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infamia (1). A tal extremo llevaron su sañudo furor los que en el monasterio de la Sisla habían accedido á todas las condiciones que les impuso una ciudad mandada por una mujer.

Así acabó el levantamiento de las comunidades (2).

CAPÍTULO VII

SUPLICIOS. PERDÓN DEL EMPERADOR

1522

Venida del emperador á España.-Su conducta con los comunéros vencidos.-Medidas de rigor: suplicios.-Quejas del almirante sobre la calidad de los jueces y la forma de los procedimientos.-Perdón general.-Son exceptuados del perdón cerca de trescientos.-Injustas y apasionadas alabanzas de los historiadores á la clemencia del emperador.-Sentida desaprobación de su rigor por parte del almirante.—Suplicio del conde de Salvatierra.-Severidad de don Carlos.-Piadosos consejos del padre Guevara.-Suplicio del obispo Acuña.

Aparte de los suplicios de Padilla, Bravo y Maldonado en Villalar, y de algunas ejecuciones con que el prior de San Juan ensangrentó el cadalso levantado en Toledo, los virreyes y los magnates vencedores no habían hecho alarde de crueldad después de vencidos los populares y sosegado el reino. Muchos comuneros notables se hallaban presos en varias ciudades y fortalezas, pero aplazado habían su castigo los gobernadores,

(1) La inscripción en verdad no pecaba de corta: decía: «Aquesta fué la casa de Juan de Padilla y doña María Pacheco, su mujer, en la cual por ellos é por otros, que á su dañado propósito se allegaron, se ordenaron todos los levantamientos, alborotos y traiciones que en esta ciudad é en estos reinos se ficieron en deservicio de S. M. los años de 1521. Mandóla derribar el muy noble señor don Juan de Zumel, oidor de S. M. é su justicia mayor en esta ciudad, é por su especial mandado porque fueron contra su rey é reyna é contra su ciudad, é la engañaron so color de bien público por su interese é ambicion particular, por los males que en ella sucedieron; é porque despues del pasado perdon fecho por SS. MM. á los vecinos de esta ciudad, que fueron en lo susodicho, se tornaron á juntar en la dicha casa con la dicha doña María Pacheco, queriendo tornar á levantar esta ciudad é matar todos los ministros de justicia é servidores de S. M. Sobre ello pelearon contra la dicha justicia é pendon real, y fueron vencidos los traidores el lunes dia de San Blas 3 de febrero de 1522 años. >>

Posteriormente por orden de Felipe II se trasladó esta columna á la puerta de San Martín, y se le añadió la inscripción siguiente: «Este padrón mandó S. M. quitar á las casas que fueron de Pedro López de Padilla donde solía estar, y ponerlo en este lugar, y que ninguna persona sea osada de le quitar so pena de muerte y perdimiento de bienes.» MS. de la Real Academia de la Historia.

(2) Extrañamos que Fr. Prudencio de Sandoval, tan prolijo en la relación de la guerra de las Comunidades, nos dé tan escasas y diminutas noticias de los últimos sucesos de Toledo durante el mando y la defensa de la viuda de Padilla, omitiendo muchos de los más característicos é importantes. El que mejor y con más extensión trata este período es Ferrer del Río en el cap. XI de su Historia del Levantamiento, con arreglo á los datos sacados de Alcocer, Relación de las Comunidades, de las Probanzas de Gutierre Gómez de Padilla, de una relación escrita por un criado de doǹa María Pacheco y de la Colección de documentos inéditos.

TOMO VIII

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ó por innecesario ya, ó por apartar de sí la odiosidad del rigor, ó tal vez con la intención noble de que el emperador se acreditara de clemente usando con ellos la prerrogativa de perdonar. Faltaba saber si Carlos de Alemania y de España, que no había corrido como ellos personalmente los peligros de la guerra, optaría por el camino de la indulgencia ó por el de la severidad.

Si hubiéramos de guiarnos por los encomios que le prodigan los historiadores sus panegiristas, le calificaríamos nosotros, como ellos, de clementísimo (1). Mas los documentos, que son la verdadera luz histórica, nos obligan con sentimiento nuestro á separarnos en esta parte de lo que han trasmitido escritores por otro lado muy respetables, pero que escribiendo bajo la influencia de aquel monarca ó de sus hijos y sucesores, ó tuvieron la flaqueza ó se vieron en la necesidad de tributar inmerecidas alabanzas al que tenía en su mano el poder, ó al menos dejaron correr sus plumas con menos imparcialidad de la que fuera de apetecer. De clemencia y de rigor, de todo usó Carlos V. Los hechos nos dirán cuál de estos dos medios fué el que preponderó.

Presos, ocultos, fugitivos ó atemorizados hacía meses los comuneros, sufrieron en todas partes la suerte de los vencidos: sometidas las ciudades, aterrados los pueblos y sin fuerza moral, muchos de los populares habían peleado ya en las filas del ejército real contra los franceses en Navarra, cuando por las causas que en otro lugar explicaremos regresó Carlos V á España, desembarcando en Santander (16 de julio de 1522), y trayendo consigo bastantes flamencos y un cuerpo de cuatro mil alemanes, contra las peticiones tantas veces hechas por las cortes y por las ciudades españolas. De Vitoria partieron sus virreyes á besarle la mano y á darle cuenta de su administración, y después de haber conferenciado se trasladó el emperador á Palencia (6 de agosto). Allí se ocupó en tomar medidas para castigar á los que resultara haber tenido más parte en el movimiento de las comunidades, ó excitado á él, ó acaudillado tropa de los populares. Consecuencia inmediata de estas medidas fueron los procesos que se formaron, y las sentencias que llevaron al patíbulo á Alonso de Sarabia, procurador de Valladolid, á Pedro Maldonado Pimentel, al licenciado Bernardino y á Francisco de Mercado, capitán de la gente de caballería de Medina del Campo (2).

En Maldonado Pimentel mediaba la circunstancia de haberse librado del suplicio de Villalar por intercesión y particular empeño de su pariente el conde de Benavente. No le valió ahora ni el deudo ni la recomendación de uno de los magnates que más ardientemente habían peleado contra los comuneros y en defensa del emperador. Enviado fué al patíbulo como los otros (3). Igual fin tuvieron otras muchas personas notables; en

(1) El obispo Sandoval encabeza el párrafo ó número 21 del libro IX de su Historia con el epígrafe: Notable clemencia del emperador.

(2) Archivo de Simancas, Comunidades de Castilla, núm. 6, donde se hallan las copias de las sentencias y los testimonios de las ejecuciones.

(3) Su sentencia decía: «Debemos condenar y condenamos al dicho don Pedro Pimentel... á pena de muerte natural, la cual le sea dada desta manera: que sea sacado

tre ellas siete procuradores de los aprehendidos en Tordesillas, que fueron ajusticiados en Medina del Campo. Ni en el nombramiento de jueces, ni en la forma y trámites de los procedimientos debió haber grande imparcialidad ni escrúpulo, cuando el mismo almirante, uno de los gobernadores del reino, le decía al emperador: «En otra parte que no se aconsejó bien V. M. fué en no hacer que sentenciasen los procesos personas con quienes el reino no tuviese necesidad ninguna, porque convenia dalles á entender que habian errado, y hasta quitalles esta credulidad podia pasar algun tiempo, segun la informacion que les daban legistas y teólogos, y otros que ellos tenian por buenos. Y pues los condenados lo habian de ser de cualquier manera que fuesen sentenciados, ¿por qué no miraron esto en que tanto iba, y agora los del reino no dudaran que los justiciados padecieron por sus culpas, sino porque con enemistad se les hizo justicia? Y aunque los del consejo son buenos y no lo hacen sino como deben, no quita su bondad que el que quiso matallos y fué en prendellos no los tenga por sospechosos. Así que en esto no fué el consejo sano y bueno, como lo fuera si el reino conociera en esta ejecucion su culpa (1).»

A 26 de agosto se presentó el emperador en Valladolid, desde donde pasó á Tordesillas á visitar á la reina doña Juana, su madre, y se volvió á aquella ciudad. A los dos meses de su estancia en dicha población, más de año y medio después de la derrota de los comuneros en Villalar, cerca de uno de la rendición de Toledo, último asiento de la revolución, decapitados los principales caudillos, tranquilo y sosegado todo el reino, y sin que nadie pensara ni pudiera pensar en moverse, entonces se presentó un día el emperador Carlos V (28 de octubre) vestido de ropas talares, rodeado de los grandes y del Consejo en la plaza de Valladolid, y subiendo todos á un estrado, cubierto de ricos paños bordados de oro y plata, hizo leer á un escribano de cámara la famosa carta de perdón general, que ha dado motivo á los historiadores para apellidarle clementísimo y levantar hasta las nubes su generosidad y su indulgencia (2). Pero mirando fría y desapasionadamente este célebre documento, no nos es posible conformarnos con tan desmedidas alabanzas. Muy cerca de trescientos eran los exceptuados (3). Entre ellos figuraban todos los comuneros de alguna

de la cárcel donde está preso en la villa de Simancas á caballo en una mula, atados los pies y las manos con una cadena al pie, y sea traído por las calles acostumbradas de la dicha villa con voz de pregonero que publique sus delitos, é sea llevado á la plaza de la dicha villa, é allí le sea cortada la cabeza con cuchillo de fierro y acero, por manera que muera naturalmente y le salga el ánima de las carnes, etc.» – La ejecución se verificó el 16 de agosto. Las de Bernardino y Mercado fueron acompañadas de circunstancias más atroces.-Archivo de Simancas, ubi sup. - Colección de documentos inéditos, tomo I.

(1) Cartas y advertencias del almirante de Castilla

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(2) Esta carta ó cédula de perdón es muy conocida, y la insertan varios autores. Cópiala también don José de Quevedo en la nota 17.a á la obra del presbitero Maldonado: El Movimiento de España.

(3) Por consecuencia se equivoca mucho Sandoval cuando dice: «Fueron hasta doscientas personas de toda suerte las que en el perdón general se exceptuaron.»> Y mucho más todavía cuando añade: «pues bien, de todas ellas no se castigaron dos, y casi

cuenta, nobles, magistrados, procuradores, capitanes, eclesiásticos, así seglares como religiosos, letrados, escritores, y aun menestrales y gente de la clase más humilde. Sonaban también entre los exceptuados en el perdón los que habían muerto ya en el suplicio, por la parte del perdimiento de bienes que comprendía la sentencia. De modo que el perdón sólo venía á alcanzar á los comuneros insignificantes, á las masas del pueblo, y no era posible tampoco castigar á los habitantes de provincias enteras (1).

todos alcanzaron perdón.» En parecidos términos se expresan Pero Mejía, el P. Sigüenza y otros. Los documentos están por desgracia en contradicción con estos asertos.

(1) «Declaramos y mandamos, que deste nuestro perdón y remisión no hayan de gozar, ni gocen, ni sean comprendidos, ni entren en él, antes queden fuera dél para proceder contra ellos y contra sus bienes conforme á justicia, las personas siguientes: Don Pedro de Ayala, conde que fué de Salvatierra.

Don Pedro Girón, capitán general de la junta.

Don Pedro Laso de la Vega, vecino de Toledo, procurador en la junta.
Juan de Padilla, vecino de Toledo, justiciado.

Doña María Pacheco, su mujer.

Don Pedro Maldonado, vecino y regidor de Salamanca, justiciado.

Don Antonio de Quiñones, vecino de León, procurador en la junta.

Ramiro Núñez de Guzmán, vecino y regidor de León (y cuatro hijos).

Diego de Ulloa Sarmiento, vecino de Toro.

Don Fernando de Ulloa, vecino y regidor de Toro, procurador en la junta.

Gómez de A vila, vecino de Avila, procurador en la junta.

Suero del Aguila, vecino y regidor de Avila, capitán de la junta.

Luis de Quintanilla, y Alonso, su hijo mayor, vecinos de Medina del Campo, capi

tanes que fueron de la junta.

Don Carlos de Arellano, vecino de Soria, capitán de la junta.

Don Juan de Figueroa, capitán de la junta.

Don Juan de Luna, capitán de la junta.

Don Juan de Mendoza, capitán de la junta, hijo del cardenal don Pedro González de Mendoza.

Don Juan de Guzmán, vecino y veinticuatro de Sevilla.

Don Pedro de Ayala, vecino de Toledo, procurador en la junta.

Fernando de Avalos, vecino y regidor de Toledo.

Juan de Porras y el comendador Fernando de Porras, procurador en la junta, su hermano, vecino de Zamora.

Francisco Maldonado, vecino de Salamanca, justiciado.

Diego de Guzmán, vecino de Salamanca, procurador en la junta.

Juan Bravo, vecino y regidor de Segovia, capitán de la junta, justiciado.

Don Juan Fajardo, vecino de Murcia, procurador en la junta.

Gómez de Hoyos, que está preso.

García López de Porras, hijo de Juan de Porras, vecino de Zamora.

Juan Zapata, vecino de Madrid, capitán que fué de la junta.

Alonso Saravia, vecino de Valladolid, procurador que fué en la junta, justiciado.

Gonzalo Barahona, vecino de la merindad de...

Gonzalo Gaitán y Juan Gaitán, vecinos de Toledo.

Juan Carrillo, vecino de Toledo.

Francisco de Rojas, vecino de Toledo.

Fernando de Rojas, vecino de Toledo.

Fernando de Ayala, vecino de Toledo.

Francisco de Guzmán, vecino de Illescas.

Pedro de Tovar, vecino y regidor de Valladolid, capitán de la junta.

Disgustó tanto este rigor á los mismos regentes y gobernadores á quienes se debía el triunfo sobre los comuneros, que uno de ellos, el almirante, cuyos sentimientos humanitarios nos son conocidos, dijo al rey cosas bastante fuertes, y le hizo observaciones, que bien podríamos llamar reconvenciones y cargos harto duros. Dábale á entender que se conocía no

El jurado Pero Ortega, vecino de Toledo.

Francisco de Mercado, vecino de Medina del Campo, justiciado.

Pedro de Sotomayor, vecino de Madrid, procurador en la junta, justiciado.
Luis Godínez, vecino y regidor de Valladolid, capitán de la junta.

El licenciado Bernaldino, vecino de Valladolid, justiciado.

El doctor Juan Cabeza de Vaca, vecino de Murcia, justiciado.

El jurado Montoya, vecino de Toledo, procurador en la junta, justiciado.

El licenciado Bartolomé de Santiago, vecino de Soria, procurador en la junta, justiciado.

El doctor Alonso de Zúñiga, procurador en la junta por Salamanca.

El licenciado Manzanedo, vecino de Valladolid, alcalde en la junta.
Diego de Esquivel, vecino de Guadalajara, procurador en la junta.

El doctor Francisco de Medina, vecino de Guadalajara, procurador en la junta.
Juan de Orvina, vecino de Guadalajara, procurador en la junta.

El doctor Martínez, vecino de Toledo.

El licenciado Rincón, vecino de Medina del Campo, justiciado.

El licenciado Urrez, vecino de Burgos, justiciado.

El licenciado Sancho Ruiz de Maluenda, vecino de Valladolid.

El bachiller Tordesillas, vecino de Valladolid, fiscal en la junta.

Juan de Solier, vecino de Segovia, procurador en la junta, justiciado.

El comendador Fr. Diego de Almaraz, vecino de Salamanca, procurador en la junta. Pedro Bonal, vecino de Salamanca, Diego de Torremocha, comendador de la cámara. El doctor Juan González de Valdivieso, vecino de Salamanca.

Francisco de Anaya, defuncto, vecino de Salamanca, hijo del doctor Gabriel Ál

varez.

El licenciado Lorenzo Maldonado, vecino de Salamanca.

El licenciado Gil González de Avila, alcalde que fué de nuestra corte.

de Villaroel, vecino de Avila, capitán de la junta.

Sancho de Zimbron, vecino y regidor de Avila, procurador en la junta.
El licenciado Juan de Villena, el mozo, vecino de Valladolid.

Antonio de Montalvo, vecino de Medina del Campo.

Gonzalo de Ayora, coronista, vecino de Palencia.

Pedro de Ulloa, vecino de Toro, procurador en la junta.

El bachiller Alonso de Guadalajara, vecino de Segovia, procurador en la junta.
Francisco de Campo, vecino de Zamora.
Francisco de Porras, vecino de Zamora.

El licenciado de la Torre, vecino de Palencia.

Antonio de Villena, vecino de Valladolid, justiciado.

El licenciado del Espina, vecino de Palencia.

Pedro de Losada, vecino de Madrid, procurador en la junta.

El doctor de Aguerra, vecino de Murcia.

El bachiller Zambrana.

El bachiller García de León, vecino de Toledo, alcalde que fué en la junta.

El licenciado Dobravo, alcalde que fué en la junta.

Don Antonio de Acuña, obispo de Zamora, capitán general de la junta.

Don Juan Pereira, deán de Salamanca.

Don Alonso Enríquez, prior de Valladolid.

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