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CAPÍTULO VIII

LAS GERMANÍAS DE VALENCIA

De 1519 á 1522

Origen de las Germanías.-Opresión en que vivía la clase plebeya en Valencia: injusticias y tiranías de los nobles.-Lo que sirvió de pretexto á la plebe para insurreccionarse.-Alzamiento en Valencia.-Junta de los Trece.-Por qué se llamó Germanía. -Alarma de los nobles.-La conducta del rey alienta á los plebeyos.-Alarde de fuerza de los sublevados.-Alzamiento en Játiva y Murviedro.-Nombramiento de virrey.-Gran tumulto en Valencia.-Fuga del virrey conde de Mélito.-Guerra de las Germanías.-Fidelidad de Morella al rey.-Demasías y excesos de los agermanados.-Suplicios horribles ejecutados por plebeyos y nobles: escenas sangrientas. Fuerzas respetables de uno y otro bando: batallas: sitios de ciudades.-Agermanados célebres: Juan Lorenzo: Guillem Sorolla: Juan Caro: Vicente Peris.---Alzamiento de moros en favor de los nobles.--Imponente motín en Valencia, y sus causas.— Grande expedición del ejército de la germanía.-Auxilio que reciben los nobles.Derrota de los agermanados en Orihuela.-Anarquía en la capital.-Rendición de la capital al virrey.-Germanías de Játiva y Aleira: guerra obstinada.-Suplicios horribles en Onteniente.-El marqués de Zenete.-Vicente Peris en Valencia.— Acción sangrienta que motiva en las calles de la ciudad.-Su temerario valor.-Es cogido y ahorcado: es arrasada su casa. -Prosigue la guerra.-El Encubierto.— Es hecho prisionero y decapitado en Játiva.—Quién era el Encubierto.-Rendición de Játiva y Alcira.—Fin de la guerra de las germanías.-Persecución y suplicio de los agermanados. Reflexión sobre esta guerra.

Con fatales auspicios se había inaugurado en España el reinado de Carlos I. Mientras agitaban al antiguo reino castellano las alteraciones

que no había tenido escrúpulo en entregar al verdugo un prelado de la Iglesia, bien que criminal é indigno: á la esclava Juana le dió tormento metiéndole astillas de tea por las uñas, y la sentenció á ser azotada por las calles, y por último á que le cortaran la lengua; todo lo cual fué ejecutado.

Hemos tenido presente para esta reseña el proceso original del obispo Acuña, que existe en el archivo de Simancas, cuyo edificio es la fortaleza misma en que estuvo preso y fué ejecutado, y muchas veces hemos visitado el lugar de su prisión y la picza destinada al tormento, en cuyas paredes y bóvedas subsisten aún garfios y argollas. También hemos consultado la Historia MS. de Simancas por el licenciado Cabezudo, que da muy curiosas noticias suministradas por testigos de vista de la catástrofe.

Réstanos rectificar una inexactitud de las muchas de esta especie en que incurrió Sandoval por empeñarse en defender la clemencia del emperador. Hablando del proceso y suplicio de Acuña, dice: Todo esto se hizo sin saberlo el emperador, á quien pesó mucho de ello. Lib. IX, párr. 28.

Tan lejos estuvo de ignorarlo el emperador ni de pesarle de ello, que lo mandó él mismo, y felicitó á Ronquillo por lo bien que había desempeñado su comisión. Lo que habeis fecho en lo que llevasteis mandado (le decía) ha sido como vos lo soleis facer y habeis siempre fecho en lo que entendeis: yo os lo tengo en servicio: y pues ya eso es fecho, en lo que resta. que es mandar por la absolucion, yo mandaré que con diligencia se procure tan cumplida como conviene al descargo de mi real conciencia y de los que en esto han entendido. La absolución vino, como era de esperar, interesándose en ello el emperador.

que acabamos de referir, disturbios de carácter aun más sangriento afligían otra de las más bellas porciones de la monarquía, y al tiempo que ardía en los feraces campos de Castilla la guerra de las Comunidades, ensangrentaba el fértil suelo valenciano la guerra de las Germanías. Daremos idea de lo que fué aquella revolución popular, ni de todo punto desemejante, ni tampoco de la misma índole que la de Castilla, y sin conexión ni coherencia entre sí.

En Valencia las clases del pueblo vivían duramente oprimidas por la clase noble. Los aristocratas valencianos trataban á los que llamaban plebeyos con tal orgullo, insolencia y tiranía, como si fuesen sus esclavos. Reducidos estaban éstos á odiar en silencio á los nobles, porque era inútil toda queja y excusada toda demanda de justicia; en sus causas y pleitos, no sólo eran desatendidos, sino hasta castigados y maltratados, en términos que como dice el obispo Sandoval, «si un oficial hacía una ropa, los caballeros le daban de palos porque pedía que le pagasen la hechura; y si se iba á quejar á la justicia, costábale más la querella que el principal.> Llegaba á tal punto el escándalo y la osadía, que en alguna ocasión hubo magnate que arrebató á una desposada al salir de la iglesia de entre las manos de su marido y de sus padres. Con hechos de esta naturaleza frecuentemente repetidos, el enojo de los plebeyos contra los nobles era tal, que no ansiaban estos sino una ocasión de sacudir el yugo y vengar demasías de aquellos.

las

Con motivo de una epidemia que en 1519 tenía consternada la capital de aquel reino, abandonaron á Valencia huyendo de la peste las autoridades y casi todos los nobles y personas notables de la ciudad. En tales circunstancias, difundióse la voz de que los moros argelinos preparaban un desembarco en las costas valencianas, y con arreglo á una disposición de Fernando el Católico, se armaron los artesanos para prepararse á la defensa. En este estado. se predicó en la catedral un sermón en que se atribuían las calamidades que en aquella y otras ocasiones habían afligido la población á los vicios que atraían la cólera divina, y especialmente al de sodomía, crimen nefando que miraba con justo horror el pueblo. Concluído el sermón, como la voz pública designase á un panadero como mancillado con aquel delito, dirigiéronse á su casa varios grupos, le prendieron y le llevaron á la cárcel eclesiástica por ser tonsurado. Condenado por el vicario á ser expuesto á la vergüenza en la iglesia durante la misa mayor, ya no fué posible volverle á la cárcel; una turba numerosa trató de arrebatar del templo á aquel infeliz: cerráronse, para protegerle, las puertas, y entonces la muchedumbre se encaminó al palacio del nuncio, al cual puso fuego, exasperada por la resistencia que halló en él, y volviendo en mayor número á la catedral, forzó una de las puertas, y sin intimidarse por el toque de la campana de entredicho que hizo sonar el vicario, ni respetar la hostia sagrada que en procesión presentaron las parroquias, los amotinados penetraron hasta la sacristía, se apoderaron del infeliz panadero, y arrastrándole al lugar del suplicio, hicieron una hoguera y le quemaron vivo (1).

(1) Los que más de propósito y con más extensión han escrito sobre el levanta

Orgulloso el pueblo con aquel terrible triunfo y con la humillación del justicia, comenzó á armarse más en orden so pretexto de la guerra contra los moros. A la cabeza de él figuraba un cardador llamado Juan Lorenzo, hombre astuto y atrevido, de no vulgar elocuencia, que gozaba cierta fama de adivino, y era como el oráculo del pueblo (1). Este menestral propuso que para la defensa del reino contra los moros y del pueblo contra los nobles, y para el gobierno de la ciudad, se nombrara una junta de trece artesanos. Con aplausos estrepitosos se recibió la proposición de Lorenzo, y en su virtud, á pluralidad de votos, se formó la junta llamada de los Trece (2), continuando no obstante el Juan Lorenzo ejerciendo una ilimitada influencia en la dirección de lo que se llamó Germanía (3). Asociado á él obraba un individuo de la Junta, tejedor de lana, nombrado Guillem Castelví, conocido por Guillem Sorolla, joven audaz, de buena figura y de una capacidad superior á la de sus compañeros. Era esto á últimos de diciembre de 1519, en ocasión de hallarse el rey Carlos en Barcelona. Los sublevados se declararon abiertamente contra los nobles, á quienes daban los apodos de traidores y de tiznados, y los amenazaban con la hoguera.

miento y guerrra de las Germanías, son: Martín de Viciana «escriptor de vista,» como él se dice, en la cuarta parte de su Crónica de Valencia; Gaspar Escolano, en el lib. X de la Historia de Valencia; Bartolomé Leonardo de Argensola, en su libro I de los Anales de Aragón; y Sandoval, aunque más brevemente, en su Historia del emperador Carlos V.-Con presencia, á lo que se ve, de estas obras, y de los documentos que haya podido recoger en los archivos de aquella ciudad, publicó recientemente (en 1845) don Vicente Boix su Historia de la ciudad y reino de Valencia, cuyo libro VI dedica á la relación del alzamiento y guerra de las Germanías. Seguimos generalmente este extracto, por hallarle conforme en lo sustancial con las relaciones de los historiadores citados.

Don José Quevedo publicó por apéndice, ó sea nota, á su traducción de la Historia de las Comunidades de Castilla de Maldonado, una sucinta relación de la de las Germanías de Valencia, sacada de una Apología escrita en latín á Joanne Baptista Agnesio, Christi Sucerdote, impresa en Valencia en 1543. Tomamos muy poco de ella, porque la hallamos en muchos puntos en contradicción con lo que aquellos respetables historiadores nos suelen decir contestes.

(1) Mostraba, dice Escolano, tener entre todos gran celo, mejor labia у по роса agudeza.» (Era anciano, leído y bien hablado, dice Argensola, y con esto ganaba y conservaba autoridad, con lo cual llegó á tener tanta mano en el pueblo, que le gobernaba desde su casa.» Anal., lib. I, cap. LXXV

(2) «Por memoria, dice Escolano, de Christo nuestro Señor y de los doce Apóstoles. Lib. X, cap. IV.

Los trece nombrados fueron: Antón Garbi, pelaire; Sebastián de Noha, vellutero (tejedor de terciopelo); Guillem Sorolla, tejedor de lana; Vicente Montolí, labrador; Pedro Villes, tundidor; Pedro Bage, curtidor; Damián Isérn, guantero; Alonso Cardona, cordonero; Juan Hedo, botonero; Jerónimo Cervera, cerero; Onofre Peris, alpargatero; Juan Sancho y Juan Gamis, marineros.

Declararon además que siempre habían de ser de la junta un pelaire, un terciopelero, un tejedor y un labrador: los demás oficios serían echados á la suerte en un sombrero, y de los que saliesen se nombraría un menestral á votación, hasta que todos los oficios participaran del gobierno.

(3) De la palabra lemosina germú, hermano; y así Germania quería decir Hermandad.

Alarmados los nobles á la vista del aspecto que presentaba la revolu ción, acordaron entre otras cosas enviar á Barcelona ocho comisionados para que informaran al rey del estado de Valencia y del peligro que había de que cundiera el mal por todo el reino, exponiéndole además lo conveniente que sería para calmar la agitación que viniese á Valencia y jurase sus fueros. El rey se limitó á expedir una real cédula prohibiendo á los gremios presentarse armados y celebrar reuniones sin previa autorización del gobernador. Pero leído el despacho en la cofradía de los carpinteros, y á consecuencia de un discurso que Juan Lorenzo pronunció en ella, determinó también la germanía enviar sus representantes al rey, para hacerle ver la necesidad que habían tenido de empuñar las armas para defenderse de la amenazante invasión de los moros y de las injusticias y tropelías de los nobles. Entretanto la Junta de los Trece continuó celebrando sus sesiones, trabajando en su propia defensa y en los medios de propagar la revolución.

Próximo entonces don Carlos á dejar á Barcelona para celebrar las cortes de Santiago de Galicia, de que en otro capítulo hicimos mérito, no accedió á pasar personalmente á Valencia, sino que ordenó que se congregaran las cortes de aquel reino, bajo la presidencia del cardenal Adriano. Muy á mal llevaron el clero y la nobleza valenciana que esquivara venir en persona á prestar el juramento á sus fueros, según era de antigua é inviolable costumbre; y lo que fué peor para ellos y los irritó más fué, que mientras le enviaban otro mensaje, llegaron los comisionados de la Junta popular trayendo y presentando con orgullo una carta real, fechada en Fraga, concediéndoles el uso de armas, y facultándoles para tener sus revistas militares. Déjase comprender con cuánto júbilo la recibirían los plebeyos, los cuales prepararon su gran revista para el domingo inmediato (29 de febrero, 1520), á la que tuvieron la atención de invitar al cardenal y al vice-canciller don Antonio Agustín, y éstos la imprudente condescendencia de asistir. Juntáronse hasta ocho mil hombres del pueblo armados: al desfilar por delante del cardenal se daba la voz de ¡Viva el rey! y el buen prelado, halagado por este grito, y admirado de ver el continente marcial de aquella tropa, llevó su complacencia hasta recibir al día siguiente una comisión de los plebeyos que pasó á cumplimentarle. Por otra parte, los delegados de los nobles no consiguieron nada del rey, á quien hallaron en Lérida, de camino ya para Castilla; antes bien, en otra carta que se recibió luego en Valencia, volvió á ordenar que los estamentos prestaran el juramento en manos del cardenal de Tortosa. Mostrábase en esto don Carlos tan desaconsejado como desconocedor de las costumbres y de la situación del reino.

Tomaron alas los de la plebe, viéndose tan halagados del rey, para excitar á la revolución á los demás pueblos. Játiva proclamó la germanía, y Murviedro siguió también el movimiento, formando su junta á ejemplo de la de Valencia, por cuyas instrucciones obraba. Habiéndose refugiado al castillo los principales de aquella población, atacáronlos allí los populares, asaltaron éstos la fortaleza, y pasaron á cuchillo á todos los que habían buscado un asilo en la capilla, hasta niños de siete y nueve años. De los prisioneros alguno recibió una muerte horrible en la plaza pública.

Por todas partes circulaban copias de la real cédula en que se autorizaba al llamamiento de la gente popular, y multitud de poblaciones se iban adhiriendo á la germanía, y proclamándola y obligando á las que ponían resistencia á seguir el impulso y á reconocer las órdenes que emanaban de la Junta de los Trece. Viéndose ya los nobles en la precisión urgente de proveer á su propia defensa, nombraron veinte representantes con poderes amplios para dictar las providencias que creyeren más convenientes á la seguridad de todos. De este modo se pusieron frente á frente, dispuestos á hacerse cruda guerra, nobles y plebeyos.

Una cuestión suscitada por un pequeño incidente, ocurrido con el aprendiz de un artesano, bastó para producir en Valencia un grave tumulto, en que grupos de amotinados gritaban ya ¡mueran los caballeros! Inútilmente se esforzó el cardenal Adriano por contener los desmanes, tropelías y aun muertes que cometieron las turbas, y entonces sólo conoció, aunque tarde, el terrible aspecto y las fatales tendencias de la revolución. De resultas de este tumulto pasó una comisión de los nobles á la Coruña, donde ya el rey se hallaba, y habiéndole informado de la lamentable y crítica situación en que se encontraba el país, lograron que nombrara virrey y capitán general del reino al conde de Mélito, don Diego Hurtado de Mendoza, persona de cuyo valor y prudencia se esperaba que sabría sosegar aquellas turbaciones. Pero tras ellos fué también un individuo de la Junta de los Trece, el cual volvió con reclamaciones de la corte para el nuevo virrey, con más una carta del emperador (7 de mayo), en que expresaba que, vistos los fueros en que se apoyaban los plebeyos, les facultaba para que entre los jurados se nombrara á dos de su clase. Merced á esta conducta ambigua y débil de Carlos, que no pensaba entonces sino en recabar de las cortes de Castilla el servicio extraordinario para embarcarse en seguida á ceñirse la corona imperial, Valencia continuaba siendo teatro de sangrientos desórdenes, parecidos al que dió por resultado el suplicio del panadero.

Llegado que hubo el virrey conde de Mélito á Cuarte, y hecha presentación de sus poderes á los estamentos, dispuso su entrada pública en Valencia. A las puertas de la ciudad salieron á recibirle el gobernador don Luis Cabanillas, los jurados y una numerosa comisión de la nobleza. A la catedral se enderezaba la comisión por el camino más corto, cuando al doblar una esquina le salieron al encuentro los Trece de la Junta popular con muchos de los agermanados. Los reyes y los príncipes, le dijo Guillem Sorolla, cogiendo las bridas y deteniendo la mula del conde, no buscan atajos en sus entradas solemnes. Le designó las calles por donde había de ir, tomó la comitiva la ruta marcada por el audaz plebeyo, entró en la catedral, fué reconocido y jurado el de Mélito por virrey, no sin que los estamentos protestaran que lo hacían obligados por las circunstancias y sin que sirviera de precedente para lo sucesivo, puesto que el monarca no les había jurado á ellos sus fueros, y admitida la protesta y concluída la ceremonia, se dirigió el virrey á su alojamiento.

Entre las peticiones que la Junta popular presentó al virrey en aquellos primeros días, era una de las principales el nombramiento de dos jurados de la clase plebeya. Como un día le anunciasen en el palacio al sín

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