sabía que llevando hasta un extremo abominable su rivalidad con Carlos andaba en tratos y connivencias con el gran turco, no sólo se negó á las excitaciones del César y del pontífice, sino que dió aviso á Barbarroja y al sultán de todo lo que el emperador preparaba y del objeto que se proponía. Con este aviso tomó Barbarroja las más eficaces disposiciones para resistir la acometida de las armas cristianas. Púsolo todo en conocimiento de Solimán para que le diera su auxilio: llamó toda la gente de guerra de Túnez, de Argel, de Tremecén y de los Gelbes; amplió y fortificó más la Goleta, haciendo trabajar en ella hasta nueve mil cautivos cristianos y la tercera parte de los vecinos de Túnez cada día; colocó dentro del grande estanque sus galeras armadas, y sólo dejó fuera quince para ocurrir á lo que necesario fuese. El monarca español por su parte, cuando todo lo tuvo ordenado, partió de Madrid (abril, 1535) y se encaminó á Barcelona á recoger la armada y dar calor á la empresa que había de dirigir personalmente. Nombró á la emperatriz gobernadora de España é Indias, y le dejó las instrucciones convenientes para el gobierno de los Estados (1). La primera que arribó á la playa de Barcelona fué la flota portuguesa, compuesta de veinte carabelas, mandadas por el general Antonio de Saldaña, con el infante don Luis, hermano de la emperatriz, y la flor de la juventud y de la nobleza de Portugal, lujosamente vestida Llegó luego el ilustre genovés, príncipe de Melfi, Andrés Doria, general de la armada, con veintidós galeras perfectamente estivadas y artilladas, distinguiéndose la capitana por sus veinticuatro banderas de tela de oro con las armas imperiales, y yendo todas enramadas de forma que cada cual semejaba desde lejos un jardín. A los pocos días apareció don Álvaro de Bazán con las galeras españolas encomendadas á su mando. La gente de embarque que se juntó en Barcelona era tanta, y tanta la que acudió á ver tan lucida flota, que no cabía en la ciudad ni se podía andar por las calles. Encontrabase allí casi toda la grandeza de Castilla, casi todos los caballeros y nobles de España, con multitud de religiosos y clérigos, mercaderes y artesanos de todos oficios, todos con deseo de embarcarse y de tomar parte en la empresa. Y el día que el emperador hizo muestra de toda la gente (14 de mayo), vióse tal gala en los trajes, libreas y paramentos de hombres y caballos que era maravilla, distinguiéndose entre todos el emperador con la cabeza descubierta y una maza de hierro dorada en la mano. Además iban á su lado varios pajes, llevando cada cual una de las armas que el César podía usar en la guerra, uno el almete, otro la lanza de armas, otro la jineta, la rodela otro, otro la ballesta, el arcabuz otro, y otro un arco con flechas (2). contar al presente, y todos muy bien acompañados, que es cosa muy admirada. Y cada día viene más gente, portugueses y españoles.»> Más arriba se lee: «De Málaga vienen ochenta naos, las cuales están en Salou.. en las cuales vienen ocho mil hombres de paga y mil jinetes, que por lo menos no hay ninguno que no trae uno ó dos consigo, de manera que en esto serán quince mil hombres»-Colección de documentos inéditos, t. I. (1) Instrucción de Carlos V á la emperatriz su esposa al salir á la expedición contra Túnez: Colección de documentos inéditos, t. III. (2) En el mismo citado opúsculo de la Biblioteca del Escorial se refiere el alarde Dióse la orden para el embarque, y tanto era el afán por ir en esta ruidosa expedición, que por más que se acordó en consejo de guerra no consentir que fuese sino la gente útil para la pelea, no bastó todo el rigor á evitar que se ingiriese gente inútil y embarazosa, y hasta cuatro mil y más mujeres, «que no hay rigor, dice á este propósito el historiador obispo, que venza y pueda más que la malicia » Todavía antes de darse á la vela mandó el emperador hacer una procesión solemne, sacando de la catedral el Santísimo Sacramento, y en la cual llevaron las cuatro varas del palio, una el infante don Luis de Portugal, otra el duque de Calabria, el duque de Alba la otrå, y otra el emperador mismo. Aun no contento con esto, hizo un rápido viaje á visitar la santa imagen de Nuestra Señora de Montserrat, de que era muy devoto, confesó y comulgó allí, y se volvió con la misma precipitación á Barcelona. Al fin, el 30 de mayo (1535) sonaron por la ciudad las trompetas anunciando la proximidad de la partida: el emperador oyó misa en Nuestra Señora del Mar, embarcóse en la galera Bastarda, dispuesta y adornada por Andrés Doria con multitud de vistosas banderas, en que se veían bordadas armas y escudos y se leían versos de los salmos; retumbó la artillería de la ciudad, resonaron las músicas, y dadas las velas al viento partió la armada, y haciendo escala en las Baleares arribó á Cagliari (Caller), capital de Cerdeña (11 de junio), donde se le incorporó el marqués del Vasto con las naves y gente de Nápoles y Sicilia, con la infantería alemana y con las galeras del Santo Padre. De modo que se juntaron allí hasta veinticinco mil infantes y dos mil caballos sin contar los artesanos y aventureros; y entre naves grandes y pequeñas, galeras, galeones, carabelas, fragatas, fustas, bergantines y tafurcas, se reunieron hasta cuatrocientas veinte velas (1). El emperador mandó que nadie saliese de la nave en que había venitlo, bajo pena de la vida, y publicó un pregón tomando bajo su amparo á los hombres de todas las naciones que componían su ejército, y ordenando á todos que hicieran treguas entre sí, los que fuesen enemigos, hasta que terminase la guerra de África. Continuó la grande armada con próspero viento desde Cagliari (13 de junio), navegando á la vanguardia los portugueses, á retaguardia don Álvaro de Bazán y el César en medio. Cuéntase que le preguntaron quién había de ser capitán general en aquella guerra, y que enseñando un crucifijo levantado en alto respondió: Éste, cuyo alférez soy yo. Arribó la escuadra á la costa africana, y desembarcó una parte de la tropa en Puerto Farina, donde estuvo la antigua ciudad de Utica, que dió nombre al severo Catón. Una gran parte del ejército imperial tomó después tierra y estableció su campamento sobre las ruinas de la famosa Cartago, en otro tiempo dominadora de África y de gran parte de España. Desde allí el que hizo el emperador en Barcelona de todas las tropas destinadas á la expedición de Túnez, y se describe minuciosamente el traje de gala que llevaba cada grande y cada caballero, con los hombres de armas, pajes y demás que acompañaban á cada uno. (1) Carta del emperador al marqués de Cañete, virrey de Navarra, desde Barcelona á 9 de mayo, dándole cuenta de su viaje y proyecto, y encargándole obedeciese en todo á la emperatriz.-Sandoval, Historia de Carlos V, lib. XXII. emperador envió al marqués del Vasto y al de Agilar á reconocer la Goleta, distante sólo unas cinco millas, mientras las galeras de Andrés Doria ganaban una torre llamada del Agua, por contener dentro ocho pozos de agua dulce. Sorprendido se quedó Barbarroja cuando supo que en aquella armada iba en persona el emperador de los cristianos, cosa que no creía en la estación de verano tan rigurosa en África y tan peligrosa para los europeos. Disimuló, no obstante, y le dijo á uno de sus privados: Yo te prometo que esa tan poderosa armada que has visto venir no la verás volver, y cuanto mayor sea, tanto más rico despojo espero de ella. Hizo luego alarde de su gente, y halló que tenía ocho mil turcos, ochocientos genízaros, siete mil flecheros moros, otros siete mil armados de lanzas y azagayas, y ocho mil alárabes, que montaban los caballos en pelo á estilo de los antiguos númidas. Encerró en la alcazaba todos los cristianos cautivos; mandó salir de la ciudad en el término de tres días á los que no tuvieran valor para esperar, juntó á los capitanes de mar y tierra, arengó á todos, pasó á reforzar la guarnición de la Goleta, cuya defensa encomendó al judío Sinán, renegado, el más valiente de sus piratas, diciéndole que en ello estaba el reino, la honra y la vida, y se volvió á Túnez. Después de algunos días de escaramuzas por mar y por tierra á las inmediaciones de la Goleta y de la ciudad, en que se hicieron de una y otra parte algunos daños y algunas presas (1), determinó el emperador atacar primeramente la Goleta (2), como llave que era de la ciudad y aun de todo el reino, á pesar de las grandes dificultades que ofrecía. Adelantóse para ello el galeón de Portugal, llevado á remo por dos galeras, y comenzó á bombardearla con ochenta bocas de fuego y sesenta tiros pequeños (18 de junio). Hízose la conveniente distribución y colocación del ejército y artillería, y se dió principio á una serie de combates diarios, en que por una y otra parte menudeaban los peligros y las hazañas. El 21 de junio llegó al campamento imperial una compañía de albaneses (llamados capeletes por unos sombreros altos que llevaban), los cuales se señalaron entre todos por su valor y manera de pelear. Por este orden fueron acudiendo tantos aventureros al campo de los cristianos, que entre los que llevaban armas y podían manejarlas en caso de necesidad, juntó el emperador sobre Túnez hasta cincuenta y cuatro mil hombres. Era admirable el orden que reinaba entre gentes de naciones tan diversas; sólo los tudescos solían alguna vez desmandarse, y uno de ellos puso un día en peligro la vida del emperador, encarándose contra él con su arcabuz por haberle tocado con el cuento de la lanza para hacerle entrar en orden, pero cogido y entregado al marqués del Vasto, pagó con su vida el que había que (1) Cuenta Sandoval que entre varios renegados que se pasaron al campo imperial y que fueron perdonados, había uno que había sido fraile en Sevilla, y venía con turbante turco, barba rapada, largos mostachos, y una guedeja de pelo en la coronilla, el cual fué quemado de orden del emperador por el licenciado Mercado y el alguacil Salinas. (2) Llamóse así esta célebre fortaleza, de gola ó cuello, por estar en una garganta que hace una ensenada que del mar va á la gran laguna ó estanque. La descripción de este fuerte puede verse en Sandoval, lib. XXII, núm. 12. rido atentar á la del César. Los trabajos que los cristianos pasaban por el calor eran grandes, la artillería de uno y otro campo jugaba de continuo, los encuentros de la infantería y caballería eran diarios, y entre tantos valientes se señalaban por sus proezas los españoles don Juan de la Cueva, Pedro Juárez, Garcilaso de la Vega y muchos otros. Una sorpresa que hicieron los turcos de la Goleta á las compañías italianas del conde de Sarno que hallaron dormidas reposando de las fatigas de la noche (23 de junio), costó la vida á muchos capitanes y soldados, y entre ellos al mismo conde, cuya cabeza y mano derecha presentaron los turcos á Barbarroja. Celebraron aquel triunfo con feroz alegría, y se animaron á acometer al día siguiente las estancias de los españoles, bien que los hallaron más apercibidos, y sin otro fruto que derramarse bastante sangre de una parte y de otra. En todos estos casos, que eran frecuentes. el emperador no dejaba nunca de acudir en socorro de los suyos armado de lanza y adarga, con el infante don Luis de Portugal que no se separaba de su lado, poniendo su imperial persona á tales peligros, que muchas veces las balas de la gruesa artillería turca caían á sus pies, y mataban al que iba cerca de él, ó salpicaban de lodo su caballo. Grande alegría produjo en el campamento imperial, y no fué poca la que causó al mismo Carlos la llegada del esforzado Fernando de Alarcón (25 de junio), que venía de Italia con algunas galeras, acompañado de su yerno don Pedro González de Mendoza, sobrino del duque del Infantado, de don Fadrique de Toledo, primogénito del marqués de Villafranca, y de otros caballeros españoles. Y no fué tampoco mal auxilio el de otras naves que arribaron de España con gente y bastimentos. Todo hacía falta, porque también el ejército de Barbarroja se había aumentado extraordinariamente con los refuerzos que había recibido de Alejandría y otros puntos, y entre turcos, genízaros, moros, alárabes y renegados, contaba en Túnez y sus cercanías hasta el número de cien mil infantes y treinta mil caballos, bien que no en todos podía tener confianza, ni todos eran tropas regulares Así fué que el 26 (junio) se decidió á hacer una acometida general al campo cristiano, atacando simultáneamente todos los puntos. Día fué éste en que hubiera podido malograrse la empresa de Carlos sin la vigilancia y la energía del César, y sin los heroicos esfuerzos de sus valerosos generales. Señalóse entre todos en esta jornada el marqués de Mondéjar, escogido por el emperador para inutilizar la artillería de los moros, que desde los olivares estaba haciendo, casi á mansalva, el mayor estrago. Condújose con tal bizarría el marqués, que con poca gente y sin reparar en vallados, tapias, viñedos y otros obstáculos que el terreno presentaba, desbarató con sus arcabuceros los moros de los olivares, cogió gran parte de su artillería y rechazó por aquel lado á los enemigos, si bien poniendo á cada instante en inminente peligro su vida, y recibiendo al fin una lanzada que le obligó á retirarse, porque se iba á toda prisa desangrando. Distinguiéronse también por su arrojo don Bernardino de Mendoza, don Alonso y don Pedro de la Cueva, don Fernando de Alarcón, don Fadrique de Toledo, don Juan de Mendoza, y más que todos el emperador, que peleando lance en ristre donde era mayor el peligro, alentaba de tal mane TOMO VIII 20 ra con su presencia y ejemplo, que decidió la victoria, la cual no se logró sin la muerte del brioso hidalgo Valdivia, del intrépido Juan de Benavides, y de otros no menos esforzados capitanes. Honró á Carlos, aun más que la victoria de aquel día, un rasgo de nobleza que merece mencionarse. Presentóse en el campo un moro pidiendo hablar en secreto al César. Admitido que fué, díjole que había un medio para que pudiera ganar la ciudad sin perder un soldado ni gastar un èscudo. Preguntado por el emperador qué medio era éste, respondió el moro que el de asesinar á Barbarroja, lo cual se ofrecía él á ejecutar y lo haría muy fácilmente echándole un tósigo en el pan, puesto que él era el panadero del rey. «Deshonra sería de un príncipe, replicó indignado el emperador, valerse de la traición y de la ponzoña para vencer á un enemigo, aunque sea un aborrecido corsario como Barbarroja, á quien pienso vencer y castigar con el favor de Dios y con la ayuda de mis valientes soldados. » Y envió noramala al traidor africano (1). Aquel mismo día se levantó repentinamente una horrible tormenta con tan furioso viento y tan deshechos aguaceros, que las tiendas y pabellones se desplomaban; las naves chocaban reciamente unas con otras; ni de la tierra se veía el mar, ni desde el mar se divisaba la tierra; los gritos y alaridos del campo se mezclaban con los estampidos de los truenos; todo era aturdimiento y confusión; ni sabían los cristianos si los acometían los moros ni por dónde; ni podía desplegarse bandera, ni dispararse arcabuz; ni los capitanes acertaban á mandar, ni los soldados veían á quien obedecer, y todos corrían desatentados y ciegos. Temiendo las consecuencias de tan general espanto, el príncipe Andrea Doria discurrió infundir aliento á su gente gritando por todas partes: La Goleta es ganada. Aunque no era verdad, la voz surtió el efecto que se había propuesto el gran marino, y cuando se serenó la tempestad se halló el ejército animado para resistir á los turcos que ya salían del fuerte. Otro día (29 de junio) se vió aparecer sobre las ruinas de Cartago unos doscientos moros á caballo ondeando unas tocas blancas en señal de paz, diciendo á voces: Todos somos unos y de un señor. Era el rey de Túnez destronado por Barbarroja, Muley Hacen, con quien el emperador traía ya secretas inteligencias, y á quien había ofrecido restituirle su reino. Salieron á recibirle muy cortésmente el duque de Alba, el conde de Benavente y Fernando de Alarcón. Cincuenta pasos antes de llegar á la tienda del emperador, arrojó Muley Hacen al suelo su larga lanza de cuarenta palmos, soltaron los demás moros las suyas, apeáronse todos, llevaron en brazos á su rey, levantóse el emperador para recibirle, Muley le besó en el hombro, y con gran respeto le dijo: «Seas en buen hora, gran rey de los cristianos, venido á estos trabajos que has tomado: espero en Dios misericordioso tendrán su recompensa; y si la fortuna de todo me privase, (1) << En este tiempo vino de Túnez un moro, el cual decía que era panadero del Barbarroja, y ofrecióse de entosigalle, lo cual el emperador jamás quiso aceptar, porque no fuese traición el camino por do alcanzase la victoria.»—Relación de lo que sucedió en la conquista de Ténez y la Goleta, Códice de Misceláneas de la Biblioteca del Escorial, estante ij.—núm. 3. |