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ban á verlos como una cosa extraña y sorprendente. y de ello auguraban una larga paz. «Ya veis, le dijo un día Francisco al emperador paseando por los campos de Illescas, ya veis cuán hermanados estamos vos y yo, y malhaya quien intentare desavenirnos. Por esto he pensado deciros, que pues el pontífice es hombre bullicioso, y los venecianos son más amigos de turcos que de cristianos, sería bien que al pontífice le allanásemos, y á los venecianos destruyésemos: para esta jornada, si nos queremos juntar, nadie será poderoso á resistirnos.-Sed cierto, hermano, le respondió el emperador maravillado de aquel lenguaje, que no tengo voluntad de buscar enemigos ni de alzarme con lo ajeno. En lo que decís de ser el papa bullicioso y los venecianos amigos de turcos, bien sabéis cuán poco les debo, y que en nada se han mostrado aficionados á mis cosas y que han sido más vuestros que míos. Mas esto no obstante, me parece que si en algo ellos se atrevieron contra la fe y contra nosotros, será bien avisarlos, mas no destruirlos: si no quisieren conformarse, ni vos ni yo nacimos para ser verdugos de los vicios del papa y venecianos.» Al oir esta respuesta del emperador, cortó discretamente la plática el francés diciendo: «Tenéis razón: no hablemos más de guerra, puesto que Dios nos tiene en paz» ¡Quién creyera entonces que el rey Cristianísimo había de ser después aliado del turco contra el emperador y contra el jefe de la Iglesia!

El día en que habían de despedirse ya para regresar Francisco á su reino, caminaban juntos en una litera por las cercanías de Madrid aquellos dos soberanos para quienes parecía ser estrecho el mundo, y cuando llegó la hora de separarse: «Acordaos, hermano, le dijo el emperador, de lo que conmigo habéis capitulado -Tanto me acuerdo, respondió Francisco, que os puedo decir todos los capítulos de memoria sin faltar una letra. -Pues que tan presente lo habéis, decidme: ¿tenéis voluntad de cumplirlo, ó halláis alguna dificultad? Porque si en esto hubiere alguna duda, sería tornar á las enemistades de nuevo. -No sólo tengo voluntad de cumplirlo, contestó el francés, sino que no habrá en mi reino quien me lo pueda estorbar: y si otra cosa en mí viereis, consiento que me tengáis por bellaco y vil (lasche et mechant).-Lo mismo quiero que digáis de mí, repuso el emperador, si no os diere libertad. Una sola cosa os pido, y es que si en algo me habéis de engañar, no sea en lo que toca á mi hermana y vuestra esposa, porque sería injuria que no podría dejar de sentir y vengar.»

Con esto se hicieron una cortesía y se despidieron diciendo: «Dios vaya, hermano, en vuestra guarda.» Y el emperador tomó el camino de Illescas, y el rey el de Madrid para dirigirse desde aquí á Fuenterrabía y á Francia. Emprendió, pues, su viaje (21 de febrero), acompañado del virrey Lannoy, del capitán Alarcón y de otros caballeros. El condestable don Íñigo de Velasco había de conducir á la reina doña Leonor hasta Vitoria, para ponerla en Francia tan luego como estuviesen entregados los rehenes y se hubiesen ratificado los capítulos de Madrid.

Mientras el prisionero de Pavía se encaminaba á la frontera de su reino con el ansia de recobrar su libertad, el emperador, que había condescendido con los deseos manifestados por las cortes de Castilla de enlazarse

en matrimonio con su sobrina la infanta doña Isabel de Portugal, hija del difunto rey don Manuel, pasó á Sevilla á celebrar sus bodas, que se solemnizaron con suntuosas fiestas (11 de marzo, 1526), y con todo el brillo y ostentación que era de esperar de la alegría y el gusto que este enlace causó en ambos reinos (1).

Al llegar el rey Francisco con su comitiva (18 de marzo) á la orilla del Bidasoa, que por la parte de Fuenterrabía divide los dos reinos de España y Francia, puestos anticipadamente de acuerdo para el acto y ceremonia de la entrega con la reina Luisa su madre, gobernadora de la Francia, y con arreglo al ceremonial que Francisco y Lannoy habían formulado en Aranda de Duero (26 de febrero) y en San Sebastián, se dió principio á aquel acto sublime de la manera siguiente (2). En medio del río y á igual distancia de ambas riberas se colocó y amarró con anclas una gran lancha. A las dos márgenes, y frente unos de otros, se colocaron de la parte de España el rey Francisco con Lannoy y Alarcón, de la de Francia los dos hijos del rey, el delfín y el duque de Angulema. Enrique, con el almirante Lautrec, unos y otros con igual número de caballeros y soldados. A un mismo tiempo partieron de las dos opuestas orillas y en dos botes iguales, Lannoy con el rey Francisco y doce caballeros españoles, y Lautrec con los dos príncipes y doce caballeros franceses, y bogando á compás los remeros de uno y otro bote llegaron simultáneamente á la barca anclada en medio del río. Saltaron á ella unos y otros. Los príncipes se acercaron á besar la mano á su padre, que les correspondió con un abrazo, y lo mismo hicieron los demás franceses. Señor, dijo entonces el virrey Lannoy, ya estais en vuestra libertad: cumpla agora V. A. como buen rey lo que ha prometido. Todo se guardará cumplidamente, respondió el rey. Y hecha la entrega, y pasando los príncipes á la barca de los españoles, y el rey á la de los franceses, trasladáronse á las respectivas márgenes de España y de Francia. El acto se concluyó á las tres de la tarde del 18 de marzo, al año y algunos días de la batalla de Pavía.

Tan pronto como el rey Francisco pisó el suelo de la Francia, montó en un caballo turco que se le tenía preparado, y apretándole las espuelas se dió á correr gritando: ¡Todavía soy rey! ¡Je suis encore roi! y galopando llegó hasta San Juan de Luz, donde le esperaba la reina su madre con toda la corte. De allí prosiguieron sin detenerse á Bayona, desde donde el rey hizo muy vivas reclamaciones para que le fuera enviada luego su esposa; mas como se esperase en vano la ratificación del tratado de Madrid que se había obligado á hacer tan pronto como se viera libre en su reino, y como la reina doña Leonor no había de ser llevada á Francia hasta que esto se cumpliese, el condestable de Castilla que la acompañaba

(1) Los portugueses mostraron bien su satisfacción en el hecho de haber dado á la princesa Isabel el cuantioso dote de novecientos mil ducados. El obispo Sandoval refiere minuciosamente las magníficas fiestas que con motivo de estas bodas se hicieron en Sevilla, y copia y traduce todos los versos latinos que en alabanza del César se pusieron en los arcos triunfales. Hist. de Carlos V, lib. XIV, párr. 9.

(2) Ceremonial convenido para el acto de la libertad del rey. Colección de docu. mentos, núm. 243, pág. 510.

en Vitoria volvióse con ella á Burgos, con arreglo á las instrucciones que había recibido del emperador. Los príncipes franceses fueron en el principio puestos bajo buena guarda en la fortaleza de Villalba de Alcor; y el virrey Lannoy, que infructuosamente había seguido al rey Francisco hasta Bayona, requiriéndole que confirmara la concordia de Madrid, recibió orden del emperador para que se volviese á Castilla. El rey prosiguió á París sin haber ratificado la concordia, so pretexto de tener que someterla á la aprobación del parlamento y del reino (1).

Aunque hoy ya no nos constasen, adivinaríase fácilmente los graves acontecimientos y las funestas complicaciones que naturalmente habían de producir el duro comportamiento del emperador con el rey prisionero, la artificiosa conducta de Francisco para recuperar su libertad, la protesta subrepticia á la concordia de Madrid, la falta de cumplimiento del tratado, y la enemiga que naturalmente se había de reproducir con más furor entre los dos soberanos rivales, que parecían destinados á traer perpetuamente conmovida la Europa.

(1) Colección de documentos relativos á la cautividad de Francisco I.-MS. de Gonzalo de Oviedo, en la Biblioteca nacional.-Documentos de la casa de Haro, que originales vió Sandoval, y á que se refiere en el lib. XIV de su Historia. - Dormer, Anales de Aragón, lib. II.-Ulloa, Vida del emperador Carlos V.-Robertson, Historia del emperador, lib. IV.

En la citada Colección de documentos hecha de orden del rey de Francia y publicada en 1847, hay multitud de poesías líricas compuestas por el rey Francisco I durante su prisión en Italia y en Madrid, algunas de las cuales sin duda no carecen de mérito, y aun las comparan los franceses á las de su maestro Clemente Marot. Lo que podemos nosotros decir es que, á juzgar por el número de sus composiciones, la musa de Francisco I era por lo menos fecunda.

CAPÍTULO XII

ITALIA

MEMORABLE ASALTO Y SAQUEO DE ROMA

De 1525 á 1527

Sensación que produjo en Italia la traslación de Francisco I á Madrid.-Quejas y enojo de los generales Borbón y Pescara contra el virrey Lannoy.-Planes del canciller Morón.-Intenta libertar la Italia de la dominación española.-Induce á ello al marqués de Pescara.-Vacila el marqués.-Resuelve denunciarle.-Artificio que usó para descubrir y prender á Morón.-Sitia Pescara al duque de Milán.—Muerte del marqués de Pescara.-Sucédele el duque de Borbón.-Conducta de Francisco I después de su rescate.-Niégase á cumplir el tratado de Madrid.-Confederación contra Carlos V: la Liga Santa: tratado de Cognac.-Refuerza el emperador el ejército de Italia. Inacción de Francisco I: compromete á los aliados: triunfo de los imperiales en Milán.-Conjuración contra el papa: entrada de los conjurados en Roma: prisión del pontífice: condiciones con que recobró su libertad.-Escaseces y apuros de los imperiales en Lombardía: terribles medidas del duque de Borbón: crítica y desesperada situación del país y del ejército.-Arrojada y funesta marcha de Borbón contra Roma. - Imprudente confianza del pontífice.-Asalto de Roma por los imperiales: muerte de Borbón: entrada y saqueo horrible de Roma: escándalos, sacrilegios, crímenes inauditos.-Prisión del papa Clemente.-Manifiesto de Carlos V á los príncipes sobre el asalto y saco de Roma.-Manda hacer rogativas por la libertad del papa.-El papa sigue cautivo.-Conjuración europea contra el emperador.-Anuncio de nuevas guerras.

Durante el cautiverio del rey de Francia en Madrid habían pasado en Italia acontecimientos importantes, y fraguádose en secreto una terrible. trama contra el emperador. Ya indicamos en el anterior capítulo cuán bien había sabido explotar la reina Luisa de Saboya, madre de Francisco I y regente de Francia, los celos que al papa, á los venecianos y al rey de Inglaterra inspiraba el excesivo engrandecimiento y el asombroso poder del rey de España y emperador de Alemania, y cómo se habían ido desviando los que antes habían sido sus más eficaces auxiliares y sus más útiles amigos.

Por otra parte, el bullicioso canciller de Milán Jerónimo Morón, una vez expulsados los franceses de este ducado, mirábalos ya con menos enemiga y encono; y las onerosas condiciones y las reservas con que el emperador, después de mucho trabajo, accedió á otorgar la investidura del señorío de Milán al duque Sforza, en cuyo nombre se había conquistado, le hicieron sospechar y calcular que si á Carlos le diera tentación de agregar el Milanesado al reino de Nápoles, corría gran riesgo de que viniera á su poder toda la Italia. Libertar la Italia del yugo extranjero era tiempo hacía el pensamiento favorito de los políticos italianos. y emanciparla de la dominación de los españoles era la empresa que se le presentaba más gloriosa al canciller Morón, ya que tanta parte le había cabido en la ex

pulsión de los franceses. A este designio encaminó sus planes, y no tardó en presentársele una ocasión que le parecía muy oportuna.

La traslación de Francisco I á Madrid, hecha por el virrey Lannoy secretamente y sin dar conocimiento de ella ni al duque de Borbón ni al marqués de Pescara, resintió altamente y ofendió el amor propio de estos dos generales, á cuyo esfuerzo se había debido principalmente el triunfo de Pavía. Borbón se vino, como hemos visto, lo más pronto que pudo á Madrid, receloso de que Lannoy pudiera perjudicarle en sus intereses. Hiciéronse aquí Borbón y Lannoy mutuas y muy duras recriminaciones á la presencia misma del emperador. El de Pescara quedó al frente del ejército, tronando contra el virrey y blasfemando de su solapada acción, resentido además y quejoso del emperador porque no le había premiado tan cumplidamente como creía merecer por sus servicios. Este descontento y enojo del vencedor de Pavía fué el que se propuso el intrigante Morón utilizar para sus planes. Con mucha maña le inflamaba en su resentimiento, y le avivaba los celos que ya le daban las preferencias del emperador hacia Lannoy, permitiéndole que dispusiera del monarca francés, siendo el de Pescara el caudillo á cuya dirección y bizarría se debió el triunfo de Pavía y la prisión del rey.

Con mucha sagacidad le fué Morón insinuando la idea de que la mejor venganza de tales agravios, y al propio tiempo el mejor camino para ganar gloria inmortal, sería erigirse en libertador de su patria, sacudiendo el yugo de la dominación extranjera; que á él más que á nadie correspondía llevar á cabo empresa tan generosa y noble; que á tan grandioso designio le ayudarían con decisión todos los pueblos; que él podría ser el alma de la liga secreta que se estaba formando entre el papa, Venecia, Florencia, Milán y la gobernadora de Francia, Luisa de Saboya; y que siendo el reino de Nápoles feudo de la Santa Sede, podía estar cierto de que los aliados le darían con gusto aquella corona, y con no menos satisfacción le otorgaría el pontífice la investidura.

Tentadora era la perspectiva para un genio ambicioso como el de Pescara, y para un hombre que, como él, se mostraba quejoso por sentirse mal remunerado. Suspenso se quedó al pronto, sin dar respuesta categórica, como quien fluctuaba entre la idea risueña de un porvenir brillante y la infamia de la traición que para ello necesitaba cometer. Por si se decidía á seguir las inspiraciones de Morón, quiso descargar su conciencia oyendo el parecer de hombres doctos, á quienes consultó, «si podía un vasallo levantarse legítimamente contra su señor inmediato por obedecer al señor feudal.» Los teólogos y letrados de Milán y Roma contestaron afirmativamente, que para todo hallaba favorable solución la jurisprudencia. de los casuistas de aquel tiempo. Pero reflexionó de nuevo, y bien fuese que le horrorizara la alevosía, bien que viera dificultades en la realización del proyecto, bien que la enfermedad que entonces padecía el duque de Milán Francisco Sforza le sugiriera el pensamiento de sucederle en el ducado, como premio que el emperador no podía negarle por la revelación. del secreto, decidióse á descubrir á Carlos todo lo que contra él se tramaba, deslizándose así, por querer huir de una traición, por una pendiente de no menos abominables alevosías.

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