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disfrutar pacíficamente á España. Mas aunque se había reservado el valor de cien mil pesos á Almagro, quejóse éste amargamente de la desigualdad del repartimiento, y de que Pizarro se había adjudicado la mayor parte. A fuerza de regalos y promesas aplacó otra vez Pizarro á su compañero, y los dos quedaron nuevamente reconciliados (1533).

Poco valieron al infeliz Atahualpa los sacrificios por su rescate. Denun. ciado como autor de una conspiración horrible, por un miserable llamado Felipillo, sometiósele á un tribunal que le condenó á ser quemado vivo. El mismo Pizarro le intimó la sentencia. Lágrimas, ruegos, ofrecimientos, todo lo empleó en vano el prisionero; lo único que hizo Pizarro fué conmutarle la pena de hoguera en la de garrote, y eso porque había accedido á bautizarse. Así expió Atahualpa los crímenes con que había manchado su elevación al trono. Su muerte produjo la turbación y la anarquía en el imperio, y su familia fué ferozmente sacrificada por un general ingrato. Aprovechándose Pizarro de este desorden, y habiendo recibido refuerzos de Panamá, avanzó hasta la capital, donde entró con poca resistencia. El oro que hasta entonces habían visto los españoles, era muy poco en comparación del que hallaron en Cuzco: este metal llegó á perder su valor hasta entre los soldados.

Noticioso y envidioso de tanta riqueza el capitán Belalcázar, á quien Pizarro había dejado encomendada la colonia de San Miguel, formó el proyecto de apoderarse por su cuenta de la gran ciudad de Quito, y lo consiguió á fuerza de valor y de constancia, y de superar dificultades que parecían invencibles. Pero engañóse en sus codiciosas esperanzas, pues no sólo no encontró el resto de los tesoros de Atahualpa que iba buscando, sino que los habitantes al abandonar la ciudad se habían llevado todos los objetos de algún valor.

Cuando así marchaba la conquista, hubo motivos para temer que estallara una guerra fatal entre los mismos caudillos españoles. Alvarado, uno de los más valientes capitanes de Hernán Cortés, noticioso de los triunfos de Pizarro, y no bien hallado con la quietud del gobierno de Guatemala que entonces tenía, corrióse con sus tropas al Perú, y después de sufrir en su marcha grandes fatigas y horribles padecimientos, presentóse también delante de Quito. Salieron á su encuentro Almagro y Belalcázar, y cuando se temía de un momento á otro un choque sangriento entre ambos ejércitos, afortunadamente no faltó quien intercediera con interés y con éxito en favor de la paz, y contentándose Alvarado con un donativo de cien mil pesos como indemnización de los gastos de su expedición, prometió renunciar á todo proyecto contra el Perú y volverse á su gobierno de Guatemala. Pizarro, que deseaba también libertarse de un rival tan temible, le hizo presente de otra igual suma, y Alvarado agradecido le dejó al retirarse casi toda la tropa que mandaba (1534).

Entonces fué cuando Francisco Pizarro se dedicó á realizar el proyecto que había formado de fundar una ciudad que fuese el centro de sus conquistas y la residencia de su gobierno. Eligió para ello un valle agradable y fértil, y ejecutáronse con tal actividad las obras, que en un momento se vió levantada como por ensalmo una gran población con palacios y casas magníficas. Esta ciudad era Lima (1535).

Había entretanto venido á España su hermano Fernando con el oro y la plata que constituía el quinto del emperador, y que se elevaba á una cuantiosísima suma. La nación y su monarca participaron de igual regocijo, y no había elogios que no se prodigaran al conquistador del Perú. Diósele el título de marqués de las Charcas, y se le confirmó el de gobernador de aquellas regiones, que se nombraron Nueva Castilla, extendiendo su jurisdicción á otras setenta leguas más de la costa meridional. A Almagro, además del título de adelantado. se le dió el gobierno independiente del gran territorio de Chile, aunque no conquistado todavía. Estos nombramientos produjeron vivas disputas entre los dos conquistadores, que estuvieron á punto de dar el lamentable espectáculo de una guerra civil. Avenidos al fin por tercera vez los dos caudillos, y confirmado su ajuste en los altares con juramento solemne, Almagro partió para las deliciosas y fértiles regiones de Chile, donde no nos es posible seguirle en todos los obstáculos que tuvo que superar, ni en sus luchas con los audaces y robustos chilenos.

Una insurrección general de los peruanos contra los opresores de su país, á cuya cabeza se puso el Inca Mango, estalló de la manera más imponente. Por todas partes eran degollados los destacamentos españoles que cobraban los tributos en las provincias. Un ejército de doscientos mil insurrectos se dirige á atacar á Cuzco, otro casi igual acomete á Lima. De los tres hermanos Pizarros que defendían á Cuzco, Juan, Fernando y Gonzalo, el primero muere de una pedrada, los otros dos son acorralados en un barrio de la ciudad. Todas las partidas que el marqués Francisco Pizarro envía en su socorro, son acuchilladas en el camino, y él tiene harto qué hacer con atender á Lima. Por fortuna llega al valle de Jauja con un refuerzo considerable Alfonso Alvarado, hermano del gobernador de Guatemala, y con su auxilio derrota el intrépido conquistador del Perú al ejército sitiador de Lima, ahuyentándole á la montaña. Pero en esto Diego de Almagro, discurriendo que en su gobierno debe estar comprendida la provincia de Cuzco, marcha desde Chile con su ejército derecho á aquella ciudad, sorprende y derrota á los peruanos que ocupaban la mayor parte de la población, hace prisioneros á los dos Pizarros encerrados en un barrio de ella, revuelve contra Alvarado que marchaba á socorrerlos, seduce sus tropas en Abancay, y le hace prisionero también. Aconséjanle que quite la vida á los tres ilustres presos, pero Almagro rechaza la proposición, y se mantiene en Cuzco en expectativa de la resolución que tomara Francisco Pizarro (1537).

El imperio del Perú se ve dividido entre dos antiguos compañeros asociados con juramento, ahora terribles enemigos, que dominan en sus dos capitales, Almagro en Cuzco, y Francisco Pizarro en Lima.

En tan crítica situación, Pizarro, sin perder su serenidad, recurre para vencer á su adversario á mañosas y artificiosas negociaciones, entretiénele con proposiciones engañosas de reconciliación, hasta que lograda la reunión de sus dos hermanos y de Alvarado, y recibidos considerables refuerzos, declara abiertamente á Almagro que está resuelto á que se decida la cuestión con las armas. Almagro, anciano ya, achacoso y herido, ordena que sus tropas al mando de su teniente, el valeroso Rodrigo Or

dóñez, le esperen en el campo de las salinas á media legua de Cuzco, Se da un combate sangriento entre los dos ejércitos españoles; el de Almagro flaquea; Ordóñez cae prisionero, y un soldado le corta la cabeza de un sablazo con bárbara ferocidad: el ejército de Almagro queda vencido (26 de abril, 1538). El mismo Almagro, testigo de la derrota desde un recuesto en que estuvo presenciando la batalla, busca su salvación en la fuga, pero es alcanzado y preso, y conducido con cadenas á Cuzco, que se rinde sin resistencia al vencedor. Su muerte es lo único que puede saciar la venganza de los Pizarros. Acusado del delito de alta traición y sometido á un tribunal, ya se sabía que los jueces le habían de condenar á la última pena. El anciano guerrero se siente abatido por la primera vez de su vida: invoca los recuerdos de su antigua amistad con Pizarro, implora compasión, alega la generosidad con que él se ha conducido con los hermanos Pizarros que tuvo en su poder, enseña su blanca cabellera por la cual ha pasado la nieve de setenta y siete inviernos, interesa y enternece á los soldados. pero no ablanda el empedernido corazón de los Pizarros. «Pues bien, exclama recobrando súbitamente su antiguo valor, libradme de esta vida, y sáciese vuestra crueldad con mi sangre.» Este hombre insigne sufrió la muerte de garrote en la prisión, y su cabeza fué cortada después en la plaza pública de Cuzco.

La crueldad de los Pizarros indignó á muchos, suscitó vengadores, y no faltó quien denunciara sus tiranías á la corte de España. Fernando Pizarro que se presentó en ella á defender su conducta y la de sus hermanos, escandalizó con el lujo más que regio de que hacía ostentación, y en vez del resultado favorable que confiaba conseguir, se creyó conveniente asegurar su persona, y fué arrestado primeramente en el alcázar de Madrid, y trasladado después al castillo de la Mota de Medina del Campo. Se envió al Perú en calidad de comisario regio á Vaca de Castro, hombre pundonoroso, severo é incorruptible, investido con las facultades de poner en otras manos el gobierno del Perú si lo creyese conveniente, y con la comisión de residenciar la conducta de Pizarro, que seguía ejérciendo allí un despotismo insolente, y distribuyendo á su arbitrio entre sus parientes y favoritos las tierras más fértiles y mejor situadas.

Mas antes que llegase el comisionado regio, otros se habían encargado de juzgar á Pizarro de una manera menos legal, pero más enérgica. Un oficial instruído y hábil llamado Juan de Rada, con quien se había educado un hijo del desgraciado Almagro, joven que revelaba la misma firmeza de carácter que su padre, hizo su casa el centro y foco de una conspiración para matar á Pizarro y sus allegados. El astuto Rada tuvo ardid para tranquilizar al gobernador sobre las sospechas que ya le habían hecho concebir de la conjuración; y tal era la confianza de Pizarro, fiado en su máxima: «el poder que tengo para cortar la cabeza á los demás, garantiza la mía, que aunque recibió diferentes avisos, hasta del día en que se había de ejecutar el proyecto, siempre le tuvo por imaginario, y la única precaución que tomó aquel día fué no salir de casa, y hacer que le dijeran la misa (que era domingo) en su palacio. Por lo demás comió á la hora de costumbre con los oficiales que tenía convidados (26 de junio, 1541). Aprovechándose el intrépido Rada de aquella imprecaución, sale de

casa del joven Almagro con diez y ocho de los conjurados, y lanzándose á la calle con las espadas desnudas al grito de «¡viva el rey! ¡muera el tirano!» que era la señal convenida, acuden los demás conjurados y se precipitan todos al palacio del gobernador. Tal era el odio á la dominación de Pizarro, que al verlos las gentes pasar por la plaza, se decían unos á otros con indiferencia: «esos van á matar al marqués, ó al secretario Picado.» Pizarro, á quien acompañaban solamente Francisco Martínez de Alcántara su hermano de madre, un caballero y dos pajes (los demás habían desaparecido al ruido de los agresores que penetraban en su aposento), se arma repentinamente, y sin tiempo para ajustarse la coraza, empuña su escudo y su espada, y gritando: «valor, amigos, y á ellos que traidores son!» se lanza sobre ellos, y se empeña una lucha desigual, y más desesperada que provechosa. Su hermano cae muerto á sus pies, y él mismo, después de parar muchos golpes, fatigado ya y rendido su brazo, recibe una estocada en el cuello, y el vencedor de tan innumerables huestes en los campos de batalla sucumbe en su aposento á manos de uno de sus oficiales.

Así pereció el célebre Francisco Pizarro, hombre singular, que con sólo su valor y su natural talento, falto de toda clase de instrucción y sin haber llegado á saber escribir su nombre, que tenía que poner su secretario entre dos rasgos que para firmar trazaba él con su pluma, llegó á conquistar dilatados reinos y á gobernarlos y dirigirlos.

Los conjurados se derramaron por la ciudad con las espadas ensangrentadas anunciando la muerte del tirano, y proclamando al joven Almagro único y legítimo gobernador del Perú. «Si entonces el viejo Almagro, dice un erudito historiador español, pudiera levantar la cabeza y contemplar á su hijo sentado en aquella silla y debajo de aquel dosel, gozara en su melancólico sepulcro algunos momentos de satisfacción y de alegría. ¡Pero cuán cortos fueran, y cuán acerbos después á su corazón paternal! Veríale, al frente de un partido furioso, sin talento para dirigir y sin fuerza para contener: divididos sus feroces capitanes, y matándose desastradamente unos á otros sin poderlo él estorbar: arrastrado por ellos á levantar el estandarte de la rebelión y á pelear contra las banderas de su rey: vencido y prisionero, pagar con su cabeza en un patíbulo la temeridad y yerros de su mal aconsejada juventud: y llevado por fin á la sepultura de su padre, con quien se mandó enterrar, pudieran ver los dos en sus comunes infortunios cuán peligroso poder es el que se adquiere con delitos.>>

No nos compete á nosotros proseguir la historia de aquellas regiones, y aun hemos llegado hasta aquí por no dejar de dar noticia del fin que tuvieron los dos mayores y más famosos conquistadores del Nuevo Mundo después de Cristóbal Colón.

Así mientras Carlos de Austria destruía las libertades en Castilla, dos castellanos le estaban conquistando vastos imperios en el Nuevo Mundo, y mientras unos españoles le aprisionaban reyes en Europa y en Africa, en Pavía, y en Túnez, otros españoles encarcelaban y enjaulaban emperadores y soberanos y derrocaban tronos en las regiones transatlánticas, y sujetaban al cetro de Carlos V dominios sin límites (1).

(1) El que desee noticias más extensas acerca de la conquista de Méjico, que á

CAPÍTULO XIX

CARLOS V SOBRE TÚNEZ

1535

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Alarma en que Barbarroja había puesto las naciones cristianas.-Quién era Barbarroja: sus famosas piraterías: su elevación y encumbramiento.-Cómo se hizo rey de Argel.-Hácese gran almirante de Turquía.-Conquista de Túnez.-La Europa asustada vuelve los ojos á Carlos V.-Proyecta el emperador pasar á África.-Grandes preparativos.-Naciones y flotas que concurren á la empresa.- Parte la grande armada de Barcelona.-Carlos y su ejército en África.-Célebre sitio y ataque de la Goleta.-Porfiada resistencia de los de Barbarroja.-Fuerza numérica de cristianos y moros.-Combates: hazañas.-Rasgo de nobleza del emperador.-Terrible tempestad.-Preséntase en el campamento imperial el destronado rey de Túnez, Muley Hacen.-Trabajos que pasaron los cristianos.-Ataque general de la Goleta.—La toman.—Marcha el ejército imperial sobre Túnez.-Jornada penosa.-Disposiciones de Barbarroja para là defensa.-Espera á los imperiales fuera de la ciudad.-Derrota y retirada de Barbarroja.--Huye de Túnez.-Hecho notable de los cautivos cristianos. Entrada de Carlos V en Túnez.-Saqueo: excesos de la soldadesca.-Repone á Muley Hacen en el trono, y con qué condiciones.-Sale el emperador de África y pasa á Italia.—Fama y reputación que ganó con esta expedición Carlos V.

Volviendo ya á los sucesos que acá en el Antiguo Mundo dejamos pendientes y en que andaban envueltos el monarca y la nación española, el lector recordará que en el capítulo XVII quedaba el emperador Car

nosotros, en conformidad al objeto y plan de nuestra obra, no nos incumbía sino apun tar, hallará cuantas pudiera apetecer en los autores y escritos siguientes: Bernal Díaz del Castillo, Hist. de la Conquista. - López de Gomara, Crónica de las Indias. - Antonio de Herrera, Historia general de las Indias.-Itinerario de la isla de Yucatán, por el capellán de Juan de Grijalva, MS.-Fr. Bartolomé de las Casas, Hist. general de las Indias.-Solís, Hist. de la conquista de Méjico.-Memorial de Benito Martínez contra Hernán Cortés, MS. - De rebus gestis Ferdinandi Cortesii, MS.—Declaración de Puertocarrero, MS. - Declaración de Montejo, idem. - La carta de Veracruz, idem. - Mártir de Angleria, De orbe novo, y de Insulis nuper inventis.-Oviedo, Hist. nat. y gener. de las Indias. - Camargo, Hist. de Tlascala, MS.-Clavigero, Stor. del Messico.- Tezozomoc, Crónica Mejicana. - Sahagún, Hist. de Nueva España.- Robertson, Hist. de América. -Moratín, Las Naves de Cortés.-Prescott, Hist. de la Conquista de Méjico. Con respecto á la del Perú, pueden verse las siguientes: El P. José Acosta, Historia natural de las Indias.-Pedro Mártir de Angleria: De rebus Oceanicis decades.-Relatione d'un capitan spagnuolo della conquista del Perú.-Pedro de Cieza de León, la Crónica del Perú. - Paul Chaix, Histoire de l'Amérique Meridionale. - Frezier, Voyage aux côtes du Peru, du Chili, et du Brésil. - Garcilaso de la Vega, Historia de los Incas.-Garcilaso de la Vega, Historia de las guerras civiles de los españoles en las Indias.-Antonio de Herrera, Hist. general de las Indias Occidentales.-Washington Irving, Los compañeros de Colón. - Gonzalo de Oviedo, Hist. general de las Indias Occidentales. - William Prescott, History of the Conquest of Peru. - Ramusio, Viaje de Francisco Pizarro, etc. Ternaux-Compans, Voyages, relations et mémoires, etc.-Ulloa, Memorias filosóficas, históricas y físicas de América.-Juan Velasco, Hist. del reino de Quito. - Francisco

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