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y cardenal, lumbrera de la nación como literato y como político, á quien llamaron, sin que el paralelo rebajara el mérito de dos grandes príncipes, el tercer rey de España; y un Jiménez de Cisneros, religioso, confesor, reformador, prelado, cardenal y regente, grande en la virtud, grande en el talento, grande en la ciencia, grande en la política, grande en la guerra, grande en el gobierno, grande y eminente en todo.

La nueva política inaugurada en aquel tiempo, ¿requería el empleo y cooperación de diplomáticos diestros y astutos, dotados de dignidad, de firmeza y de energía, que sacaran á salvo los intereses de España de las complicaciones europeas? Pues España tuvo embajadores acomodaticios y pacientes como Alonso de Silva, que sabía sufrir y disimular los ásperos tratamientos de una corte extranjera, mientras así convenía al servicio de su rey; enérgicos y duros como Antonio de Fonseca, que tenía espíritu y valor para hacer trizas un tratado original á presencia del rey de Francia, y encomendar á la decisión de las armas la cuestión de las dos naciones: vigorosos y discretos como Garcilaso de la Vega, que supiera manejar los negocios de Roma é interesar al pontífice en favor de España sin comprometerse él mismo: firmes y enérgicos como el conde de Tendilla y Diego López de Haro, que sostenían con entereza las regalías de la corona: políticos y mañosos como Francisco de Rojas, que sabía reconciliar á las dos más enemigas y más poderosas familias de Italia, y hacerlas trabajar unidas en favor de la causa española: prudentes y entendidos como Juan de Albión y Pedro de Urrea, que sabían conducir maravillosamente los tratos de relaciones y enlaces de las familias reinantes de Austria, Inglaterra y España: ladinos y reservados como Lorenzo Suárez de Figueroa, alma de la Santa Liga, que supo terminar una confederación de cinco potencias, sin que se apercibiera de ello el astuto Felipe de Comines. Merced á tan diestros auxiliares diplomáticos pudo Fernando manejarse tan hábilmente con los papas Alejandro VI y Julio II, con los reyes de Francia Carlos VIII y Luis XII, con Maximiliano de Austria, con Enrique de Inglaterra, con Venecia y los Estados italianos, que más de una vez los envolvió á todos.

Si Isabel deseaba ordenar y mejorar la legislación de Castilla, encontraba jurisconsultos y compiladores como Montalvo y Ramírez, que ejecutaran en vida su pensamiento, y letrados como Galíndez de Carvajal, á quienes dejar encomendada la obra de la recopilación después de su

muerte.

¿Proponíase Isabel el fomento y progreso de las ciencias, de la literatura, del idioma, de las artes, en todos los ramos de la cultura intelectual? Bien cumplidos pudieron quedar sus deseos, y bien puede llamarse siglo literario el en que florecieron Cisneros, Mendoza, Talavera, Lebrija, Oviedo, Palencia, Valera, Pulgar, Almela, Ayora, Oliva, Vergara, Manrique, Bernáldez, San Pedro, López de Haro, Montoro, Cota, Rojas, Encina, Naharro, Peñalosa, Santaella, Villalobos, Torres, y tantos otros con que podríamos aumentar largamente la nómina empezada aquí sin el cuidado del orden y arrojada como á granel, de varones doctos y eruditos en teología, en jurisprudencia, en historia, en medicina, en astronomía, en historia natural, en matemáticas, en poesía lírica y dramática, en idiomas, en música, en casi todos los conocimientos humanos.

Era una mujer la que se sentaba en el trono y la que apetecía y fomentaba la ilustración, y las mujeres respondieron al ejemplo y al impulso de su reina, y lucieron como estrellas en el horizonte español damas tan eruditas como doña Beatriz de Galindo, la Latina, que tuvo la alta honra de ser maestra de su soberana; como doña Lucía de Medrano, que enseñaba los clásicos en Salamanca; como doña Francisca de Lebrija, que daba lecciones de retórica en las aulas de Alcalá; como doña María de Mendoza, notable por su instrucción en las lenguas sabias; y como doña María Pacheco, que en el reinado de Isabel la Católica sobresalía por su erudición, y en el de Carlos V había de admirar por su heroísmo en defensa de las libertades castellanas, como esposa y como viuda del célebre é infortunado Juan de Padilla.

Por si no bastaban los ingenios españoles para obrar tan universal regeneración, venían de otros países y se apegaban al suelo de España, atraídos por la grandeza y liberalidad de Isabel como por una fuerza magnética, ó se identificaban allá como movidos por un impulso mágico con la nación española, y trabajaban por su prosperidad y engrandecimiento. Así ayudaron en Italia á los triunfos memorables del Gran Capitán guerreros tan distinguidos como los Colonas y los Ursinos, familias rivales que se aunaban para ayudar á la victoria gloriosa del Garillano. Así vinieron á ilustrar la España y á naturalizarse en ella hombres tan doctos y esclarecidos como Lucio Marineo, el autor de las Cosas memorables; como Pedro Mártir de Angleria, el maestro general de la juventud y de la nobleza castellana; como los hermanos Antonio y Alejandro Geraldino, directores de la enseñanza y educación de la princesa y de las infantas de Castilla. Así vinieron á ensanchar ilimitadamente los límites de España y á convertirse en españoles, navegantes aventureros como el inmortal genovés que descubrió el Nuevo Mundo, y como el afortunado florentino que le dió su nombre.

Bien decíamos que Fernando é Isabel parecía poseer el don singular de hacer brotar del suelo español los hombres eminentes que necesitaban para sus grandes fines, y el de atraer como un imán los ingenios de otros países que más pudieran convenir á sus designios.

No se condujeron de la misma manera los dos monarcas con los grandes hombres que ilustraron y engrandecieron su reinado. Todos hallaron una constante, decidida y generosa protectora en Isabel. Murió la reina, y Fernando dejó perecer casi en la mendicidad á Colón que le había regalado un mundo; dejó morir en el destierro á Gonzalo de Córdoba que le había dado un reino, y dió no poco graves disgustos á Cisneros, los tres hombres más insignes entre los muchos hombres insignes de aquel reinado. Cisneros sobrevivió á los disgustos del Rey Católico para recibir el úl timo golpe de la mano de su nieto.

XIII. Hasta ahora hemos asistido al grandioso espectáculo de un pueblo que se recobra, que se reorganiza, que crece, que se moraliza y se ilustra, que conquista y se ensancha, que se dilata á inmensas regiones, que domina en las tres partes del mundo, todo bajo el influjo poderoso de una reina virtuosa y prudente y de un rey astuto y político. Por una fatal combinación de circunstancias, á la benéfica y discreta reina de Cas

tilla y al experto y sagaz monarca de Aragón, sucede en el trono de Castilla y Aragón una princesa que tiene perturbada la razón y lastimadas sus facultades mentales. Para suplir esta incapacidad intelectual, la necesidad obliga á traer á España y ceñir la múltiple corona de tantos reinos á un joven príncipe nacido en extraña tierra, y que nunca ha pisado el suelo español. Así, como dijimos en nuestro Discurso preliminar, «cuando la trabajosa restauración de ocho siglos se ha consumado, cuando España ha recobrado su ansiada independencia, cuando el fraccionamiento ha desaparecido ante la obra de la unidad, cuando una administración sabia, prudente y económica ha curado los dolores y dilapidaciones de calamitosos tiempos, cuando ha extendido su poderío del otro lado de ambos mares, cuando posee imperios por provincias en ambos hemisferios, entonces la herencia á costa de años y de heroísmo ganada y acumulada por los Alfonsos, los Ramiros, los Garcías, los Fernandos, los Berengueres y los Jaimes, todos españoles desde Pelayo de Asturias hasta Fernando de Aragón, pasa íntegra á manos de Carlos de Austria.>>

Por primera vez viene un extranjero á reinar en España, y la que era madre y señora de imperios sin límites, va á ser por muchos años como una provincia de otro imperio. España regenerada va á entrar en una nueva era social, y comienza la edad moderna.

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CASA AYUNTAMIENTO DE SEVILLA (COPIA DIRECTA DE UNA FOTOGRAFÍA)

10 VINU AMBORLIAD

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