Con esto, y con haber escrito el emperador invitando á la princesa Margarita á que pasase á Toledo para tratar los medios de dar libertad á su hermano, encaminóse la duquesa de Alenzón á aquella ciudad, dejando al rey en convalecencia. Salió á recibirla el emperador (3 de octubre) é hízole grandes acatamientos y agasajos, de todo lo cual escribía muy complacida y dando las más halagüeñas esperanzas al rey su hermano, como á la regente de Francia su madre. Tuvieron, pues, diferentes pláticas en Toledo el emperador y la princesa sobre las condiciones de la concordia, ya en el palacio imperial, ya en la casa de la princesa misma; mas no tardó en convencerse la duquesa de que ni aquellos obsequios ni las buenas palabras dadas al rey en el lecho del dolor estaban en consonancia con las condiciones que el emperador seguía exigiendo para el rescate. La piedra de toque era siempre el ducado de Borgoña. Ya la princesa se allanaba á que el rey su hermano, una vez verificado su matrimonio con la reina viuda de Portugal, doña Leonor, hermana de Carlos, recibiera de ella en dote la Borgoña, con tal que pasara en herencia á sus hijos, y renunciaba á todos los demás derechos que pudiera tener á los Estados de Nápoles, de Milán, de Génova, de los Países Bajos y demás sobre que habían versado las primeras capitulaciones. Carlos insistía en la restitución de la Borgoña sin restricción, y en los mismos términos que la había poseído el duque Carlos su bisabuelo. Convencida al fin la de Alenzón de la inutilidad de sus negociaciones, y de lo infructuoso de las conferencias, pidió licencia al emperador para volverse á Madrid, y obtenida que fué, se vino á esta villa (14 de octubre) á dar cuenta á su hermano del resultado, y á discurrir otros medios de poder restituirle la libertad. Ocurrió á poco tiempo un incidente que acabó de desanimar á Francisco y á su hermana y de desengañarlos acerca de las intenciones del emperador. Por las causas que después diremos vino á España el duque de Borbón, á quien Carlos tenía prometida la mano de su hermana doña Leonor, la viuda del rey don Manuel de Portugal. Y aquel emperador, que no se había dignado ni recibir ni visitar al monarca prisionero, se mostró tan extremadamente galante, atento y obsequioso con el hombre á quien la Francia y su rey miraban sólo como un vasallo rebelde y traidor, que no solamente salieron de orden suya el obispo de Ávila y muchos caballeros á esperarle á los confines de Castilla, sino que cuando llegó á Toledo (15 de noviembre), le recibió con todo el aparato de la corte, le abrazó con el interés más cariñoso y le llevó á su mismo palacio, haciéndole en el camino las demostraciones más afectuosas, y los más lisonjeros y pomposos ofrecimientos (1). Estas y otras particulares distinciones, hechas con (1) Colección de documentos sobre la cautividad de Francisco I.-Núm. 160. Carta de Carlos V al rey.—Núm. 176. Carta de la duquesa de Alenzón al rey —Núm. 181. Carta de la misma al mismo.-Núm. 182. Conferencia de la duquesa de Alenzón con el emperador Carlos V. - Número 192. Carta de Carlos V al rey.-Núm. 193. Carta del rey á Carlos V. Muy de otro modo y con más dignidad se cuenta haberse conducido el marqués de Villena con el condestable de Borbón. Habiéndole pedido el emperador que franqueara su palacio para hospedar al príncipe francés, contestó aquel magnate con mucha urba nidad, que no podía dejar de complacer á su soberano: «Mas no extrañéis, añadió con el mayor enemigo del monarca prisionero, y que tanto contrastaban con el desdeñoso comportamiento que con éste había tenido, convencieron más y más á Francisco y á la duquesa de que era excusado pensar en obtener la libertad con condiciones decorosas. Entonces la de Alenzón dió trazas como pudiera sacar de la prisión á su hermano, empleando un ardid que la facilitara la fuga (1). Mas como también se le frustrara este artificio, recurrieron los dos á otro medio más político, más solemne, y que sin duda fué de grande efecto. Extendió, pues, Francisco una acta de abdicación renunciando la corona en el delfín su hijo, mandando que se hiciera registrar con las formalidades de estilo por el parlamento del reino, y que en seguida se procediera á la coronación del delfín, bajo la tutela y regencia de la reina madre, ó en caso de fallecimiento de ésta, de su hermana la princesa Margarita. Este documento fué llevado á Francia por el duque de Montmorency; y dado este golpe, la duquesa, cuya salud se iba también debilitando, partió igualmente (28 de noviembre) para aquel reino (2). Resolución tan extraña y vigorosa hizo pensar al emperador que si se consumaba, tendría en su poder, no ya un rey prisionero, sino un caballero cautivo. Esta consideración, unida á las noticias que tuvo de la liga que contra él se formaba en Italia, le movió á pensar seriamente en dar libertad al prisionero, porque él por desesperación no hiciera inútil su cautividad, ó antes que los confederados hicieran de la libertad del rey de Francia condición precisa de paz ó de guerra. Coincidió con esto que la regente de Francia, madre de Francisco, cansada de llevar sobre sus hombros el peso del gobierno, y persuadida de que la presencia de su hijo era más necesaria á la Francia que el ducado de Borgoña, le decía que acep tara cualquier partido, pues nada era tan perjudicial y todo era más tolerable que la prolongación del cautiverio (3). Y como Francisco había enérgica entereza, que tan luego como le haya evacuado el condestable, le mande arrasar hasta los cimientos, porque un hombre de honor no debe habitar ya la casa en que se ha alojado un traidor.»-Guicciard., libro XVI. —De esto, sin embargo, nada dice en su Relación Gonzalo de Oviedo. (1) El ardid consistía, según Sandoval, en que un esclavo negro que tenía á su servicio se acostara en la cama misma del rey, y que éste, vestido con las ropas del esclavo y tiznándose el rostro, saliera del alcázar al anochecer, fingiendo ser el negro que llevaba la leña á su cámara. Parece que habiendo reñido entre sí dos de los pocos que estaban en el secreto, uno de ellos, por vengarse del otro, reveló el proyecto al emperador, el cual, si bien al principio no dió entera fe al denunciante, no por eso dejó de ordenar á don Fernando de Alarcón que estuviese sobre aviso y vigilase con más cautela y rigor al prisionero. (2) Colección de documentos inéditos sobre la cautividad de Francisco I. Núm. 207. -El acta de la abdicación no se registró en el parlamento por no haber sido presentada en tiempo oportuno no porque el rey la retractara á muy poco de haberla firmado, como dice Sismondi: y no la llevó la duquesa de Alenzón, como la mayor parte de los historiadores dicen, sino el duque de Montmorency.-Champollión-Figeac, Captivité du roi François I.—Introductión, pág. LIV. (3) Ultimas instrucciones de la reina regente, madre del rey, á sus embajadores para la conclusión al tratado de Madrid, traídas por monsieur de Brión.-Colección de documentos, núm. 206. visto por tanto tiempo la firme resolución del emperador, no sintió verse alentado por su madre, y dió orden á sus embajadores para que aceptaran y firmaran en su nombre el tratado que proponía Carlos V (19 de diciembre), aplazando, no obstante, la restitución de la Borgoña para después que estuviese libre. La dificultad estaba en los del consejo del emperador, puesto que consultado por Carlos, se dividieron los pareceres, opinando los unos, entre ellos el virrey de Nápoles, que la libertad del rey de Francia era indispensable para la paz universal, y aconsejándole resueltamente otros y señaladamente el gran canciller Gattinara, que le tuviese preso y asegurado, por lo menos hasta que hubiese hecho la restitución de la Borgoña, fundándose en la desconfianza que les inspiraba el genio bullicioso y emprendedor del francés, y su natural deseo de vengar la afrenta de Pavía y las humillaciones de Madrid. Optó, no obstante, el emperador por el primer dictamen, y en su virtud se estipuló y ajustó la famosa Concordia de Madrid, de 14 de enero de 1526, cuyos principales capítulos eran los siguientes: Paz y amistad perpetua entre ambos soberanos. «De manera, dice el texto, que los dichos señores emperador y rey en la manera sobredicha sean é queden de aquí adelante buenos, verdaderos é leales hermanos, amigos, aliados y confederados, y sean perpetuamente amigos de amigos y enemigos de enemigos, para la guarda, conservación y defensión de sus Estados, reinos, tierras y señoríos, vasallos y súbditos, donde quier que estén: los cuales se amarán y favorecerán el uno al otro, como buenos parientes é amigos, é se guardarán el uno al otro las vidas, honras, Estados y dignidades, bien é lealmente, sin alguna fraude ni engaño, y no favorecerán ni mantendrán alguna persona que sea contra el uno ni el otro de los dichos señores.>> Libre trato, comercio y comunicación entre los súbditos de ambos reinos. Restitución y entrega completa del ducado de Borgoña al emperador dentro de las seis semanas siguientes al día en que el rey Francisco se viese libre en su reino, renunciando por sí y por sus sucesores para siempre á todo derecho al ducado de Borgoña, quedando éste perpetuamente separado de la corona de Francia. Que el 10 de marzo el rey Francisco entraría libremente en su reino por la parte de Fuenterrabía; pero con tal condición, que en el acto y simultáneamente le serían entregados al emperador en calidad de rehenes los dos hijos primeros del rey Francisco, el delfín y el duque de Orleáns, ó en lugar de este último, doce principales personajes del reino, que el emperador designaba (1); los cuales habían de estar en su poder hasta que el rey Cristianísimo hubiera hecho la restitución y cumplido los artículos de la concordia; y aun cumplido esto, vendría en lugar de los (1) Eran éstos, el duque de Vendome, el de Albany, Mr. de Saint-Pol, el de Guisa, Lautrec, De la Val, el marqués de Saluzzo, Mr. de Rieux, el gran senescal de Normandía, el mariscal de Montmorency, Mr. de Brión y Mr. de Ambeguí; es decir, los hombres más notables de Francia, príncipes, políticos y generales. dichos rehenes á España el duque de Agulema, hijo tercero del rey, como prenda de seguridad y firmeza en la amistad de los dos soberanos. Renuncia absoluta y completa por parte del rey Francisco á todos sus derechos ó pretensiones á los Estados de Nápoles, de Milán, de Génova, de Artois, de Hainaut, y de todas las demás tierras y señoríos que poseía el emperador. Casamiento del rey Francisco con doña Leonor, hermana de Carlos, y viuda del rey de Portugal, la cual sería llevada á Francia, cuando se diese libertad á los rehenes: y casamiento del delfín con la hija del rey de Portugal, cuando tuviese la edad. El rey Francisco se obligaba á procurar que Enrique de Albret renunciara para siempre al título de rey de Navarra, y á todos los derechos que pretendiera tener á aquel reino, resignándolos perpetuamente en el emperador que le poseía, y en los reyes de Castilla sus sucesores. Obligábase también á costear, siempre que el emperador quisiese pasar á Italia, doce galeras, cuatro naos y cuatro galeones, y á dar al tiempo de la entrega de los rehenes la paga de seis mil infantes en Italia. quinientas lanzas y alguna artillería. A satisfacer al rey de Inglaterra los 133,305 escudos anuales que el emperador le debía, á contar desde junio de 1522. A restituir al duque de Borbón todos sus Estados, con las rentas y bienes muebles, señoríos, preeminencias y derechos que tenía antes de salir de Francia. A dar libertad al príncipe de Orange y devolverle su principado, como igualmente á madama Margarita y al marqués de Saluzzo todo lo que poseían antes de la guerra. Que ambos soberanos de común acuerdo suplicarían al papa que convocase un concilio general para tratar del bien de la cristiandad y de la empresa contra turcos y herejes, y que concediese una cruzada general por tres años. Que en llegando el rey Francisco á Francia ratificaría los capítulos de la Concordia. Que si cualquiera de estos capítulos no fuese guardado, el rey daba su fe y palabra de volver á la prisión (1). Tal fué en sustancia la famosa Concordia de Madrid entre Carlos V y Francisco I: tratado que por lo humillante y deshonroso para la Francia y para su rey causó universal sorpresa y asombro en el mundo. y muchos desconfiaban de que llegara á realizarse. Sin embargo, se dió principio á su cumplimiento con la ceremonia de los esponsales entre Francisco y Leonor, que Carlos de Lannoy celebró por poderes en Madrid, donde se (1) Este célebre tratado de Madrid fué solemnemente firmado y jurado por el emperador y por el rey de Francia, y suscrito además por el virrey Carlos de Lannoy, don Hugo de Moncada, Juan Alemán, el arzobispo de Embrun, Juan de Selva y Felipe Chabot. Los capítulos eran 45, de los cuales hemos omitido los menos interesantes. El documento es de bastante extensión. El obispo Sandoval le insertó íntegro, con su Proemio, en el lib. XIV de la Historia del emperador Carlos V.-Recueil des Traités, tomo II. hallaba el rey, y en Torrijos donde se encontraba la reina: si bien el emperador no consintió la consumación del matrimonio, hasta que el acta de ratificación viniese de Francia. Con razón se había asombrado el mundo, y no sin fundamento se recelaba que no podría realizarse el tratado. Así era, pero no por las causas que naturalmente se discurrían. Detrás de la concordia ostensible se ocultaba una protesta capciosa que la invalidaba. El rey cautivo, el día antes de firmar el convenio, había llamado á los consejeros que tenía en Madrid, y después de haberles exigido el secreto bajo juramento solemne, hizo extender á su presencia y ante notarios una protesta formal contra el tratado que iba á suscribir, declarándole nulo y de ningún efecto como arrancado por violencia, y hecho sin la libertad de deliberación necesaria para legitimar tales actos (1). Con esta artificiosa conducta se proponía el rey Francisco eludir la validez de lo mismo que iba á pactar, fiando más bien en que hallaría después casuistas que le absolvieran que creyendo satisfacer con esto su conciencia y su honor. Que sin negar que Carlos abusara de su posición imponiendo un pacto oneroso á quien estaba constituído en cautiverio, esto no justifica la doblez de Francisco y su insigne mala fe (2). La protesta, no obstante, permanecía oculta é ignorada, siendo este el único caso en que Carlos se dejó engañar de Francisco. Como aliados y amigos paseaban ya juntos los dos soberanos (3), y las gentes se agolpa (1) Colección de documentos relativos á la cautividad de Francisco I. Núm. 222. El acta de la protesta es también larga. Debemos advertir que ya en 22 de agosto de 1525, con motivo de las negociaciones que se seguían por los embajadores de la reina regente con Carlos V acerca de la libertad del rey, había hecho éste una protesta secreta, parecida á esta segunda, cosa que no hemos visto en ningún historiador, pero de que no nos deja duda alguna el texto que leemos en la Colección de documentos, pág. 300, señalado con el número 134, y la firmaron el rey, el arzobispo de Embrun, Felipe Chabot, De la Barre y Bayard. (2) Es curioso observar los esfuerzos que algunos historiadores franceses hacen para justificar la artificiosa protesta de Francisco I. Otros, por el contrario, la condenan como un acto deshonroso y abominable. (3) Equivócase por consiguiente Champollión-Figeac cuando dice, que después de firmado el tratado de Madrid fué el rey guardado como antes, y se tuvieron menos consideraciones á su real persona: Mème après sa signature du traité de Madrid le Roi fut gardé comme auparavant, et moins d'egards furent prodigués á sa royale personne. Aserto tanto más extraño, cuanto que en la página 502, documento número 241, inserta la Relación de lo que pasó en Madrid entre el rey y el emperador después de firmado el Tratado de Madrid, en la cual consta todo lo contrario. Esta relación está bastante de acuerdo con las extensas noticias que nos da Gonzalo de Oviedo en su citado MS. de lo que pasó en aquel período. Oviedo cuenta pormenores muy individuales, y anécdotas muy curiosas, que él mismo presenció, de las expediciones que Carlos V y Francisco I hacían juntos de Madrid á Torrejón de Velasco, y de aquí á Illescas, donde estaban las reinas doña Leonor y doña Germana, de las visitas que se hicieron, de las danzas y fiestas que hubo con este motivo, y hasta de los diálogos entre el emperador y el rey, entre Francisco I y doña Leonor, á quien todos llamaban ya la reina de Francia, y entre las dos reinas y los dos soberanos. Estas expediciones y estas visitas duraron hasta el 20 de febrero, en que se despidieron Carlos y Francisco. |