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públicos y en los secretos de sus respectivas cortes. La noticia del tratado de Barcelona les hizo abreviar sus negociaciones amistosas, que dieron por resultado la Paz de Cambray (5 de agosto, 1529), por otro nombre llamada Paz de las Damas. Sirvióles de base para este tratado la Concordia de Madrid, de la cual vino á ser una modificación la de Cambray. En ella se estipuló que Francisco pagaría dos millones de escudos de oro por el rescate de sus hijos, entregando antes todo lo que poseía todavía en el Milanesado; que cedería sus derechos á la soberanía de Flandes y de Artois, renunciando igualmente sus pretensiones á Milán, Nápoles, Génova y demás ciudades de allende los Alpes; y que Carlos no demandaría por entonces la restitución de Borgoña, mas con reserva de hacer valer algún día sus derechos, contentándose con el Charolais, que volvería después de su muerte á la corona de Francia (1).

Por este tratado, poco menos ignominioso al monarca francés y á su reino que el de Madrid, quedó Francisco desacreditado á los ojos de Europa, é indignó á sus aliados, por quienes nada hizo, dejándolos comprometidos y sacrificados; pues mientras el emperador cuidó de asegurar los intereses de todos sus amigos, sin olvidar á los herederos del duque de Borbón, á quienes se habían de restituir todos sus bienes, Francisco no mencionó á nadie, como abandonándolos todos á merced de su rival, y aun se humilló hasta el punto de comprometerse á no dar asilo en sus Estados á los que hubieran hecho armas contra el emperador. « La Francia misma, dice un moderno historiador francés, abatida por tantos desastres, había muerto como su rey al sentimiento del honor, tan vivo comunmente en ella. La paz la indemnizaba de todas sus afrentas, y ningún precio le parecía caro para comprarla. Los pueblos, como los individuos, se pervierten en la adversidad, y el sentido moral, borrado en el monarca, dormitaba también en el país. De todos los historiadores nacionales no hay uno sólo que proteste, en nombre de la antigua lealtad de la Francia, contra este innoble abandono de todos sus aliados. La impaciencia de Francisco por ver á sus hijos y por dar la paz á su reino lo disculpa todo á sus ojos.»

Comprendemos el justo dolor que á un francés ha debido causar un tratado en que el rey de Francia, después de nueve años de guerra, se despojaba de todo, mientras su victorioso rival, después de haberle vencido. con las armas, le humillaba con capítulos, quedaba árbitro de los países. disputados, y le imponía condiciones como señor. Pero en el estado á que habían llegado las cosas, ¿podía resolverse la cuestión de un modo más ventajoso á la Francia? Culpa era de Francisco ó de su carácter la tibieza y flojedad con que proseguía siempre planes y operaciones comenzadas con vigorosa energía, y distraerse con cortesanas y palaciegos mientras sus soldados morían de hambre ó de peste, ó á las descargas de los arcabuces enemigos. Culpa suya era haber puesto á sus mejores generales en el trance de abandonarle por despecho, y de vengar sus injurias, yendo á servir de poderosos auxiliares á un contrario que sabía explotar con destreza las injusticias de su rival y los resentimientos de sus grandes vasa

(1) Tratados de paz-Rimer. Færder.-Sandoval inserta la letra del tratado, que consta de cuarenta y cuatro capítulos, y es larguísimo.

llos. Culpa sería de la reina de Francia, madre de Francisco, si es cierto que guardaba en sus cofres un millón y quinientos mil escudos, mientras Milán se perdía por no haber con qué pagar á los soldados franceses, y el ejército de Lautrec perecía de miseria bajo los muros de Nápoles.

Mérito fué de Carlos haber sido siempre enérgico en sus resoluciones y no haber aflojado nunca en sus planes; haber dirigido la política de Europa desde España; haberse aprovechado con sagacidad de los menores descuidos ó errores de sus adversarios, y no haber malogrado ninguna coyuntura de que pudiera sacar ventaja. Desgracia fué de Francisco y fortuna de Carlos la diferencia de las prendas y talentos de los generales con que contaba cada uno para la ejecución de sus designios políticos y para la dirección de las campañas: porque si La Tremouille y Lautrec eran entendidos y esforzados capitanes, ni Chabannes, ni Bonnivet, ni Saluzzo, ni Urbino, ni Saint-Pol reunían al valor, la prudencia y la astucia, como Pescara, Lannoy, Leiva, el del Vasto, Orange y Moncada. Desgracia fué de Francisco y fortuna de Carlos que los mismos tránsfugas de las banderas francesas, Morón, Borbón y Doria, fuesen los más decididos campeones de la causa del emperador, los más terribles adversarios del francés, y dos de ellos consecuentes siempre y admirablemente leales á las banderas del imperio.

Tales diferencias no podían menos de conducir á resultados como la Concordia de Madrid y como la Paz de Cambray.

CAPÍTULO XIV

ESPAÑA

SUCESOS INTERIORES

De 1524 á 1528

Sublevación de los moros en Valencia.-Sus causas.--Medidas y providencias del emperador para reducirlos.- Conversiones ficticias.- Rebelión y sumisión de los de Benaguacil.-Gran levantamiento de moros en la sierra de Espadán.- Dificultades para someterlos.-Son vencidos y subyugados.-Movimiento de los moros de Aragón.—Quejas de los de Granada.-Providencias para traerlos á la fe.—Reclamaciones que hicieron, y gracias que se les otorgaron.-El palacio de Carlos V en Granada. -Carácter de las cortes de Castilla en este tiempo.-Las de Toledo y Valladolid: firmeza é independencia con que obraron.- Las cortes en Aragón.-Cortes de Monzón.-Peticiones notables.-Situación de los príncipes franceses en Castilla: cómo eran tratados los hijos de Francisco I.-Prepárase el emperador á salir de España. -Carlos V en Zaragoza.—Canal imperial de Aragón.-Pasa el emperador á Barcelona.- Embárcase para Italia.

De tal magnitud é interés eran los acontecimientos europeos, en que el emperador Carlos V aparecía como el principal movedor ó agente, que los historiadores de este reinado, en general, olvidando la España por Europa, al reino por el imperio, y por el emperador al rey, apenas apuntan ligeramente lo que aquí acontecía y pertenece á la vida propia y especial de nuestra nación. Nosotros, historiadores de España, que vemos aquí

siempre el centro natural y perenne de su vitalidad, por más que parezca derramarse toda fuera y salirse por largos períodos de sí misma, no podemos menos de concentrarnos también de tiempo en tiempo para no perder de vista el enlace de su pasado, de su presente y de su futuro dentro de sus límites naturales, á que al fin habrá de tener que reducirse. Anudaremos pues los principales sucesos interiores que aquí acontecieron desde que Carlos regresó de Flandes hasta su marcha á Italia, para la cual quedaba preparándose en Barcelona después de su concierto con el pontífice Clemente.

Terminadas durante su ausencia las alteraciones de las comunidades de Castilla y de las germanías de Valencia, todavía llegó á tiempo de tener que presenciar y buscar remedio á otras turbaciones, consecuencias y restos de la gran lucha pasada de los españoles con los musulmanes, que él habría oído solamente contar desde lejos, y de la más reciente de las germanías, que tampoco había presenciado.

El lector recordará (1) que los agermanados de Valencia hicieron recibir por fuerza el bautismo á los moros de aquel reino que se habían alzado en defensa del partido de los nobles, de quienes dependían. Pues bien, aquellos moriscos así bautizados, como que sólo cediendo á la violencia habían abjurado la fe de sus padres á que interiormente estaban muy adheridos, abandonaron pronto el culto y las prácticas cristianas, y volvieron inmediatamente á sus ritos y ceremonias muslímicas (1524), contentos con pagar doble tributo á sus señores á trueque de no renunciar á sus creencias, y tolerándolos los caballeros, así porque habían sido sus defensores, como porque eran los vasallos que más rentas les pagaban. Noticioso de esto el emperador por diferentes conductos, reunió una junta de teólogos en unión con los Consejos de Castilla y de la Inquisición, que se congregaron en el convento de San Francisco de Madrid, para consultarles si á los moros así bautizados por fuerza los podría compeler á hacerse cristianos ó salir de España. Todos contestaron afirmativamente, á excepción de fray Jaime Benet, varón eminente y docto, que por espacio de treinta y ocho años había enseñado derecho canónico y civil en la universidad de Lérida, el cual opinó que no debía forzárselos á recibir el bautismo, porque si antes eran moros, después serían apóstatas. Este prudente consejo fué desestimado, y siguiendo el de la mayoría, expidió una real cédula (4 de abril, 1525) declarando cristianos y con las obligaciones de tales á los que de aquella manera se habían bautizado, y envió á Valencia al obispo de Guadix, comisario del inquisidor general, con oficiales del Santo Oficio y con dos predicadores, uno de ellos el célebre fray Antonio de Guevara (mayo). Estos, en cumplimiento de su comisión, hicieron pregonar y citar por carteles á todos los moros, para que en el término de treinta días viniesen á la obediencia de la Iglesia, bajo la pena de muerte y confiscación de bienes á los rebeldes y contumaces.

Los más de los moros, en vez de acudir á la citación, se subieron en número de quince á diez y seis mil á la sierra de Bernia, donde se mantuvieron algunos meses, al cabo de los cuales, movidos por todo género

(1) Véase nuestro cap. VIII de este mismo libro.

de exhortaciones y amenazas, descendieron (setiembre) temorosos de que se ejecutaran las órdenes severas del emperador. Desde entonces y en los dos meses siguientes no se daban vagar los bandos y pregones públicos, ordenando sucesivamente que ningún moro saliera de su lugar, so pena de ser esclavo del que le hallare fuera; que llevasen un distintivo en el sombrero; que no pudieran usar armas; que no practicaran ninguna ceremonia de su antiguo rito; que asistieran á todas las solemnidades religiosas de los cristianos é hiciesen lo mismo que ellos; que en el término de tercero día cerraran todas sus mezquitas; y que toda persona, bajo pena de excomunión, delatase á los que faltaren á cualquiera de estos mandamientos. Por último, viendo su general desobediencia, se publicó solemnemente un edicto de la majestad cesárea mandando que todos los moros, hombres y mujeres, hubieran de estar fuera del reino de Valencia para fines de diciembre, y para último de enero fuera de España, habiendo de embarcarse precisamente en el puerto de Coruña, y marcándoles el itinerario por Requena, Utiel, Madrid, Valladolid, Benavente, Villafranca y la Coruña. La circunstancia de prescribirles para su embarque el puerto más lejano, discurre un historiador valenciano, llevaba el doble objeto de que no se quedasen en las fronteras de África, y que consumieran en tan largo camino el dinero que llevaban, cuando no tuviera también el de que con algún movimiento dieran ocasión á que los degollaran en Castilla (1).

Apretados los moros para su marcha, acudieron los más interesados de entre ellos, con seguro de la reina doña Germana, lugarteniente y gobernadora del reino de Valencia, á la corte del emperador, y propusiéronle que si les otorgaba cinco años de tiempo para hacerse cristianos le asistirían con cincuenta mil ducados. Respondióles ásperamente el emperador que no tenía necesidad de sus dineros. Suplicáronle entonces que les permitiera embarcarse en Alicante, y también les fué negado. Ofreciéronle que se harían cristianos con tal que en cuarenta años no los juzgara el tribunal de la Inquisición, y la respuesta definitiva de Carlos fué que les prorrogaría el plazo de su salida hasta el 15 de enero (1526), y que si para entonces no estuviesen ya en camino serían confiscados sus bienes y ellos quedarían esclavos (2). Todavía insistieron los moros en hacer nuevas súplicas al emperador y al inquisidor general que se hallaban en Toledo, por medio de sus síndicos que al efecto despacharon. Sus peticiones obtuvieron casi el mismo resultado que las primeras, si bien se les otorgó otra pequeña prórroga de una semana para abandonar sus hogares,

Llevada por los comisionados esta última contestación á sus correligionarios, resolvieron sucumbir á la necesidad, y pidieron el bautismo á los comisarios imperiales, los cuales los rociaron solemnemente con el agua bautismal, usando de la aspersión, por ser tan crecido su número que no era posible hacerlo de otro modo; cosa que dió gran contento al

(1) Escolano, Décadas de la Historia de Valencia, part. II, lib. X, cap. xxv.Gonzalo de Oviedo, Relación de los sucesos, etc. MS. de la Biblioteca nacional.-Reales cédulas y edictos de 4 de abril, 14 de mayo, 13 de setiembre, 9 y 21 de octubre, 18 y 25 de noviembre de 1525.

(2) Escolano, ibid., cap. XXVI.-Bando publicado en Valencia el 2 de enero.

pontífice, al emperador y á los inquisidores. Mas luego se supo que habían disminuído notablemente el censo personal, y que los más se alababan de no haber quedado bautizados, por no haber tenido intención, y hasta se jactaban muchos de no haberles tocado siquiera una gota de agua, pues para que esta no les llegase se habían arrojado maliciosamente al suelo. «Había en Valencia, dice el obispo Sandoval, cuando se hizo esta conversión, veintidós mil casas de cristianos y veintiséis mil de moros (1). Y de toda esta morisma, añade el historiador prelado, no se bautizaron seis de su voluntad, mas por no perder la hacienda se dejaban poner la crisma, y por no verse cautivos decían que querían ser cristianos.>>

Menos hipócritas los de Benaguacil, habíanse resistido abiertamente y fortificadose en su villa. junto con los de los vecinos lugares. Menester fué que salieran de Valencia á atacarlos hasta dos mil hombres con su correspondiente artillería. Defendiéronse valerosamente los sarracenos, y sostuvieron el sitio hasta el 15 de febrero (1526), en que habiendo acudido el gobernador Cabanillas con cinco mil soldados más, hubieron de rendirse y someterse á las condiciones de los bandos, si bien la pena de cautiverio y confiscación se les conmutó en una multa de doce mil ducados.

Pero los más lograron fugarse y refugiarse á la fragosa sierra de Espadán, que está á la vista de Segorbe, entre el valle de Almonacid y la villa de Onda. Allí los siguieron millares de moros de toda la comarca, resueltos á perecer á fuego y sangre en aquellos ásperos riscos, antes que renegar de su fe. Lo primero que hicieron fué juntarse para nombrar un rey, recayendo la elección en un vecino de Algar, que tenía fama de valeroso y entendido, y se hizo llamar Zelim Almanzor. Hizo Zelim construir multitud de chozas en derredor de los sitios donde había agua. Fortificó en escalones todas las laderas de la sierra, y cortando peñascos dispuso labrar lo que llamaban galgas y muelas, para derrumbarlas por las cuestas abajo contra los que intentasen subir, además de la escopetería y ballestería de que estaban bien provistos. Así sucedió. Dos mil hombres que al mando del duque de Segorbe fueron de Valencia á atacarlos en aquellas rudas fortalezas, en el primer asalto que intentaron (abril, 1526) recibieron tanto daño de los tiros de ballestería, y más de las galgas y muelas que de lo alto de los riscos sobre ellos se desgajaban, que tuvieron que retirarse con gran pérdida á Segorbe, no sin que los soldados murmuraran del duque, diciendo que hacía con poco calor la guerra, porque los más de los rebeldes eran sus vasallos.

Aprovecháronse los moros de aquella retirada para descender á los pueblos inmediatos á la sierra á proveerse de bastimentos, y en una de estas devastadoras excursiones entraron en Chilches, lugar de cristianos viejos, degollaron los pocos vecinos que no pudieron huir, penetraron en la iglesia, y entre otras alhajas robaron la arquilla del Sacramento con las sagradas formas y se la llevaron á la montaña. La noticia de este sacrilegio inflamó en ira á los de Valencia, y aprestáronse todos á marchar á la sierra de Espadán, ansiosos de escarmentar á los sacrilegos, y de rescatar tan precioso depósito de manos de sarracenos. El clero, á quien no

(1) Sandoval, Hist. de Carlos V, lib. XIII.

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