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biendo convocado secretamente á todos los sectarios de su doctrina esparcidos por la Holanda, la Frisia y varias comarcas de Westfalia, salieron un día dando feroces gritos con las espadas desnudas por las calles de la ciudad, aterraron y ahuyentaron al obispo y los magistrados, y que daron dueños y señores de la población. Saquearon templos, quemaron libros, confiscaron bienes, castigaron de muerte á los que no les obedecían, nombraron sus cónsules y senadores, mandaron que todos los vecinos presentaran sus riquezas y alhajas, hicieron de ellas un fondo común, establecieron la igualdad absoluta entre todos los ciudadanos, pusieron mesas públicas en que comían todos los mismos manjares é igual número de platos, se prepararon á defender la ciudad, que ellos llamaban la montaña de Sión, porque era, decían, el lugar señalado por Dios en este mundo para los escogidos, y el entusiasmado apóstol Juan Matías despachó una fervorosa convocatoria en nombre de Dios á todos los anabaptistas de Alemania y de Flandes para que fuesen á defender la celestial Jerusalén, y á ayudarle después á conquistar las naciones de la tierra (1534).

El obispo de Munster (1), que había reunido un regular ejército, se acercó á la ciudad; pero habiendo salido á su encuentro los reformadores con toda la furia del más loco fanatismo, arrollaron su gente, mataron muchos católicos, y volvieron á la ciudad frenéticos de alegría. Embriagado Juan Matías con este triunfo, empuñó su lanza, proclamó que estaba resuelto á exterminar los impíos, seguro de la ayuda de Dios, invitó á los que quisieran seguirle, y acompañado de unos treinta escogidos acometió el campo del obispo. Esta vez el nuevo Gedeón, á quien sus proselitos creían invencible, manifestó que no le había hecho Dios invulnerable, pues pereció con sus treinta compañeros, cosa que asombró y consternó á los creyentes de Munster.

Sucedióle en el mando el otro profeta, el sastre Juan de Leyden, no menos fanático que él y más ambicioso todavía; el cual se presentó un día desnudo y en cueros ante el pueblo, gritando: El rey de Sión está aquí. Supúsose inspirado por Dios, y el pueblo se dejó arrastrar de él. creyendo todas sus extravagancias. En su sistema de abatir todo lo que encontraba ensalzado en la tierra, hizo derribar las iglesias hasta sus cimientos, y para mostrar á sus sectarios hasta dónde debía llegar la igualdad entre ellos, destinó al que su antecesor había nombrado cónsul, á ejercer el oficio de verdugo, que él aceptó sin replicar. El nuevo jefe de aquella república nombró para el gobierno de ella doce jueces, á semejanza de las doce tribus del pueblo hebreo, y él se reservó la autoridad de Moisés. No contento con esto, el humilde apóstol aspiró á obtener el título de rey, porque tal era, decía, la voluntad de Dios, que así se lo había revelado. Una noche dió una gran cena á todo el pueblo, y acabada que fué, se presentó vestido con una ropa talar de seda negra, corona de oro en la cabeza, en la mano derecha un cetro también de oro, y al cuello una cadena de lo mismo, de que pendía un globo, símbolo del mundo,

(1) Nuestro Sandoval llama á Munster Monasterio. No es fácil conocer por el historiador español ni los lugares en que pasaron estos sucesos, ni los personajes que en ellos figuraron, pues tan desfigurada trae la nomenclatura geográfica como la personal.

atravesado con dos espadas. Declarada al pueblo la voluntad de Dios, el pueblo le aclamó su rey, y Juan de Leyden pasó del banquillo del sastre al solio regio. El nuevo rey-sacerdote se sentó en un estrado, y dió pan y vino á todo el pueblo, pronunciando y profanando impíamente las palabras de la consagración.

El sastre-rey proclamó que el matrimonio con una sola mujer era una tiranía impuesta á la naturaleza humana; extendió á esta materia su sistema de comunismo; encargó á sus doctores que predicaran que cada hombre podía desposarse con cuantas mujeres quisiera, y él se apresuró á dar ejemplo de esta libertad cristiana, tomando hasta catorce mujeres, entre ellas la viuda de su antecesor Juan Matías, joven y hermosa, que era la predilecta y la que gozaba el título de reina. A la libertad matrimonial siguió la libertad de divorcio, como una natural consecuencia. Las historias han dejado consignado, y aunque así no fuera, la simple razón alcanzaría hasta qué punto llegaría la corrupción, la licencia, el libertinaje, la disolución y el desenfreno, en un pueblo por tal rey, con tal gobierno y tales leyes y doctrinas regido; y las particularidades que de tal inmoralidad cuentan los escritores de aquel tiempo ofenden tanto al pudor, que no caeremos en la tentación de estamparlas (1).

Lutero mismo reprobaba todos estos excesos y demasías, y una de las cosas que le daban más melancolía y pesadumbre era ver la multitud de sectas en que tan pronto se había fraccionado la reforma, desfigurando su primitiva doctrina y sin contar con el reformador. Mas en cuanto á lo primero, no podía por cierto citarse él mismo como modelo de moralidad; y en cuanto á lo segundo, ¿no era él quien había proclamado el libre examen? ¿y podía prometerse ni pretender que en el ejercicio de esta libertad hubieran de uniformarse todas las opiniones á la suya, ó ejercer en las ideas un magisterio y una autoridad que él negaba al dogma?

Escenas tan repugnantes á la razón y á la sociedad humana no podían ser toleradas mucho tiempo. Los príncipes del imperio, bajo la dirección del rey don Fernando en ausencia del emperador, se armaron para dar socorro al obispo de Munster, el cual, bloqueando primeramente la ciudad y sitiándola después por espacio de quince meses, reduciendo á los sitiados al hambre más espantosa, sin que viniera en su auxilio el brazo poderoso de Dios que cada día les prometía el rey profeta (2), tomó por asalto aquella nueva Sodoma (25 de setiembre, 1535), y después de

(1) Nec intra paucos dies, dice uno de ellos, in tanta hominum turba, fere ulla reperta est supra annum 14, quæ stuprum passa non fuerit. Lambert Hortens. - Nemo una contentus fuit, neque cuiquam extra effetas et viris inmaturas continenti esse licuit. -Tacebo hic (dice otro), ut sit suis honor auribus, quanta barbarie et malitia usi sunt in puellis vitiandis nondum aptis matrimonio, etc. Joh. Corv.

(2) Durante el sitio se condenaba á muerte á todo el que indujera sospechas de querer rendirse al enemigo, como reo de impiedad. Una de las mujeres de Juan de Leyden habló con poca fe acerca de la misión sobrenatural del rey su esposo: éste la degolló por su mano haciendo que lo presenciaran todas las mujeres: lejos de aterrarlas tan atroz espectáculo, pusiéronse á bailar en corro unidas con su marido en derredor del ensangrentado cadáver. Tan desnudo de sentimiento tenían el corazón aquellas bacantes de la reforma.-Robertson, Hist. de Carlos V, lib. V.

TOMO VIII

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degollar sus tropas á los que intentaron hacer todavía en la plaza del mercado una resistencia desesperada, los que quedaron vivos fueron hechos prisioneros y condenados á tormentos y suplicios horribles. Cogido también el burlesco rey de Sión, el antiguo sastre de Leyden, fué paseado de ciudad en ciudad y expuesto al escarnio y ludibrio público; volviéronle luego á Munster, teatro de su ridículo encumbramiento y de sus obscenidades, y allí le dieron refinados tormentos hasta acabarle la vida. El fanático lo sufrió todo con una firmeza y resignación imperturbable. Con él acabó el breve reinado, pero no la secta de los anabaptistas, que había echado hondas raíces en aquellos dominios, y continuaron muchos profesándola, si bien fué con el tiempo degenerando y reduciéndose á principios y máximas más decorosas y honestas (1).

A pesar de lo que tales desvaríos dañaban á la doctrina reformista, el protestantismo seguía cundiendo y progresando, merced á los compromisos del emperador que le obligaban á ser indulgente con los confederados de Smalkalde, y á sus empresas de África y de Francia que le absorbían todo su pensamiento y le hacían poner todo su conato en mantener la tranquilidad de Alemania. El papa Paulo III, que había sucedido á Clemente VII (1535), se mostró desde luego más dispuesto que su antecesor para celebrar un concilio general en que se resolviese la cuestión religiosa, como el emperador apetecía y había diferentes veces propuesto. Y aunque los protestantes pedían con ahinco que se tuviera en Alemania, y los reyes de Francia y de Inglaterra no llevaban á bien que se celebrara en Italia, por el mayor influjo que allí habían de ejercer el papa y el emperador, firme el pontífice en la resolución que desde el principio había manifestado de designar para este objeto la ciudad de Mantua, expidió la bula convocatoria (2 de junio, 1536), señalando el 23 de mayo del año siguiente para la reunión en aquella ciudad, invitando á los prelados de todas las naciones á que concurriesen á la asamblea, y ordenando á todos los príncipes cristianos que la protegiesen con su poder y autoridad. Negáronse desde luego los protestantes á someterse á un concilio, convocado á nombre del pontífice en una ciudad aliada de la Santa Sede y distante de Alemania, y más cuando en la bula de convocatoria se les calificaba ya de herejes; todo lo cual con otras muchas objeciones expresaron en un manifiesto. El papa tomó este documento como un ataque y un insulto hecho á su autoridad, é insistió en la primera determinación. Dificultades que puso el duque de Mantua retardaron la reunión é hicieron se variase también el lugar, aplazándola para el 1.o de mayo del año siguiente (1538) en Vicenza. Tampoco en este día ni en este punto pudo realizarse, porque vivas todavía las contiendas entre Carlos V y Francisco I, ni uno ni otro permitieron á sus súbditos asistir al concilio, y como no compareciese prelado alguno, el pontífice para no comprometer más su autoridad, lo aplazó indefinidamente y se dedicó á reformar varios abusos y á curar los males de la Iglesia y de la corte romana, bien que les pareciese á los protestantes que no desplegaba toda la energía que aquéllos reclamaban.

(1) Ottio, Anales de los Anabaptistas.-Sleid., Tumultum anabaptistarum, etc.— Sandoval, lib. XX. - Robertson, lib. V.

Protestantes y católicos se apercibían ya en este tiempo como á sostener una gran lucha y darse una batalla. Aquéllos robustecían su confederación haciendo entrar en ella nuevos miembros, entre los cuales fué uno, y no poco importante, el rey de Dinamarca. Éstos, á instancia de un enviado del emperador á Alemania, el vicecanciller Heldo, formaban también una Liga Santa en oposición á la de Smalkalde; y aunque no aprobó este paso Carlos V, porque empeñado en la guerra de Francia (1538) tenía interés en que no se turbara la paz del imperio, los protestantes, siempre recelosos, no se descuidaban en halagar á los reyes de Francia y de Inglaterra, y en contar y preparar las fuerzas con que en un caso había de contribuir cada miembro de la liga. Fueron todavía más adelante, y en una reunión que celebraron en Francfort (abril, 1539), lograron que les prorrogaran las concesiones de la Dieta de Nuremberg, que la cámara imperial suspendiera toda actuación contra ellos, y que un determinado número de teólogos de ambos partidos se reuniría á discutir y preparar los artículos de reconciliación que habían de proponerse en la próxima Dieta, con no poco disgusto de la Santa Sede, que veía en esto lastimados los derechos de la autoridad pontificia.

Un acontecimiento propicio á los protestantes vino á poco tiempo á dar un gran refuerzo á su partido. Murió el duque de Sajonia, enemigo declarado y fervoroso de Lutero y la reforma, y por falta de sucesión recayó la posesión de aquel vasto ducado en su hermano Enrique, apasionado y fogoso reformista. Aunque el difunto duque había dejado prevenido en su testamento que si su hermano intentase variar el culto religioso en sus dominios, éstos pasaran al emperador y al rey de romanos, Enrique anuló la cláusula del testamento, y auxiliado de Lutero y de otros apóstoles de la reforma reunidos en Leipsick, abolió el culto católico, y estableció en sus Estados el ejercicio de la religión reformada, quedando así extendido casi desde el Báltico al Rhin el protestantismo.

Mas si tan poderoso refuerzo recibieron los protestantes, otro no menos poderoso, aunque de muy diferente índole, iban á recibir los católicos. Contra los apóstoles de la reforma se levantaban nuevos apóstoles del catolicismo; á atajar el progreso de las novedades religiosas en el Norte de Europa acudía el Occidente de Europa resuelto á defender la antigua doctrina; contra el predicador alemán se alzaba un caballero español; al fraile agustino de Wittemberg se oponía un militar de Guipúzcoa, y frente del soberbio Martín Lutero se oponía con humilde audacia Ignacio de Loyola, que por este tiempo fundaba su Compañía de Jesús, tan famosa después en la cristiandad y en el mundo. Fuerza es dar algunas noticias de su fundador, y del modo cómo llegó á formar esta célebre institución. religiosa.

Hijo de una familia noble de Guipúzcoa, nació Ignacio en su casa paterna de Loyola en 1491. Dedicado desde la infancia, como sus siete hermanos, al ejercicio de las armas, no tardó en darse á conocer como un buen oficial al servicio de Fernando el Católico, de quien había sido paje. En 1521, cuando los franceses invadieron el reino de Navarra, Ignacio de Loyola, que seguía las banderas del duque de Nájera, defendía á Pamplona. En aquel sitio recibió una herida de piedra en la pierna izquierda, y

una bala de cañón le fracturó la derecha. No bien curado de tan graves heridas, se hizo conducir á su casa de Loyola, donde sufrió todavía con admirable valor y firmeza dos dolorosas operaciones. Y como después de los dolores más agudos resultase habérsele contraído una de las piernas, quedando más corta que la otra, con el afán de corregir aquella deformidad se sometió voluntariamente al terrible sacrificio de hacérsela estirar con violencia por medio de una máquina de hierro; mas este suplicio no le sirvió para dejar de quedar cojo. Para distraerse en la convalecencia pidió que le llevaran algunos libros de caballería, entonces en boga en España, y como no los hubiese en la biblioteca del castillo, por no dejar de darle algo que leer, le pusieron en la mano la Vida de Jesucristo y el Flos Sanctorum. La lectura de estos libros hirió tan vivamente su imaginación, que desde entonces formó el irrevocable designio de hacerse caballero de Jesús y de María.

Preocupado con esta idea, pasó toda una noche velando sus armas á estilo caballeresco ante el altar de Nuestra Señora, y por la mañana colgó su escudo y su espada en un pilar de la capilla. Resuelto á militar en adelante en la milicia de Cristo, despidióse de sus antiguas armas, renunció á los amores que tenía con una dama de la corte de Castilla, regaló á un pobre su traje de gala, y ciñéndose al cuerpo un tosco y humilde saco, desprendido á un tiempo del lujo, del amor y de la gloria militar, encaminóse á pie á la villa de Manresa en Cataluña (1522), en cuyo hospital buscó un asilo, haciendo allí una vida de ayunos, penitencias, silicios y maceraciones, mendigando el sustento de puerta en puerta, apedreado muchas veces por los bufones muchachos. Habiéndose descubierto su nombre y su calidad, retiróse á una gruta formada al pie de una roca cerca de la villa, donde redobló sus austeridades y privaciones, golpeándose también el pecho con un guijarro como otro San Jerónimo. Allí, dicen los autores místicos de su vida, fué donde tuvo aquellos largos arrobamientos y éxtasis en que Dios le reveló sus sagrados misterios, y según los cuales compuso su libro de los Ejercicios espirituales. Allí, dicen, se representó, según sus ideas militares, á Cristo como un general llamando á los hombres á agruparse bajo sus banderas para combatir á los enemigos de su gloria, y de aquí nació su pensamiento de formar una milicia. para la gloria de Dios y la salud de las almas, una especie de ejército cuyo jefe sería Cristo, una Compañía de Jesús (1).

Llena su memoria de las tradiciones de las Cruzadas, emprendió sólo, sin recursos ni provisiones, un viaje á la Palestina, embarcóse en Venecia, visitó el Santo Sepulcro de Jerusalén (setiembre, 1523), y volvió peregrinando á España. Conociendo que para trabajar en la salud de las almas necesitaba de instrucción y ciencia, se puso á la edad de 33 años á estudiar gramática latina en Barcelona (1524). A los dos años pasó á continuar los estudios de filosofía en la universidad de Alcalá, y después los de teología en la de Salamanca. En uno y otro punto tuvo que sufrir algunas persecuciones, porque dado á catequizar jóvenes y á enseñar la doctrina cristiana al pueblo, vistiendo él y haciendo vestir á sus prosélitos un largo

(1) MS. del padre Jouvency.

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