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PATIO DE LA CASA LLAMADA DE PILATOS (SEVILLA). COPIA DIRECTA DE UNA FOTOGRAFÍA

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Copia de una página del llamado MISAL RICO, usado por el cardenal Cisneros Este misal, que se conserva en la Biblioteca Nacional, consta de siete tomos, y en su ilumina. ción invirtieron tres pintores quince años. - La miniatura mide 41 centimetros en su mayor longitud.

TO VIMU AIMBOLIAD

brimiento de América estaba muy reciente; apenas era conocido el continente americano; aun no se había podido prever la revolución monetaria y mercantil que las inmensas conquistas de Cortés y de Pizarro habían de producir en el mundo. Los mayores errores y males vinieron después, y el cargo pertenece más á los reinados sucesivos de los soberanos de la casa de Austria, precisamente cuando debía recogerse el fruto de las conquistas, y cuando había ya más ilustración en materias económicas y mercantiles en Europa.

XII. Antes de terminar la reseña crítica de este fecundísimo reinado, no podemos dejar de tributar el homenaje de nuestra admiración y respeto, al mismo tiempo que en ello participamos de un justo orgullo nacional (que harto tendrá que sufrir en otras épocas), á esa multitud de esclarecidos varones que en este período dieron gloria, lustre y engrandecimiento á nuestra patria, con su valor, con sus virtudes, con su ciencia y su erudición, en casi todo lo que puede realzar una época y un pueblo.

Parecía que Fernando é Isabel poseían el privilegiado don de hacer brotar del suelo español los hombres eminentes, y el de atraer y apegar á él los que otros países producían, como un planeta que atrae otros astros formando en derredor de sí grupos luminosos que alumbran la tierra y embellecen el firmamento. Y es que si los malos monarcas son como los meteoros siniestros que esterilizan y secan, los buenos reyes son como el sol cuyo influjo fecundiza y produce. Porque no puede atribuirse á fenómeno casual la coexistencia de tantos hombres eminentes en todos los ramos como ilustraron este período.

¿Necesitaba España del valor de sus hijos y del arte militar para recobrar su antiguo territorio y ensanchar sus límites? Pues aparecían, ya simultánea, ya sucesivamente, guerreros como Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, azote y terror de los moros granadinos; como don Alonso de Aguilar, el héroe caballeresco que acabó en Sierra Bermeja una vida sembrada de hechos heroicos; como Hernán Pérez del Pulgar, cuyas proezas, que parecen fabulosas, le dieron el sobrenombre de el de las Hazañas; como Francisco Ramírez de Madrid, á quien tantos adelantos debieron la artillería y la tormentaria; como Pedro Navarro, el conquistador de Orán, de Bugía y de Trípoli, que pudo pasar por el inventor de las minas por lo mucho que perfeccionó el arte de volar las fortificaciones; como García de Paredes, el Vargas Machuca de las guerras de Italia; y como Gonzalo de Córdoba, que arrebató á los guerreros de los pasados tiempos y de las futuras edades el título de Gran Capitán.

¿Se necesitaban sacerdotes y prelados de ciencia y de virtud que ilustraran instruyendo, y reorganizaran moralizando? Para eso hubo un Fray Juan de Marchena, que acogió por caridad en un claustro al hombre insigne que habían rechazado con desdén los monarcas en las cortes, y el primero que comprendió en una pobre celda el pensamiento inmenso del que había de descubrir un mundo; un Fr. Fernando de Talavera, dechado de prudencia y de virtud como prelado, rígido y severo director de la conciencia en el confesonario regio, y apóstol dulce y humanitario como catequista de infieles; un don Pedro González de Mendoza, confesor, arzobispo

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