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CAPITULO XVI

CARLOS V EN ALEMANIA

LUTERO Y LA REFORMA

De 1517 á 1534

Origen de la cuestión de reforma.—Indulgencias.-Martín Lutero-Su doctrina y predicaciones. El papa León X.-Lutero en la Dieta de Augsburgo: protégele el príncipe Federico de Sajonia: carácter que toma la cuestión.-Bula del papa condenando como herética la doctrina luterana.-Lutero la quema públicamente: escritos injuriosos contra el pontífice.-Va Carlos V á Alemania.—La Dieta de Worms. -Comparece en ella Lutero.-Su popularidad.-Contestaciones en la Dieta.— Edicto contra el reformador.-Lutero en el castillo de Warzburgo.-Progresos de la reforma.-Profanaciones, violencias y excesos de los reformistas.-Vuelve el emperador á España.-Laudables, pero inútiles tentativas del papa Adriano VI para combatir el luteranismo.-Clemente VII.-Dieta de Nuremberg.- Revolución social en Alemania.-Guerra de los campesinos.-Ideas de igualdad y comunismo.Resultado de la insurrección.-Escandaloso matrimonio de Lutero.-Dieta de Spira. -Se da á los reformistas la denominación de Protestantes, y por qué.-Vuelve Carlos V á Alemania.-Dieta y Confesión de Augsburgo.-Famosa liga de Smalkalde. -Fernando, hermano del emperador, es coronado rey de Romanos.-Únense católicos y protestantes para combatir al turco.—Grande ejército imperial: breve campaña: retirada de Solimán á Constantinopla.-Entrevista y tratos entre el emperador y el papa Clemente en Bolonia sobre convocación de un concilio general.-Contestaciones entre el papa y los protestantes sobre el mismo asunto.-Forma Carlos V una liga defensiva en Italia.-Regresa á España.-Nuevos planes de Francisco I contra Carlos.-Tratos entre el pontífice y Francisco.-Vistas del papa y el rey de Francia en Marsella.-Enrique VIII de Inglaterra: amores con Ana Bolena: gestiones de divorcio: negativa del papa.-Realízase el divorcio: coronación de Ana Bolena: excomunión pontificia.-El rey y reino de Inglaterra se apartan de la comunión católica.-Iglesia anglicana. - Muerte del papa Clemente VII.

Dejamos indicado que uno de los principales motivos, si no el primero y el mayor, que reclamaba la presencia del emperador en Alemania, era la cuestión de la reforma, que habiendo comenzado por las predicaciones de un fraile agustino, había hecho tantos progresos, que traía agitado el imperio y estaba causando una verdadera revolución social, á la vez religiosa y política, en el mundo; revolución de ideas que había de afectar hasta á las instituciones políticas de los pueblos, que estaba produciendo y había de consumar una lamentable división en el género humano, y romper la unidad de la Iglesia romana, separando de ella una gran parte de Alemania y de los Países Bajos, la Dinamarca, la Suecia, la Inglaterra, la Prusia y la Suiza. Necesitamos, pues, reseñar brevemente el principio y la marcha de aquella revolución, uno de los acontecimientos más importantes de la historia moderna, en el espacio de trece años que iban transcurridos desde las primeras predicaciones de Lutero hasta este viaje de Carlos V, motivado en gran parte por aquel suceso

Sabido es que las indulgencias concedidas primeramente por el papa

Julio II y después por León X para la construcción del templo de San Pedro en Roma, ó más bien su prodigalidad. y el abuso que de ellas se hizo, fué lo que dió ocasión y pretexto á los ataques de Lutero y los reformistas contra el jefe y contra las antiguas y venerandas doctrinas de la Iglesia católica. La circunstancia de haber sido preferidos y como privilegiados para su publicación y distribución en Alemania los frailes dominicos excitó los celos de los agustinos; y la poca prudencia, discreción y parsimonia con que aquéllos se condujeron en el uso de la facultad pontificia para la recaudación y distribución de las limosnas, facilitaron á éstos cierta oportunidad para combatir á sus rivales y para levantar la voz contra lo que ellos llamaban el tráfico de las indulgencias. Protegidos los agustinos por el elector Federico de Sajonia, y á propuesta del superior de la orden, fué designado para escribir y predicar contra aquellos excesos un profesor de teología de la universidad de Wittemberg, de la orden de San Agustín, que gozaba cierta reputación de hombre de ciencia, que había predicado ya al pueblo doctrinas bastante atrevidas, y que habiendo ido á Roma á defender los privilegios de su orden había vuelto impresionado de la magnificencia de aquella capital y poco satisfecho de las costumbres del clero romano. Este hombre era Martín Lutero (1).

Comenzó Lutero por fijar en la catedral de Wittemberg noventa y cinco proposiciones ó tesis teológicas, relativas á indulgencias (1517), invitando á los sabios á discutirlas con él en una asamblea pública. Todavía Lutero no negaba ni la virtud de las indulgencias, ni la facultad pontificia para otorgarlas; sus proposiciones versaban sobre el abuso de ellas, con lo cual halagaba la opinión pública, que condenaba ya el abuso: todavía sometía su doctrina á juicio del papa y de la Iglesia; todavía su causa no era la de la filosofía racional y del libre examen; todavía Lutero era católico. El comisario general de indulgencias Juan Tetzel, dominicano, hizo no obstante quemar por su propia autoridad las proposiciones del agustino. Levantáronse otros antagonistas, los ánimos se inflamaron, y

(1) Lutero había nacido en 1483 en Eisleben, condado de Mansfeld, en Sajonia. Era hijo de padres humildes y pobres, pero esto no impidió que recibiese una regular educación literaria y científica, que no tardó en elevarle al profesorado. Cuenta la tradición que no tenía vocación alguna á la vida del claustro; pero le sucedió que filosofando un día en el campo con un compañero suyo, cayó una exhalación que quitó la vida á su interlocutor; aquel terrible fenómeno decidió á Lutero á abrazar la vida y el hábito religioso, escogiendo la orden de San Agustín. Su instrucción en la teología, y en el griego y hebreo, las dos lenguas que entonces cultivaba el mundo erudito, le hizo merecedor de una cátedra de teología en la universidad de Wittemberg, fundada por Federico, elector de Sajonia.

Según ha demostrado Seckendorf, Historia del Luteranismo, y después de él Lenfant y Chais, ya antes de las indulgencias había empezado Lutero á impugnar, aunque no abiertamente, varios puntos del catecismo romano.

En cuanto á los abusos que cometían los predicadores de las indulgencias y los cuestadores ó recibidores de las limosnas, están conformes todos los escritores católicos: el valor de aquéllas se llevaba á una exageración desmedida, y de éstas no se hacía el uso conveniente. Esto fué lo que dió ocasión á Lutero para predicar con una libertad, que luego degeneró en irreverencia y en insulto, pasando del abuso á la esencia de la materia, y de allí al ataque de la autoridad y del poder.

las disputas se hicieron acaloradas: el encono de sus adversarios le irritó, y la indiferencia y el silencio de Roma le alentaron en términos de propasarse ya á predicar contra la eficacia de los sacramentos, contra los votos monásticos, contra el purgatorio, contra muchas ceremonias de la Iglesia, y aun contra el poder pontificio: la Sagrada Escritura era ya para él la única regla de fe. Su doctrina lisonjeaba á los príncipes y halagaba al pueblo, que se figuraban ser libres sacudiendo la dependencia de Roma, y agradaba á los frailes y monjes que llevaban mal las trabas de la vida claustral y la ligadura de los votos monásticos. Tan laxa y halagüeña doctrina hizo pronto multitud de prosélitos, y la corte de Roma no se mostraba muy alarmada ni muy activa en atajar sus progresos (1).

Exhortado al fin el papa León X á que empleara los medios de contener tan peligrosa propagación, citó á Lutero mandándole comparecer en Roma en el término de dos meses (1518). Pero la universidad, apoyada por el elector Federico, logró del pontífice que el negocio fuera juzgado en Alemania; en su virtud el papa dió comisión al cardenal Cayetano, dominico, su legado en Alemania, y diputado en la dieta de Augsburgo, para que juzgase este negocio, autorizándole para absolver al innovador si se retractaba, ó para apoderarse de su persona si insistía en sus doctrinas. El cardenal mandó comparecer á Lutero; hízolo éste no sin repugnancia, y el legado pontificio le intimó desde luego que se retractara de sus errores. Pedía el profesor de Wittemberg que se le convenciera antes por la Sagrada Escritura, ó que se sometiera la decisión del negocio á las universidades, y protestaba todavía de su sumisión á la Santa Sede. Exigía el legado la retractación lisa y llana; negábase á ello Lutero, y apelaba del papa mal informado al papa mejor informado. En vista de esta insistencia le amenazó el cardenal con la excomunión, y temiendo Lutero y sus amigos las iras del legado, fugóse aquél secretamente de Augsburgo no contemplando allí segura su persona. Entonces fué cuando tomó la cuestión un carácter político. El cardenal legado reclamó del elector de Sajonia, ó que enviara á Roma á Lutero, ó que le desterrara de sus Esta

(1) Maimbourg, Hist. del Luteranismo.- Luden, Hist. de Alemania, t. V, ed. de París, 1845.

Debemos advertir que Robertson, en su Historia del reinado de Carlos V, en todo lo que se refiere á la reforma ha seguido, á fuer de buen protestante, los autores y las obras que más favorecen el movimiento y el espíritu de aquellas doctrinas. Muy rara vez cita algún escritor católico, y da siempre la preferencia, por ejemplo. á Seckendorf, que escribió apasionadamente su historia contra la del católico Maimbourg: á Sleidan, en la suya De statu religionis et reipublicæ Germanorum sub Carolo V ab anno 1517 ad annum 1555, que supo dar cierto aire de similitud hasta á las calumnias y no careció de destreza para desnaturalizar todos los actos de Carlos V. Obsérvase no obstante de tiempo en tiempo que no le cegó siempre el espíritu de secta, pues hay pasajes que favorecen á los católicos, cosa digna de apreciar en un escritor protestante y á sueldo de los protestantes; bien que después de su muerte se hicieron desaparecer de sus obras aquellos honrosos testimonios: véanse las ediciones de 1556 y de 1653. Lo mismo podríamos decir de otros que frecuentemente cita Robertson. Es extraño que la obra de este apreciable historiador, tan generalizada en España, haya corrido siempre en las traducciones que de ella se han hecho sin los necesarios correctivos en lo relativo á la reforma.

dos. El príncipe Federico respondió, que obrar de aquella manera con un hombre que no estaba convencido de error sería un golpe deshonroso y funesto para su universidad de Wittemberg, y no accedió á la reclamación del comisario pontificio.

Una nueva Bula del papa en favor de las indulgencias, y condenando y amenazando con excomunión las doctrinas contrarias, ponía á Lutero en el caso de ser considerado como hereje, al propio tiempo que él, para prevenir el efecto de las censuras, apelaba para la decisión de su causa á un concilio general. La muerte de Maximiliano, rey de Romanos (el abuelo de Carlos V), ocurrida á este tiempo, favoreció mucho al progreso de la doctrina luterana; porque creció con ella la autoridad y el influjo del elector Federico de Sajonia, el gran protector del predicador reformista, y su importancia en el colegio electoral de Alemania para la elección de nuevo emperador, que tan interesante era para la Iglesia, retraía al pontífice de proceder de un modo resuelto que incomodara y malquistara á aquel poderoso elector. A favor de estas miras políticas hubo un largo intervalo, en que se notaba cierta falta de energía en la corte de Roma, que alentó á Lutero á dar extensión á su doctrina, haciendo ya entrar en ella los intereses de territorio, y dando á sus predicaciones un carácter de innovación filosófica y política. Atrevióse á declamar contra el fausto y los vicios de la corte romana, á publicar una diatriba contra los papas, á proponer á las naciones una gran reforma del poder pontificio, y á pedir que los emperadores y los príncipes tuvieran sobre los eclesiásticos el mismo poder que los papas, y que éstos y los obispos estuvieran sujetos al poder temporal. Con todo el orgullo de jefe de una secta formidable, escribía ya á León X (abril, 1520), proponiéndole un acomodamiento, pero con la condición de que el papa había de imponer silencio á los dos partidos, y que le había de permitir interpretar la Escritura en defensa de sus proposiciones (1).

Convenciéronse con esto el pontífice y los cardenales y prelados de la corte de que no era posible ya reducir á Lutero sino por medio del rigor, y en su consecuencia, y consultados los cánones, se publicó en 15 de junio de 1520, una bula condenando como heréticas cuarenta y una proposiciones sacadas de las obras de Lutero, dándole no obstante el término de sesenta días para que pudiera retractar públicamente sus errores, y de no hacerlo, transcurrido este plazo, serían quemados sus libros, y excomulgado él y sus secuaces, facultando á los príncipes para que se apoderaran de sus personas como de herejes obstinados. El audaz innovador, lejos de intimidarse con esta terrible sentencia, no se contentó con apelar de ella

(1) Habíale antes escrito en términos sumamente humildes: «Beatísimo Padre, le decía en una ocasión dirigiéndole su libro de controversias, yo me prosterno á vuestros pies y me ofrezco á vos con todo lo que puedo y tengo: dadme la vida ó la muerte, aprobad ó reprobad: yo escucharé vuestra voz como la de Jesucristo.» Obras de Lutero, Carta á León X.

La importancia que se lo dió llamándole á la Dieta, haciendo ya su doctrina un asunto religioso y un negocio nacional, y la conducta sin duda no muy discreta del cardenal Cayetano, le envaneció hasta el punto de atreverse ya con el papa.

al concilio general, sino que se desató en denuestos contra la persona y autoridad del pontífice, excitó á los príncipes á que se desprendiesen del yugo del poder papal como ignominioso, proclamó la libertad del linaje humano, y arrebatado de furor reunió á los profesores y alumnos de la universidad de Wittemberg, arrojó delante de ellos al fuego la bula pontificia, é imprimió un comentario del derecho canónico contra la plenitud de la potestad apostólica Con esto era imposible ya toda transacción con el osado heresiarca, y se acercaba el momento de una larga y sangrienta revolución (1).

Todo esto había acontecido durante el viaje de Carlos de Flandes á España, su permanencia primera en este reino y su elección para la corona imperial de Alemania. Cuando Carlos regresó la primera vez en 1520 á Flandes y á los Estados del imperio, halló ya encendido y propagado el fuego de las nuevas doctrinas que había de abrasar sus dominios imperiales, si bien los partidos no habían estallado en guerra material, y ningún príncipe había variado todavía la forma del culto. Sin embargo, la situación era grave: Lutero, condenado como hereje por la silla apostólica, había hecho escarnio de la bula y de las censuras; y la universidad de Wittemberg se había adherido solemnemente á sus doctrinas, y las habían adoptado profesores de mucha nota como Carlostadt, Amsdorft, y princi palmente Melancton, hombre respetado por su ciencia en toda Alemania. Carlos, soberano de muchos y vastos Estados católicos, é interesado entonces en tener la amistad del pontífice, necesitaba cortar las disputas religiosas que tenían en combustión el imperio. Indicamos ya en otra parte, que después de haberse coronado en Aix-la-Chapelle había convocado la Dieta en Worms (enero, 1521). Los legados de la Santa Sede, y principalmente el cardenal Aleander, hombre más ilustrado y científico que los que hasta entonces habían sido enviados para oponerse á la predicación luterana, querían que en la Dieta se procediera por los príncipes germánicos contra un hombre excomulgado ya por el jefe de la Iglesia, y que se le aplicaran las penas temporales, como se había hecho, un siglo hacía, contra Juan Huss y Jerónimo de Praga. Vió no obstante el legado con asombro que Lutero no era ya un simple sectario ni un aislado ideologista, sino un hombre que arrastraba tras sí un gran partido, y á quien defendía y protegía en lo general la población alta y baja, ilustrada é ignorante, y que por todas partes andaban derramados escritos, canciones y pinturas ofensivas y denigrantes al papa y á la corte de Roma.

Insistió por lo mismo el legado en la necesidad de tomar medidas enérgicas contra el declarado ya hereje, y presentó á la Dieta un gran número de proposiciones heréticas sacadas de los escritos de Lutero, principalmente contra los artículos de fe reconocidos por el concilio de Constanza. Entonces se levantó el elector de Sajonia, y pidió que se oyera á Lutero para saber si aquellas proposiciones estaban bien deducidas de sus escritos, y si él las reconocía. Por más que el legado se opuso á esta demanda,

(1) Entonces fué cuando escribió su libro de la «Cautividad de Babilonia,» que tituló así, porque llamaba al pontificado el reino de Babilonia, de cuyo cautiverio exhortaba á los príncipes á salir.

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