dos. El príncipe Federico respondió, que obrar de aquella manera con un hombre que no estaba convencido de error sería un golpe deshonroso y funesto para su universidad de Wittemberg, y no accedió á la reclamación del comisario pontificio. Una nueva Bula del papa en favor de las indulgencias, y condenando y amenazando con excomunión las doctrinas contrarias, ponía á Lutero en el caso de ser considerado como hereje, al propio tiempo que él, para prevenir el efecto de las censuras, apelaba para la decisión de su causa á un concilio general. La muerte de Maximiliano, rey de Romanos (el abuelo de Carlos V), ocurrida á este tiempo, favoreció mucho al progreso de la doctrina luterana; porque creció con ella la autoridad y el influjo del elector Federico de Sajonia, el gran protector del predicador reformista, y su importancia en el colegio electoral de Alemania para la elección de nuevo emperador, que tan interesante era para la Iglesia, retraía al pontífice de proceder de un modo resuelto que incomodara y malquistara á aquel poderoso elector. A favor de estas miras políticas hubo un largo intervalo, en que se notaba cierta falta de energía en la corte de Roma, que alentó á Lutero á dar extensión á su doctrina, haciendo ya entrar en ella los intereses de territorio, y dando á sus predicaciones un carácter de innovación filosófica y política. Atrevióse á declamar contra el fausto y los vicios de la corte romana, á publicar una diatriba contra los papas, á proponer á las naciones una gran reforma del poder pontificio, y á pedir que los emperadores y los príncipes tuvieran sobre los eclesiásticos el mismo poder que los papas, y que éstos y los obispos estuvieran sujetos al poder temporal. Con todo el orgullo de jefe de una secta formidable, escribía ya á León X (abril, 1520), proponiéndole un acomodamiento, pero con la condición de que el papa había de imponer silencio á los dos partidos, y que le había de permitir interpretar la Escritura en defensa de sus proposiciones (1). Convenciéronse con esto el pontífice y los cardenales y prelados de la corte de que no era posible ya reducir á Lutero sino por medio del rigor, y en su consecuencia, y consultados los cánones, se publicó en 15 de junio de 1520, una bula condenando como heréticas cuarenta y una proposiciones sacadas de las obras de Lutero, dándole no obstante el término de sesenta días para que pudiera retractar públicamente sus errores, y de no hacerlo, transcurrido este plazo, serían quemados sus libros, y excomulgado él y sus secuaces, facultando á los príncipes para que se apoderaran de sus personas como de herejes obstinados. El audaz innovador, lejos de intimidarse con esta terrible sentencia, no se contentó con apelar de ella (1) Habíale antes escrito en términos sumamente humildes: «Beatísimo Padre, le decía en una ocasión dirigiéndole su libro de controversias, yo me prosterno á vuestros pies y me ofrezco á vos con todo lo que puedo y tengo: dadme la vida ó la muerte, aprobad ó reprobad: yo escucharé vuestra voz como la de Jesucristo.» Obras de Lutero, Carta á León X. La importancia que se le dió llamándole á la Dieta, haciendo ya su doctrina un asunto religioso y un negocio nacional, y la conducta sin duda no muy discreta del cardenal Cayetano, le envaneció hasta el punto de atreverse ya con el papa. al concilio general, sino que se desató en denuestos contra la persona y autoridad del pontífice, excitó á los príncipes á que se desprendiesen del yugo del poder papal como ignominioso, proclamó la libertad del linaje humano, y arrebatado de furor reunió á los profesores y alumnos de la universidad de Wittemberg. arrojó delante de ellos al fuego la bula pontificia, é imprimió un comentario del derecho canónico contra la plenitud de la potestad apostólica Con esto era imposible ya toda transacción con el osado heresiarca, y se acercaba el momento de una larga y sangrienta revolución (1). Todo esto había acontecido durante el viaje de Carlos de Flandes á España, su permanencia primera en este reino y su elección para la corona imperial de Alemania. Cuando Carlos regresó la primera vez en 1520 á Flandes y á los Estados del imperio, halló ya encendido y propagado el fuego de las nuevas doctrinas que había de abrasar sus dominios imperiales, si bien los partidos no habían estallado en guerra material, y ningún príncipe había variado todavía la forma del culto. Sin embargo, la situación era grave: Lutero, condenado como hereje por la silla apostólica, había hecho escarnio de la bula y de las censuras; y la universidad de Wittemberg se había adherido solemnemente á sus doctrinas, y las habían adoptado profesores de mucha nota como Carlostadt, Amsdorft, y principalmente Melancton, hombre respetado por su ciencia en toda Alemania. Carlos, soberano de muchos y vastos Estados católicos, é interesado entonces en tener la amistad del pontífice, necesitaba cortar las disputas religiosas que tenían en combustión el imperio. Indicamos ya en otra parte, que después de haberse coronado en Aix-la-Chapelle había convocado la Dieta en Worms (enero, 1521). Los legados de la Santa Sede, y principalmente el cardenal Aleander, hombre más ilustrado y científico que los que hasta entonces habían sido enviados para oponerse á la predica ción luterana, querían que en la Dieta se procediera por los príncipes germánicos contra un hombre excomulgado ya por el jefe de la Iglesia, y que se le aplicaran las penas temporales, como se había hecho, un siglo hacía, contra Juan Huss y Jerónimo de Praga. Vió no obstante el legado con asombro que Lutero no era ya un simple sectario ni un aislado ideologista, sino un hombre que arrastraba tras sí un gran partido, y á quien defendía y protegía en lo general la población alta y baja, ilustrada é ignorante, y que por todas partes andaban derramados escritos, canciones y pinturas ofensivas y denigrantes al papa y á la corte de Roma. Insistió por lo mismo el legado en la necesidad de tomar medidas enérgicas contra el declarado ya hereje, y presentó á la Dieta un gran número de proposiciones heréticas sacadas de los escritos de Lutero, principalmente contra los artículos de fe reconocidos por el concilio de Constanza. Entonces se levantó el elector de Sajonia, y pidió que se oyera á Lutero para saber si aquellas proposiciones estaban bien deducidas de sus escritos, y si él las reconocía. Por más que el legado se opuso á esta demanda, (1) Entonces fué cuando escribió su libro de la «Cautividad de Babilonia,» que tituló así, porque llamaba al pontificado el reino de Babilonia, de cuyo cautiverio exhortaba á los príncipes á salir. diciendo que un asunto de fe decidido ya por el pontífice no podía someterse al examen de una asamblea de legos y de eclesiásticos, el emperador y los príncipes adoptaron la petición del de Sajonia, alegando que no se le oía para juzgar de sus creencias, sino para saber de su boca si era verdad que había enseñado aquello. A petición, pues, del elector Federico se llamó á Lutero, y el emperador expidió un salvoconducto para que pudiera venir con seguridad á la Dieta. De este modo el negocio de la reforma iba á ser tratado públicamente en una asamblea nacional, y este fué uno de los pasos más importantes, tal vez de los más inoportunos é imprudentes que señalaron la historia de la reforma. En este viaje empezó á experimentar Lutero cuánta era su popularidad. Muchedumbre de gente de todas clases afluía á los caminos con el afán de conocerle y saludarle. Aun después de llegar á Worms, para ir desde su alojamiento al salón de la Dieta fué menester que el mariscal del imperio le hiciera pasar por los jardines de detrás del edificio para que no embarazara su tránsito la multitud. Cuando se presentó en la asamblea, pálido, macilento de una fiebre que padecía, y con el semblante descompuesto, al verle el emperador se volvió al que estaba á su lado y le dijo: Nunca este hombre me hará á mí ser hereje. Preguntado por un vicario del arzobispo de Tréveris á nombre del emperador y de la asamblea si reconocía por suyos los libros que se le presentaban, y si sostenía las proposiciones en ellos contenidas, respondió á lo primero afirmativamente, y en cuanto á lo segundo pidió algún tiempo para reflexionar. Diferida la contestación para el día siguiente, la respuesta fué que no tenía de qué retractarse, y menos de las doctrinas que se referían á la tiranía de los papas, concluyendo con decir que, como pecador que era, podría haber errado, pero que para retractarse era menester que le convencieran por la Escritura. «Aquí, le replicó el canciller, no nos heinos reunido á discutir, sino á oir de vuestra boca si estáis dispuesto á hacer una retractación.-Pues eso, repuso Lutero con voz firme, no me lo permite mi conciencia. >> Oída esta respuesta, se le despidió; y entonces el emperador declaró ante los príncipes alemanes que estaba firmemente resuelto á consagrar todo su poder, su imperio y su misma vida, á mantener íntegro é ileso el dogma católico y las doctrinas de la Iglesia romana que habían profesado sus abuelos los emperadores de Alemania, los reyes católicos de España, y los duques de Austria y de Borgoña, y á cortar con mano vigorosa el vuelo á las perniciosas máximas del innovador. Por consecuencia, en conformidad á la bula del papa, declaraba herejes á Lutero y sus secuaces, y prohibía á todos sus súbditos del imperio germánico oir sus doctrinas, y menos darle ningún género de asilo, so pena de ser extrañados de los dominios imperiales; mandaba quemar todos los libros, papeles ó estampas que representaran sus principios ó doctrinas, ó atacaran la fe, ó vilipendiaran la autoridad ó persona del pontífice, y que no se imprimiera obra ó escrito alguno sin la licencia del prelado diocesano (1). (1) Schannat, Hist. de Worms.-Maimbourg, Hist. del Luteranismo.-Sleidan, Carlos creía y se proponía sofocar así y ahogar el torrente de la revolución religiosa; y al deber en que se contemplaba de extirpar la herejía de sus dominios hereditarios, se agregaban los consejos de los españoles y napolitanos que le exigían usase de rigor y severidad. Algunos querían que empleara en el acto medios violentos contra Lutero, ya que le tenía allí; pero él se negó á quebrantar su palabra imperial, y el que le otorgó salvoconducto para la ida quiso también que le tuviese para la vuelta. Temeroso sin embargo el elector de Sajonia de que se atentara secretamente contra la vida de su protegido, despachó al camino unos caballeros enmascarados. que transportaron á Lutero de noche y atravesando un bosque al castillo de Warzburgo cerca de Eisenach, donde le tuvo oculto hasta que se calmara el furor de sus perseguidores. Por de pronto un edicto imperial de Worms (8 de mayo, 1521) le condenaba á ser preso y entregado al emperador con sus sectarios, do quiera que fuesen habidos, espirado que hubiese el plazo, y sus libros se quemaban públicamente. En Roma produjo esto grande alegría, y aun en Alemania creían muchos que terminaría así la contienda. Pero el español Valdés, más previsor que todos, escribía á un amigo suyo de la Dieta: «Lejos de ver yo el desenlace de esta tragedia, creo que principia ahora, porque veo los ánimos en Alemania muy exaltados contra la Santa Sede.»> En efecto, por una parte Martín Lutero en su retiro de Warzburgo, que él solía llamar su Isla de Pathmos (por alusión á la isla en que San Juan escribió su Evangelio), se ocupaba en traducir al idioma vulgar alemán la Santa Biblia, ejemplo que imitado por otros y en otras naciones, y admitida la libertad de interpretación, había de hacer más daño á la unidad católica que todas sus predicaciones; y escribía contra las formas vigentes del culto, contra la misa rezada, contra la confesión auricular y contra la comunión de los legos bajo una sola especie. Sufrió no obstante en este tiempo su doctrina dos fuertes ataques; uno de la respetable universidad de París, que explícitamente la condenaba por un soleme decreto, otro de parte del rey Enrique VIII de Inglaterra, que escribió y publicó un tratado de los Siete Sacramentos en impugnación de un libro de Lutero que titulaba el Cautiverio de Babilonia La obra del monarca inglés agradó tanto al Sumo Pontífice, que en remuneración de su celo le dió el título de Defensor de la fe. Pero tales impugnaciones irritaron tanto al solitario heresiarca, que desde entonces sus escritos eran libelos infamatorios, en que derramaba la hiel con la pluma, en un estilo grosero, soberbio é insultante, que reprendía su mismo discípulo Melancton, más templado que él, y que hacía decir á Erasmo, el hombre más sabio de su tiempo, que Lutero todo lo llevaba al extremo, y que era un Aquiles desapiadado en su cólera (1). De Statu religionis, etc.—Pallavicino y Sarpi, Hist. del concilio de Trento.— Luden, Historia de Alemania, t. V.--Sandoval, lib. XIX. (1) «No sé, decía hablando del rey de Inglaterra, si la locura misma puede ser tan insensata como la cabeza del pobre Enrique. ¡Oh! Quisiera cubrir esta majestad inglesa de lodo y de inmundicia! Tengo derecho á ello... Venid, señor Enrique, yo os enseñaré. Veniutis, domine Henrice, ego docevo vos.» Obras de Lutero. Sobre lo cual observaba el Por otra parte en Wittemberg, en Francfort, en Nuremberg, en Hamburgo y en otras ciudades alemanas de primer orden estallaban horribles disturbios, promovidos por Carlostadt y otros de sus más violentos sectarios: se atacaba las iglesias, se hollaban las imágenes de los santos, y se despedazaban furiosamente los confesonarios y los altares. Mostróse Lutero muy indignado contra estos desórdenes, que no eran sino el fruto de sus predicaciones y sus escritos, y saliendo de su mansión de Warzburgo, sin esperar el permiso del elector (marzo, 1522), se presentó en Wittemberg á apaciguarlos. Fué una desgracia para la Iglesia católica que en las alteraciones políticas de España, los asuntos de Flandes, de Italia, de Navarra, y las guerras de Francisco I de Francia, de que dejamos dada cuenta en los anteriores capítulos, distrajeran la atención de Carlos V de la cuestión religiosa en Alemania, llamándosela á tantas partes á un tiempo, y de un modo tan grave. La elevación de su súbdito el virtuoso y honrado Adriano VI á la silla pontificia por muerte de León X, se creyó que hubiera podido remediar mucho los males que aquejaban á la Iglesia, y así lo intentó el antiguo regente de España, procurando por una parte reformar las viciadas costumbres del clero romano, que era la mejor reforma que podía oponer á la reforma herética, y combatiendo por otra parte con energía la doctrina luterana. Pero ni en lo uno ni en lo otro fué ayudado aquel buen pontífice. En otra parte dijimos ya cómo su excesiva modestia había sido un obstáculo para el cumplimiento de sus buenos deseos en la corte de Roma. En la Dieta de Nuremberg, que se congregó entonces para ver de atajar los progresos del luteranismo, tampoco se vieron correspondidas sus loables intenciones. Dominó en aquella Dieta un tercer partido reformista, que no era ya el luterano puro, pero que en vez de impulsar el movimiento católico, hizo prevalecer las opiniones de una reforma filosófica. Expusiéronse en aquella asamblea cien artículos, comprensivos de otros tantos agravios, quejas ó acusaciones contra la corte romana, que se fundaban en las mismas declaraciones del pontífice Adriano sobre la relajación de las costumbres del clero católico que el papa tanto lamentaba (1523). Para prevenir los excesos populares, se decretaron en aquella Dieta, no obstante la intervención del nuncio apostólico, varios puntos de disciplina, como la supresión de las dispensas de parentesco, de la predicación de las indulgencias, de la abstinencia, de las annatas, de los votos monásticos, y la disminución del número de fiestas (1). Concluyó, pues, su breve vida pontifical el bondadoso Adriano VI con la amargura de no haber podido detener el torrente de las reformas. Antes bien la resistencia al pontificado se organizaba en muchos países y naciones de Europa; una especie de vértigo de innovación se había apoderado de los espíritus; no sólo la Alemania, sino la Dinamarca y Suecia sabio Erasmo que Lutero debía haber cuidado primero de aprender á escribir bien en latín. (1) Historia de los soberanos pontífices: Vida de Adriano VI.-Las historias citadas del Luteranismo y de la Reforma.-Guicciardini, Luden, Jovio, Sandoval, Robertson y otros. TOMO VIII 17 |