Salamanca.

>> Este dicho dia los señores alcaldes Cornejo, é Salmeron é Alcalá dijeron que declaraban é declararon á Juan de Padilla, á Juan Bravo é á Francisco Maldonado por culpantes en haber seido traidores de la corona Real de estos reinos, y en pena de su maleficio dijeron que los condenaban é condenaron á pena de muerte natural, é á confiscacion de sus bienes é oficios para la cámara de Sus Majestades, como á traidores, é firmáronlo.- Doctor Cornejo.-El licenciado Garci Fernandez.-El licenciado Salmeron.» Archivo de Simancas, Comunidades de Castilla, n. 6.

El señor Ferrer del Río, el último y el que con mejor crítica ha escrito la historia del Levantamiento y guerra de las Comunidades, indica equivocadamente haberse condenado á los tres caudillos sin forma de proceso. Hist. de las Comunid., lib. X, página 251. Lo mismo viene á decir Sandoval, de quien sin duda lo ha tomado. «En la justicia que se hizo de este caballero (Padilla) no se hizo, dice, proceso ni auto alguno judicial de los que suelen hacerse en cosas de otros crímenes.» Hist. de Carlos V, libro IX, párr. 19. Pero contra estos asertos está la letra de la sentencia, que sin duda Sandoval no conoció.

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