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Merecen notarse algunas de las peticiones hechas en las cortes de Monzón, respondidas favorablemente por el rey. Que los oficios y beneficios de los reinos de la corona de Aragón se den á naturales y no á extranjeros: que se sirva S. M. C. de aragoneses: que se puedan sacar caballos de Castilla para Aragón: que se observe lo suplicado en las cortes de 1518 sobre abusos de los ministros de la Inquisición: que los inquisidores no entiendan sino de los delitos de herejía: que los inquisidores no se entrometan en las causas de usura, sino que las dejen á los jueces ordinarios: que se suplique á Su Santidad dispense de la observancia de algunas fiestas. «Por cuanto (decían) por la esterilidad de la tierra y pobreza comun, la observancia de las fiestas es muy daniosa al reino: Por ende suplican á S. M. quiera favorecer al reino para impetración de una bula apostólica, con la cual S. S. absuelva á los aragoneses de la observación de las fiestas, así votivas como en otra manera mandadas guardar; exceptados domingos, pascuas, dias de Nuestro Señor, fiestas de Nuestra Señora, doce Apóstoles y San Juan Bautista (1).»

Por estas y otras semejantes peticiones que omitimos, se ve el descontento y la queja general que producían los abusos del Santo Oficio y su intrusión en causas y negocios que no eran de su competencia y jurisdicción: así como es digno de observarse un pueblo que avanzaba ya á pedir la reducción de las festividades religiosas, como dañosas á la prosperidad del reino y al bienestar de los ciudadanos; reforma á que ha habido pocos pueblos que se hayan atrevido á aspirar todavía, aun con el convencimiento de sus ventajas.

Atendidas las razones del rey y la necesidad en que se hallaba, acordaron los cuatro brazos de los tres reinos otorgarle un servicio extraordinario de doscientas mil libras, aunque por aquella vez solamente y con las reservas y seguridades acostumbradas (9 de julio); y complaciéronle también en lo de habilitar al duque de Calabria para presidente de las cortes durante su ausencia hasta su conclusión, con protesta igualmente de que aquel caso «no hiciera ni causara perjuicio alguno á los fueros, libertades y privilegios, usos y costumbres del reino, sino que aquéllos y éstas quedaran en toda su eficacia, fuerza y valor, sin que pudieran servir de precedentes ni citarse como ejemplo en lo sucesivo.» Prorrogó el emperador las cortes de Monzón para Zaragoza, y allí juró solemnemente en presencia de los cuatro brazos la observancia de los fueros aragoneses (fin de julio), y nombró á don Juan de Lanuza virrey y lugarteniente suyo en aquel reino.

Penetrado estaba ya á este tiempo el emperador de que los negocios generales de Europa, en todos los cuales andaban más ó menos directamente mezclados los intereses de sus vastos dominios, le obligarían á salir otra vez de España, y él lo deseaba también, convencido de la utilidad de su presencia para asegurar su dominación en los agitados países de Italia y Alemania, y al objeto que tanto apetecía de ser coronado rey de Romanos. Y sin perjuicio de dar desde aquí admirables instrucciones á sus generales de Italia, instrucciones que revelan cuánto había ido cre

(1) Dormer, Anales, lib. II, cap. XLI.

TOMO VIII

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ciendo la capacidad de este príncipe, cuyas facultades intelectuales se habían creído al principio harto limitadas (1), sólo esperaba ya el resultado de las negociaciones pendientes para la paz general que dejamos apuntadas. Entretanto levantaba en España gente de guerra, y aparejaba la armada que había de llevar consigo, porque como él decía: «Para poder alcanzar la paz, es menester tener las cosas de la guerra tan á punto y bien aparejadas, que nuestros enemigos tengan mas ganas de consentir en los medios razonables para haber paz que no lo han hecho hasta agora (2).»

A fin de poner al rey de Francia en trance y necesidad de hacer más sacrificios por el rescate de sus hijos, estrechó más la prisión de los príncipes, de cuyo servicio había separado ya á los criados franceses, y escribía al condestable de Castilla que los tenía á su cargo en la fortaleza de Villalpando: «Que aunque mi voluntad es que ellos sean muy bien proveidos y servidos, como es razon, no hay necesidad que se les señalen personas con títulos de oficios, ni tan principales como allí vienen, sino que tengan cargo de servirlos, así en la mesa como en la cámara, tres ó cuatro personas de recaudo y confianza que haya, sin ninguna cerimonia, pues con los prisioneros no se acostumbra ni es menester (3).» Y en otra decía: «No debeis dejar entrar á verlos á ninguno de los que van á ello, aunque sean grandes y otros caballeros; no por desconfianza que se tenga de los que van, ni que por vuestra parte ha de faltar buen recaudo, sino que por algunos buenos respectos conviene que no piensen que se hace de ellos tanta cuenta; y siendo avisados de esto los que los vienen á ver. dejarlo han de hacer, y será provechoso, y así vos ruego y encargo se haga »

Instábanle ya al emperador sus generales de Italia á que apresurase su viaje. Especialmente el capitán Fernando de Alarcón le decía con la ruda franqueza de un soldado: «Si V. M. brevemente no viene en persoó no envia grande recado de armada de mar, gente y dineros, el ejér cito y el reino se perderán sin falta ninguna, muy mas presto de lo que V. M. podria pensar. Y no diga que no le aviso y desengaño, que yo con esto cumplo, pues acá no se puede mas (4).» Determinó, pues, el emperador su viaje á Barcelona, donde había de embarcarse para Italia. A su paso por Zaragoza dió á los aragoneses una señaladísima muestra del interés que tomaba por la prosperidad de aquel reino, condescendiendo en ejecutar por su cuenta la grande y utilísima obra de la acequia de riego que ya les tenía concedida, y que con el nombre de Canal Imperial de Aragón, que aun conserva, había de ser grato y perdurable monumen

(1) Consérvase una larga carta suya escrita en este tiempo á Antonio de Leiva, instruyéndole en todo lo que hallá debería hacerse mientras él disponía su viaje, en la cual se ve, así la extensión de sus miras, como el cuidado con que sabía atender á los pormenores de cada asunto.

(2) Carta á Antonio de Leiva.

(3) Carta de Carlos V al Condestable, de Burgos á 2 de febrero de MDXXIX. (4) Carta de Alarcón al emperador, de 8 de junio, 1529, en Dormer, Anal., lib. II, capítulo L.

to de su cesárea munificencia (1). Más político ya el emperador, y más conocedor del carácter de los españoles que en su primera estancia en España, supo lisonjear también á los catalanes, no queriendo que le recibiesen como emperador, sino como conde de Barcelona, que entre todos los títulos de los soberanos de España era el que miraban con más predilección los habitantes de Cataluña.

Cuando todo estuvo aparejado y pronto, hecha la concordia con el pontífice, y tratada la paz de Cambray, en los términos que dejamos relatado en el capítulo precedente, encomendada durante su ausencia la gobernación de España á la emperatriz Isabel, partió Carlos V de Barcelona para Italia (28 de julio, 1529) con una armada de treinta y una galeras y treinta naves, con ocho mil soldados españoles, con brillante cortejo de caballeros y nobles castellanos, catalanes, valencianos y aragoneses, y con toda la magnificencia y aparato de un conquistador.

CAPÍTULO XV

CARLOS V EN ITALIA

De 1529 á 1530

Su recibimiento en Génova.—Favorable impresión que su vista produjo en los italianos. Sus proyectos de paz.-Concierto con Venecia.-Solemne y doble coronación de Carlos V en Bolonia.-El papa y el emperador.-Tratado de paz general.-Epoca notable en Italia.—Florencia no acepta la paz.-Guerra de Florencia.-Sitio: defensa heroica.-Triunfo de los imperiales.-Muda el emperador la forma de gobierno de Florencia.-Pasa Carlos V á Alemania.

La presencia del emperador en Italia tenía que producir gran sensación en los ánimos, y grandes variaciones y mudanzas en la condición de los Estados italianos. En Génova, donde primero desembarcó (12 de agosto. 1529), los compatricios de Andrés Doria que le acompañaba, le recibieron y agasajaron como al protector de la república. Allí acudieron á felicitarle embajadores de todos los príncipes y Estados de Italia, á excepción de Venecia y Florencia. Y como los italianos, cuyo país tanto había sufrido con la licencia y ferocidad de las tropas imperiales, se habían figurado hallar en el emperador un hombre áspero, adusto, intratable y cruel, sorprendiéronse agradablemente al ver un hombre de buen aspecto, de finos y corteses modales, de suaves costumbres y de apacible trato. De modo que, su vista primero y su porte después, persuadieron á los más de que no podía haber sido él el causador de las atrocidades cometidas por sus súbditos tudescos y españoles en Milán y en Roma.

Muchos, sin embargo, dudaban todavía si sus pensamientos é intenciones serían de paz ó de guerra, y teníalos esto en cierta recelosa ansiedad. Pronto los sacó Carlos de aquella zozobra, y no tardó en disipar sus

(1) Cédulas y cartas imperiales de 30 de noviembre de 1528, 21 de abril y 22 de junio de 1529, relativas á la construcción de la acequia ó canal de Aragón: Dormer, Anales, lib. II, cap. LI.

temores. Ya en España había manifestado diferentes veces que la paz era la cosa que más deseaba (1). Y aunque quisiera dudarse de la sinceridad de sus palabras y de sus sentimientos, la política y la conveniencia se lo aconsejaban así, y pocas veces se mostró Carlos tan político como en esta ocasión. Dos motivos poderosos y fuertes le obligaban á atender con pre ferencia á sus Estados de Alemania y reclamaban su presencia en ellos, á saber: los progresos de las doctrinas reformistas, que traían alterados aquellos países y en un estado de peligrosa efervescencia, y la entrada en Hungría de un formidable ejército turco, de doscientos cincuenta mil combatientes, que ocupaba ya una parte del Austria y había avanzado hasta poner cerco á la populosa ciudad de Viena. Para atender convenientemente á los peligros de aquellas regiones en que tanto le iba, necesitaba dejar tranquila la Italia.

Así fué, que habiéndosele presentado de orden suya en Plasencia (setiembre) el ilustre Antonio de Leiva, á quien el emperador deseaba conocer personalmente, por más que el afamado capitán le excitó á que continuara la guerra, asegurándole la victoria y representándole la facilidad con que podía hacerse señor de toda la Italia, Carlos, sin dejarse seducir, insistió en sus proyectos de paz, y mandó á Leiva que se volviese y se limitase á la reconquista de Pavía, que con poca dificultad ejecutó el que tan heroicamente en otro tiempo la había defendido. El duque Francisco Sforza de Milán, que en su angustiosa situación solicitaba la paz con más necesidad que nadie, halló tan benévola acogida en Carlos, que le envió para tratar de ella al cardenal y canciller mayor del imperio, Mercurino Gattinara: y sabiendo que Leiva lo contradecía, le ordenó que pasase á verle á Bolonia, donde Carlos iba á coronarse. La misma Venecia, privada de la alianza y del apoyo de la Francia por la paz de Cambray, despachó embajadores al emperador en solicitud de avenencia, poniendo por mediador al pontífice. También el César accedió á concertarse con los venecianos, y en su virtud se firmó un asiento, cuyas bases principales fueron: que los venecianos restituirían al pontífice las ciudades de la Iglesia que le tenían usurpadas, así como al emperador los lugares del reino de Nápoles que le habían ocupado durante las pasadas guerras, con más dos mil libras de oro que le habían de satisfacer en plazos que se señalaron; que en esta concordia sería comprendido el duque de Urbino, capitán general de la república; que lo sería también el duque de Ferrara, si viniese en gracia del papa y del emperador, siendo repuesto en sus Estados; que unos á otros se perdonarían las ofensas pasadas; que se ayudarían mutuamente, etc. Quedaba, pues, sólo Florencia, cuya obstinación había de costarle, como veremos luego, una guerra calamitosa.

Hechos estos tratos, y como supiese que le esperaba ya en Bolonia el papa con toda su corte y el colegio de cardenales, partió Carlos de Plasencia, é hizo su entrada en Bolonia (octubre), con una pompa verdaderamente imperial, marchando debajo de un riquísimo palio de oro, que llevaban los doctores de aquella célebre universidad, vestidos de rozagantes ropas de seda: recibiéronle el obispo, el clero, el senado, los magistra

(1) Correspondencia del emperador con Antonio de Leiva desde Toledo.

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