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emperador envió al marqués del Vasto y al de Agilar á reconocer la Goleta, distante sólo unas cinco millas, mientras las galeras de Andrés Doria ganaban una torre llamada del Agua, por contener dentro ocho pozos de agua dulce.

Sorprendido se quedó Barbarroja cuando supo que en aquella armada iba en persona el emperador de los cristianos, cosa que no creía en la estación de verano tan rigurosa en África y tan peligrosa para los europeos. Disimuló, no obstante, y le dijo á uno de sus privados: Yo te prometo que esa tan poderosa armada que has visto venir no la verás volver, y cuanto mayor sea, tanto más rico despojo espero de ella Hizo luego alarde de su gente, y halló que tenía ocho mil turcos, ochocientos genízaros, siete mil flecheros moros, otros siete mil armados de lanzas y azagayas, y ocho mil alárabes, que montaban los caballos en pelo á estilo de los antiguos númidas. Encerró en la alcazaba todos los cristianos cautivos; mandó salir de la ciudad en el término de tres días á los que no tuvieran valor para esperar, juntó á los capitanes de mar y tierra, arengó á todos, pasó á reforzar la guarnición de la Goleta, cuya defensa encomendó al judío Sinán, renegado, el más valiente de sus piratas, diciéndole que en ello estaba el reino, la honra y la vida, y se volvió á Túnez.

Después de algunos días de escaramuzas por mar y por tierra á las inmediaciones de la Goleta y de la ciudad, en que se hicieron de una y otra parte algunos daños y algunas presas (1), determinó el emperador atacar primeramente la Goleta (2), como llave que era de la ciudad y aun de todo el reino, á pesar de las grandes dificultades que ofrecía. Adelantóse para ello el galeón de Portugal, llevado á remo por dos galeras, y comenzó á bombardearla con ochenta bocas de fuego y sesenta tiros pequeños (18 de junio). Hízose la conveniente distribución y colocación del ejército y artillería, y se dió principio á una serie de combates diarios, en que por una y otra parte menudeaban los peligros y las hazañas. El 21 de junio llegó al campamento imperial una compañía de albaneses (llamados capeletes por unos sombreros altos que llevaban), los cuales se señalaron entre todos por su valor y manera de pelear. Por este orden fueron acudiendo tantos aventureros al campo de los cristianos, que entre los que llevaban armas y podían manejarlas en caso de necesidad, juntó el emperador sobre Túnez hasta cincuenta y cuatro mil hombres. Era admirable el orden que reinaba entre gentes de naciones tan diversas; sólo los tudescos solían alguna vez desmandarse, y uno de ellos puso un día en peligro la vida del emperador, encarándose contra él con su arcabuz por haberle tocado con el cuento de la lanza para hacerle entrar en orden, pero cogido y entregado al marqués del Vasto, pagó con su vida el que había que

(1) Cuenta Sandoval que entre varios renegados que se pasaron al campo imperial y que fueron perdonados, había uno que había sido fraile en Sevilla, y venía con turbante turco, barba rapada, largos mostachos, y una guedeja de pelo en la coronilla, el cual fué quemado de orden del emperador por el licenciado Mercado y el alguacil Salinas.

(2) Llamóse así esta célebre fortaleza, de gola ó cuello, por estar en una garganta que hace una ensenada que del mar va á la gran laguna ó estanque. La descripción de este fuerte puede verse en Sandoval, lib. XXII, núm. 12.

rido atentar á la del César. Los trabajos que los cristianos pasaban por el calor eran grandes, la artillería de uno y otro campo jugaba de continuo, los encuentros de la infantería y caballería eran diarios, y entre tantos valientes se señalaban por sus proezas los españoles don Juan de la Cueva, Pedro Juárez, Garcilaso de la Vega y muchos otros.

Una sorpresa que hicieron los turcos de la Goleta á las compañías italianas del conde de Sarno que hallaron dormidas reposando de las fatigas de la noche (23 de junio), costó la vida á muchos capitanes y soldados, y entre ellos al mismo conde, cuya cabeza y mano derecha presentaron los turcos á Barbarroja. Celebraron aquel triunfo con feroz alegría, y se animaron á acometer al día siguiente las estancias de los españoles, bien que los hallaron más apercibidos, y sin otro fruto que derramarse bastante sangre de una parte y de otra. En todos estos casos, que eran frecuentes. el emperador no dejaba nunca de acudir en socorro de los suyos armado de lanza y adarga, con el infante don Luis de Portugal que no se separaba de su lado, poniendo su imperial persona á tales peligros, que muchas veces las balas de la gruesa artillería turca caían á sus pies, y mataban al que iba cerca de él, ó salpicaban de lodo su caballo.

Grande alegría produjo en el campamento imperial, y no fué poca la que causó al mismo Carlos la llegada del esforzado Fernando de Alarcón (25 de junio), que venía de Italia con algunas galeras, acompañado de su yerno don Pedro González de Mendoza, sobrino del duque del Infantado, de don Fadrique de Toledo, primogénito del marqués de Villafranca, y de otros caballeros españoles. Y no fué tampoco mal auxilio el de otras naves que arribaron de España con gente y bastimentos. Todo hacía falta, porque también el ejército de Barbarroja se había aumentado extraordinariamente con los refuerzos que había recibido de Alejandría y otros puntos, y entre turcos, genízaros, moros, alárabes y renegados, contaba en Túnez y sus cercanías hasta el número de cien mil infantes y treinta mil caballos. bien que no en todos podía tener confianza, ni todos eran tropas regulares

Así fué que el 26 (junio) se decidió á hacer una acometida general al campo cristiano, atacando simultáneamente todos los puntos. Día fué éste en que hubiera podido malograrse la empresa de Carlos sin la vigilancia y la energía del César, y sin los heroicos esfuerzos de sus valerosos generales. Señalóse entre todos en esta jornada el marqués de Mondéjar, escogido por el emperador para inutilizar la artillería de los moros, que desde los olivares estaba haciendo, casi á mansalva, el mayor estrago. Condújose con tal bizarría el marqués, que con poca gente y sin reparar en vallados, tapias, viñedos y otros obstáculos que el terreno presentaba, desbarató con sus arcabuceros los moros de los olivares, cogió gran parte de su artillería y rechazó por aquel lado á los enemigos, si bien poniendo á cada instante en inminente peligro su vida, y recibiendo al fin una lanzada que le obligó á retirarse, porque se iba á toda prisa desangrando. Distinguiéronse también por su arrojo don Bernardino de Mendoza, don Alonso y don Pedro de la Cueva, don Fernando de Alarcón, don Fadrique de Toledo, don Juan de Mendoza, y más que todos el emperador, que peleando lance en ristre donde era mayor el peligro, alentaba de tal maneTOMO VIII

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ra con su presencia y ejemplo, que decidió la victoria, la cual no se logró sin la muerte del brioso hidalgo Valdivia, del intrépido Juan de Benavides, y de otros no menos esforzados capitanes.

Honró á Carlos, aun más que la victoria de aquel día, un rasgo de nobleza que merece mencionarse. Presentóse en el campo un moro pidiendo hablar en secreto al César. Admitido que fué, díjole que había un medio para que pudiera ganar la ciudad sin perder un soldado ni gastar un èscudo. Preguntado por el emperador qué medio era éste, respondió el moro que el de asesinar á Barbarroja, lo cual se ofrecía él á ejecutar y lo haría muy fácilmente echándole un tósigo en el pan, puesto que él era el panadero del rey. «Deshonra sería de un príncipe, replicó indignado el emperador, valerse de la traición y de la ponzoña para vencer á un enemigo, aunque sea un aborrecido corsario como Barbarroja, á quien pienso vencer y castigar con el favor de Dios y con la ayuda de mis valientes soldados. >> Y envió noramala al traidor africano (1).

Aquel mismo día se levantó repentinamente una horrible tormenta con tan furioso viento y tan deshechos aguaceros, que las tiendas y pabello nes se desplomaban; las naves chocaban reciamente unas con otras; ni de la tierra se veía el mar, ni desde el mar se divisaba la tierra; los gritos y alaridos del campo se mezclaban con los estampidos de los truenos; todo era aturdimiento y confusión; ni sabían los cristianos si los acometían los moros ni por dónde; ni podía desplegarse bandera, ni dispararse arcabuz; ni los capitanes acertaban á mandar, ni los soldados veían á quien obedecer, y todos corrían desatentados y ciegos. Temiendo las consecuencias de tan general espanto, el príncipe Andrea Doria discurrió infundir aliento á su gente gritando por todas partes: La Goleta es ganada. Aunque no era verdad, la voz surtió el efecto que se había propuesto el gran marino, y cuando se serenó la tempestad se halló el ejército animado para resistir á los turcos que ya salían del fuerte.

Otro día (29 de junio) se vió aparecer sobre las ruinas de Cartago unos doscientos moros á caballo ondeando unas tocas blancas en señal de paz, diciendo á voces: Todos somos unos y de un señor. Era el rey de Túnez destronado por Barbarroja, Muley Hacen, con quien el emperador traía ya secretas inteligencias, y á quien había ofrecido restituirle su reino. Salieron á recibirle muy cortésmente el duque de Alba, el conde de Benavente y Fernando de Alarcón. Cincuenta pasos antes de llegar á la tienda del emperador, arrojó Muley Hacen al suelo su larga lanza de cuarenta palmos, soltaron los demás moros las suyas, apeáronse todos, llevaron en brazos á su rey, levantóse el emperador para recibirle, Muley le besó en el hombro, y con gran respeto le dijo: «Seas en buen hora, gran rey de los cristianos, venido á estos trabajos que has tomado: espero en Dios misericordioso tendrán su recompensa; y si la fortuna de todo me privase,

(1) «En este tiempo vino de Túnez un moro, el cual decía que era panadero del Barbarroja, y ofrecióse de entosigalle, lo cual el emperador jamás quiso aceptar, porque no fuese traición el camino por do alcanzase la victoria.»-Relación de lo que sucedió en la conquista de Ténez y la Goleta, Códice de Misceláneas de la Biblioteca del Escorial, estante ij.—núm. 3.

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TIENDA DE CAMPAÑA DEL EMPERADOR CARLOS V (MUSEO DE ARTILLERÍA DE MADRID)

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