dirigió su postrera mirada de piedad, que para gloria suya quedó consignada en su testamento. Hay motivos para creer que al mismo Fernando se le ocultaron los excesos que comenzaron después. El regente Cisneros quiso ya remediarlos y mejorar la condición de los indios. ¿Pero era fácil á tan inmensa distancia? El segundo cargo encierra también una grande y triste verdad. España no supo aprovecharse de las inmensas riquezas con que la brindaba la posesión de las feracísimas é ilimitadas regiones conquistadas por Colón y sus sucesores. Mejor diremos que tuvo el funesto don de empobrecerse con la superabundancia de la riqueza. Como un arroyuelo primero, y como un copioso río después, venía el oro y la plata de las fecundísimas minas de aquellas colonias. Inundando la España estos preciosos metales y estancándose en su seno como una laguna sin desagüe, la nación, al parecer, más rica de Europa, padecía una especie de plétora que la mataba, y se encontró pobre en medio de la opulencia, como el avaro rey de la fábula. Creyendo los españoles, como entonces se creía comunmente, que la mayor riqueza de un país consiste en la mayor abundancia de oro, descuidaron la riqueza positiva que tenían en la superficie de la tierra, y la iban á buscar en sus entrañas; sacaban de los subterráneos la plata y el oro, y los hombres quedaban sepultados en los subterráneos, ocupando el hueco de los metales que se extraían. Veían que cuanto más abundaban el oro y la plata subían más los precios de los artículos de consumo, de los artefactos y de la mano de obra, y aun no comprendían que era menester dar salida al metal que los ahogaba, derramarle por Europa bajo todas las formas, en moneda, en muebles, en adornos y utensilios, y abrir en el mundo entero un vasto mercado en que consumir el sobrante de su oro y de su plata como una primera materia, de que hubieran podido hacer un monopolio inmensamente productivo. Al contrario, aplicando á los metales las fatales leyes restrictivas heredadas de sus abuelos, como á todos los demás productos, siguió prohibiéndose la extracción de oro y de plata lo mismo que en los tiempos en que su escasez pudo haber hecho conveniente la prohibición. En la ciencia económica, como en otras ciencias, un error engendra otro error. Y aplicando á las producciones y á las manufacturas para abaratarlas el mismo sistema prohibitivo, sucedía que no extrayéndose de España ni su oro ni sus productos indígenas, en vez de los remedios que buscaban, aumentaban los males: el valor del oro, que había de crecer, disminuía, y el de las mercancías, que había de abaratar, iba creciendo. De aquí la extinción de la actividad industrial, viniendo á ser la Península tributaria de la industria extranjera. Sólo el interés individual buscaba instintiva y clandestinamente el equilibrio de la balanza mercantil, y el contrabando del dinero suplía en parte lo que no hacían las leyes. Ni aun siquiera se supo establecer el oportuno comercio de cambio entre la metrópoli y las colonias, entre las producciones naturales é industriales. del nuevo y del antiguo mundo, que por mucho tiempo hubiera podido monopolizar España. ¿Culparemos á Fernando é Isabel de estos errores económicos? TOMO VIII 3 En primer lugar, Isabel, con noble corazón y con miras más altas que el interés y las ganancias materiales, había cuidado más de civilizar los indios que de explotar su suelo. En segundo lugar, Isabel, en los doce años que mediaron entre el descubrimiento de América y su muerte, harto hizo en procurar que los habitantes de las nuevas regiones participaran de la cultura, de los productos, de las artes y de las comodidades de la metrópoli, trasportando para aclimatar en aquel suelo las semillas alimenticias y los vegetales más preciosos de España, el trigo, el arroz, el lino, el cáñamo, el olivo y la viña; los animales que sirven de sustento al hombre, como las aves, el ganado de cerda, el lanar y el cabrío, y los que le ayudan al trabajo y laboreo de la tierra, como el buey, el asno y el caballo. Después de la muerte de la reina fué cuando se empezó á cuidar menos del fomento y prosperidad de las colonias que de satisfacer la codicia de los pobladores castellanos, y de traer á la Península cuanto oro y plata se pudiese, de cualquier modo y sin reparar en los medios. No estamos lejos de calificar de un error nacido de la mejor intención de Isabel el haber dejado en herencia á su esposo la mitad de las rentas de Indias, que pudo ser un estímulo á la codicia de Fernando para hacer subir cuanto pudiese sus productos. Después fué cuando se reprodujo bajo el modesto nombre de encomiendas el sistema fatal de los repartimientos de indios que Isabel había desaprobado, y que fué una de las mayores causas de la despoblación de aquellos fértiles países, de la degradación y la ruina de sus naturales, de los malos tratamientos y crueldades de los españoles y del odio que contra éstos se fué engendrando. Pero dado que los monarcas erraran en el sistema de administración que impidió el desarrollo de la mutua prosperidad de la metrópoli y de las colonias, el error no era de ellos solos, era de todo el pueblo, era de las cortes mismas, que acostumbradas á las leyes restrictivas de épocas anteriores, que constituían una especie de educación popular y tradicional, seguían proponiendo y abogando siempre por las medidas prohibitivas, y dos años después de la muerte de Fernando, las cortes de Valladolid, deplorando la subida diaria de los precios de los productos y artefactos de Castilla, y atribuyendo este mal á las remesas que se hacían á América, proponían como único remedio la prohibición de las exportaciones. Tenemos, no obstante, dos observaciones que hacer, no en justificación, pero sí en disculpa de los errores y desaciertos de los reyes y del pueblo español en este reinado. Es la primera la ignorancia de los verdaderos y más sencillos principios de economía política que generalmente había en aquel tiempo en todas las naciones. Hay verdades que hoy nos parecen muy palmarias, y que sin embargo tardaron en descubrirlas los hombres; tales son las de la ciencia económica, creación que podemos llamar de ayer, y que aun dista mucho de haber llegado á su perfección. El sistema restrictivo era el sistema de la edad media en toda Europa, y todo el mundo creía entonces que la mayor riqueza de una nación consistía en la mayor masa ó suma de oro que poseyera. ¿Será, pues, justo asombrarnos de que lo creyera también la España? Es la segunda, que los errores del sistema de administración coloniai no hicieron sino comenzar en el reinado de los Reyes Católicos. El descu |