Imágenes de páginas
PDF
EPUB

dijo: «Anda y descubre esas regiones desconocidas, y lleva el cristianismo civilizador del otro lado de los mares, y difunde la fe divina entre los desgraciados habitantes de esta parte ignorada del universo.» Palabras grandiosas, que Isabel no había podido proferir hasta asegurar el triunfo del cristianismo en España, y hasta arrojar á los infieles de sus naturales y hereditarios dominios.

Adoptada y protegida la empresa por Isabel, pronto iba á saberse si el proyectista era en efecto un visionario digno de lástima, ó si era el más sabio y el más calculista de los hombres. Seguido de un puñado de atrevidos aventureros, el náutico genovés se lanza en tres frágiles leños por los desconocidos mares de Occidente. «; Pobre temerario!» quedaban diciendo España y Europa. Y Colón, lleno de fe en su Dios y en su ciencia, en sus mapas y en su brújula, no decía más que: «¡Adelante!» España y Europa suponían, pero ignoraban sus peligros y trabajos, sus conflictos y penalidades. ¿Qué habrá sido del pobre aventurero?

Trascurridos algunos meses volvió el aventurero á España á dar la respuesta. Nada necesitó decir. La respuesta la daban por él los habitantes y los objetos que consigo traía de las regiones trasatlánticas en que nadie había creído. El testimonio no admitía dudas. ¡ El Nuevo Mundo había sido descubierto! El miserable visionario, el desdeñado de los doctos, el rechazado por los monarcas, el peregrino de la tierra, el mendigo del convento de la Rábida era el más insigne cosmógrafo, el gran almirante de los mares de Occidente, el virrey de Indias, el más envidiable y el más esclarecido de los mortales. España y Europa se quedaron absortas, y para que en este extraordinario acontecimiento todo fuese singular, asombró á los sabios aún más que á los ignorantes.

La unidad del globo ha comenzado á realizarse; la humanidad entera ha empezado á entrar en comunicación. Ya se comprendió por qué habían sido inventadas la brújula y la imprenta; porque era menester hallar caminos seguros por entre las inmensidades del Océano para poner en relación á los moradores de remotísimas tierras; porque era necesario un medio rápido y fácil para trasmitir y difundir los conocimientos humanos del mundo antiguo á los pobladores de las apartadísimas regiones del nuevo universo. Si más adelante el vapor acorta estas inmensas distancias; si andando el tiempo la electricidad las hace casi desaparecer, progresos serán del entendimiento humano, y en ello no hará sino cumplirse la ley providencial de la unidad, la ley del progresivo mejoramiento social. Mas no se olvide que á España se debió el que se pusieran por primera vez en contacto las razas humanas de los que entonces se llamaron dos mundos y no eran sino uno solo. Si con el trascurso de los tiempos aquellas razas, entonces groseras é inciviles, se convierten en naciones cultas, y se emancipan, y progresan, y trasmiten á su vez al viejo mundo nuevos gérmenes de civilización, no hará sino cumplirse la ley providencial que destina al género humano de todos los países á comunicarse recíprocamente sus adelantos, síntoma consolador y anuncio lisonjero de la fraternidad universal. Mas no por eso España pierde su derecho á que no se olvide que le pertenece la primacía de haber llevado el principio civilizador al Nuevo

Mundo.

Repite Colón sus viajes y multiplica los descubrimientos. En cada expedición se desplegan á sus ojos ricas y vastísimas islas, extensísimas y fértiles regiones, cuyos límites ni conoce entonces él mismo, ni será dado á nadie saber en largos años. Todas estas inmensas posesiones vienen á acrecentar los dominios de la corona de Castilla; y España y sus reyes, en premio de su heroica perseverancia de ocho siglos, apenas ponen término i la obra de su emancipación y de su independencia se encuentran poseelores de multitud de provincias en otro hemisferio, cada una de las cuales es mayor que un gran reino. Nunca pueblo alguno llegó á merecer tanto, pero nunca pueblo alguno alcanzó galardón tan abundoso. Cuando se vuelve la vista á la monarquía encerrada en Covadonga y se la encuentra después dominando dos mundos, se siente estrecha la imaginación para abarcar tanto engrandecimiento. Ya no posee España aquellas vastas regiones: ¿qué importa? Los hijos que salen de la patria potestad, ¿dejarán por eso de ser la honra de los padres que les dieron el ser? Porque la codicia y la crueldad afearan después la obra de la conquista, ¿dejará de ser glorioso el hecho primitivo? Porque España no recogiera el fruto que debió de tan importantes adquisiciones, ¿habrá dejado de ser el suceso inmensamente provechoso á la humanidad?

El descubrimiento de América hubiera bastado por sí solo para hacer entrar á la sociedad entera, y señaladamente á España, en un nuevo desarrollo y en un nuevo período de su vida. Por sí solo hubiera hecho la transición de la edad media á la edad moderna, aunque tantos otros sucesos no hubieran cooperado en el último tercio del siglo XV y en el primero del XVI, á obrar una revolución radical en las ideas, en la política, en el comercio, en las artes, en la propiedad, en las necesidades y en las costumbres.

IV. Hasta aquí lo que en este reinado ha adquirido España ha sido para acrecentar la corona de Castilla, aunque ganado con el auxilio del rey de Aragón como esposo de Isabel. Ahora le toca á la corona de Aragón ensancharse y extenderse, aunque con auxilio de la reina de Castilla como esposa de Fernando. La armonía de los regios consortes trae el acrecentamiento de las dos monarquías. Isabel ha acreditado ser la mejor reina del mundo, y Fernando va á acreditar que es el monarca más político de Europa.

En mal hora concibió el ligero y aturdido Carlos VIII de Francia el imprudente proyecto de hacerse soberano de Nápoles, donde reinaba hacía medio siglo la rama bastarda de los monarcas de Aragón. El político Fernando, con mejor derecho que él á la corona y con ánimo de reclamarla á su tiempo, le deja que se precipite. Por de pronto Carlos, para tenerle amigo, restituye á la corona de Aragón los importantes condados de Rosellón y Cerdaña, ricas agregaciones que sus mayores habían disputado con encarnizamiento. Fernando las recibe, y deja al francés que cruce los Alpes, que asuste á los débiles y desunidos príncipes italianos, que se apodere de Nápoles sin plantar una tienda ni romper una lanza, que se saboree por unos días con el pomposo título de rey de Sicilia y de Jerusalén, que sueñe en llamarse emperador de Constantinopla; y cuando el caballeroso conquistador se halla entregado á los placeres de la gloria y á los deleites

del cuerpo, se encuentra cogido en una gran red tendida en silencio por el astuto Fernando. El aragonés había preparado contra él con admirable sigilo la famosa liga de Venecia, primera confederación de los príncipes de Europa para su defensa común, principio del sistema de mantenimiento del equilibrio europeo, y uno de los síntomas más característicos de la nueva política de la edad moderna. El insensato Carlos, rey de Nápoles una semana, al verse amenazado por el poder reunido de España, de Austria, de Roma, de Nápoles y de Milán, apenas tuvo tiempo para repasar los Alpes con la mitad de su ejército, dejando la otra mitad comprometida en Italia, para proporcionar á Gonzalo de Córdoba aquella serie de gloriosos triunfos que le valieron el merecido título de Gran Capitán. Los franceses son totalmente expulsados de Italia, las armas españolas que vencieron en Granada han asombrado á Europa, Gonzalo vuelve á España con un nombre que no había alcanzado ningún guerrero del mundo, y Fernando ha ganado fama de ser el soberano más político y sagaz de su tiempo.

Al ver al rey de Aragón colocar en el trono de Nápoles sucesivamente á sus dos primos Fernando y Fadrique, aparecía un generoso protector de sus parientes bastardos, y sin embargo, estaba firmemente resuelto á reclamar para sí aquella herencia como representante de la línea legítima de la casa de Aragón. Pero el astuto político estudia la situación de Europa, conoce los inconvenientes y peligros de emplear la violencia, y espera sin impacientarse, en la confianza de realizar su pensamiento por medios más lentos, pero más seguros. Es la diplomacia que empieza á reemplazar á la fuerza. Deja que Luis XII de Francia, sucesor de Carlos VIII y heredero de sus ambiciosos proyectos sobre Italia, penetre con grande ejército en Lombardía, se apodere de Milán y amenace á Nápoles. Deja que el desgraciado Fadrique de Nápoles se vea reducido á la desesperada situación de invocar el auxilio de los turcos contra el francés. Ya tiene Fernando un pretexto legal, un colorido cristiano y religioso con que perder á su pariente, á quien de intento no se ha comprometido á sostener, y para atajar los progresos del rey de Francia finge halagarle proponiéndole repartirse entre los dos el reino de Nápoles en iguales porciones. El francés se creyó aventajado en este repartimiento, y se dejó envolver en otra red por el de Aragón como su antecesor Carlos VIII. Fernando dejaba á Luis los riesgos de la conquista y la parte odiosa del despojo, y él se reservaba el fruto para más adelante. Para eso enviaba á Gonzalo de Córdoba con la flor de los guerreros castellanos á Sicilia, so pretexto de destinarlos á combatir á los turcos en defensa de Venecia. Luis se deja deslumbrar por el título de rey de Nápoles, y Fernando, contento con la modesta denominación de duque de Calabria, adormece á su rival para mejor vencerle.

El tratado de partición de Nápoles fué el pacto más inmoral y más hipócrita con que se inauguró la moderna diplomacia que enseñaba Maquiavelo y practicaban ya sin necesidad de sus lecciones los príncipes. ¿Pero será justo atribuir toda la inmoralidad de esta política á Fernando de Aragón? Nada sería más infundado. Fernando no hizo sino ganar en astucia á Luis, que á su vez creía ser el engañador de su rival. Los derechos del español al reino de Nápoles eran incontestableinente más fundados que

TOMO VIII

2

los del francés, y si en éste eran igualmente vituperables los medios y el fin, al menos en aquél eran solamente reprensibles los medios. La política. ladina no era ciertamente lo que más escandalizaba ya en Italia, y el mismo pontífice no halló la conducta de los dos reyes tan abominable, cuando á ambos les dió la investidura de la parte que cada cual se había adjudicado. Consuela sobre todo hallar á la reina Isabel completamente ajena á toda la parte odiosa de estos hechos, pues por un tácito convenio entre los dos esposos, la política y la dirección de estas guerras estaban reservadas á Fernando; Isabel no intervenía sino en la administración, en los recursos, en la elección de los buenos capitanes.

Bien conocían todos, y de ello estaban más que nadie penetrados los autores mismos del convenio, que el tratado de partición de Nápoles no podía ser sino un germen de nuevas discordias y guerras. pero cada cual esperaba sacar mañosamente de ellas el mejor partido para llegar á la total y definitiva posesión de aquel reino. Fernando de Aragón fiaba, aún más que en su destreza política, en la invencible espada del Gran Gonzalo. No le salió su cálculo fallido. Una cuestión sobre pertenencia del territorio repartido enciende de nuevo la guerra entre franceses y españoles, provocada y declarada por los primeros. Y el Gran Capitán, después de haber restituído á Venecia la plaza de Cefalonia ganada por él á los turcos, y de haber hecho prisionero en Tarento al duque de Calabria, último príncipe de la destronada dinastía de Nápoles, detiene con un puñado de españoles todo el ímpetu y todo el poder de los franceses en Italia. Encerrado en los viejos muros de Barletta, se estrellan en él todas las fuerzas de la Francia, como las bravas olas del mar en una roca inamovible. Sale de aquel recinto, y los desconcierta con la sorpresa de Ruvo. Recibe un pequeño refuerzo y los destruye en Ceriñola Marcha sobre Nápoles y proclama á Fernando II de Aragón solo y legítimo soberano, como solo y legítimo heredero del reino conquistado por Alfonso V. España, dueña de las Indias Occidentales por la ciencia de Colón y por la grandeza de Isabel, debe la posesión de un gran reino en la Europa Oriental á la política sagaz de Fernando y al talento bélico y al brazo invencible de Gonzalo de Córdoba.

La Italia se postró admirada ante el sagaz conquistador. A un mismo tiempo supo Luis XII que le había sido arrebatada de entre las manos su bella corona de Nápoles, y que de sus generales el duque de Nemours y Chaudieu habían muerto, Chavannes y D'Aubigny estaban en poder del enemigo, Ivo de Alegre y Luis de Ars refugiados en Gaeta y Venosa, y ardiendo en cólera contra Fernando exclamó: «Dos veces me ha engañado ese fementido-Miente el bellaco, replicó al saberlo el aragonés, que le he burlado más de diez veces.>>

En uno de esos arranques de indignación y de patriotismo que suelen tener las naciones pundonorosas cuando se sienten ultrajadas, la Francia echa el resto para lavar la afrenta nacional y la humillación de su rey, y levanta como por encanto tres grandes ejércitos y dos respetables armadas, y los arroja simultáneamente sobre Guipúzcoa, sobre Rosellón y sobre Italia. Pero el primero se deshace como el hielo á los ardores del sol antes de cruzar el Pirineo. Contra el segundo desplegan Isabel y Fernando, la

una su actividad administrativa, el otro su energía de guerrero. Castilla y Aragón pelean ya como una nación sola, y los franceses son rechazados de Salsas y perseguidos por la espada de Fernando hasta Narbona, mientras una borrasca inutiliza su flota en Marsella. Libre la Península española, las dos naciones rivales vuelven á medir sus fuerzas en los bellos campos de la desgraciada Península italiana. Poca gente tiene allí España, pero no importa, está allí el Gran Gonzalo. El que una vez había quebrantado el poder de la Francia con estarse quieto en Barletta, le vuelve á quebrantar con permanecer inmóvil en los pantanos de Minturna. Gonzalo enseña á sus soldados que se puede vencer sin pelear. Gonzalo enseña al mundo que la paciencia puede ser la victoria, y le enseña también hasta dónde raya el sufrimiento del soldado español. El Gran Capitán comprende que debe luchar primero contra los elementos, si ha de vencer después á los hombres. No conocemos figura de guerrero más digna, ni más impasible, más imponente que la de Gonzalo de Córdoba en las lagunas del Garillano. Cuando Gonzalo se decide á sacar á sus pocos españoles de aquellos cenagosos lodazales, es para rematar con la espada al enemigo que había quebrantado con la paciencia. La obra de las lagunas de Minturna se acaba en las alturas del monte Orlando. La Francia queda otra vez humillada: el temerario y orgulloso Luis XII sucumbe á firmar la paz de Lyón, y reconoce á Fernando de Aragón por rey de Nápoles; y la magnánima Isabel de Castilla muere aquel año agobiada de pesares domésticos, pero con la satisfacción de dejar á su esposo y á sus hijos una corona más, ganada por su predilecto amigo Gonzalo Fernández de Córdoba.

V. Una reina privada de razón y un príncipe escaso de juicio suceden á la reina más discreta y más sensata que ha ocupado el trono de Castilla. Felizmente el reinado de Juana y de Felipe pasa como una sombra fugaz, sin que sirva sino para que los castellanos conozcan y lamenten más lo que han perdido con Isabel y para que aprendan á apreciar mejor lo que al menos les ha quedado con Fernando.

Nombrado regente de Castilla el rey de Aragón mientras él ha pasado á Italia á organizar el gobierno de Nápoles, hace desear su presencia á los castellanos para mejor subyugar después á los magnates que se le han mostrado adversos. Dueño de Castilla como regente de este reino, y de Sicilia y Nápoles como rey de Aragón, hace de España la nación más pode rosa de Europa, y sigue siendo el alma de la política europea: política egoísta, dolosa y falaz como era la de aquel tiempo, en que nadie obraba de buena fe, y en que salía más ganancioso el que era más astuto. La liga de Cambray no fué sino una inicua conjuración de cuatro potencias para repartirse los despojos de otra que pasaba por amiga, pero que no les cedía en inmoralidad. Deshecha esta liga por el mismo interés individual que la había dictado, concertóse otra que se llamó Santísima, por el papa que la inició y por el objeto religioso en que ostensiblemente se fundaba, pero que no teniendo de santa sino la apariencia y el nombre, en su fondo no era menos injusta que la primera. España hacía el principal papel en todas estas alianzas interesadas. Conjurábanse todos contra Venecia so color de ser una república mercantil, egoísta y rapaz. La calificación no era inexacta. Pero todos, así Luis XII de Francia, como Maxi

« AnteriorContinuar »